Palabras de la sierva de Dios María Esperanza de Bianchini
Residencia de la flia. Salicandro
Sábado, 16 de octubre de 1999 11:55 p.m.
[…] lo hice con todo el corazón. Yo no soy nada, yo soy una pobre mujer humilde, pero que ama mucho a todo el mundo; y los amo porque Dios quiere que así sea, porque cada uno de ustedes lleva por dentro un corazón abierto a la gracia del Espíritu Santo.
Que el Espíritu Santo obre en ustedes la renovación, la salud, la paz, la armonía, la alegría del niño inocente. Qué cosa más hermosa es un niño inocente. Seamos como los niños, no sabemos nada, somos niños, solamente Dios sabe lo que tiene que hacer con nosotros.
Por eso tenemos que estar unidos en la oración, en la penitencia, en la Eucaristía todos los días, en la meditación. Meditar mucho, meditar cada acontecimiento de nuestra vida, todo detalle; todas las cosas que no nos pasen así… a la larga, no… retenerlas y mirarlas para que así podamos dar a nuestros hermanos con un pensamiento. Cuando un hermano está en peligro, ese pensamiento llega y Dios obra la renovación en aquel ser para salvarlo, para ayudarlo… una convivencia espiritual momentánea, pasajera, pero que llegó.
Podemos hacer tanto bien, tantísimo bien con nuestra mente, con nuestro corazón, con nuestro esfuerzo, con nuestra conciencia; porque si tenemos una conciencia exacta de nuestros deberes nuestro deber es salvar al que se pueda con un pensamiento, con una palabra, con un detalle. Se puede hacer tanto bien, tantas cosas diferentes.
Entonces, hagamos lo mejor posible para vivir nuestra vida espiritual de una manera sencilla, simple, así como unos niños, los niños que son inocentes, como niños. No sabemos nada, sin embargo, podemos saber mucho porque Dios nos da la gracia, nos da la luz del entendimiento, la fuerza moral para resistir a todos los vientos huracanados de la vida, de los hombres, de los pecadores y podemos abrirnos paso hacia la luz de la verdad, del conocimiento, del amor.
Entonces, veamos la verdad que está frente a nosotros, un Jesús de todos los tiempos que se dio y se sigue dando en todos los altares del mundo, allí en el sagrario, escondido allí, atado a nosotros, amándonos, queriéndonos, soportándonos, aliviando nuestras deudas, nuestras angustias, nuestras debilidades.
Amemos a Jesús porque Él siempre estará allí esperándonos a todos, en todos los altares del mundo, en todos los sagrarios del mundo, en todas las Iglesias del mundo entero, Él está allí esperándonos. No dejemos las Iglesias solas, vayamos a ellas que allí está Él para consolarnos en nuestras aflicciones, en nuestras debilidades, en nuestros temores de la vida… de las cosas.
Seamos fieles a esa Iglesia santa, apostólica, romana, universal del mundo entero. Es una Iglesia poderosa. – ¿Qué es lo que no puede nuestra madre la Iglesia? Lo puede todo. – que tiene un Pontífice Santo, vivo, viviente, honrado, honesto deseando la salvación del mundo; y él está sereno, tranquilo esperando la voluntad de Dios, entregando su vida a todos nosotros los cristianos, a todos los católicos del mundo. Por eso tenemos que amarlo mucho y orar por él cada día, decir la Santa Misa los sacerdotes y nosotros, si estamos en la Santa Misa, pedir por él… en nuestros hogares, en nuestras casas haciendo nuestra casa parte suya, de esa vida, de un hombre que lo ha dado todo para salvarnos en estos momentos de tanta injusticia en el mundo.
Él como un barco, allí navegando en ese barco, esa barca de Pedro con las olas, marejadas tremendas, terribles, que casi se ahoga el pobre, sin embargo, ha podido resistir las marejadas. ¿Por qué? Porque es humilde, porque es sencillo, porque es puro, porque tiene un corazón abierto a la gracia y él derrama todos esos dones para nosotros por la obra del Espíritu Santo.
Seamos justos, humildes, sencillos; que nos crean locos, no importa. La única razón de nuestra vida debe ser vivir para Dios, para nuestros seres queridos, para los seres que nos rodean, para toda la humanidad si nos necesita. No importa de dónde vengan ni cómo lleguen, lo importante es darle la mano, una mirada, una luz, un apretón de mano, una sonrisa.
