Albuquerque, Nuevo México, EE.UU.

Discurso de la sierva de Dios María Esperanza de Bianchini
Popejoy Hall en la Universidad de Nuevo México
Domingo, 27 de julio de 1997

  • El Ángelus.

Buenas noches a todos y especialmente para nuestros sacerdotes, ellos, los guías, maestros, superiores que guían al Pueblo de Dios con aquél que está sentado en la Cátedra de San Pietro, nuestro Pontífice Juan Pablo II, nuestro Papa de estos tiempos, un gran colaborador con su pueblo, anunciando la verdad de días mejores con la ilusión de que el Pueblo de Dios todo reafirme sus pisadas por el camino de las virtudes cristianas y vivan vida auténtica de los hijos de Dios.

Somos hijos de Dios, somos Pueblo de Dios, un pueblo que anhela justicia social, un pueblo que grita: “Señor, Señor, aquí estamos, deseamos pan, cosecha, frutos para nuestros hogares, para nuestras familias, un trabajo, una fuente de trabajo; deseamos trabajar y vivir el Evangelio, realizarnos y poder realmente ofrecerle a nuestra familia el pan de cada día.”

Cuántas almas viven así, esperando la misericordia de Dios, una fuente de un trabajo, familias enteras que sufren al no tener lo suficiente para levantar a sus hijos como es debido, con lo necesario diario para su manutención.

Sí, hermanos, todos nosotros tenemos que orar, oración continua, la Santa Misa, escucharla si es posible cada día, yo diría, todos los días y recibir al Señor, la Eucaristía que nos alimenta, que nos fortalece, que nos ayuda a sobrevivir en vida nueva, auténtica, cristiana de los hijos de Dios, un Dios perfecto, un Dios omnipotente, grandioso, único que puede realmente con su asistencia ayudarnos a caminar mejor por la vida, Él, nuestro Padre Celestial, con su Divino Hijo Jesús y el Espíritu Santo consolador, renovador de nuestras vidas. Sí, hermanos, gloria de la Santísima Trinidad. Qué hermosas son las Tres Divinas Personas, qué hermosas son esas Tres Divinas Personas que alientan nuestras vidas, fortalecen nuestras espaldas para poder sostenernos erguidos, firmes como los soldados que están dispuestos a defender sus derechos.

Sí, hijos, todos tenemos derecho a vivir una vida de trabajo laboriosa donde podamos sostener nuestras familias. ¿Cuántos serán los que no tienen? ¿Cuántos los que tienen? No, hermanos, tenemos que pensar en ellos, en tantas familias que muchas veces llegan a nuestros hogares en busca de una palabra, de un consuelo, de una esperanza, de una ilusión, que se les dé trabajo porque no tienen para mantener a sus hijos. Hablo de esto porque realmente estas últimas semanas he tenido contacto con tantas familias deseosas, Señor, de tener una fe sólida, una fe bendita, una fe ciega en el Señor de los Señores, en la Madre de Dios, Jesús y en su Madre bendita, sí, en Jesús, Jesús que cura las heridas, que conforta, que alivia, que realmente nos alimenta con su Cuerpo Místico Sagrado.

Es por ello que ustedes me tienen aquí en busca del aliciente espiritual para tantas almas pidiendo su oración. Es oración lo que necesitamos, una oración seguida por todas las almas, por todos los seres del mundo que no tienen la capacidad de haber podido obtener una carrera, o porque no tuviesen los medios, o porque no tenían una familia al lado, estaban solos, tristes, abandonados porque sus padres habían muerto. Oremos por todos. La oración es el puntal de luz que ilumina al hombre en medio de la oscuridad de la noche y es por ello que la oración nos fortalece, nos da energía y nos da vida sobrenatural porque es Jesús cuando lo invocamos que viene a nosotros, nos abriga, nos consuela, toca nuestros corazones, lo enciende de amor, ese amor bendito suyo, un amor suave, tierno, sencillo, delicado que nos toca profundamente y nos alivia nuestras enfermedades, nos cura y nos ayuda a caminar mejor por la vida.

