Discurso de la sierva de Dios María Esperanza de Bianchini
Iglesia Santa Verónica
Viernes, 22 de octubre de 1999 8:15 p.m.
El Ángelus.
Gloria.
Hermanos, aquí estamos ante el Señor, ante Jesús Sacramentado, ante el Cuerpo Místico de Jesús, su Cuerpo Sacrosanto, lo más grande que existe, porque Él es nuestro alimento, nuestra serenidad, nuestra paz, nuestra armonía y nuestra alegría de todos los días porque Él convive entre nosotros. Jesús desde todos los sagrarios del mundo extiende sus ojos hacia nuestros hogares, hacia nuestras familias, todas nuestras familias, nuestras casas visitándonos, conviviendo entre nosotros; no lo vemos, pero Él está allí espontáneo y natural como un niño inocente, un niño que nos convida a que vivamos la vida auténtica cristiana, un niño que nos conmueve, que nos lleva de la mano, que nos convida a la Eucaristía.
Ello es Jesús, el Hijo de Dios para todos nosotros, para todas las familias cristianas, para todos cuantos sientan en el corazón el llamado suyo de impulsarnos a vivir el Evangelio, a vivir vida auténtica cristiana, vida de los hijos de Dios, porque somos hijos de Dios, Dios y hombre, Dios vivo y palpitante, Dios que está en nuestros sueños con nuestras esperanzas, con nuestras ilusiones… aquellos que sentimos la voz del Señor llamándonos, ayudándonos, dándonos su Palabra que conmueve nuestras almas, que conmueve nuestros corazones, Él, Jesús, el Señor de los señores, el Hijo de Dios.
Él nos convida a un gran festín, un festín de ángeles celestes, de ángeles celestiales para que aprendamos a discernir realmente lo que nos conviene y ese convenir es el cielo, el cielo que tenemos que alcanzar, que ganar, a como dé lugar con nuestra vida diaria, con nuestras tristezas, con nuestras alegrías, con nuestras necesidades, con nuestras intenciones ganar el cielo… oración. Por ello nos ruega: oración, meditación, penitencia, Eucaristía.
La Eucaristía debe ser nuestro alimento diario si es posible. Hermanos, los convido, ésta es una invitación que les hago porque es lo más grande que existe, la Eucaristía es nuestro alimento, nuestra base primordial en la vida. No dejemos la Eucaristía. Yo los convido a todos vosotros a recibirlo si es posible cada día porque ello es el alimento que nos conserva el alma fresca, el corazón lleno de amor, de ternura, de esperanzas, de ilusiones como también una mente abierta a la gracia, a la gracia del Espíritu Santo para que el Espíritu Santo nos ilumine, nos dé un entendimiento libre de tristezas, de mortificaciones y de angustias.
El Espíritu Santo está obrando en este momento en todos nosotros, en los enfermos especialmente, en los tristes, en los que tengan alguna pena, en aquéllos que tienen mortificaciones de familia, aquéllos que puedan tener sus hijos enfermos, las familias, en fin, por todas sus necesidades.
Jesús está presente, piensen que está aquí, está en el sagrario, está allí oculto, pero viéndonos a todos desde allí invitándonos a nuestra madre la Iglesia, a nuestra Iglesia que nos quede más cerca, una Iglesia que es nuestra patria, una patria celestial que nos convida a la meditación, a la penitencia, a la Eucaristía, es lo más grande, la Eucaristía.
Y digo la Eucaristía, porque muchos, sí, van a la Santa Misa, pero no reciben al Señor. ¿Y cómo ir a la Santa Misa, escuchar la Santa Misa y no recibir al Señor? Piensen ustedes un momento, es un desprecio, es despreciar a la Eucaristía, es despreciar al Señor. No me lo desprecien, hermanos. Cuando ustedes se convenzan verdaderamente de lo que significa la Eucaristía darán sus vidas si es posible por esa Eucaristía porque es el Pan vivo del cielo, palpitante que ha de venir a nuestros corazones cada día… recibirlo con mucha humildad.
He comenzado hablando de la Santa Misa y de la Eucaristía porque es el convite amoroso de todos los pueblos del mundo, por eso los invito que desde hoy en adelante piensen, mediten, cuán grande significa el alimento del Señor para nuestras almas, para nuestros corazones, para nuestras vidas.
He aquí, pues, que les dejo la Eucaristía; se las dejo en sus hogares, en sus casas espiritualmente para que convivan con el Señor pensando en dirigirse a la Santa Madre, la Iglesia cada día, a su parroquia a recibir al Señor.