No nos cuesta nada, darnos y entregarnos a la voluntad de Dios, sólo su voluntad, voluntad de Dios, la voluntad del Señor, del Padre que nos creara, del Hijo Divino que sigue nuestros pasos y del Espíritu Santo consolador, renovador que renueva nuestras células, nuestra sangre, nuestra vida, nuestros huesos, nos da vitalidad, energía y vida sobrenatural.
Vivamos vida sobrenatural, Él nos la da. Mi vida es vida sobrenatural porque me entrego al Señor. No importa de dónde lleguen ni cómo vengan, lo importante es dar. Un pobre allí en Betania, a un pobre que llega aquí… ¿cómo se trata? “Venga, hijo, ven.” Me criticarán, dirán: “Ésta, está media…” No importa, ningún santo ha sido loco… locuras de amor por Dios.
Vean al Padre Newman que lo dio todo, iba por las calles a recoger los niños para hacer el bien, para darle una palabra a la gente; – eso no tiene tamaño – mi Seráfico Padre San Francisco a quien yo adoro tanto, ese se quitaba hasta la ropa para darla; mi Padre San Benito, el poderoso, el grande.. ese es fuerte. Pidámosle a él también que nos aparte toda cosa que roce, toda impresión malsana de alguien, toda cosa que nos pueda perjudicar, que estemos incólumes de pecado, de cosas que nos hagan daño, de la distracción de las personas que no creen en nada y pretenden dañarnos. Eso no nos roza, no nos llega porque Dios está con nosotros.
De tal manera, sigamos en nuestra barca, la barca de San Pedro que se convirtió en la barca de María, de todos los católicos del mundo, de todos los cristianos. Vamos en esa barca a plena Jerusalén y vamos navegando por esos ríos para aplacar las guerras, para aplacar el hombre de la injusticia, aplacar los vientos huracanados, las guerras; evitar toda clase de mal.
Ustedes se van a acordar y leerán pronto en la prensa… éste es un día que queda señalado. Se habrá evitado alguna cosa muy grave que venía al mundo, ustedes se van a acordar de mí, no sé cuándo. Dios escogió esta casa, Dios quiso que yo viniera, por eso era puro sacerdote para poder detener eso. Eso no lo saben ustedes, yo sé que es algo. Eso lo vamos a saber después con los días, con el tiempo… un peligro que había eminente o que está todavía, pero esto ha apaciguado un poco… sereno.
La serenidad es nuestra amiga buena que nos conduce hacia la luz de la verdad, del conocimiento divino. Amén.
Vuestra palabra: El conocimiento divino. Cuando tenemos el conocimiento divino tenemos todo, no necesitamos de mucha cosa… humildes, sencillos, así como somos y humildes porque en la humildad está Cristo, está Jesús, está de lleno, palpitante en nuestro corazón; está palpitando y nos da la gracia de poder observarnos mejor y conocernos a nosotros mismos sin que no nos quede nada por dentro. No nos podemos engañar a nosotros mismos; tenemos que ser francos, espontáneos, naturales con una fe viva en el Señor de los señores para que podamos convivir con todos nuestros hermanos de la Tierra.
Y los que lleguen, no importa de dónde lleguen ni de dónde vengan, lo importante es darle una mirada, un apretón de mano, una palabra. Nunca dejar a la gente con la palabra en la boca, jamás en la vida. Dar, dar, dar y no cansarse de dar con el conocimiento de que Dios está siguiendo nuestras pisadas y que está en cuenta de todo. Nos podemos engañar a nosotros mismos, pero a Él no lo podemos engañar porque es lo que llevamos dentro. Él nos quiere espontáneos, naturales, frescos con una mente abierta, sin treguas, ni luchas, ni cosas, no, no, no… libres como los pájaros.
Qué hermoso es ser un pájaro que vuela de rama a rama, se consolida en los árboles, con las planticas que están allí, con la florecita que se la come, que se la lleva en el pico. Es tan ingenuo eso, es tan sencillo, es tan humilde, es tan generoso de parte de Dios.
