Glassboro, Nueva Jersey, EE.UU.

Discurso de la sierva de Dios María Esperanza de Bianchini
Newman Center, Rowan University
Miércoles, 20 de octubre de 1999 8:30 p.m.

  • En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
  • El Ángelus.
  • Gloria

Estoy conmovida, verdaderamente he sentido algo muy grande en mi corazón al ver a todos estos jóvenes, las personas que han venido con el recogimiento necesario para escuchar la Palabra de Dios, la Santa Misa y verdaderamente reconozco que hay orden, que hay estabilidad emocional y que hay ternura infinita del cielo azul de Nuestro Padre Celestial. Es por ello que estoy conmovida cuando yo veo a las personas en su puesto, con su estabilidad emocional, me conmueve el alma, siento algo en mi corazón muy grande porque veo que el Señor está allí, que mi Madre está allí, María, la Madre de Dios acompañándonos a todos, aliviando nuestros pesares, nuestras tristezas, alegrando los corazones de los jóvenes y eliminando toda clase de tristeza que tengamos. Es por ello que realmente estoy emocionada.

Gracias a todos ustedes por venir, pero no hay otra cosa mejor, grande, que el Padre… gracias a él con su solícita ternura para con todos ustedes, toda su gente, todos sus muchachos, a todas estas familias que se han venido a reunir aquí para escuchar la Palabra de Dios, recibir el alimento de mi Señor Jesús en la Santa Misa; y también el sacerdote que lo acompaña se ve una persona muy buena realmente, también una persona muy correcta, muy estable… lo felicito.

Los felicito a todos ustedes, muchachos, porque han encontrado una casa, un abrigo, una esperanza, una ilusión para trabajar por el Señor, para trabajar por María, para trabajar por nuestra madre la Iglesia. Nuestra madre la Iglesia es lo más grande que tenemos donde Jesús se desborda de amor, de ternura infinita, nos alivia, nos consuela, nos da la esperanza por medio de sus sacerdotes, por medio de sus religiosas.

¡Qué cosa tan grande es la madre la Iglesia, la madre del Pueblo de Dios, la madre infinita de todos sus hijos en todo el mundo! Ella está velando por toda la humanidad siguiendo a sus hijos, los padres con sus niños, las madres con sus hijos en los brazos. ¡Qué ternura más grande, la Madre de Dios! Todo ello es María, María la dulce caricia celestial del Señor, la suave violeta silvestre del camino de Nazaret, la rosa blanca de amor. ¿Qué más queremos que la Madre de Dios?

Entre nosotros ha estado María, esta noche. No la vemos, quizás no, pero sí la sentimos en nuestro corazón… Jesús palpitante en la Eucaristía allí en esta noche para alimentarnos, para ayudarnos a caminar mejor, para enseñarnos, para realmente ayudarnos a mantenernos firmes en nuestra fe, en las enseñanzas que Él nos dejara con un hálito de vida sobrenatural. Nos ha dado el hálito sublime de su amor, de la esperanza, de la ilusión de días mejores para trabajar por esa Iglesia santa, apostólica, romana, universal.

Vamos a trabajar todos juntos. ¡Toda la humanidad que se levante en esta hora y momento, Señor, para asirse a Jesús, al Corazón vivo de Jesucristo, al Corazón Inmaculado de María, a esa madre la Iglesia que nos ama tanto, a un Pontífice como Juan Pablo II que lo está dando todo por esa Iglesia Santa que nos está dejando la luz del nuevo amanecer de Jesús!

Digo nuevo amanecer de Jesús porque se está acercando un cambio en el mundo, un cambio enorme. El hombre en estos momentos vacila, está vacilando, pero dentro de pocos meses, de un año quizás, comenzará a sentir en su corazón el llamado, el llamado auténtico de un Cristo Rey Salvador del mundo para asirse a Él, para luchar por esa Iglesia católica, para vencer al enemigo, para hacernos mejores con humildad, con sencillez y con un gran corazón abierto a la gracia del Espíritu Santo, nuestra mente abierta con los reflejos de luces divinas que vienen de nuestro cielo azul inmenso, con los rayos de un sol luminoso que nos llegarán a todos.

