Phoenix, Arizona, EE.UU.

Discurso de la sierva de Dios María Esperanza de Bianchini
Iglesia Mount Claret
Viernes, 28 de abril de 1995

Buenas tardes a todos. Vamos a rezar primero, antes de comenzar a hablarles, las tres Avemarías.

  • En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
  • El Ángelus.
  • Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a vos.
  • Gloria.

¡Gracias!

De nuevo, buenas tardes señores, sacerdotes, religiosas y toda esta comunidad cristiana, almas que han venido en este día ante mi Señor en la Santa Misa para recibir su Cuerpo Místico, alimento de todas nuestras almas para afianzarnos aún más en nuestra fe pudiendo vivir realmente el Evangelio.

Evangelización pide estos tiempos de grandes calamidades para el hombre… incomprensiones, los valores humanos están decayendo, pero hay parte de ese mundo, nuestro mundo, mundo católico, apostólico, romano, universal que está levantándose para poder realmente conquistar a todo ese Pueblo de Dios, un Pueblo que anhela justicia social, que anhela realmente vivir para dar de sí lo mejor.

Hay tantas almas buenas, hay tantos corazones que están sirviendo de manera especial, como vemos a estas pequeñas doncellas del Señor, de nuestra Madre Teresa de Calcuta, a quien aprecio y quiero mucho, ya que tuve la gracia de conocerla en Venezuela, estar con ella y acompañarla al aeropuerto, las veces que fue.      Son cosas que quedan grabadas en el corazón, esas horas vividas allí en el aeropuerto, muchas noches, y en especial una en la que amanecimos con ella para conducirla al avión.

Son recuerdos que quedan, servir a su Señor, a Nuestro Señor, acompañándola en su ardua misión de ángel de luz porque ella es un ángel de luz, comprensiva y humana que ha dado de su vida lo mejor.

Realmente me ha conmovido verlas a ustedes. ¡Qué hermoso es poder servir al Señor como vosotras lo hacéis! Pero no todos estamos llamados, unos tenemos que seguir en el mundo alerta en nuestro peregrinar. Es fuerte el mundo, pero también hay tantos seres buenos, tantas almas comprensivas y humanas que llevan en su corazón a su Dios viviente. Qué hermoso es sentirlo en nuestros corazones, aliviar nuestra llama con ese calor, con ese fuego que llega en lo más profundo de nuestro ser… Humanidad crística, humanidad de Dios.

Él nos ama tanto que se sigue dando en una forma maravillosa; todo lo va guiando para que no nos equivoquemos en el camino, para que seamos justos, humanos y comprensivos pudiendo así obtener la gracia del Espíritu Santo y la caridad. ¡Qué hermosa es la luz del Espíritu Santo, y qué hermosa es la caridad!, o mejor dicho, esas tres virtudes teologales de la fe, de la esperanza y la caridad. Yo creo que es lo más importante, o una de las cosas más importantes en la criatura humana, las tres virtudes teologales de la fe, esperanza y caridad.

Hermanos, todos, especialmente nuestros respetados sacerdotes a quienes amo de manera especial porque son nuestros pastores que nos enseñan, que nos conducen, que nos ayudan, que nos dan la absolución de los pecados. Porque vosotros sois los únicos que tienen el derecho de la absolución de los pecados del hombre, los únicos que pueden elevar a Nuestro Señor para ofrecérnoslos. ¡Qué belleza sin igual! Qué hermosura única, poder tener en sus manos al Señor, este Pan Eucarístico, ese Pan que es Vida y Resurrección del hombre. Y cuando levantan el cáliz, esa Sangre va corriendo por todos los lugares del mundo bañando, limpiando y purificando a todo ser que lo siente y que lo ama, y aún más, a los pecadores para que se conviertan y busquen su Corazón.

  • Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío.
  • Cuerpo Místico de mi Señor, fortalécenos y enciéndenos de ese amor sublime vuestro. Somos pecadores y débiles, pero ¿qué es lo que no puedes hacer Tú?, lo puedes todo, mi Señor.

Me has traído aquí. ¿Cuándo lo iba a pensar yo? Por ello, yo les pido a todos: Vuélvanse pequeños niños. Yo le he dicho: Quiero ser una niña. ¡Yo no sé nada, Señor, simplemente te amo! ¡Te amo, Jesús! ¡Te amo, María! ¡Padre, te doy gracias de todo lo que haces por todos tus hijos de este plano terrenal! ¡Te amo, Espíritu Santo, para que derrames esa luz sobre de todos nosotros!

