San Isidro, Buenos Aires, Argentina

Discurso de la sierva de Dios María Esperanza de Bianchini
Droguería del Norte S.A.
Sábado, 17 de junio de 2000

   El Ángelus.

   Gloria.

   Ave María Purísima.

Buenas tardes a todos.

Gracias de estar presentes, gracias, muchas gracias.

Realmente estoy conmovida, me han llegado al corazón: madres, padres, hijos y especialmente sacerdotes y religiosas con un corazón de amor, de un amor infinito, tierno, delicado, suave para decirles que el Señor convive entre nosotros de la manera más natural; no lo vemos, quizás, pero sí sentimos su calor, su fuego, su amor, su ternura y nos da la esperanza de vivir vida auténtica cristiana. ¡Qué hermoso es ser católico, qué hermoso es ser cristiano, amar a Cristo, llevarlo en el corazón!

   Oh Jesús, cuánto nos amaste y nos sigues amando brindándonos todo el calor, el fuego de tu amor.

   Oh Corazón vivo de Jesús, vivifica nuestras almas, acrisola nuestro espíritu y danos la fe vivida de cada día.

Y digo la fe vivida de cada día, porque la necesitamos tanto. El mundo tiene ansias de calor, del calor del Señor, del calor del amor de María, del calor del amor de todos aquéllos que dieron sus vidas por Jesús siguiéndolo, amándolo, conservando en su corazón la dicha de poderlo tener allí guardado en su pecho. Cuántas religiosas, cuántos sacerdotes, cuántas almas lo han dado todo: nuestros Papas, el gran Papa de Roma.

Qué feliz me siento con nuestro Papa actual, Juan Pablo II, que ha dado vida sobrenatural a todas las almas; y digo vida sobrenatural, porque su palabra conmueve, llega a lo más profundo del corazón de los hombres, mujeres y niños, ha conmovido la Tierra, la ha removido, ha ido de un lugar a otro llevando su palabra, la Palabra de Jesús, la Palabra de nuestra madre la Iglesia, madre la Iglesia. Qué grande es la madre la Iglesia. Cuando digo madre la Iglesia me siento llena de Dios verdaderamente, porque ella es grande y poderosa, y sublimiza el alma de quien la siente, la quiere, la ama.

   Oh, Señor, cómo nos dejaste esa madre tan grande, madre la Iglesia donde todos podemos ir los domingos, los sábados, los viernes, si es posible cada día a recibir al Señor, el Cuerpo de Cristo, su Pan, su Cuerpo místico allí en el nuestro alimentándolo, confortándolo, dándole calor y vida sobrenatural.

Yo le pido al Señor que me dé vida sobrenatural con mucha humildad para poder seguir adelante viviendo el Evangelio, siguiendo los pasos de todos aquéllos que dieron su vida por Él. Cuántas almas se han dado, cuántas personas sacrificadas con dulzura, suavidad y ternura han aceptado todas las pruebas de la vida, todas las persecuciones, todos los dolores. ¿Por qué? Porque aman a su Señor, a Jesús vivo y paciente, humilde, generoso y compasivo con todos sus hijos.

Es por ello, que estoy aquí, hermanos, quizás mi salud no está muy florida, digamos en estos momentos, pero el Señor dará fuerza, da la gracia del amor, de la paciencia para aceptar las cosas como vengan y da la esperanza. Yo vivo de esperanzas, mi vida no ha sido una vida muy fuerte, digamos, robustecida, no, yo he sido delicada toda la vida, pero así he ido por el mundo porque el Señor me lo ha pedido así y por eso estoy aquí.

Oh, pueblo de Argentina, los amo; Buenos Aires, los amo; toda la América Latina; toda la América del Sur los amo a todos, los amo porque Jesús los ama a todos y tenemos que amar todo lo que Él ame, todo lo que Él quiera, todo lo que Él desea; tenemos que seguir sus pasos, su Palabra, su Palabra de amor: “Amaos los unos a los otros como Yo os he amado.”

  • Ay Jesús, el amor es tan grande, tu amor es tan infinito, tan tierno y delicado que suaviza nuestros corazones, embelesa nuestras almas, aquilata nuestra fe, conforta nuestro espíritu nos da el ansia de poder vivir el Evangelio cada día más y más aceptando todas las pruebas de la vida, todos los dolores que se presenten, todas las inquietudes y fatigas.