Es por ello, hermanos, a todos vosotros los invito a la oración, oración continua, todos los días a la mesa eucarística los invito y a tender las manos a los niños, a los más necesitados. A aquéllos que no tienen un hogar bríndeles su hogar, ayúdenlos, por favor, porque está temblando la Tierra, se está estremeciendo de dolor porque el hombre en estos momentos se ha ocupado de sí mismo, la mayoría, no se recuerdan de los que están atribulados porque no tienen un pedazo de pan en su hogar.

Sí, hijos, es por ello que yo me refugio en la oración. La oración es el poder grande que Dios nos da dado para solicitar de su Majestad Sagrada los medios para aliviar a tantas almas que están sufriendo tanto, especialmente los jóvenes, los jóvenes que en estos momentos están estudiando y que, quizás no puedan terminar su carrera porque los padres no tienen los medios.

Hay que extender las manos al estudiante, al alumno, al niño inocente, a todos con sus libros. Tengamos caridad cuando ya vienen los exámenes, que salen de sus exámenes y vuelven otra vez en septiembre a sus estudios… ayudar con los libros. Estoy pidiendo esto porque son tantos seres que están sufriendo ahorita, en estos días porque no tienen cómo comprar los libros, ayudémosles un poquito con lo poco que tengamos, poco o mucho, pero algo, especialmente en esta ciudad, en esta localidad hermosa y bella dotada de gracias especiales del Señor.

¿Qué me dicen de esta universidad, la más bella flor que tienen ustedes aquí? Cuántos se educan y crecen bajo el ala de la Iglesia llevando sus estudios realmente a realizarlos con la coronación sea de su bachillerato, sea de su doctorado, pero llegan, se realizan, trabajan y son útiles a la sociedad humana.

Todos nos necesitamos, todos tenemos que vivir vida verdaderamente dotada de las gracias y facultades del Espíritu Santo. Es por ello que tenemos que pedirle al Espíritu Santo que nos ilumine, que nos ayude a consolidarnos, a extendernos las manos, a unirnos a la oración, a la penitencia, a la Eucaristía. Es la Eucaristía la fuente bendita de todo bien para hacernos justos y dignos de mirar el rostro de Jesús en la Cruz.

Sí, hermanos, yo vengo a convidarlos a que oremos, una mujer, una madre de familia como cualquiera de ustedes, quizás no con una ilustración muy grande, no, no, no, yo no soy nada, yo soy una pequeña mujer del mundo, pero que ama y siente a sus criaturas. Todos ustedes me parecen mis hijos, los veo con amor, con dulzura, con suavidad, no importa cómo lleguen ni de dónde vengan, pero les extiendo mis brazos con amor, con dulzura, ese amor que María me transmite, es ella, mi Madre que lo hace todo con su suavidad, con su dulzura, con su equilibrio porque María es justa, es tierna y puede tocar los corazones.

Yo sé que va a tocar sus corazones en esta noche por sus intenciones, por sus necesidades, por sus hijos, por sus esposos, por los matrimonios que actualmente están sufriendo alguna cosa va la gracia de mi Señora Madre para que se ajusten el esposo con la esposa en armonía tendiéndose las manos, dándose un abrazo, un beso, una caricia que llega al alma, que llega al corazón, haciendo las paces aquéllos que han estado rebeldes porque a veces los hombres se inquietan por no dar la talla en su hogar, por no traer lo suficiente, y la esposa se pone nerviosa porque los hijos… ¿Qué hago? Tengo que darle a mi hijo, necesita el cuaderno, necesita esto, necesita aquello, el vestido, la ropa.

Hermanos, les estoy poniendo el mundo en las manos, ésta es la verdad de todos nosotros, pero qué hermoso es cuando sintamos en el corazón un aleteo bello, hermoso que canta un canto hermoso, enorme, maravilloso que llega al corazón, despertando a ese corazón para gritar, cantando y diciendo: Soy feliz porque mi Dios ha entrado en mi corazón y Él me da todo lo que quiero porque yo lo amo, y porque amo a Su Madre, y amo a mis hermanos de toda la Tierra. Sí, hermanos, es amor lo que necesitamos, es conciencia exacta de nuestros deberes y es la esperanza de todos nosotros.