Los tiempos son graves, hijos; y digo graves, porque realmente la situación mundial está tensa y necesitamos mucha oración, mucha meditación, mucha penitencia, mucha Eucaristía. Tenemos que armarnos de valor, de entereza, de voluntad pudiendo recibir al Señor a como dé lugar en nuestros hogares… Jesús visitándonos, Jesús corrigiéndonos, Jesús disponiéndolo todo con la Santísima Virgen, con su Madre, con María, ella tomada del brazo con su Hijo en nuestras casas, en nuestro hogar, con nuestros hijos, con nuestras familias.
Es por ello que los invito de manera particular a que en su casa tengan un lugar donde ustedes oran, donde ustedes puedan recogerse a orar, a meditar, a pensar lo que significa el amor de Dios hacia todos sus hijos. Un pequeño retiro allí en ese lugar, sino tienen una capillita, en un pequeño lugar donde se puedan recoger y alimentarse espiritualmente con la oración. La oración es el puntal de luz que ilumina al hombre en medio de la oscuridad de la noche.
Entonces, yo diría, estamos para aprender cada día, no sabemos nada, creemos saber mucho, pero de nuestra religión, de nuestra fe… muy poco, hijos. Sí, el pueblo se está preparando, el Pueblo de Dios, están asistiendo a la Santa Misa los domingos, los primeros viernes, pero no es solamente los domingos o los primeros viernes, sino si es posible cada día. Ustedes no se imaginan los dones y las gracias que el Señor les da, nos viene a dar a todos: nos corrige de nuestras debilidades, nuestras pequeñas cositas que a veces nos hacen daño. Seamos justos, justos con el Señor.
Les ruego esto de la oración, de la penitencia, de la Eucaristía y del recogimiento junto al Señor porque realmente es la hora del despertar de conciencias. La humanidad entera en estos momentos está pensando en guerras – la mayoría – para que estas guerras se detengan y no rocen nuestros pueblos ni nuestras naciones. La oración será nuestra luz, nuestra esperanza, verdaderamente nuestro mundo de Dios; somos parte de ese mundo de Dios, por lo tanto, tenemos que ser humildes y bajar la cabeza para orar y para pedir que haya paz en las naciones, que haya amor en las familias, que haya conocimiento en los hombres, los que dirigen las naciones para que corrijan sus debilidades y aumenten la fe en el Pueblo de Dios.
Somos Pueblo de Dios, un pueblo que clama justicia y para que esa justicia se realice en el mundo, amándonos como hermanos, tenemos que ser humildes y prepararnos porque de otra manera vamos a sufrir mucho. Todas las guerras sicológicas, guerras nucleares, guerras cuales fueren, esas guerras se detienen con la oración, con nuestras buenas acciones, con nuestra vida ofreciéndola al Señor para la gloria suya y el bien de la humanidad, el bien y la salvación de la humanidad entera.
Somos toda una humanidad que siente el peso de los años, pero que se recoge ante el Señor y sentimos allí que somos libres porque Él nos ama y nos quiere ayudar para sanear a todo el Pueblo de Dios, todas las almas se conviertan, todos los hombres busquen su luz y que la encuentren.
Pidamos por la conversión del mundo, la conversión de todos los hombres de la Tierra, que cada cual busque su fe, una fe vivida de cada día para ahuyentar al enemigo, el enemigo que es la guerra, que son las guerras, porque hay que evitar las guerras a como dé lugar y vivir el Evangelio, vivir pensando: “Si el Señor está conmigo y yo me comporto bien, qué puede pasarme, porque el Señor responderá por mí, porque soy hijo suyo, soy un pequeño hijo de Dios.” Por eso hagámonos pequeños niños inocentes que no sabemos nada, pero que estamos en el regazo del Padre, de la Madre María, nuestra Madre Celestial y de Jesús, el Hijo de Dios, el hombre que dio su vida para rescatarnos y salvarnos a todos nosotros.
Y ahora, hijos míos, yo soy una pobre mujer como cualquiera de vosotras que están aquí, pero una mujer que ha batallado, una batalla continua por el amor a Dios por salvar una alma. La salvación de un alma es lo más grande que existe, salvar un alma que vive en pecado, pero hay que salvarlos a como dé lugar porque la vida continúa y tenemos que vivirla con los años que tengamos, aunque nos sintamos mal, pero el Señor nos hará sentir bien, siempre y cuando estemos en oración, meditación, penitencia, Eucaristía. Les repito esto, porque deseo que ustedes en sus hogares formen una familia sagrada, íntima, unida, una familia unida, una familia que se ama, una familia que se soporta, una familia que se quiere… es tu familia, tu familia.
Lo más grande es la familia, nuestros hogares, nuestras familias. Salvar nuestros hogares, salvar a nuestras familias, nuestros hijos, nuestros hermanos, nuestros parientes, nuestros amigos, pero implica algo muy importante: la oración, la Eucaristía – el alimento diario que debe tomar todo cristiano, todo católico –. Si es posible no los domingos como algo que se acostumbra, no, si es posible cada día.