  • Ven, Espíritu Santo, y envíanos desde el cielo un rayo de tu luz para toda esta gran familia aquí reunida.

Es tu familia, es la fuerza constructiva de hombres y mujeres que se levantan para llevar la fe a sus hermanos, para condicionar sus familias, protegerlas y ayudarlas para que crezcan, para que sepan valorizar lo que significa esa Iglesia Santa que nos has dejado, Señor, piedra y fundamento donde nos apoyamos todos y donde hay un Papa, el gran Papa de Roma, especialmente este Papa, Juan Pablo II, hombre de méritos, sacerdote santo, Vicario que está recogiendo a todos sus hijos de la Tierra, llevando su mensaje de amor, de vida nueva para el hombre, un despertar, una vida nueva, una esperanza, una ilusión, la ilusión de saber, todos nosotros que seguimos a ese pastor, que no estamos solos porque Cristo vive en él, es su representante y ello nos ayuda para acondicionarnos llenos de fe viva, de amor y de paciencia.

Porque a veces, quizás, nos cuesta aprender a sentir en el corazón esa llama, ese fuego de Jesús el cual está compartiendo el Santo Padre con todos nosotros porque Cristo se ha posado en su corazón, en su mente abierta para iluminar nuestras almas para que reverdezcan nuestras vidas y todas las plantas se llenen de flores y vivamos en una eterna primavera de amor, de esperanzas y de ilusiones pensando que nuestras familias van a salvarse todas.

Por supuesto, hemos tenido un gran dolor en estos días por Oklahoma. Fue un dolor grande para todos los que amamos y sentimos a Nuestro Señor, todos los padres de familia, las madres, niños inocentes, pero ellos han ido al cielo, están allá con los ángeles cantando y rogando por sus seres queridos que han podido restar.

¡Oh, dolor grande! ¡Oh, incomprensión del hombre que mata por un puñado de oro, que hace daño! Sí, un daño que queda en el corazón de tantos seres que hemos sentido en pleno corazón el dolor de todos esos seres que sufrieron allí: Unos, la muerte en tan terribles condiciones; otros, restando vivos inutilizados, unos para caminar, otros para ver. ¿Oh, Señor, es posible que estas cosas sucedan en el mundo? Pero suceden porque el hombre no tiene fe, es egoísta, traiciona, está enfermo. Quizás, no tuvieron una dirección en su niñez que los ayudara a vivir realmente una vida en cónsona con la fe.

Cada uno tiene su fe, hay distintas religiones en el mundo, hay distintas cosas que a veces nos separan unos de los otros, pero yo pienso que al tener una fe, una creencia en tu Dios, que amas y sientes lo que te enseñaron tus padres, no tienes derecho en ir en contra de tu hermano porque si somos hermanos no es posible que nos podamos odiar y desearnos daño.

Pero es la vida, hay que seguir adelante, hay que recuperarnos de esta tragedia, de este dolor que Estados Unidos ha sufrido en su propia carne. Vamos a perdonar y a entregarle al Señor todas estas cosas que desorientan y que desajustan la vida social del hombre.

Es por ello, ¡perdónenme que me he emocionado, pero me ha dolido tanto esto! Estuve en esa televisión todo el tiempo, siguiendo los acontecimientos y vi la hermosura de esa reunión tan hermosa donde vino el Señor, Presidente de la República y también todos aquellos personajes, los religiosos. ¡Qué hermoso fue! Los cantos de los niños, de los jóvenes y de las personas mayores fue algo tan bello, tan sublime que yo creo que con ese canto y toda aquella buena voluntad de aquellos seres que se reunieron allí, conquistaron muchos corazones, muchas almas para orar, para mejorar sus vidas, para creer que hay un Dios que existe… y que no se puede ofender en esa forma. Dios los perdone, los que cometieron ese acto.

No quería hablar de estas cosas porque me conmueven mucho, pero sentí en pleno corazón que tenía que decir algo, ese algo que llevaba dentro de ese gran dolor que hemos recibido todos, porque aunque no seamos de Estados Unidos, amamos a la América. Estados Unidos siempre está de pie para servir a las naciones que lo necesitan. Es por ello, tenemos que luchar por este Pueblo de Dios, por esta gran nación que ha combatido y siempre ha ido con tan buena voluntad a salvar a sus hermanos para ayudarlos con la carga.