Es por ello, cuántas almas estarán aquí también sufriendo: problemas de familia, problemas del hogar, problemas de trabajo, problemas de salud, pero todos van a recibir su calorcito en el corazón en este día, un fuego, una llama, una gracia especial de mi Señor.

Yo no soy nada, hijos míos, yo soy una pobre mujer como cualquier otra que ama y siente a su Señor, que ama y siente a sus hijos de todas las razas, de todos los pueblos, de todas las naciones, que ama y siente especialmente a esa madre la Iglesia con su sacerdocio, con sus monjitas, con todos aquéllos que lo dejaron todo, y a un Papa que nos guía, que nos consuela, que nos conforta, que nos anima a seguir adelante.

   Oh Señor Jesús, consérvale la vida al Santo Padre, Juan Pablo II.

Él está entregado en las manos del Señor. ¡Qué alma!, como una rosa dulce, suave y delicada; y su corazón qué tierno, qué bueno, qué dulce.

  • Oh Señor, qué caricia tan grande le has dado dándole esa voluntad de hierro y fortaleza para seguir adelante y cuánto le estás dando a tu sacerdocio.

El sacerdocio es lo más importante de la vida nuestra, de los católicos. ¿Por qué? Porque el sacerdote da la absolución de los pecados, es el único que tienen derecho a ello, pueden ser las personas muy buenas, pero son ellos, estuvieron ellos en el seminario hasta que se graduaron, siguieron sus estudios y lo dan todo, todo lo dan para aliviar las almas en los confesionarios, confortar los espíritus tristes, abatidos por la vida, los enfermos. ¡Qué cosa tan grande es el sacerdocio cuando pienso que lo dejan todo!, dejan su madre, su padre, su familia para asirse al Señor en medio del Pueblo de Dios, de ese pueblo suyo para dar de sí lo mejor, su contributo espiritual a las almas. Cuando está muriendo un paciente, una persona, ¿quiénes son los que consuelan esa alma que está muriendo? El sacerdote.

Entonces, yo diría, amemos a nuestros sacerdotes, amémoslos como alguien muy especial, comprendámoslos, seamos muy humildes, seamos generosos, seamos compasivos para poder entender si acaso no hemos podido discernir lo que significa un sacerdote. Son lo más grande, sí, hijos míos; sí, hermanos míos, porque ellos dejaron a sus padres, a sus madres, todo lo dejaron, se fueron a un seminario a estudiar por años, después tienen que ir de un lugar a otro donde Dios los manda, donde Dios los pone para dar la Palabra del Señor y la fe en el corazón de los hermanos, porque ellos son los que nos han enseñado. Por eso, yo amo al sacerdocio, a todos los sacerdotes del mundo y todos los días en la Eucaristía los pongo allí, ante del Señor y le digo:

 

  • Señor, aquí están tus hijos, los batalladores.

 

Y digo batalladores, porque son los que batallan con el mundo, con un mundo impaciente, quizás porque quieren saber las cosas: “¿Qué pasa con este cura, qué pasa con el otro, qué pasa? Entonces, ellos necesitan mucha humildad, mucha paciencia, mucho temor de Dios… humildad.

Yo creo que la humildad es el puente de cristal que nos conduce al cielo, sin humildad no hay nada que hacer, nada… las grandezas… todo cae. ¿Por qué? Por la soberbia. Por eso yo les pido a todos: Seamos humildes, hermanos, humildes, sencillos, temerosos de ofender al Señor, temerosos de ofender a nuestros hermanos, temerosos de hacer las cosas bien hechas como tienen que hacerse cuando tenemos que hacerlas. Hagan todas las cosas con mucho amor, con mucha sencillez, con mucho cariño; todo lo que hagan, – sus trabajos, sus estudios los muchachos en la universidad, los niños en sus colegios – todos esos trabajos preséntenlos hermosos, bien bonitos, bien limpios, pulcros con la sencillez, sí, del niño, del niño inocente que está haciendo aquello con calor, con amor.