Estamos en el fin de los tiempos, estamos llegando a un momento difícil porque el hombre se está preparando para la guerra. Las ambiciones son muchas, pero el Señor es tan inteligente, es tan suave, es tan tierno, es tan misericordioso que está preparando su ejército, el ejército cristiano, ejército católico, ejercito de los hijos de Dios que se levantarán todos al unísono para llevar la Palabra del Señor a todas las partes del mundo.

Muchachos, prepárense, tienen que dar la Palabra de Dios, no solamente entre los suyos… salir fuera, ir de un lugar a otro llevando la Palabra del Señor Jesús, que en estos tiempos es necesario para no llevarnos a una guerra, para no sufrir tantas cosas que se están viendo en el mundo.

Todos tenemos que prepararnos, asirnos los unos a los otros como hermanos verdaderos, con la ilusión en el corazón de servicio, de un servicio auténtico y cristiano, un servicio de amor, de fidelidad a esa madre la Iglesia, de conocimiento, de sabiduría, de entendimiento, de voluntad para poder así ayudarnos todos.

Todos nos necesitamos. Tú tienes un don, el otro tiene otro don, todos tenemos los dones del Espíritu Santo porque el Señor nos los da, pero ello sí, tenemos que vivir vida auténtica cristiana, honestamente con la seguridad de que Él está cerca de nosotros y no podemos ofenderlo, no podemos maltratarlo, no podemos asirnos al pecado; antes por el contrario, vivir con lealtad, con justicia, con amor, con humildad, con sencillez apartándonos del pecado de ofender al Señor.

Entonces, yo diría, tenemos que prepararnos, – recuerden lo que les estoy diciendo – vamos a evitar una guerra mundial; hay que evitarla a toda costa. Las naciones se tratarán de levantar, pero nosotros no podemos seguir esas huellas del mal, de la rebelión, no podemos; tenemos que asirnos a la paz, a la serenidad, a la alegría del vivir diario, de la unión familiar, la unión con nuestra familia. Nuestra familia debe ser sagrada cumpliendo con las reglas de esa madre la Iglesia, con esa doctrina infinita, generosa que Dios nos ha dado.

Muchachos, jóvenes, no pierdan el tiempo; estudien, trabajen, lean mucho la Sagrada Biblia, déjense llevar de sus maestros, de sus confesores. La confesión es necesaria… que nos absuelvan de nuestros pecados, de nuestras debilidades, de nuestro temor cotidiano de la vida diaria.

Tenemos que vivir el Evangelio y solamente con la Sagrada Comunión, con la Santa Misa podemos liberarnos de la injusticia del hombre; y digo de la injusticia del hombre, porque hay mucho pecado, hay cosas que no están en lo justo, que no son de justicia y tenemos que convivir unidos a nuestra Santa madre la Iglesia, con ella y siempre con ella. No dejarnos llevar de las pasiones de los hombres de la Tierra.

Tenemos que dejarnos llevar de un Jesucristo Redentor y Salvador del mundo que nos trajo la fe, que nos trajo los mandamientos de la Ley de Dios, que nos trajo una doctrina, una doctrina básica para enseñarnos a amar a nuestros hermanos sin críticas enfermizas, sin nada que nos pueda perjudicar; y digo perjudicar, porque es triste ofender a Dios, ofenderlo es pecado. Tenemos que ser muy humildes, muy generosos y compasivos con nuestros hermanos. No decir cosas que no están en lo justo.

Los valores humanos hay que conseguirlos cada día con mayor intensidad, con mayor recogimiento, con mayor amor, con mucho amor para que así florezcan las rosas de mi Madre Santa en todos los jardines del mundo, que se esparzan esos pétalos por toda la Tierra, por toda la humanidad, por todos los continentes y esa humanidad florezca, reverdezca como los campos de la Santísima Madre de Dios en Jerusalén.

Gracias, Padre, por darme esta oportunidad de poder decir lo que siento en este momento y de poder mirar a toda esta juventud, los muchachos, los jóvenes y estos señores; cada cual cumpliendo con sus deberes.

La familia, tu familia, por eso hay que luchar, por tu familia, amar a sus hijos y los hijos responder al amor de esos padres y vivir el Evangelio verdaderamente llevado con mucho corazón, con un gran sentimiento humano, con una fidelidad vasta, verdadera.