Entonces, ustedes, quizás estaban esperando una mujer que les iba a hablar de aquello, de lo otro… no. Vamos a la verdad, vamos a la vida diaria, vamos a la casa, vamos a encontrarnos con nuestra familia el domingo, vamos a poner la mesa, vamos a hacer nuestros alimentos, nuestra comida con ilusión todos sentados, y el padre toma la palabra, la madre también y después dice: “Hijo, habla tú, di qué sientes. ¿Cómo te va? ¿Cómo te parece esta convivencia familiar tan hermosa este domingo?” Vamos todos a compartir el pan, vamos a estar alegres y felices.

No importa, hay necesidades, pero esas las vamos a remediar. ¿Por qué? Porque Jesús convive entre nosotros, porque María está con nosotros, porque el Padre Celestial nos mira con ojos de piedad y misericordia, y porque todos nuestros hermanos que tratamos son buenos, generosos, compasivos y nos ayudan con sus consejos muchas veces.

Y así sucesivamente todos los domingos la familia a la mesa. No es que el hijo se va por aquí, el otro por allá. ¿Quién ha dicho eso? La familia debe conservarse justamente el domingo o el sábado en su hogar, con su familia. Bueno, ahorita estamos en los días de sol, de playa – sí, es verdad – pero en los tiempos de escuela, cuando ya van a comenzar las clases hagan esto que les digo les va a servir de mucho y van a ver que en sus hijos el cerebro, esa mente va a discernir este pequeño mensaje de unidad familiar, de amor familiar, de ternura, de consuelo, de esperanza, de ilusiones.

Qué hermosa es la ilusión por pequeñas cosas que nos llegan a la vida; no son los grandes regalos, ni las grandes pompas; son las pequeñas cositas de la vida diaria, son las ternuras de María, son los regalos del Patriarca San José asistiéndonos para ayudarnos, es Jesús, el Divino Señor de los señores que con su sabiduría nos hace sentir su Palabra a través de esta mente que tenemos. Él viene, nos habla y nos ayuda a reconocer cómo somos, qué calidad humana, qué hay dentro de nosotros; nos llama al botón de una manera tan tierna y delicada, de una manera tan hermosa.

Dirán: “¿Cómo Jesús va a venir a mí? No, no puede ser, Jesús está allá.” No, Jesús está en todos nosotros, en cada uno de nosotros guiándonos al lado, defendiéndonos, fortaleciéndonos, ayudándonos con la carga. Jesús es el Amor de los amores de la humanidad entera, Jesús se dio en esa Cruz, Jesús se dejó clavar, recibió una lanza en el costado. ¡Qué dolor, Señor! ¿Qué hemos hecho nosotros hasta ahora, Señor? Te hemos ofendido, Señor, no te hemos reconocido lo suficientemente para poder realmente convivir contigo día y noche. Tú vives con nosotros, pero nosotros, quizás no te hemos sentido por nuestra frialdad, nuestras debilidades.

  • Jesús, yo confío en Ti.

Vemos la divina misericordia de mi Señor en estos tiempos con Sor María Faustina como nos la ha dejado, tal como nos lo dejó con Santa Margarita María de Alacoque como:

  • Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío.
  • Jesús, yo confío en Ti.

Divina misericordia de mi amor, qué hermosas son las pruebas de mi Señor; qué bello es el mundo si nos ponemos a ver el cielo inmenso, las estrellas, la luna, el sol en la mañana al resplandecer. Qué hermoso, Señor, es él, el sol de justicia, el sol de amor, el sol de vida nueva que nos ofrece cada día un despertar, un mañana mejor cada día. Qué hermosa es la vida si nos ponemos a ver los detalles, las pequeñas cositas, a veces vemos cosas… queremos ver cosas muy grandes, cosas que no… soñando cosas así que no son las justas.

Soñemos, sí, pero soñemos que el Señor nos acompaña en nuestros hogares, en nuestras familias, en nuestros colegios, en nuestras universidades, con nuestras religiosas en su santuario allí donde están entregadas ellas día y noche: las Carmelitas Descalzas orando, las Franciscanas orando, todas, las Dominicas, todas, todas, todas las congregaciones de un mundo que tenemos.