Insisto en esto porque tenemos que detener todo flagelo que pueda venir a interrumpir la vida sana de las personas aquí en la Tierra, tenemos que evitarlo con nuestra conciencia exacta de los deberes que tenemos. Es un alerta, no quiero asustar a nadie, no quiero angustiar, pero pensemos: Estamos en el tiempo de los tiempos y es la hora del despertar de conciencias, de reflexión. Busquemos el conocimiento y debemos buscar el conocimiento de que tenemos una responsabilidad con Dios y esa responsabilidad nos conlleva a vivir el Evangelio.
Evangelización, todos tenemos que evangelizar. Reúnanse en sus hogares, en sus casas, recen el rosario entre las familias. Yo sé que se está trabajando; nuestra madre la Iglesia tiene un movimiento hermosísimo, grande, pero tenemos que seguirla, seguir sus huellas, no perderlas, porque: “No tengo tiempo.” Hay tiempo para todo, especialmente para aliviar las congojas del alma de cada cual.
He hecho toda esta reflexión, porque realmente deseo que se renueven las conciencias, que se busque la raíz de esa madre la Iglesia que es nuestra esperanza, que es nuestra vida, que es nuestra ilusión más grande… la madre la Iglesia. Amar a la madre la Iglesia, amar a sus sacerdotes, a sus religiosas, a ese mundo divino porque ellos han renunciado al mundo a sus placeres para entregarse a Dios.
Oremos por los sacerdotes, por las religiosas, por todas las familias que están aquí reunidas con sus niños, con sus esposos, aquéllas que están solteras o solteros en espera de la felicidad, porque en esta noche el Señor les va a dar una luz, una orientación muy grande, hijos; y digo grande, porque ustedes todavía no se han convencido de que la capacidad de Dios es tan grande, tan conmovedora que arrebata desde el cielo para venir en busca nuestra y aliviar nuestras penas, congojas y tristezas. Estén alegres, pues, muy alegres y convénzanse que ya comienza a germinar la raíz de vuestras vidas a una vida en cónsona con esa madre la Iglesia.
Padres y madres, cuiden a sus hijos, manténgalos cerca, cuídenlos. Son momentos difíciles, no pueden perderse, tienen que quitarle el triunfo al enemigo porque es un momento en que la juventud quiere saber mucho, aprender, conocer y enterarse de muchas cosas y es difícil poder dominarlos. Por eso los llamo y les digo: Síganlos, no los dejen solos por su cuenta porque los van a perder. Tengamos confianza en el Señor porque Él aliviará nuestras penas, nuestra congoja, nuestros pesares, nos dará la alegría y el aliento de vida nueva.
A los enfermos: Cuando estamos enfermos estamos tristes, nos sentimos abandonados, nos sentimos que no podemos ya con la tristeza; estén alertas porque es necesario saber que cuando estamos enfermos, tenemos un médico y ese médico se llama Jesús de Nazaret, Jesús que convive entre nosotros, – se los vuelvo a repetir – Jesús que vela de nuestros pasos, que nos orienta, que nos ayuda, que nos lleva de la mano, que nos va conduciendo por caminos de luz, de conocimiento, de esperanzas, de ilusiones, de todas las motivaciones que son el esplendor de una vida nueva; y cuando digo vida nueva, digo un nuevo amanecer, sí, un nuevo amanecer con un sol resplandeciente que ilumina a nuestras familias, a nuestros hogares, a nuestras Iglesias… lo ilumina todo.
Vivamos esa iluminación de esa luz que nos está llegando, que nos está bañando, que nos está purificando, que nos está restableciendo para sentirnos verdaderamente amados del Señor.
Somos sus amados hijos, somos los testigos de ese nuevo amanecer de Jesús, o seremos testigos de ese nuevo amanecer de Jesús; y cuando digo nuevo amanecer de Jesús, quiero significarles que el Señor convive entre nosotros; no lo vemos, pero Él está muy cerca, se está avecinando a pasos agigantados y tenemos que esperarlo con el corazón abierto de emoción, de infinitas ternuras que bañen nuestras almas de ternuras, mucha ternura, hijos, las madres, mucha ternura.
A los que se sientan enfermos o estén enfermos si se ponen de pie será mucho mejor, el que se sienta enfermo, el que sienta alguna cosa para que reciba la bendición. Yo no soy nada, yo no soy nada, hijos, pero Dios lo puede todo, Él es quien cura, Él es quien sana, Él es quien alivia.
En el Nombre de mi Padre, Yo los bendigo, hijos míos;
en el nombre de mi Madre, Yo los curo del cuerpo y del alma
y les guardo aquí en mi Corazón desde hoy, les guardaré,
les guardaré, les guardaré aquí en mi Corazón desde hoy y para siempre.”