Entonces, digamos nosotros:
Señor mío y Dios mío, en tus manos nos encomendamos para siempre. Aquí estamos, Señor, condúcenos hacia la luz de la verdad y del conocimiento para vivir el Evangelio, saborear el Evangelio, amar el Evangelio, seguir sus instrucciones, vivirlo día a día y pensar, Señor, que Tú convives entre nosotros de la manera más natural. Gracias, Señor, por darnos la vida y sostenernos en la fe en esa madre la Iglesia, nuestra santa madre la Iglesia.
La madre la Iglesia, eso es lo más grande que tenemos, un Santo Padre en la piedra de Pietro y una madre que nos consuela, nos alivia y nos sana, nos da vida sobrenatural, vida sobrenatural, vida sobrenatural. Solamente Dios lo hace por esa madre la Iglesia.
Gracias, madre; gracias madre de la Iglesia que nos estás dando tanto. ¿Qué te podemos dar nosotros? Los sacerdotes te pueden dar mucho: sus estudios, su concentración en su apostolado tan grande como sacerdote, que es lo más grande que existe.
Lo más grande es el sacerdocio, no hay otra cosa, nada, nada. Complázcanse ustedes que son sacerdotes, únanse entre sí los mismos sacerdotes, ámense el uno al otro, sopórtense, ayúdense mutuamente y dense las manos. Si uno no entiende una cosa, que lo entienda el otro y así se irán ayudando. Que crezcan miles, millones de sacerdotes. Necesitamos santos sacerdotes, muchos sacerdotes, tantos como las arenas del mar, vocaciones sacerdotales necesitamos urgentemente y vendrán muchas vocaciones.
Vocaciones sacerdotales, Señor, te pedimos con mucha humildad, Señor. Gracias, Señor. Ama a tus hijos, llévalos de la mano, condúcelos, no los abandones… a estos santos sacerdotes y a todos los sacerdotes del mundo entero. Gracias, Señor. Y buenas hermanas religiosas también y buenas madres de familia en sus hogares, en sus casas, padres de familia, niños, hijos – a todos te los encomiendo – al Pueblo de Dios; tu pueblo, Señor, te lo entrego, Señor.
Perdónenme, pero fue una entrega, ¿saben?
También van a tener una visita por mi Madre, con las rosas de mi Madre, van a sentir el perfume de las rosas y se van a preguntar: “¿Qué es esto?” Es la visita de ella y una brisa muy suave, muy tenue. A veces, puedes estar tranquilo allí y una brisita… bellísimo. El mundo está tan lleno de cosas que, a veces, se pierde la fe en la gente, pero tenemos otras cosas tan hermosas como la fe de nuestra religión que no es comparable con nada en el mundo, nuestra religión, nuestra fe como católicos, pero católicos verdaderos, vividos, no es que cuenticos de camino, realidades, vivos de verdad porque se siente y se lucha, ¡caray!
Dios libre que me los toque alguien. ¡Ay, mi ’ja! La Virgencita está allí, me los van a seguir, los van a seguir, van a desarrollar la mente, a acomodarse esa cabeza.
(Risas.)
No se rían de mí. Yo sé que son inteligentes, preparados, cultos y todo lo que quieran, pero esto les va a dar una cosa que cuando a usted le están hablando va a saber si le están diciendo mentira o es verdad, a todo le van a encontrar razón para arreglo… que esto está muy difícil, todo… van a ver que todo se va a desenvolver perfecto, todo, todo porque Dios está allí. ¿Quién más que Él? Es lo más grande que tenemos, un Dios que nos representa, que nos anima, que nos perfecciona. No somos perfectos, pero Él nos da la cabida para que entendamos las cosas, para que superemos las malas.
Alegres y felices, eso sí, sonrían siempre; no, así… (Risas.) …una sonrisa para todo el mundo. Que Dios los guarde.
Estoy feliz; me han hecho un gran regalo.
Dios los bendiga, Dios los proteja, les dé la paz, la serenidad y el talento. Necesitamos cabeza, sin esto… no hacemos nada. Talento, talento, eso sí lo pido yo: Inteligencia. No un inteligente allá… ¡ay, para echársela de grande! No, no, no; una inteligencia natural, espontánea que nazca: ¡rah, rah!; que arregle las cosas rápido. Eso es lo que se necesita. Vamos a arreglarlo, eso es así: ta, ta, ta, ya está arreglado. Y tú dices: “¿Cómo se hizo esto?”