Tenemos un Santo Padre el Papa – y vuelvo a repetir el Papa – porque él es luz, es luz en el mundo, en esta hora él va en busca de sus hermanos, él está mediando entre las criaturas, entre todos los pueblos y naciones, nos está ayudando a que convivamos como hermanos, a que llevemos una vida auténtica cristiana, a que seamos útiles a los demás, no: “Yo, yo, yo.” ¿Quién ha dicho eso? Estamos para servir y no ser servidos; a amar, no te aman, no importa, yo oro por él y esa gracia llega a la persona, esa alma despertará y se sentirá realmente renovada y dará lo mejor que tiene por dentro, dará de sí su contributo a la sociedad porque nos necesitamos todos.

Vemos a nuestro sacerdocio teniendo esta tarde esta Misa tan bella, esta noche resplandeciente con un sol de verdad, de amor. Dios les ha dado la gracia a todos ellos. Me han conmovido de una forma tan grande, me han conmovido profundamente.

Ellos son nuestra esperanza en la vida porque son los únicos que tienen el derecho de la absolución de los pecados. ¿Saben lo que significa eso? Eso es lo más grande, Dios mío, son los detalles tan grandes de la vida. Su superior, todos, una belleza, Dios mío, qué belleza, todos, qué hermoso cuando bajaron a dar la Comunión todos en orden, tan bellos, Señor.

Cuando voy a Roma, cuando lo veo así tan bellos en San Pietro me siento aturdida de felicidad; cuando veo que en Caracas, en Betania también donde mi Madre ha venido, donde mi Madre se sigue dando. Cuántos enfermos y tristes llegan allí en busca de salud y ella complaciente con su dulzura inefable, tierna les da una mirada de amor y salen renovados con una fe vivida en el corazón y dispuestos también a vivir una vida como hijos de Dios, como hijos suyos.

Esta es una nueva aparición para reconciliarnos, para unirnos, para ayudarnos mutuamente. No es que yo vivo en Venezuela y ustedes aquí y no hay una comunicación; tiene que haber la comunicación entre las naciones, entre los pueblos nosotros los católicos, apostólicos, romanos, una Iglesia viva, palpitante que llega a lo profundo del alma, nuestra religión. Qué belleza nuestra religión católica, hermanos, ustedes no saben, no tienen una idea; qué belleza.

Yo sé que ustedes están preparados y tienen una cultura vasta, real, pero hay muchos que, quizás no. Yo quiero que todos nos preparemos, que nos adoctrinemos, que leamos las Escrituras, que nos dejemos conducir de nuestro sacerdocio que nos dan su consejo con su sabiduría, que están preparados por la universidad.

¿Ustedes saben lo que significa dentro allí del sacerdocio con todas las cosas? Pueden enseñar; son pruebas fuertes, y pudieron salir ilesos y triunfantes por su fe en el Señor, por la adquisición que hicieron de entregarse para adquirir la plenitud de amor de un Dios en perfección. Santos sacerdotes que nos absuelvan los pecados, son los únicos que tienen el derecho de la absolución de los pecados, no hay más.

Ello me hace vibrar inmensamente porque es la madre la Iglesia, nuestra madre la Iglesia. ¿Tú sabes lo que significa? Es algo tan grande, para mí es la vida, sin ella yo no podría vivir porque es un amor desde niña, Señor. Yo hubiese querido ser religiosa, pero Dios me mandó al mundo a luchar. Qué fuerte cuando has tenido algunos años allí, pasar algunos años allí ante Él y después tener que dejarlo, pero yo lo acepté con humildad, con paciencia, con un gran temor de Dios para no ofenderlo nunca porque es temor de Dios de no ofenderlo a Él. Tenemos que aceptar las cosas con mucha serenidad, con un gran deseo de darle gloria a Él.

Todas las madres con sus esposos: quiéranse, hijos, ámense, sopórtense, ayúdense. Y los hijos, los niños: respeten a sus padres, los jóvenes que quieren salir aquí y allá a veces no ven los peligros que se puedan presentar. Yo no quiero asustarles, yo vengo más bien a darles un mensaje de armonía, de unidad, de serenidad, de esperanza, pero cuídense porque hay muchos peligros en estos momentos que nos salen al paso sin esperar y hay que cuidarse.