Que la paz sea con vosotros, que la luz del Espíritu Santo les colme de sus bendiciones de cielo. Amén.
Siéntense.
Todo aquél que con fe, con humildad, con un corazón abierto ha recibido esta humilde bendición será sanado, aliviado, fortalecido y con una humildad muy grande dará gracias al Señor.
Yo no soy nada, yo soy una pobre mujer como cualquiera de ustedes, pero que ama y siente a su Señor, y Él me ha demostrado mucho amor de verdad. No quiero abusar, pero sí pienso que si nos damos a Dios, Él nos abraza, nos lleva a su corazón y recibimos todos el manantial de ternura de su Corazón. Recíbanlo en esta noche. Cuando regresen a sus hogares sentirán una fuerza espiritual muy grande, muy hermosa y una gran humildad.
Yo digo siempre: La humildad es el puente de cristal que nos conduce al cielo, sin humildad no hay nada que hacer, con humildad lo logramos todo… humildad, mucha humildad.
Los padres de familia… si se pueden parar los matrimonios. Los esposos son reliquias preciosas de Dios porque ha habido una unión bajo el lazo de la madre la Iglesia, y ello es lo más grande que puede tener una familia, bendecido por un sacerdote que representa al Señor en esos momentos y eso no lo puede romper nadie. Todos los matrimonios recibirán en esta noche en sus hogares la gracia del Espíritu Santo con una pequeña frescura en el ambiente, un frescor y un olor de rosas que bañará sus casas, sus hogares. Quizás algunos lo sentirán, otros no lo sentirán, pero yo estoy segura que el que tenga fe lo sentirá. Con esto quiero significarles que el Señor los estará visitando.
Yo no sé nada, lo único que sé es que cuando el Señor me inspira estas cosas, no me ha dejado quedar mal, siempre se ha cumplido por su voluntad. La humildad – ya lo dije – es el puente de cristal que nos conduce al cielo, sin humildad no hay nada que hacer, con humildad lo podemos lograr todo.
Piensen en su familia, en su hogar; véanse en sus casas e inviten al Señor a que pase adelante y que reste con ustedes para siempre para que no se aparte jamás de sus familias porque nuestra familia crece, se desarrolla y necesita mucha protección, porque la juventud no piensa muchas veces las cosas que tiene que hacer y necesita una asistencia más grande todavía.
Siéntense, perdónenme que los mandé a parar, siéntense.
Me complace su circunspección, muy serenos, muy callados, es un pueblo que sabe, son familias que saben, que actúan bien, que están bajo la madre la Iglesia y eso es lo más grande, con nuestros sacerdotes que son nuestros compañeros de camino porque ellos son los que nos ayudan a liberarnos de las angustias de la vida cuando vamos al confesionario.
Confesión, mucha confesión y Comunión diaria si es posible. Cuando ustedes lo hagan van a sentir algo tan grande que no les importará nada, nada de lo que es el mundo y sus tonterías solamente te llenará el Corazón de Jesucristo.
Y ahora, quiero darles un consejo, yo no soy nada he dicho, pero yo desearía que todas las familias se amaran de verdad, se soportaran. Soportación, humildad, eso es lo más grande, Humildad. La humildad santifica; y digo que santifica, porque uno está a la merced de Dios y si estamos bajo la merced suya qué podemos desear, sino corresponderle y soportar las cargas que vengan con mucha humildad y generosidad de corazón para quien nos necesite.
El egoísmo es malo, debemos ser prudentes en ese caso, ocupando nuestros puestos correspondientes sin mirar a los demás porque ello afecta.
Hay varios casos, pero yo diría, como lo dije al principio, pónganse en las manos de Jesús Sacramentado, háblenle en el sagrario que Él les va a corresponder. El sagrario es lo más grande que tenemos porque allí está Cristo Jesús encerrado y es nuestro alimento, es nuestra base fundamental de nuestras vidas; y nuestras vidas tienen que ser corregidas completamente para entrar a convivir con Él de manera que nos sintamos realmente hijos de Dios.
Somos hijos de Dios porque yo creo que todo el que está aquí ha venido por la fe, por sus sacerdotes, por su parroquia, por su buena voluntad de escuchar la Palabra de Dios y la Palabra de Dios nos dice: “Entrad, hijos míos, entrad, orad y pedidme lo que queráis que Yo os daré cuanto necesitasen.”
Y ahora, debo terminar diciéndoles: Abran su corazón al Señor, ábranlo para que Él lo recoja y lo modele para servir a la causa del amaos, hermanos, amaos los unos a los otros. Amémonos todos, seamos justos, benevolentes con nuestros hermanos y vivamos el Evangelio. Es lo que nos toca hacer.
Gracias a todos, que Dios los bendiga.
(Aplausos.)