Gracias, mi Dios, que me has hecho conocerlos un poquito más de cerca, que han podido entrar en mi vida al ir a Betania, y yo también he podido entrar en sus corazones; quizás, no de todos, pero hay un poquito que sí y ello me anima con mi humilde oración, con los pocos o muchos sacrificios que haga, con mi donación personal para poder así haber podido convivir en este día con todos vosotros y en todas las otras ciudades donde he sido invitada.

Gracias, mis hermanos, gracias a todos vosotros de todo esto tan hermoso y tan bello. Verlos a todos serenos, tranquilos, callados, silenciosos, observando, mirando adentro. ¡Qué hermoso es saber que hay un mundo interno de cada ser humano que reflexiona, que piensa, que medita y que ora internamente por todos sus hermanos! ¡Qué bello es todo ello!

Cuando contemplo cada alma, cada ser digo: ¡Señor, qué grande eres, poder mirarnos a los ojos y contemplarnos, mirarnos como verdaderos hermanos, respetando a cada cual! ¡Qué hermoso es respetar a las personas! Con mucha humildad, con mucha sencillez y con un gran deseo de darle una palabra de esperanza, de consuelo, de vida nueva porque cuando alguien nos consuela, que estamos tristes, sentimos internamente la alegría del niño inocente que sólo sabe mirar y sonreír a quien le tiende la mano.

¡Qué hermosos son los niños! ¡Qué bella es la juventud! ¡Juventud jubilosa que canta, que estudia, que trabaja, que desea llegar! Llegar, sí, a la universidad, al seminario, a ser médico para servir a los enfermos.         ¡Qué bello es todo ello! También las personas que se entregan, como los sacerdotes, como las religiosas. ¡Es bello ello!

Mi deseo fue haberle ofrecido mi vida a mi Señor. Él quiso otra cosa y aquí me tienen. Han pasado los años, pero mi amor a Él no cambia, mi amor a Él es continuo, mi amor a Él es infinito, inmenso, grande. Amo a mi esposo, por supuesto, amo a mi familia, pero mi amor a Dios es tan grande que yo quisiera tocar a todos los corazones para que lo sintieran pleno en el corazón con un respeto grandioso, como se merece Él, respeto al Señor y respeto a esa Iglesia.

¡Qué bella es la Iglesia! ¡Cuántos frutos está dando! ¡Cuántas almas se están salvando! No hablemos del que se pierde, de los que se están perdiendo, no; tenemos que hablar de que se está construyendo, que se está avivando el fuego, la llama, el amor de Jesucristo en el corazón de los hombres. Tenemos que decir: Nuestra Iglesia es fuerte, robustecida de fe y de amor… que hayan débiles… no importa, seguiremos adelante aquéllos que podamos tener la fortaleza, sí, entonces, sigamos adelante.

Invito a los sacerdotes para que sigan firmes, coronando sus anhelos y deseos de ser verdaderos santos sacerdotes para poder así conquistar un gran reinado, un reinado que llegue a todos los corazones de la Tierra, aun de los hermanos separados. Somos hermanos y tenemos que unirnos tarde o temprano, y es por ello, hay que darle la mano a quien llegue, no importa cómo venga ni de dónde llegue; lo importante es darle la mano, no dejarlo que se pierda, ayudarlo a acrecentar su fe, su confianza, su humildad, su amor al Señor.

Tenemos que dar, dar cada día pequeñas cosas, aunque no sean cosas muy grandes, sino esas pequeñas menudencias de la vida diaria, aquellas cosas que tú las das porque las das con cariño, con amor y con solidaridad humana. Siempre dar en continuación, sin quejarnos de que nos están molestando, no. Al Señor no lo molestaba nadie, Jesús se daba y se daba y se dio en la Cruz para salvarnos, para purificarnos, para que pudiésemos ser hoy, en estos tiempos de grande calamidades, luminarias que se esparcen por el mundo llevando la evangelización.

Tenemos que estar preparados por nuestros sacerdotes. Yo lo sé que lo están haciendo, ¡pero necesitamos aún más, más, y más para servir!, para donarnos y para encender el corazón de los niños inocentes, de los que crecen y de toda esa juventud jubilosa que ya hablé.

