South Plainfield, Nueva Jersey, EE.UU.

Discurso de la sierva de Dios María Esperanza de Bianchini
Iglesia Sagrado Corazón de Jesús
Viernes, 22 de septiembre de 2000

  • En el Nombre del Padre del Hijo y del Espíritu Santo. Amén
  • Ven, Espíritu Santo y envíanos un rayo de tu luz.

Buenas noches a todos.

TODOS: Buenas noches.

Realmente estoy emocionada de ver un público hermoso, bello y florido: ancianos, personas mayores, madres, padres, hijos. ¡Qué hermosa es la vida! ¡Cuánto nos ha dado Dios! Una familia, nuestra familia, vuestra familia; somos familias enteras buscando a Jesús para encontrarlo. ¿Dónde? En la santa madre la Iglesia donde está Él, Jesús está en silencio allí en el sagrario curándonos, observándonos, siguiendo nuestras pisadas, nos va siguiendo silenciosamente, calladamente con un amor infinito, dulce, tierno y delicado como la brisa que viene de las montañas, del Monte Sión.

Sí, hijos míos, hermanos míos, estoy conmovida, emocionada y realmente feliz, feliz al ver este pueblo, Pueblo de Dios. Somos Pueblo de Dios, un pueblo que ansía estar junto a su Señor, junto a María, junto a esa Iglesia santa donde Jesús en el sagrario nos va alimentando espiritualmente hasta llegar nosotros a la Iglesia y recibirlo en nuestro corazón, porque Jesús va directamente a nuestro corazón para tocarlo, para tocar ese corazón, endulzar, suavizar el estrés que tengamos y podamos así sentirnos serenos, tranquilos con el corazón puesto en Él.

  • Sí, Jesús, nuestro corazón está en tu Corazón. Todos los corazones de estas almas vibran de emoción por sentirte, Señor, por recibir tu Palabra, por recibir una mirada vuestra, el aliento vuestro, la vida vuestra junto a la nuestra, unidos, Señor, por ese amor infinito con que nos has colmado de gracias. Sí, Jesús, te amo; Señor, te amo tanto, Jesús, es un amor infinito, dulce, suave, tierno, delicado.
  • ¡Cómo quisiera dar mi vida por Ti, Señor! Una vida más, una vida al servicio de los demás. Sí, Jesús, qué bello es servirte y amarte y hacerte reconocer de todos tus hijos de la Tierra para que se salven. Se salven de las guerras, del dolor, del llanto y la muerte; la muerte cuando toca las puertas de su casa.
  • ¡Oh, Señor, Jesús! Ve a tu pueblo, un pueblo que ansía amor, justicia, calor humano, ese calor que nos das, Jesús, es un amor infinito, dulce, suave, cálido. ¡Oh Señor, qué hermosura de alma la tuya, Jesús! Eres el alma de Dios; tu Padre en Ti, Tú en tu Padre en una sola Persona. Cómo vibran de luz estas almas, reflejándose la nuestra. Qué amor tan grande, Señor. ¿Cómo poder cantarte, alabarte en las grandes asambleas del mundo de que Tú eres Jesús, el Hijo de Dios, que viene en estos tiempos a buscarnos, a liberarnos de las cadenas del pecado, del dolor del hombre que ha sufrido tanto?
  • Oh, Jesús, Ven, Señor Jesús, ven a cada familia esta noche en sus hogares. Anda, visítalos, remédiales sus necesidades, remédiales todas sus intenciones; todo lo que te pidan dáselos, Señor; lo necesitan tanto. Somos una porción tuya, Jesús, y Tú nos amas con el calor, ese calor suave y tierno, pero que quema en el corazón porque es llama, es fuego, es vida sobrenatural. Qué aliento tan grande, Señor, qué verdad tangible y pura la tuya, Señor.
  • Señor, Jesús, gracias te doy por esta noche, por este día, por estos sacerdotes, tus hermanos menores que te siguen, que te aman, que dejaron sus hogares, que dejaron sus casas, que dejaron sus familias para seguirte, Jesús, al pie del sagrario allí. Infinitamente Tú con ternura nos miras, nos das el aliento de vuestro Corazón. ¡Oh, Aliento Divino de Jesús, alienta este corazón mío para seguir adelante llevando el Evangelio! Sí, Jesús, llevando el Evangelio por todas partes del mundo.

