Bricktown, Nueva Jersey, EE.UU.

Discurso de la sierva de Dios María Esperanza de Bianchini
Iglesia La Visitación
Lunes, 19 de abril de 1999  8:30 p.m.

  • El Ángelus.

Buenas noches a todos, realmente estoy conmovida siento en mi corazón un taqui-taqui, un palpitar, se mueve para marcar las horas de un gran día poderoso de luz, de esperanza… cuando una persona está esperando a su Señor y Él se hace sentir en su corazón para darle la Sagrada Comunión. Esta noche todos hemos recibido la Sagrada Comunión. Esto es lo más grande que un ser humano puede hacer, acercarse a la Eucaristía. La Eucaristía es la base fundamental, la Santa Misa, la Eucaristía, la Comunión diaria si es posible. Este es mi alimento.

Yo les diría, hermanos, que se acerquen a la Eucaristía, mi invitación esta noche es a la Eucaristía, amar al Cuerpo de Cristo, sentirlo en nuestro corazón latiendo al unísono con el nuestro pudiendo sentir su calor, su sentir, su alma en la nuestra. Es hermoso sentir a Jesús, no importa cómo lleguen ni de dónde vengan, lo importante es buscarlo y sentir en nuestros corazones el divino aliento de su amor que llega a la profundidad de nuestro ser llenándonos con esperanza, la esperanza de vivir el Evangelio.

Y digo el Evangelio, porque necesitamos evangelización. No solamente los sacerdotes, no; es labor nuestra también, labor del Pueblo de Dios, pueblo que ama y siente a su Iglesia, la madre la Iglesia. Ella es lo más grande que tenemos, y un Pontífice que nos guía. Como ven a Juan Pablo II, tantas vivencias, qué hermosura sin igual… su humildad.

Amemos a Nuestra Santo Padre, es la base de la formación del cristiano en Roma, el Papa, San Pedro. Amemos la piedra de San Pedro, una roca con cimientos profundos donde todos tenemos que acampar, todos tenemos que llegar allí a esa roca para reconocer lo hermoso que sentir a nuestra santa madre la Iglesia; y digo madre la Iglesia, porque ella es lo más grande que tenemos, la madre la Iglesia… ella nos abre las puertas para que entremos y nos preparemos para conocer el sentido de la responsabilidad que tenemos: Amar a Dios sobre todas las cosas, sentirlo en lo profundo de nuestro corazón. Jesús convive entre nosotros, Jesús convive, Jesús está presente en todos los actos de nuestra vida. Recuerden esto. No podemos rechazar algo que es tan hermoso, porque su amor permanece perfecto hacia todo el Pueblo de Dios, su pueblo, un pueblo que desea encontrarse con Él.

Quizás, muchos todavía no lo sientan, pero yo les aseguro que tantas almas, tantas criaturas, tantos niños inocentes, tantos jóvenes, tantos padres, esposos, esposas van a sentir algo tan grande en sus almas… Jesús entre nosotros, Jesús convive entre nosotros, quizás no lo vemos, pero sí lo sentimos porque hay momentos en la vida en que Él se hace sentir suavemente con ternura, con humildad, paciente, etéreo… Sí, pero Él está vivo aquí en nuestros corazones. Lo sentimos, sólo que a veces lo olvidamos por nuestro trabajo diario y quizás no tenemos el tiempo, pero yo creo que un católico que ama verdaderamente a su Iglesia puede tener una luz en el medio de la oscuridad del la noche. ¿Saben por qué? Porque Jesús está allí presente para tocar a ese corazón, para abrir ese corazón para que ese corazón sienta en su alma el calor, el amor; el amor ardiente de Nuestro Señor Jesucristo.

Jesús quiere que salvemos nuestra alma, salvarnos a como dé lugar, pero necesitamos reflexionar, profundizar, si es posible estudiar las reglas, las normas de esa Iglesia, la madre la Iglesia. Insisto en esto porque ella es la que nos abre las puertas.

Estamos aquí reunidos para amar y sentir a Dios, para entregarnos completamente… es la creación sublime de Dios.

  • ¡Oh Dios, nos has dado tanta vida! Que te podamos amar verdaderamente para llevar la carga de la vida. Sólo con tu amor podemos resistir la tormenta. Te pido por los sacerdotes.

El sacerdocio es lo más grande que puede existir en el planeta la Tierra, el sacerdocio. Son hombres que se preparan, que van a un seminario, allí estudian y llegan a concretar su deseo de servir – servicio a sus hermanos – servir adonde sea que se le necesite. El sacerdocio es santo, es sagrado con todas las debilidades que pueda tener un ser humano, pero ha entrado el Señor en ellos y están sellados con el amor del Señor, un sello que es maravilloso, el sello del amor, de perdón, de la misericordia, de la humildad, de la paciencia, del santo temor de Dios.

Yo digo el santo temor de Dios, porque debemos amar este don, el don de no ofenderlo. El Señor es tan humilde, tan específico en cada momento, en cada minuto, Él se hace sentir en tantos detalles. Él está allí cuando están preocupados; ustedes cuando están en la escuela en sus estudios, en sus exámenes… cómo viene Jesús y les da la luz del conocimiento, el don del entendimiento para entender verdaderamente esa clase.