¡Qué hermoso es la juventud! Cuántas esperanzas llevan en sus corazones para dar de sí lo mejor. Es por ello, hay que salvar la juventud a como dé lugar, hay que salvarla de la gran enfermedad que los está dañando en estos momentos y que vosotros saben, no es necesario que yo lo repita. Hay que ayudarlos, recogerlos, ir tras de ellos. No es que ellos vengan… irlos a buscar para que se restablezcan y para que vivan una vida digna y justa.

La dignidad humana hay que respetarla tanto; y es por ello, tenemos que aunar fuerzas constructivas para poder llevar a cabo la gran cruzada mundial en la que el hombre medite y llegue a pensar: “¿Qué he hecho yo hasta ahora? ¿Qué tengo? ¿Qué es lo que puedo ofrecer? Sí, no solamente voy a cumplir con mi familia… yo hice mi misión… ya yo soy esto.” ¡No!, es que hay que trabajar continuamente; no podemos quedarnos restados allí, silenciosos esperando, no. Es ir tras el dolor, es ir tras los que nos necesitan, es ir en busca de los más pobres y necesitados, y de los enfermos.

¡Cuánto consuelo se puede dar a un enfermo! Cuánto alivio se puede dar a una madre cuando su hijo se ha ido en pos del pecado, dañando, turbando la paz de los otros hermanos o amigos que tengan.

Tenemos que pensar en todo ello, y también tenemos que pensar en nuestros hermanos separados; tenemos que orar mucho por ellos, tenemos que realmente recibir, si es posible, cada día los sacramentos. La Eucaristía, la Santa Misa que no nos falte a nosotros los que sentimos a Cristo, es nuestro alimento, es nuestra vida sobrenatural, es nuestra esperanza y nuestra ilusión en el futuro de esa juventud que sean hombres del mañana y cuántos se salvarán.

Es por ello, esta invitación a la oración, oración y siempre oración; meditación, es tan necesaria a nuestra alma; penitencia: Miércoles y viernes; y Eucaristía cada día si es posible. Es la Eucaristía nuestro pozo de amor, de refrigerio, de esperanza, de luz radiante y de vida nueva. Cuando recibimos a Jesús, Él nos llena de una alegría inmensa que deseamos compartirla con todos los demás que nos están cerca. No dejemos la Eucaristía, les digo a los jóvenes: No dejar la Eucaristía, ella es la esperanza de la humanidad, el Cuerpo Místico de mi Señor alimentándonos, fortaleciéndonos y enseñándonos a caminar por la vida serenamente, con un espíritu de soportación en todas las ocasiones que, quizás, nos preocupen o nos mortifiquen.

Vamos con Él y si vamos con Él ¿qué nos puede faltar?, porque lo tenemos a Él lo tenemos todo… tenemos donde acudir. Sí, los hombres nos consuelan, nos ayudan, nos pueden decir una palabra que nos conforte, que nos alivie en nuestros dolores, pero con Jesús, estrechamente todos unidos a Él en la Eucaristía, podemos ser campeones de justicia y de libertad en esta sociedad humana.

Al decir libertadores quiero significar que es la hora de concientizar al mundo que está llegando algo muy hermoso y muy grande, Jesús se está haciendo sentir pleno en el corazón del hombre de hoy. Tantas pruebas que nos ha dado, la inteligencia del hombre, cuántas cosas bellas ha descubierto la medicina científicamente, cómo está adelantada y sigue adelante. Tenemos que darle gracias al Señor de esta motivación tan hermosa de mirar que todas las cosas se están adquiriendo cada día, el adelanto necesario para un futuro promisor.

Entonces, hermanos, mis respetados sacerdotes y religiosas, yo no soy nada, olvídense de mí, yo soy una mujer como todas, madre de familia con las necesidades diarias de cada familia y con las cosas buenas de toda familia, pero que hay mucho amor, y es el amor lo que me tiene aquí, es la dulzura de mi Madre, es la suavidad de María, es esa fuerza de ella, tan sencilla, tan humilde, tan honesta.  ¡Qué dignidad la de María!

Le digo: ¿Madre, quién soy yo? No soy nada, soy una pobre mujer, pero tú la estás formando a ser una mujer mucho mejor todavía. Quiero mejorar mi vida y dame mucha humildad, y te pido cada día más humildad, humildad y siempre humildad, y un gran coraje, eso sí para no perder la calma cuando lleguen los problemas.