No importa cómo lleguen, de dónde vengan las almas, lo importante es darles una mirada de ternura, de amor… una mano extendida. Cúrate, hijo, sana tus dolencias, alivia tus dolores, pero pide, pide al Señor que te renueve por dentro para que así puedas sentirlo.

  • Sentirte a Ti, Señor, en sus corazones, en sus almas, en sus vidas.
  • ¡Oh Jesús, qué amor grande es el mío, soy tan pequeña, Señor, como una niña inocente que no sabe nada del mundo y me entrego a Ti! Me entrego, Señor, con la dulzura y la suavidad de una niña de 7 años que aprendió a amarte, Señor, y a sentirte. Estoy casada, sí, Jesús, Tú lo quisiste así, pero yo quise darte mi vida con las hermanas, con las monjas, con las franciscanas pero Tú me llamaste al mundo para enfrentarme con ese mundo, Señor, fuerte, firme, robusta pero llena de caridad a mis hermanos.

Yo quisiera que esta noche cada uno aquí sienta la sonrisa del niño inocente en su corazón, de Jesús, el pequeño Niño Hijo de María de Nazaret, de José de Nazaret, que vaya a sus hogares, que vaya a sus casas y sientan el calor efervescente del amor de Dios, del Creador de cielos y tierra, un gigante que nos viene a salvar, que nos viene a socorrer, que nos viene a dar vida sobrenatural.

¿Saben lo que es la vida sobrenatural? El calor y el amor de Dios que nos da vida, que nos da fuerza, que nos da energía; aunque te estés muriendo seguir de pie y firme como los soldados que van a la batalla a pelear la guerra, porque esa es la vida del cristiano, del que ama y siente a su Iglesia, del que ama y siente a su Iglesia santa, sus santos sacerdotes, sus religiosas, las familias cristianas.

Él siente a todos, porque Jesús, Él, convive entre todos nosotros de la manera más natural, Él vive en todos sus hogares, en todas sus casas; Él no es inalcanzable, un Señor que no se puede tocar, no; Jesús está entre nosotros, cuidándonos, cuidando nuestros pasos, esperándonos, dándonos la mano: “Ven que te quiero consolar, hijo mío, abre tu corazón y recíbeme que Yo estaré contigo siempre, siempre.” Así nos dice el Señor.

Seamos humildes, hermanos. La humildad es el puente de cristal que nos conduce al cielo, sin humildad no hay nada que hacer, con la humildad lo podemos hacer todo. Humildad, humildad, con sencillez de la mano del Señor como niños, como pequeños, niños pequeños alrededor de su madre, diciéndole: “Mamita, dame este dulcito, dame un caramelo.” Y la madre enseguida le da el dulce al niño porque quiere que ese niño se sienta feliz. Ello nos da alegría, paz, armonía para con nuestros hermanos, armonía, llenos de paz, de serenidad con un gran espíritu fuerte, firme, decididos al trabajo, a la batalla de la vida diariamente, frente a su trabajo, frente al amigo, frente a todos, sin mirar atrás… siempre presente el Señor entre nosotros, siempre Jesús viéndonos.

¡Jesús es tan grande, es inmenso, es omnipotente, es el Salvador del mundo! Yo me pregunto: ¿Cómo hay personas que no creen? Yo no creo. ¿Cómo me vas a decir tú que no se dan cuenta de la belleza que tenemos? El Salvador del mundo, el gran Salvador del mundo, Jesús de todos los tiempos, Jesús que nos da su Corazón a todos para tocarnos, para avivar la llama de ese corazón para que ese corazón sienta ese impulso hacia el amor, de un amor abrasador, lleno de ternura por dentro. Fíjense ustedes: de abrasador a lleno de ternura. ¿Saben lo que significa ello? Abrasa y al mismo tiempo endulza, es tierno, es delicado y suave, lo podemos tocar, lo podemos sentir, está entre nosotros. Sí, hijos, hermanos míos, entre nosotros: ancianos, jóvenes, abuelas, tíos… una gran familia, la familia de Dios, la familia de Jesucristo, la familia del mundo entero.

Somos una gran familia, la familia universal que puede hablar, que puede decir lo que siente porque sientes al Señor; si lo sientes a Él, sientes al mundo que lo tienes en la mano suave, generoso, lleno de ternura.

Es un mundo nuevo lo que estamos esperando, un mundo donde todos nos amemos, dándonos las manos, reflexionemos pensando:

  • Señor, si yo amo a mi hermano, podré recibir tu amor, un amor inmenso para que todos nuestros hermanos del mundo se salven.