A veces el niño nos pide un juguete y se lo damos, ellos aman aquel juguetico, les parece lo mejor que le han regalado en la vida y se complacen en enseñarlo a sus padres: “Papá, mira mi juguete.” Son pequeñas pinceladas de la vida diaria de todas las familias del mundo con sus hijos, con el calor del amor de sus hijos, con el calor del padre, la madre con su esposo.

¡Qué bella es la familia, qué hermosa es la familia! Empéñense, jóvenes, en amar a su familia, en amar a su gente, a sus amigos, a sus seres queridos, sean fieles, sean prudentes, sean justos, dignos verdaderamente de tener una amistad conscientes de que son sus hermanos de camino también. Porque cuando tú tienes a una persona al lado es como un hermano en quien tú confías, con quien tienes que hablar, decirle quizás tus cosas, y aquella persona te escucha y te ayuda a discernir cualquier cosa que no está clara.

Nos necesitamos todos, todos nos necesitamos, todos tenemos que ayudarnos mutuamente, todos tenemos que confiar en esa providencia divina del Señor que nos viene a tocar para que seamos fieles a nuestra madre la Iglesia, madre de la Iglesia para mí son las palabras más grandes: madre de la Iglesia, mi madre que me ama, mi madre que me ayuda, mi madre que me sigue, mi madre que me acompaña, mi madre que me hace hacer bien las cosas cuando tengo que hacerlas: un trabajo que tengo que hacer y lo hago bien. ¿Por qué? Porque mi madre me ayuda, porque mi madre está pendiente, la madre de la Iglesia.

Hijos, muchachos, cuando vayan a hacer un trabajo, cualquier cosa, piensen en la madre la Iglesia, piensen en ella que ella les dará la fortaleza, les dará el amor, les dará la luz y el conocimiento de lo que tienen que hacer. Les digo esto, jóvenes, porque en realidad ustedes están comenzando la vida y tendrán que trillar mucho en el mundo para poder ocupar un puesto, no un puesto político o un puesto grande, no, no, pero sí digno donde ustedes puedan trabajar haciendo el bien y reconociendo a las personas: cuáles son tus amigos y a quién tienes que tener a tu lado. Digo esto porque – hablo generalidades – porque en verdad necesitamos a todos, todos nos necesitamos, todos tenemos que acudir a alguien siempre para lograr las cosas, para llegar a convivir vida auténtica cristiana de los hijos de Dios. La convivencia, esto es una convivencia, no sé si me puedan entender algunas personas.

No esperen de mí cosas fantásticas, no, soy una humilde mujer que ama y siente a su Señor y su Señor le ha prestado su amor, le ha dado su amor en diferentes oportunidades y su Madre Santísima también; los amo y los siento de una manera muy grande, tan grande que no hay palabras para expresarlo… Jesús, María.

  • Ay Jesús, Corazón Vivo de Jesús que tu Corazón penetre en el corazón de todos tus hijos para que esos hijos despierten a la luz de la verdad, del conocimiento de que hay una Iglesia y de que esa Iglesia hay que seguirla a como dé lugar, respetar los mandamientos de la Ley de Dios y amar a sus hermanos, a su familia, a todos… amar, amar sin cansarnos, amar dándonos en nuestras labores, en nuestro trabajo… amar, amar, amar al mundo, amar a los hombres, amar a las criaturas, amar a la naturaleza: las aguas, los ríos, las montañas… amar todo, todo lo que sea posible.

Bueno, hermanos, ahora – como dije – estoy aquí porque el Señor lo ha querido así, estoy aquí para expresar con mi corazón lo que siento por este pueblo, por esta ciudad, por estas gentes. Desde niña quise mucho a Argentina, sin conocerla todavía, después tuve la oportunidad de conocerla; fue un viaje de 3 días solamente y me pareció maravillosa. Fui a la Catedral – fueron mis visitas a las Iglesias: a la Catedral de Buenos Aires – a visitarla, me pareció una belleza, una dulzura; sentí un aliento profundo, vivido, tangible y puro que me llegó al corazón. Desde ese momento los comencé a amar a ustedes, a todos y a pedir por todos ustedes hasta este día que me ha traído de nuevo.