Últimamente me han pasado cosas tan grandes que uno las cuenta y dirán que uno es loco, que es mentira, pero es verdad. Por eso hablo así.
De tal manera, que eso se logra – esa espiritualidad renovada, diría yo – con la oración, con la meditación, penitencia y Eucaristía. Eucaristía, Eucaristía, caray, ese es el alimento, sino yo no viviera; me han desahuciado no sé cuántas veces, cada gravedad que he tenido. Mi corazón no podría resistir y todavía está viviendo, está allí, me duele a veces con unos dolores muy grandes, pero después pasa.
Entonces, yo diría, para mí ésta ha sido una noche muy hermosa, muy sutil al mismo tiempo, recia y fuerte también – sacudieron, nos sacudieron – pero espontánea y natural, y nos deja un sabor a miel, una esperanza del verdor de la naturaleza, la alegría de los niños inocentes. ¿Qué más queremos?
Mediten esto. Se van a sentir felices. Ustedes van a notar que la gente les va a decir: “¿Qué te está pasando, chicho?” Los van a ver diferentes. El que tenga un poquito de sensibilidad lo siente. Esto no es un juego, esto es una realidad con todas mis debilidades humanas y pecadora porque he parido siete hijos, figúrate tú. Qué dolor tan grande, yo no me quería casar. Yo no pensé nunca en casarme, jamás. Eso fue de un día para otro, el pobre Geo se quedó frío cuando le dije que nos íbamos a casar. Él me decía: “Tú no me amas, tú no me das un beso.”
(Risas.)
Sinvergüenza.
No, el Señor me ha dado tantas cosas bellas en la vida.
- GEO BIANCHINI: Los seres espirituales son difíciles, Padre, y fáciles al mismo tiempo.
(Risas.)
SRA. MARÍA ESPERANZA DE BIANCHINI: No, es que me han pasado cosas tan grandes que eran impensadas por mí y que yo las he visto después y digo: No era posible esto.
Figúrate, cuando yo era niña que estaba en Caracas pensaba siempre en San Pedro, allá… que lo iba a conocer y todo; cuando yo pasé al lado de la Virgen Inmaculada, de la Capilla allá en el Vaticano, en San Pedro. Ay, Madre mía, aquí sí valdría la pena casarse – digo yo – pero ¿cómo?, yo no me voy a casar nunca, pero el que se case allí se debe sentir muy feliz. Y Dios me llevó allí. En esa época no daban permiso ni nada de eso y Pío XII la dio. Son cosas tan grandes, cuando me dijeron… yo no creía eso. Cuando yo se lo dije a las monjas que yo me iba a casar, en el Instituto Ravasco, las monjas me dijeron: “No, María Esperanza, eso no, ni lo pienses siquiera.” Le dije: Bueno, allí es que me voy a casar yo. Enseguida Monseñor Gulio Rossi que era Párroco, que yo ya lo conocía porque iba para casa de las monjas y me conoció, fue a hablar con el Santo Padre, ya yo había visto a Pío XII. Dios va abriendo todos los caminos. Cuando Monseñor Rossi le dice: “¿Santo Padre, sabe que hay una venezolana, una muchacha de las monjas del Instituto Ravasco que se va a casar, imagínese, quiere casarse en la Capilla del Coro?” Entonces, él se puso a reír y dice que el Santo Padre hacía: “Ji, ji, ji – que se reía – bueno, ¿no será una señorita que está en el Instituto Ravasco, María Esperanza? Debe ser ella, sólo a ella se le puede ocurrir esto.”
(Risas.)
Nunca se me olvida, porque eso nos lo contó después: “¿Sabe quién me ha dado la orden? Hablé con el Santo Padre y me ha dicho: ‘Debe ser la muchacha que está en el colegio de las monjas.’”
Así fue, todo se me facilitaba, todo, todo. Yo he visto… verdaderamente Dios ha sido muy bueno conmigo. Bautizar a mis hijos… ir para allá a bautizarlos, pero es que lo que me piden de allá arriba yo lo hago con mucho sacrificio. Parece que no fuera nada, pero es porque son cosas que restan para siempre.