Hay que vivir una vida sana, fresca, florida, llena de armonía interior, esa armonía que no te la arranca nadie, que nadie te la puede quitar porque es tuya, tú la adquiriste con el amor que das a los demás, con el amor que das a tu Dios, a tu padre, a tu madre, a tus hermanos, a tu familia, a todo el que se acerca a ti, no dejarlo ir con las manos vacías.

Nunca dejen a nadie con las manos vacías; siquiera un apretón de manos, una mirada con amor, con cariño, con sinceridad, espontáneos, naturales. Dios nos quiere así, Dios no nos quiere allá, una eminencia allá. Él nos quiere tal como somos con nuestras cualidades y defectos, las gracias nos la da porque nos la da y punto, las da y nosotros tenemos también que ser humildes y soportar la cruz con un gran valor, con un gran aliciente en la vida de que todo ello es para ganar almas, salvar almas, muchas almas, muchos seres, hay que salvar al Pueblo de Dios, nuestro pueblo.

Nuestra Iglesia cuánto ha trabajado, cuánto ha luchado, cuántos han dado su vida, sacerdotes que han dado su vida por esa Iglesia, cuántos mártires tenemos en la historia de nuestra Iglesia, cuántos han renunciado a las riquezas, al mundo y han ido ellos allí a purificarse y a dar de sí su contributo a esa madre la Iglesia.

Por ello, yo les ruego a ustedes respetar a esa Iglesia, el respeto a la madre la Iglesia, el respeto a esa Iglesia que es santa, perfecta. Las obras de Dios son perfectas; allí no puede haber desigualdad, no. Todo va correcto, va por un camino correcto; puede haber debilidades de las criaturas, pero todo ello pasa, es momentáneo, tiene que pasar, tienen que salvarse. Y nuestros sacerdotes santos; necesitamos santos sacerdotes que sean auténticos.

Aquí, en esta ciudad hay gente que vale, hay personas que son honestas y dignas porque han tratado por todos los medios de ayudar a su hermano. Debe ayudarse uno al otro, soportarse las fallas y adquirir un espíritu de confianza total en el Señor. Es confianza en el Señor; no es decir que yo tengo fe y no sentir esa fe correcta, fe vivida de cada día. Esto es lo que el Señor nos está pidiendo, sí, hermanos.

Quiero decirles algo: El Señor convive entre nosotros y esa convivencia tenemos que sentirla, tenemos que sentir que Él está porque Él está conviviendo entre nosotros en estos tiempos como nunca, su misericordia es infinita, nos ha salvado de guerras, nos está salvando, por supuesto, hay cosas en algunas naciones, pero el Señor está con nosotros. Sintamos honor y gloria, honra de ser católicos – ¡católicos, hijos! – cristianos verdaderos. No es que yo voy a la Iglesia cuando a mí me conviene o cuando tengo una necesidad; todos los domingos su Santa Misa o el sábado, todos los primeros viernes, los sábados consagrados a mi Madre Santísima, al Corazón Inmaculado de María; los viernes al Sagrado Corazón de Jesús.

Miren, son cosas tan grandes, tan necesarias en nuestra vida interior para completar la obra del Señor en nosotros, nos va completando, Él nos va amalgamando, nos va corrigiendo, nos lleva por aquí, nos lleva y nosotros no nos damos cuenta, a veces sentimos que sí hay algo; sí hay momentos en que por los problemas de la vida y tantas cosas nos sentimos desilusionados.

Nunca se sientan desilusionados, aunque cuando perdí a mi madre me quería morir, lo más grande que yo he tenido es mi madre, ella me dio la vida, pero mi madre… yo pude superarlo, fue un dolor tan grande, ella murió fuera de su patria, de Venezuela. Son pruebas muy fuertes, pero me entregué al Señor y lo amé más y le ofrecí mi vida.