No sé que quiera el Señor, pero Él quiere que todos nos amemos, es lo que creo yo, que nos amemos, que nos soportemos, que nos ayudemos mutuamente pueblos enteros, ciudades con ciudades, hermanos en una hermandad maravillosa y divina, una hermandad pura y generosa, compasiva, con la esperanza de que todos seamos hijos de la misma Madre – y lo somos – de María Santísima. Cuando nos amamos, cuando nos damos las manos allí está la Madre Santa para apaciguar los ánimos si están tristes y para alegrarlos cuando hay que dar la alegría y las bienaventuranzas a las almas justas.

Ahora, va mi palabra a los sacerdotes: ¡Qué grande es ser sacerdote! Es lo más grande, no existe en el mundo… servir en continuación, sirviendo en continuación… no hay otra palabra más grande: “Padre, aquí estoy te entrego mi vida, te lo doy todo, quiero ser un buen sacerdote, un santo sacerdote, quiero hacer todo el bien posible en mi vida.” ¿Saben lo que significa ello, hermanos? Significa que el sacerdote está con Dios, está junto a Él, que está más junto al Señor… y las religiosas también porque lo dejaron todo.

Yo quise dejarlo todo, pero el Señor me quiso en el mundo combatiendo, pero combatiendo con amor, con fidelidad a esa Iglesia santa y amada.

Yo les pido a los sacerdotes todos: Sigan adelante, firmes, conscientes con el corazón lleno de amor, de ternura, de dulzura, de suavidad, de comprensión para los hermanos que lleguen a sus pies a confesarse… dar esa respuesta necesaria para ese ser que llega humildemente a postrarse ante ustedes.

Qué hermoso es ir a un sacerdote y recibir su santa bendición en la absolución de los pecados. ¿Saben lo que es la absolución de los pecados, hermanos? Es lo más grande, quedamos libres de ataduras, quedamos libres de pecado, quedamos libres de tristezas porque ellos nos devuelven la vida, ellos nos devuelven el amor, nos devuelven la alegría, nos devuelven la paz, nos devuelven la serenidad porque hemos desahogado nuestro corazón en ellos.

¡Qué hermoso es ser sacerdote! Y hablo de ellos porque yo amo al sacerdocio. Yo tuve un hermano que estudiaba, era seminarista, pero murió: Aquiles se llamaba fue un dolor muy grande, pero en fin.

Hermanos, adelante, siempre adelante, no vamos a ver el pasado, vamos a vivir el futuro promisor de días mejores para la humanidad, que crezca el hombre, que desarrolle sus facultades y pueda dar de sí su contributo a la sociedad humana: salvar almas, salvar seres, salvar personas, salvándolas con la palabra, con la unción de vida los sacerdotes cuando ungen a las personas, que las vuelven a la vida, que están muriendo. ¿Saben lo que significa ello? Eso es lo más grande, la persona que está muriendo, y llega el sacerdote y lo unge: salva un alma, salva un ser que no sabíamos cómo iba a quedar… en las manos de Dios, quedó en las manos del Señor, se salvó.

Y hablo del sacerdote porque en verdad yo siento un respeto muy especial porque son los seres que nos confiesan, que nos ayudan en el camino, que nos protegen de todo aquello que pueda dañarnos, su comunicación es tangible, pura, sencilla y nos ayuda a mitigar las penas y sufrimientos que tengamos. Así que Dios los guarde, que Dios los bendiga, que Dios los salve a todos, especialmente los que han podido venir en este día.

La humildad es el puente de cristal que nos conduce al cielo, – lo vuelvo a repetir – sin humildad no hay nada que hacer, con humildad lo logramos todo; porque la humildad de María fue muy bella, muy hermosa; la humildad de Jesús con sus apóstoles peregrinando por el mundo, dando la Palabra, salvando a las personas, curando a los enfermos… palabras de amor para todos.

El Señor trajinó tanto, fue tan perseguido, lo llevaron a la Cruz y Él lo aceptó todo. ¿Para qué? Para salvar al mundo, para salvar al hombre, a la mujer y al niño para que crecieran todos con ideales, con sueños, con esperanzas de un mundo mejor. Esto es un mundo mejor que estamos viviendo con todas las fatigas que tengamos y problemas sicológicos, de todas maneras está aquí Jesús, Él convive entre nosotros de la manera más natural, no lo vemos, pero sí está. Está pendiente de nuestros actos de la vida, está allí y nos maneja muy suavemente, muy dulcemente nos va llevando como sus hijos, como sus hermanos menores.