Yo veo que yo llego y se abre el camino, que hay algo especial, no sé qué es. No soy nada, nada, nada, pero no sé si será mi fe, mi amor a Dios. Yo creo que es mi amor, el amor a Dios. Me dejó en el mundo. Lo que pasa es que es muy fuerte: los hijos, los que vienen, los partos, ¡uf! Para mí fue muy fuerte, el matrimonio para mí fue duro. Todo ha sido como decidido, rápido. Yo no me quería casar. Geo me decía: “Tú no me amas, no me das ni un beso.” (Risas.) “Tú no me amas, ¿cómo quieres casarte?” Eso fue guerra. Para mí fue muy duro, solamente Dios lo sabe. Eso fue fuerte y yo me veo y digo: ¿Dios mío, será posible yo casarme, irme con un hombre? Es fuerte y todavía es fuerte. (Dirigiéndose al Sr. Geo.) Es fuerte sinvergüenza.
- GEO BIANCHINI: Siete hijos en ocho años.
SRA. MARÍA ESPERANZA DE BIANCHINI: No me dejó descansar.
(Risas.)
- GEO BIANCHINI: Después dicen que los hijos no son providencia divina.
(Risas.)
Dar gracias al cielo. ¿Es verdad o no? Nadie cree que los hijos vienen por obra y gracia de Dios. Dios sabe los hijos que uno tiene que tener. ¿Quién cree en eso?
PADRE JAMES SAUCHILLI: Es verdad, lo sé, ahorita, matan a los niños.
SRA. MARÍA ESPERANZA DE BIANCHINI: Toda mi familia es muy unida.
Y lo delicada de salud que yo era; yo era así flaquitica, así delgadita, pesaba 48 kilos cuando me casé.
Bueno, en fin, que se cumpla la voluntad de Dios; y que ustedes, sacerdotes, por esa gracia que Dios les ha dado a ustedes que es lo más grande, ustedes lo tienen, el poder que ustedes tienen no lo tiene nadie en el mundo, tienen al mundo en sus manos…
El sacerdocio tiene al mundo en sus manos y tienen que dar la talla espiritual para salvar al mundo que se pierde, conquistando a muchos jóvenes para el sacerdocio porque el mundo ahorita está difícil de entender.
La gente está abusando y los abusos traen revuelos que se convierten en guerras sicológicas y es grave eso. Hay que evitarlo a como dé lugar con la oración, penitencia, Eucaristía, Santa Misa diaria si se puede. La Comunión, eso es lo más grande: meditación, penitencia, Eucaristía… oración, meditación, penitencia, Eucaristía. Todos los días: oración, meditación, penitencia, Eucaristía. Guardar el viernes. Yo guardé el viernes toda mi vida.
Eso es bello, pero me siento llena de valor, de fortaleza y de una alegría natural, sencilla. Veo correr las cascadas, los ríos, las aguas se mueven, el sol apareciendo por la mañana haciéndose la luz en todo el contorno, en todos nuestros hogares, en nuestras familias, especialmente en la madre la Iglesia con todos sus sacerdotes.
Los dejo en Roma… ya los dejé. Cuando hice así… me vi en Roma y los dejé a ustedes, me vi en San Pedro… una agilidad mental. Él muy contento, él iba adelante, yo lo buscaba a él, ¿dónde está? Él estaba por allá, ya él se había ido adelante, estaba allá observando; usted, como quien dice: “Yo los presento aquí.”
(Risas.)
Bueno, parecen cosas mentales, pero son cosas que tienen su por qué. Ustedes van a pensar mucho y después van a darse cuenta que la vida no es tan fácil. La vida es dura, pero es suave como la mirada de un niño inocente, y cariñosa como la madre con su niño, y estable como la estabilidad de su padre, su familia porque el padre es quien da la estabilidad, el padre… la madre, muy bien, pero el padre, el pantalón que se siente en la casa (Risas.) y el respeto de los hijos, la familia.
Entonces, somos una gran familia de Dios, espero que esa familia crezca cada día más y más, y vivan todos ustedes allí… los dejo en la cúpula de San Pedro. No los llevé a la piedra abajo, no, los subí para arriba, para allá…
Gracias, hijos.
(Aplausos.)
Y ahora, vamos a aplaudirlos a ustedes.
(Aplausos.)
¡Viva el sacerdocio!
(Dirigiéndose a la madre de uno de los sacerdotes.)
Eso es la gloria más grande, tener a un hijo sacerdote. Eso es lo más grande, no hay nada más grande.
Así que despídanse de todos los demás. Adiós.