Entonces, yo diría, estamos aquí para prepararnos; ustedes se están preparando con los padres, los sacerdotes, escúchenlos, ellos saben lo que hacen, ellos están en lo cierto, ellos son los padres, los confesores, los que nos rigen cuando vamos al confesionario. Oigámosles la penitencia que nos digan, lo que tenemos que hacer, los consejos de ellos ya que todos necesitamos la Palabra de Dios y ellos la tienen… el sacerdote, el religioso.

Ellos son los únicos que tienen el derecho de la absolución de los pecados y por eso tenemos nosotros que bajar la cabeza y ponernos de rodillas para que así la gracia del Espíritu Santo venga hacia nosotros y nos rocíe con benéfico e infinito amor, amor de Dios, amor del Padre, amor del Hijo, amor del Espíritu Santo.

Yo quiero, hijos míos, que crezcan ustedes, los jóvenes… Yo he estado rodeada de jóvenes desde hace mucho años, desde que me casé, siempre con los jóvenes, siempre con los muchachos y por eso yo amo a los jóvenes y he ofrecido mi vida por la juventud, por el sacerdocio, por el Papa, el Santo Padre y por todos los dolores de la humanidad aunque sean fuertes, muy fuertes los dolores no importa… sea en mis pies, sea en mis hombros, sea donde Dios quiera, pero todo recibirlo con amor, con mucho amor, con mucha entrega, con mucha humildad, con mucha paciencia y con el deseo de que toda la humanidad se salve, se conviertan los pecadores, las familias se unan, se consideren, se aprecien, se distingan.

La familia es la base de la sociedad humana y esa sociedad debe mantenerse unida, la familia. Por favor, únanse los padres con sus hijos, los hijos con sus padres porque es bellísimo. La familia unida permanecerá unida en el cielo eternamente, para siempre, no se perderá uno por aquí ni otro por allá… todos iremos juntos. Únanse, sean leales y honestos ustedes mismos y con sus padres, con su sacerdocio que están dando tanto por ustedes con la humildad y la sencillez, – como vimos hoy al Padre y a él – una sencillez innata, una humanidad que se ve, que es la humanidad de Cristo que está dentro, que allí está Jesucristo, que allí está la fe, que allí esta la confianza, que allí está el amor y están los dones del Espíritu Santo, el don del entendimiento.

Que ustedes también tengan ese don del entendimiento para entender lo que Dios quiere de cada uno de vosotros con mucha humildad, con mucha paciencia, con mucho temor de Dios esperando siempre, bajando la cabeza y diciéndole al Señor:

  • Señor aquí estoy, aquí estamos, somos tus siervos, indícanos el camino y tómame, Señor, tómame.

Y ahora, gracias, Padre, muchas gracias por su humildad, por su paciencia, por su valor, por su entereza. Lo felicito verdaderamente. Esto será una gran familia, inmensa, que se extenderá a través de todo Estados Unidos – recuérdense de esto – una gran familia, la familia de Dios, la familia de jóvenes y después habrá de viejos también, como nosotros, como yo. Habrá grandes familias, familias inmensas todas unidas a su Iglesia a cumplir con sus deberes con la condición de dar de sí su contributo para esa sociedad humana que debe crecer, rejuvenecerse y vivir el Evangelio.

Evangelización necesitamos, evangelizar por todas partes del mundo, no importa la condición humana del ser humano, pero hay que inyectarle amor, sencillez, humildad, paciencia, temor de Dios y aún más la gracia, una gracia grande – ustedes no lo van a creer – la justicia social en el mundo; y digo social en el mundo, porque mientras estemos distanciados unos de otros no vamos a llegar a nada, viviremos separados completamente. Tiene que existir una sociedad donde se acepten también a los pobres, a los ricos, a todo el mundo, a todos los generosos, a todas las criaturas. No podemos estar que tú eres don fulano y el otro es… no, no, es un pecado vivir separados porque no haya entendimiento, porque no haya valores humanos. Los valores humanos son considerar a tu hermano de qué raza es… no importa de dónde venga ni cómo llegue, lo importante es tenderle la mano… una mirada, una palabra a tiempo.