Y las religiosas… ¡Qué hermoso es una religiosa! Fue mi sueño ser religiosa y fui a las religiosas franciscanas y estuve con ellas, las amé mucho, me enseñaron mucho y las quiero por un San Francisco de Asís. Las franciscanas son un modelo de hermanas, yo las quiero mucho. Yo le diría a todas las monjas: Perseverancia final, – como a los sacerdotes – perseverancia final, perseverancia, humildad, paciencia y un gran espíritu de soportación, una gran comprensión con sus hermanos. Ésta es la dádiva divina que les ofrece la Madre de Dios: comprensión, amor, modales, cultura, sabiduría, entendimiento y voluntad, especialmente la voluntad; sin voluntad no hacemos nada, con la voluntad lo logramos todo.

Que Dios las bendiga a todas aquéllas que han dado su vida entera, a todas estas hermanas religiosas. Qué hermosas son las hermanas. Qué bello es ver – ya uno con los años – que ha cumplido su misión, qué hermoso es ser una sierva de Dios al servicio de su congregación y de quien lo necesite.

El mundo tiene necesidad de muchas vocaciones sacerdotales y religiosas. Muchachos, jóvenes, no tengan miedo, los llamo, es necesario fortalecer más y más a esa Iglesia, está fortalecida porque tiene unas bases muy fuertes, pero es necesario con la ayuda de todos, con el desprendimiento del mundo, de los placeres, de las congojas espirituales, de las flaquezas humanas, salvar de un salto mortal a esta humanidad dando su vida, entregando su vida al Señor. A los jóvenes, a las muchachas: Qué hermoso es vivir el Evangelio, qué hermoso es seguir a Jesús, a Jesús en el sacerdocio. Los jóvenes, los muchachos pueden dar tanto, no tengan miedo.

Ojalá que hoy el Señor escoja a alguien aquí: dos o tres al sacerdocio, o siquiera una para ser religiosa. Vocaciones necesitamos, muchas vocaciones, vocaciones religiosas, vocaciones, hermanos. Muchachos, piensen muy bien las cosas, no pierdan la oportunidad del llamado del Señor porque el Señor convive entre nosotros de la manera más natural; no lo vemos pero Él está presente en nuestros actos de la vida por eso tenemos que vivir vida auténtica cristiana, natural, sencilla, espontánea.

El Señor no nos quiere… ilustrados es muy hermoso, una persona ilustrada, una persona talentosa, una persona amable, una persona inteligente, todo eso es muy hermoso, todo ello es hermosísimo; pero yo preferiría algo más pequeño y eso pequeño es la humildad porque con la humildad se llega a ser fuerte, firme, decidido, compasivo con los hermanos dando la talla necesaria para vivir el Evangelio.

Sí, hermanos, el Señor los ha venido a buscar – yo no soy nada – pero el Señor los ha venido a buscar. ¿Por qué? Él lo sabe. Yo no soy nada, yo soy una pobre mujer de escasa cultura, pero ello sí, con un calor y un fuego interno que me lleva a conocer los mares y también los cielos de un lugar a otro empeñándome en conocer al mundo para llegar a los corazones, y que esos corazones se vuelvan al Señor.

Eso es lo que yo quiero, que amen al Señor, que amen a su Iglesia, que amen a su familia, que amen a sus seres queridos… amar, amar inconmensurablemente, dar de sí su contributo a esa sociedad humana, lo mejor que tengamos ofrecerlo al servicio de los demás.

No importa – claro – una persona talentosa, preparada, culta es perfecta; pero si no tenemos esa cultura tan grande también, porque es el corazón el que habla, es el alma, es la vida del ser que se expone a todo con tal de conquistar almas para el Señor, almas para Dios, almas al servicio de la madre la Iglesia, almas al servicio de todos los pobres, de los más necesitados, de los tristes, de los huérfanos, de los abandonados. Tenemos que dar, y dar y dar continuamente, no nos cansemos, sigamos adelante la ruta del camino que nos conduce a Sión.