Salvar almas; salvar un alma debe ser nuestra más cara ilusión, porque salvar un alma es salvar una vida, una vida que puede servir con un pensamiento… hay muchas cosas buenas que se pueden hacer en la vida.

Sí, hermanos, no esperen de mí grandes discursos, no, es una mujer-madre, una madre que ama que conoce al Pueblo de Dios, muchas almas he visto, gentes de toda clase social.

[…] hacer la señal de la cruz, diciéndole al Señor:

  • Señor, ven a nuestros hogares y ven a vivir entre nosotros para que haya la paz, la unión, reinando el amor por siempre.

Entonces, sentirán ustedes una paz, una armonía y una alegría infinita, tierna y generosa que van a sentir una conmoción posiblemente, porque Jesús está entre nosotros, no lo vemos, pero sí podemos sentirlo porque Él consuela nuestras almas y edifica en nuestros corazones un gran templo para que vivamos realmente el Evangelio.

Evangelización necesitan estos tiempos, todos tienen derecho a llevarlo, todos, para eso estamos aquí: madres de familia con sus hijos, los padres; todos. Hay que llevar la evangelización a los pueblos y naciones para que se salve el mundo, las naciones, no haya guerras; hay que detenerlas a como dé lugar para que así podamos vivir en paz y en armonía con el mundo entero.

Los enfermos recibirán la gracia del Espíritu Santo bañando sus almas, purificando sus corazones y su cuerpo totalmente nuevo, renovado completamente. Tengan confianza en ello.

Yo no soy nada, una pobre mujer como cualquier otra, pero que ama y siente a sus hermanos y siente sus dolores, sus angustias y sus pesares. Por eso estoy aquí, agradecida inmensamente del Padre que me invitara.

Entonces, yo les pido un momentico si ustedes se pueden parar. Entréguenle a Dios en este momento todas sus intenciones, todos sus deseos, todos sus males, enfermedades, lo que tengan, entréguenselo al Señor, a Jesús en el sagrario, al Santísimo Sacramento del altar:

  • Señor mío y Dios mío, Señor mío y Dios mío, Señor mío y Dios mío.

En el Nombre de mi Padre, Yo los bendigo, hijos míos;

en el nombre de mi Madre, Yo los curo del cuerpo y del alma

y los guardo aquí en mi Corazón, los guardaré, los guardaré,

los guardaré aquí en mi Corazón desde hoy y para siempre. Amén.

Que la paz sea con vosotros y que la luz del Espíritu Santo ilumine sus almas, están en paz y en armonía con el mundo entero.

  • Ave María purísima.

Que Dios los bendiga a todos. Váyanse serenos y tranquilos a sus hogares que van a sentir algo nuevo, algo que no tenían: la paz completa, la serenidad, una alegría íntima como de un niño, una alegría interior, una serenidad. Y las angustias que tengan… todo mejorará; el que tenga problema de cualquier tipo, todo eso va a ceder. Van a ver un cambio en ustedes mismos y en sus vidas, ustedes mismos se van a sorprender. Yo no soy nada, pero sé que Jesús no me hace quedar mal, Jesús sabe lo que hace y por qué me ha traído aquí.

Dios los bendiga a todos, que Dios los guarde.

  • En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

Que la paz sea con vosotros.

TODOS: Y con su espíritu.

Recuerden algo: la humildad. Ya lo dije, hay que silenciar ahorita, hay que desarrollar los actos de humildad. La humildad es el puente de cristal que nos conduce al cielo. Como comencé, así termino.

Que Dios los bendiga, Dios los guarde y bendiga.

Gracias al Padre, gracias a todos vosotros, gracias a este pueblo, gracias a todas las familias que han venido. Pero ustedes van a sentir algo nuevo, se van a sorprender, no se asusten que todo es bueno, las cosas de Dios son maravillosas. Nos da la alegría, nos da la esperanza, nos da la ilusión y nos da los medios para nuestra familia, nos da todo… para los estudios de sus hijos, todo. El que no tenga fuentes de trabajo, va a tener su fuente de trabajo; el que tenga un problema que no se le soluciona, se le va a solucionar, todo, todo, todo. Se van a sorprender, tengan confianza.

Las cosas de Dios son tan sencillas y uno busca explicaciones y no las encuentra porque solamente Él lo sabe, nosotros no sabemos nada, somos como niños.

Seamos niños, vivamos en paz y en armonía con el mundo entero.

  • Ave María purísima.
  • En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.