Gracias, por haberme escuchado. Yo no soy nada, hijos, soy una pobre mujer como cualquiera de ustedes, pero hay amor en mi corazón…

  • …un amor infinito que quisiera crecer infinitamente, Señor, espiritualmente y poder esparcir tu Palabra por todas partes del mundo para que vengan todos, Señor, a recogerse ante tu sagrario, allí en el sagrario, allí en tu Templo, en tu Iglesia, todos unidos amándose, soportándose, uniéndose y dando de sí lo mejor para alentar al mundo que está sufriendo mucho, un mundo que está desmejorándose y que hay que salvar a como dé lugar, a pasos agigantados.

No podemos perder tiempo, niños, jóvenes, no se puede perder tiempo, apremian los tiempos y tenemos que orar.

La oración es el puntal de luz que ilumina al hombre en medio de la oscuridad de la noche; entonces, vamos con esa luz que Dios nos da y que nos va a donar esta noche el don del entendimiento.

Entendamos verdaderamente porqué yo he venido, porqué el Padre, pues, me ha pedido que hablara. Yo no pensaba hablar porque no me he sentido bien, he estado un poquito… mi corazón no es que está muy bueno, pero me vino el deseo, pues, de poder escucharlo y aquí estoy porque me ha dado un premio muy grande, el premio de la Santa Misa, la Sagrada Comunión. Ese es mi alimento diario, hijos, todos los días de mi vida, todos los días de mi vida para que me alimente el Señor, (La Sra. María Esperanza comenzó a llorar.) me dé fortaleza y me emociono porque Jesús es lo más grande para mí y yo quería ser de Él. Yo no pensaba en matrimonio, Dios me llevó porque quiso… al matrimonio, pero hasta este momento me ha tocado un hombre muy bueno, maravilloso, mi familia es muy bella, muy unidos todos.

Por eso yo les pido a ustedes: Únanse; tu dolor es mi dolor, tu alegría es mi alegría, tú satisfacción es mi satisfacción; amarse, amarse en continuación y unirse, hijos, unirse todas las familias, eso es lo más grande que tenemos. La familia unida en la Tierra permanecerá unida en el cielo y con todos nuestros seres queridos, allá; se los ruego.

Y sigan a este señor, síganlo, es una gran persona que Dios ha escogido y él también es una gran persona; sigan a sus sacerdotes y sus religiosas, síganlos porque en el sacerdocio está Jesús, Él es quien habla por ellos, es Él quien los lleva, Él lo hace todo, Jesús en ellos, por eso el sacerdocio es lo más grande que existe en el mundo, no hay nada más grande… el sacerdocio, las religiosas, por eso yo quería ser religiosa, pero Dios me quiso en el mundo batallando con el mundo porque estas son batallas que hay que liberar cuando se es madre, cuando se es esposa y madre… el mundo, el cuerpo y más en la condición humana mía.

Entonces, yo diría, pues, estoy feliz, estoy regocijada en el fondo de mi corazón por haberlos visto a todos y sentirlos aquí en mi pecho con mucho cariño, con mucha consideración, con mucho amor y aún más con el deseo de que todos vosotros escuchen a esta pobre mujer diciéndoles: La familia es la gloria de los pueblos y la alegría de cada día en sus hogares, en cada hogar.

Entonces, escuchen esta palabra: Dios vivo, infinitamente tierno y generoso convive entre nosotros, no lo vemos, pero Él palpita en nuestros corazones, Él está aquí, en el tuyo, en todos los corazones y especialmente en el de los sacerdotes para dirigir a los muchachos, para ayudarlos a caminar mejor y para hacer verdaderamente apóstoles del mundo entero.

Es un apostolado el del sacerdocio que no termina nunca, siempre está latente porque es eterno, porque las cosas de Dios son eternas. El sacerdocio… se los dejo a todos.

Dios los bendiga.

Ustedes son la luz del mundo. Hay que seguirlos. Y aunque vengan acontecimientos graves, y que se diga, y que es esto, recuerden, nosotros como católicos tenemos que reflexionar: El sacerdote es el ministro de Dios en la Tierra, tenemos que bajar la cabeza, inclinarnos y recibir su bendición.

Gracias a todos. Que Dios los bendiga, que Dios los proteja a todos. Gracias, Padre.

(Aplausos.)