Y ahora, madres de familia, nosotras como madres tenemos una obligación muy grande, la obligación de criar a nuestros hijos con humildad, con paciencia, con mucho amor, con mucha dedicación, al mismo tiempo con carácter y voluntad para que aquel niño crezca bajo el ala de esa Iglesia; y digo de la Iglesia, porque si somos católicos tenemos que cumplir debidamente con nuestras obligaciones al servicio de esa Iglesia.

Este grupo me parece hermosísimo, bello, porque hay crecimiento en las almas, hay luz, hay talento, hay amor, hay humildad.

Resto con la humildad. La humildad es el puente de cristal que nos conduce al cielo, vuelvo a repetir, por eso tenemos que seguir viviendo el Evangelio, conociendo los libros que nos escriben nuestros sacerdotes, los escritos que nos dejan para poder nosotros mirar dentro, observar y seguir las huellas de estos seres que han dejado la huella del amor del Señor en sus escrituras. Tenemos que leer… no mucho, diría yo, pero sí lo necesario para tener un poquito de cultura, un poquito de amor, un poquito de esperanza, un poco de ilusión en la vida.

Madres, las invito a la casa de María, ustedes me dirán: “¿Cuál es la casa de María? La Iglesia Santa, la madre la Iglesia, todos los días si es posible la Santa Misa, la Eucaristía. Ése es el alimento mío, ése es el alimento de las almas que necesitamos la caricia y el amor de Jesús, la caricia de una Iglesia, de esa Iglesia Santa, de esa Iglesia que nos da los medios para vivir el Evangelio porque ella nos está dando eso. Las madres con sus hijos, los hijos con sus madres.

Muchachos, sean buenos hijos, respondan a sus padres, respondan a sus maestros, respondan a su familia… la familia. “Mi familia.” Eso es algo importantísimo… su familia; velar al lado de esa familia, amar a esa familia, comportarse como buenos niños, como buenos muchachos, como una buena familia amándose, soportándose, ayudándose mutuamente, creciendo en ese ambiente de luz, de conocimiento, de sabiduría; porque el Señor llega a todas las casas, a todos los hogares y nos deja el don del entendimiento para que entendamos las cosas de la manera más suave, más tierna, más delicada; Él va y nos deja el don de la sabiduría, no para que seamos unos grandes sabios, no, pero sí pequeñas pinceladas de esa sabiduría para saber el puesto que nos corresponde y para vivir el Evangelio.

Entonces, yo diría, vamos a crecer espiritualmente en esta noche, en este día, esta tarde; vamos a crecer todos porque el Señor se hará sentir en sus almas. No importa cómo lleguen ni de dónde vengan, lo importante es dar de sí su contributo a la sociedad humana, dar de sí lo mejor porque tenemos que dar lo mejor que tenemos dentro, la capacidad espiritual de pensar: Dios convive entre nosotros de la manera más natural y si convive con nosotros, ¿a qué le vamos a tener miedo nosotros? No podemos temer a nada porque el Señor está con nosotros. Eso sí, no interrumpir la marcha de su vida, no interrumpir los lazos familiares, no interrumpir su camino en cosas que no son dignas – precisamente para ustedes que son jóvenes –.

Yo hablo con los jóvenes porque yo sé que la juventud está buscando la verdad. La tiene, sabe que Jesús está entre nosotros, sabe que la Eucaristía es nuestro alimento diario, que la Santa Misa es el orden de la vida del católico verdadero, saben que tenemos religiosas, tenemos sacerdotes que nos ayudan, que nos llevan de la mano, que nos cobijan, que nos protegen, todo ello; pero basta saber también la responsabilidad que se tiene para aprender a sobrevivir los malos ratos que tengamos también. No sé si me entienden. Pero quiero decirles, muchachos, busquen la luz de la verdad, esa luz la van a conocer en el altar ante Jesús Sacramentado allí, Él les va a hablar, los va a acondicionar con sus sacerdotes que los educan, con los sacerdotes que están cerca, sus maestros. Ustedes van a conocer el yugo amoroso del Señor Jesús desde hoy en adelante.