Entonces, mi Madre [la Virgen] me dijo: “Irás de un lugar a otro.” Yo decía: ¿Cómo voy, Madre, cómo voy a hacer, yo no tengo esa gran cultura? Ella me decía: “No te importe, estoy contigo, hijita, yo voy a ir contigo.” Son cosas tan grandes.

Esta noche les estoy abriendo mi corazón, esto es para decirles que es amor lo que siento por todos ustedes. A mí me habían hablado de aquí, de Alburquerque, yo vi en mi corazón un pueblo sano, un pueblo bueno, un pueblo digno. Habrá pequeños problemitas en algunos, pero no todos. Entonces, por eso yo vine por el amor a mi Madre, por el amor a Jesús, por el amor a mi Padre, por el amor a vosotros.

He estado orando todos estos días, antes de venir aquí, yo estaba en la clínica, salí de la clínica como decir hoy y al siguiente día salí de viaje, y le dije al Señor: Voy a ir, tengo que ir; voy, Señor porque Tú me llevas. Yo soy una niña en tus brazos, yo no sé nada, Tú lo sabes todo, Tú me llevas, Señor.

Y aquí estoy. Qué alegría esta tarde en la Santa Misa, una belleza ver todos los fieles. Cada vez que yo voy a una misión, que voy a distintas partes que me invitan, siento el calor de Jesús en mi corazón, es un fuego que me traspasa, es un fuego divino que me llena el alma, que me llega profundo para que todos respiren mejor y se sientan dotados de gracias y facultades para vivir el Evangelio, para ser cristianos verdaderos. Yo los amo a todos.

Es como mi Madre me decía: “Hijita mía, mi Corazón os di, mi Corazón os doy y mi Corazón os seguiré dándoos por siempre. Hijita, levántate y camina; no temas, no temas a nada que yo estoy contigo.” Estas palabras de mi Madre las llevo en mi corazón y hoy se las digo a ustedes para que ustedes también piensen que María, mi Madre les dice: “Yo te acompaño, yo te guío, yo te ayudo, hija mía. Despierta; no temas que aquí estoy yo.” Sí, hermanos.

Entonces, realmente he estado muy conmovida, estoy muy conmovida desde que llegué aquí ayer. La Santa Misa ayer fue bellísima con un sacerdote franciscano; yo los quiero tanto.

Yo estuve con las franciscanas y fue cuando Santa Teresita me dijo: “Saldrás al mundo”, y entonces Santa Teresita me lanzó una rosa muy hermosa cuando veo que mi mano sangraba. Monseñor Quintero que era el Obispo en Mérida en esa época, él acababa de dar la Santa Misa, fue después de la Santa Misa, bueno, yo enseguida fui a hablar con él lo que me había pasado y él me dijo: “Piénsalo bien, hija, si Jesús te llama al mundo, tú tienes que ir a ese mundo.” Y me mandó a Roma directamente, allí fue donde conocí a mi esposo, allí nos casamos en San Pedro donde mi Madre la Inmaculada Concepción el 8 de diciembre y allí bauticé parte de mis hijos, casi todos mis hijos, una sola la bauticé en Caracas.

Mi vida realmente ha sido bella y he querido compartir todas estas cosas con ustedes para que sepan quién es la María Esperanza que se dice una mujer así… No, es una mujer que ama y siente a las almas, a las personas buenas y también a los malos para que sean buenos; y amo especialmente a la Iglesia, la madre la Iglesia – repito, la madre la Iglesia – porque es tan grande y el que verdaderamente se da cuenta de esa historia de esa madre la Iglesia no sería capaz ni por un momento de desagradarla para nada; sino agradarla, amarla, quererla, llevar el mensaje a sus hermanos de que tenemos una madre la Iglesia, tenemos un Papa que es el representante de Jesucristo en la Tierra, tenemos unos sacerdotes, tenemos cardenales, obispos, clero, tenemos de todo, las religiosas, todos están con nosotros… las religiosas orando.

Aquí en esta noche hay muchas religiosas que están orando, muchos sacerdotes orando, orando por nuestro pueblo para que haya la paz, la unión, el amor, unidad fraternal, fraternizando con nuestros indios queridos, con esos pequeños niños que han nacido aquí, que llevan la sangre de sus padres con humildad, con generosidad.