Es por ello, hermanos, aquí estoy. Cuántas gracias le doy a Monseñor en este día en la Santa Misa con todos estos santos sacerdotes. Me siento tan llena de amor, un amor infinito que me transmite mi Madre como diciéndome: “Hijitos míos, mi Corazón os di, mi Corazón os doy y mi Corazón os seguiré dándoos por siempre. Mis pequeños, atiendan al llamado de nuestro Pontífice para que os unáis cada día con mayor intensidad y podáis, de un salto mortal, ganar la batalla de los fines de siglo.”

He aquí, el porqué de un gran acontecimiento que está llegando cuando el hombre comenzará a pensar: “¿Señor Jesús, acaso Tú convives entre nosotros? Lo sabemos, estás en la Eucaristía, pero te siento aquí, muy cerca, eres Vos, Señor, que nos estás llamando a reflexionar y a vivir realmente el Evangelio.” Vamos a vivirlo, dejando todo para ir en busca de nuestros hermanos, para que todos unidos formemos un gran batallón, grandioso que toque todos los corazones de la Tierra y los corazones se ennoblezcan llenos de gratitud a vuestra merced celestial, Padre de la Misericordia y Jesús, dispensador de los bienes celestiales.

  • Oh, María, Madre mía, os pido humildemente piedad y misericordia de todos nosotros.

Gracias, muchas gracias a todos.

Y este templo es tan puro con Jesús Sacramentado; aquí está mi Señor. Esto ha sido para mí un gran regalo, estas cosas recogidas donde uno siente a su Señor y, quizás, pierde el orden de la vida del mundo para encerrarse a convivir con Él sencillamente. Los felicito a todos, tienen aquí, realmente algo hermosísimo: Jesús con sus doce apóstoles.

Sigamos orando y pidiendo al Señor nos dé mucha humildad, mucha paciencia y mucho temor de Dios. No el temor de que nos castigue, no, sino el temor de no ofenderlo nunca. Y cuando vayamos a decir una cosa que pueda herir a los otros, no; debemos temer de no ofenderlo a Él porque estamos ofendiéndolo, porque ofender a un hijo suyo, es ofenderlo a Él.

Seamos muy cautos y seamos muy correctos, muy sencillos y obrando con rectitud… es la rectitud con que vivió Jesús en el mundo. Y cuánto se dio y se sigue dando para que nosotros sigamos sus pisadas, quizás, algunos no lo merecemos, estamos en este mundo combatiendo y es tan difícil que nos puedan comprender a veces, pero tenemos que seguirlo, descalzos, pisando en la tierra firme de la Nueva Jerusalén Triunfante.

Que Dios nos guarde a todos y nos bendiga.

Gracias, mis sacerdotes, amo mucho a los sacerdotes. Para mí, son lo más sagrado porque son los pastores con que mi Jesús cuenta para salvar este mundo. Pidamos por nuestro Santo Padre, el Papa, por su generosidad, por su compasión, por su ternura y aun más por su obediencia. ¡Qué obediente es el Santo Padre! Qué fidelidad la suya, defendiendo los derechos del hombre, defendiendo esas Escrituras, esos Evangelios, viviéndolos y dándolos a conocer mejor. Que Dios lo guarde y le dé vida sobrenatural.

Y que Dios me le dé la vida a nuestra Madrecita Teresa de Calcuta, vida sobrenatural sobre de ella también.

Necesitamos vida sobrenatural, es la vida que Dios da a las criaturas y en este día pido para todos, vida sobrenatural; mucha alegría, la alegría del niño inocente; la paz del justo y la libertad de los pajarillos chicos cuando alzan el vuelo hacia la inmensidad, hacia la inmensidad del cielo azul.

Gracias a todos. Dios los guarde a todos y bendíganme los sacerdotes. Necesito mucha oración; no es que yo esté muy bien de salud y por eso apuro el paso para poder llevar a cado lo que mi Madre me ha pedido: “Id, hijita, de un lugar a otro.” Y yo le decía: ¿Madre, y cómo lo voy a hacer, tendré que prepararme? “Ve, hijita, ve. Yo me encargo del resto. Estad tranquila, serena, alegre y feliz como una niña en los brazos de su Madre.”

Gracias a todos.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]