Muchachos, jóvenes, señoras, señores, sacerdotes, religiosos, todos, el Señor convive entre nosotros de la manera más natural, no lo vemos, pero sí lo sentimos en algunas ocasiones. Quizás ustedes habrán sentido una conmoción muy grande, esa conmoción es el Señor Jesús que nos está llamando a gritos, pero que muchas veces nosotros no lo escuchamos, o si lo escuchamos nos hacemos los desentendidos porque queremos seguir viviendo nuestra vida como nos parece mejor, pero no es así. Entonces, volvamos los ojos al Señor y digámosle:

   Señor, ten compasión y misericordia de nosotros. Ven, Señor Jesús, líbranos de caer en la tentación. Ven, Señor Jesús, dame la mano que yo te sigo, Señor, para que me acompañes hacia la luz de la verdad y del conocimiento divino. Ven, Jesús, a mi hogar, a mi casa, ven con mi familia. Ven, Señor, que te esperamos. Ven, Señor, que estamos confiando en Ti. Danos una prueba de tu amor, dánosla, Señor, que nosotros trataremos de ser mejores en la vida, de integrarnos verdaderamente con esa madre la Iglesia como hijos que somos de ella, de procurar por todos los medios de trabajar con solidaridad humana con nuestros hermanos de camino y de enrumbar nuestras pisadas hacia la luz del nuevo amanecer vuestro, Jesús.

El nuevo amanecer de Jesús, hermanos, el nuevo amanecer del Señor está llegando. Ustedes dirán: “¿Cómo es esto? Ya el Señor vino” Sí, el Señor vino, pero Él se hará presente en sus almas, en sus mentes, en sus corazones, en sus motivaciones, en todo momento. Vivir con Él porque Dios lo quiere así porque el Señor, el Padre, nuestro Padre eterno de los cielos quiere que el hombre vuelva sus ojos al pasado cuando vivió el Señor Jesús y le siga a como dé lugar porque Él trae una gran luz de todos los tiempos, o sea, de todos los tiempos que han pasado – tiempos pasados y futuros que vendrán y presentes – para que el hombre desarrolle su intelecto y verdaderamente viva como tienen que vivir los seres del Señor Jesús, de los que lo siguieron como sus apóstoles. No sé si me puedan comprender.

Yo creo que estamos llegando a una etapa en que el hombre tiene que volverse a sí mismo y ver dentro de sí cómo está por dentro para poder evolucionar y reafirmar sus pisadas hacia la luz de nuevo amanecer de Jesús.

El nuevo amanecer del Señor está llegando, hermanos, vean al mundo como está, el mundo está buscando su verdad, el hombre está buscando su verdad, la verdad la tenemos de que Cristo es el Hijo de Dios y está entre nosotros, pero el hombre todavía piensa, medita, hace sus cálculos y dice: “No puede ser.” Con los días nos daremos cuenta – el mundo entero – que el Señor está derramando sus gracias infinitas a todos cuantos necesiten la asistencia necesaria para auxiliar al mundo que se pierde.

Ya no más guerras, ya no más persecuciones, ya no más cárceles. Hermanos que encarcelan las personas porque han robado, han matado… un dolor para esa madre, las madres son las que sufren, los padres.

Tenemos que pensar en tanto dolor que hay en el mundo para apaciguar la sed de venganza de los hombres, para que no se sienta ese dolor tan grande de que los jóvenes se pierden y de que las niñas, las vírgenes también se pierden. No más pecado, no más locura, no más tibiezas. Ello viene por la tibieza. Esa pérdida de valores de esos hijos, de esas criaturas que se pierden es porque han perdido los valores morales del hombre de hoy y van hacia la perdición, van hacia el abismo.

No más pecar, no más seguir el camino que está perdiendo las almas. Hay dos caminos: el camino de la luz y el camino de la oscuridad. Tomemos el camino de la luz para darle gloria al Señor y vivir el Evangelio todos unidos en un solo corazón con la madre la Iglesia; que no se aparten de ese camino, nuestra madre la Iglesia.

Todos vamos a una misma fuente en distintas recipientes, pero vamos a Dios. Sí, pero hay una Madre, una Madre que está esperando, una Madre que aboga por sus hijos de día y de noche, la Madre que ora a su Señor: “Padre, estas familias necesitan de tu apoyo, estos seres necesitan de tu ayuda, estos seres necesitan de tu paciencia con ellos. Dales lo que necesitan y sálvalos, Señor.”