Eso es bello trabajar, hacer un objeto; debemos trabajar con nuestras manos, ponerlas a elaborar con nuestras fuerzas para hacer las muñecas, para adornar nuestras casas. Hay tantas cosas bellas que hacer, tenemos tantas cosas, la vida nos llena tanto cuando nos ocupamos de los quehaceres domésticos. A la hora de la comida: dale y corre; es bello también. Pero cuando preparamos nuestras cosas es tan bello ver la labor, el trabajo que has hecho y presentar lo que hiciste y decir: “Mira, lo que he hecho.” Esto es bello, y venderlo si hay necesidad.

Pero hacer las cosas bien hechas; no hagan las cosas mal hechas nunca, las cosas se hacen perfectas, sino no las hagan. Recuérdense de esto muchachos, ustedes que están aquí: cuando hagan una cosa háganla bien hecha, si la van a hacer torcida; no… perfecta. Dios quiere que nuestras obras sean perfectas. Por supuesto, no somos perfectos, pero tratemos de hacer las cosas mejor: nuestras labores diarias, nuestro trabajo en nuestro hogar, en la compañía donde trabajamos. Si ejerces tu profesión de médico, tratar por todos los medios de dar la vida. Yo adoro la medicina, yo los amo porque los veo como sacerdotes allí dando de sí su contributo.

Aquí también veo toda la comunidad vuestra, es una comunidad hermosa, se los repito, una comunidad donde hay humildad, donde hay generosidad, donde hay presteza admirable en las pequeñas cosas de la vida, es tan difícil ello; las madres, los padres, los jóvenes, los niños es hermoso. He visto cosas hermosas esta noche, ya lo venía viendo, ya los venía siguiendo desde ayer, desde el día que llegué traté de visitar sus casas con mi corazón, con mi mente, con mi Madre para revisar sus casas y estaban limpias, frescas, bonitas, limpias, todo aseado; y muchos estudiaban, los muchachos, unos de preparaban. Sentí una alegría en el corazón. Me vi aquí también y vi a los sacerdotes cada uno en su labor. Cada cosa es tan bella, tan hermosa, pequeñas cosas así de regalos que me hacen tan feliz, por eso, les he abierto mi corazón.

Quiero decirles que desde este momento ustedes van a desarrollar… tenemos facultades, nuestras facultades internas y una mente abierta a la gracia del Espíritu Santo para que obre en nosotros y renueve nuestra sangre, nuestro cuerpo todo, todo, todo nuestro ser, renovados con la gracia del Espíritu Santo, nuestra sangre perfecta.

Los enfermos párense, por favor… la renovación de sus células, la renovación de sus mentes, la renovación de sus brazos, de sus piernas, de su vaso, de su hígado, de su corazón, todos renovados, todos fuertes, todos llenos de vitalidad y energía sobrenatural. Es vida nueva, vida que está entrando, es sangre nueva, son células nuevas, todo nuevo, perfecto, en perfectas condiciones por el amor de Dios, por el amor de María, mi dulce Madre, por el amor de Jesús que curaba a los enfermos, que sanaba, que aliviaba, que fortalecía, que nos daba el aliento divino, el aliento del Espíritu Santo, vida nueva, fuerza, vitalidad, energía, un corazón sano, un corazón libre.

“En el Nombre de mi Padre, Yo los bendigo, hijos míos.

En el nombre de mi Madre, Yo les curo del cuerpo y del alma,

y los guardo aquí en mi Corazón, les guardaré, les guardaré, les guardaré aquí en mi Corazón desde hoy y para siempre.”

Que la paz sea con vosotros, que la luz del Espíritu Santo ilumine sus almas. Están en paz y en armonía con el mundo entero.

  • Ave María Purísima.

Gracias, hermanos.

Es la humildad… yo digo siempre: La humildad es el puente de cristal que nos conduce al cielo; sin humildad no hacemos nada, con la humildad podremos hacer todo.

Entonces, gracias a todos; y gracias, mis sacerdotes; gracias a esta sala hermosa; grande para todas las almas que vengan. Dios los bendiga.

(Aplausos.)