No esperen de mí grandes palabras rebuscadas, no, esperen de mí la mujer del pueblo que ama y siente a su Dios, y ama y siente a las personas en su corazón para ayudarlos con la humildad y el Corazón de una Madre Santísima, de mi Madre Santísima… lo mejor para esas almas, lo mejor para esas vidas, lo mejor para esas familias.

Somos una gran familia, la familia de Dios y esa familia tiene que encontrarse a sí misma para poder lograr el ejecútese de que el Señor convive entre nosotros, para que se dé cuenta y abra los ojos de que Jesús, el Pastor de Almas, nos está pastoreando, nos está llevando por caminos de luz y conocimiento, nos está abriendo las puertas de la divina misericordia, nos está ayudando a conocer a nuestros hermanos, a amar a nuestra familia, a amar a nuestros maestros, a nuestros padres, a nuestro sacerdocio, a nuestras hermanas y religiosas, a amar a la familia entera, todos en una gran familia universal, una familia universal grande, poderosa, inmensa que quiere realmente dar su contributo a esa sociedad humana. Ya se está dando en estos momentos.

Cada uno en silencio pida su necesidad, sus intenciones, pónganlas en el Corazón de Jesús y en el Corazón Inmaculado de María. Y ahora, hijos míos, que la voz interna vuestra les enseñe las dádivas divinas de un Jesús de todos los tiempos:

En el Nombre de mi Padre, Yo los bendigo, hijos míos;

en el nombre de mi Madre, Yo los curo del cuerpo y del alma

y los guardo aquí, en mi Corazón desde hoy, les guardaré,

les guardaré, les guardaré aquí, en mi Corazón desde hoy y para siempre. Amen.

Sed tengo, sed de almas. Vuestro contributo espiritual sanará sus debilidades y encontrarán el refugio en el Corazón de mi Madre. Benditos de mi Padre, sed humildes de corazón, fuertes como el roble y humildes como el niño inocente. Restad en paz, restad en paz, en paz, en armonía. Alegres los jóvenes, los niños con su familia, con sus padres y buscad el Corazón de mi Madre, ella María, la mujer del Calvario que me trajo al mundo.

Os guardo de día y de noche.

Gracias a todos.

Bendito sea el Señor. Él nos recibe a todos no importa cómo vengan ni de donde lleguen, lo importante es la humildad, la humildad, la humildad.

Yo no sé nada, el Señor lo sabe todo. Estamos en sus manos.

Si sienten un dolor en su pecho no se asusten, el Señor está tocando nuestros corazones.

Y ahora, gracias a todos, gracias, bendito sea el Señor, bendita sea María Virgen y Madre de la Iglesia, bendito sea mi Señor Jesús, Él, el más grande de los hombres de la Tierra, que ha venido a la Tierra, Él, Jesús en Nombre de su Padre para bendecir a multitudes, curar a los enfermos, santificar a las familias y darles un corazón suave, tierno, generoso, compasivo para vivir el Evangelio.

Evangelización necesitan estos tiempos, hermanos, evangelización. Tenemos a los sacerdotes para que nos enseñen, tenemos a nuestras religiosas también, tenemos a un mundo hermoso, un mundo bello, un mundo en el cual tenemos que vivir aunque haya momentos difíciles, pero vivir, seguir viviendo a como dé lugar para sanear al mundo con nuestras oraciones, nuestras plegarias, nuestros sacrificios con todo lo que podamos hacer, pero salvar a un alma; eso es lo importante, salvar las almas, salvar a los niños, a la juventud, salvar a las familias, salvar a todos.

Gracias, Dios les bendiga a todos.

(Luego, dirigiéndose a los sacerdotes, pidió:)

Bendíganme ustedes a mí también.

(Aplausos.)

En estos tres días yo les pido a los que puedan que asistan a la Santa Misa, tres días seguidos; los que van todos los días muy bien, pero los que no van que vayan a la Santa Misa en estos tres días seguidos y gracias recibirán en sus familias, en sus hogares, ustedes verán un cambio, una mejoría. Por favor, se los ruego, el que pueda hacerlo que lo haga.

Gracias.