Es por ello, jóvenes, les hablo a ustedes, a los niños: Busquen a Jesús, piensen cuando el tenía doce años y estaba con sus padres, iba de un lugar a otro en su casa en Nazaret ayudando a sus padres, allí con sus padres: José de Nazaret, su padre adoptivo, y María, la mujer del Calvario. Entonces, piensen en ello por un momento, piensen en la vida que vivió Jesús, piensen que Jesús los ha venido a buscar y va a tocar los corazones, sus mentes… los va a encender; debe encenderlos con la llama y el fuego de su amor. ¡Qué amor el de Jesús!

Es tan grande su amor a nosotros, a las madres… las preocupaciones que tenemos en nuestra vida diaria, nuestros niños, cuando tenemos a un hijo enfermo decimos: ¡Oh Señor! Tienen que ser una madre para saber lo que ello significa. Es por ello que yo invito a todas las madres: Sigan a sus hijos, no los dejen de la mano de ninguna persona, corríjanlos con sencillez, con humildad háblenles para que comprendan lo que significa una madre. Una madre siente y ama a ese hijo y quiere lo mejor para él. Corríjanlo, sí, en el momento preciso cuando necesitan ser corregidos, cuando ven una falla, pero ayúdenlos con la oración, con la penitencia y la Eucaristía; con la Eucaristía diaria.

Les digo la Eucaristía, porque éste ha sido mi alimento de cada mañana, de cada día, me ha dado la fuerza de seguir adelante; no es que yo sea una mujer muy preparada, muy educada, no, yo soy una mujer sencilla que ama y siente a su Señor, que ama y siente a la humanidad entera y a todos aquéllos que se han cruzado en mi camino. Esto es lo que esta mujer es, no me importa cómo lleguen ni de dónde vengan lo importante es recibirlos con un corazón lleno de amor, de paz, de serenidad, de espiritualidad, ese amor que brota espontáneamente, aquéllos que tienen sensibilidad humana.

Entonces, madres, vamos a recoger a nuestros hijos y llevarlos de la mano; no los dejen de la mano de más nadie a menos que vayan a un seminario o con alguien en quien verdaderamente pueden confiar y saben que nada les puede pasar, porque después de que crecen es más difícil mantenerlos en casa con sus seres queridos. Les hablo de esto porque he sabido de muchos casos y mucha juventud se está perdiendo por las drogas y por tantas otras cosas y siento un dolor tan grande por la juventud.

  • Jesús, que no se pierdan. Alzo mis ojos a Ti como el Hijo de Dios, el gran Hijo Jesucristo, Cristo en su Padre, el Padre en su Hijo, su único Hijo, los dos unidos en un solo Corazón tocando los corazones de la juventud.

Nosotros los mayores necesitamos también organizar nuestras mentes porque a veces algunas madres que conozco comienzan a llorar por tonterías, por cosas que no tienen importancia, ellas se olvidan de su Señor porque están preocupadas. Nosotras las madres, nosotras las mayores, debemos estar en condiciones de volver jóvenes nuestras almas, nuestros sentimientos, apartando nuestros años. Mientras tengamos una mente que siente cada paso que dé un hijo, cada paso que dé nuestro esposo tenemos que trabajar para que nuestro hogar vaya bien y se extermine el mal que pudiera rodearnos y llenarnos de tristeza, de temor. No debemos temer, de ahora en adelante no más tristezas.

Todas las personas ancianas, sí, tenemos una gran responsabilidad… nuestra familia. Abuelas, debemos amar a nuestros nietos, los nietos son algo tan grande, nuestros hijos… cómo amamos a nuestros nietos.

Entonces, deseo que tengan fortaleza, especialmente las madres que tienen a sus hijos que están sufriendo de alguna debilidad, pero piensen que esta noche mi Madre como Virgen y Madre Reconciliadora de los Pueblos y Naciones los va a visitar en sus hogares.

Ahora, les vamos a entregar unas estampas que les traje para que ella los visite en sus hogares, haciéndose sentir con el olor de sus rosas haciendo el ambiente más suave, sí, haciéndolo suave para que ustedes se sientan estables, conscientes, con mucha estabilidad sin sentirse débiles por nuestras preocupaciones diarias… son muchas cosas. Ahorita siento que estoy en sus hogares con sus familias para ordenar lo que no está en orden para que la luz del Espíritu Santo los ilumine, los llene con gracias especiales.

Y ahora, mis hijos los padres, el padre es quien lleva la comida a los hogares, el padre es el apoyo, el padre es la fuerza, es el que equilibra, el que se dona a su esposa y a sus hijos, y ese padre tiene una gran responsabilidad ante los ojos de Dios para procurar la paz de la familia, procurar verdaderamente ser un padre que cuida a sus hijos que no los abandona. Hay muchas tentaciones y las tentaciones son peores cuando se hacen mayores, diría yo. A veces cometen errores. Debemos pensar que cuando tenemos el temor de Dios no somos capaces de hacer algo malo, por el contrario tratamos de mejorar nuestra vida interior, nuestra vida pública, la vida con nuestras familias. Así, señores, padres de familia, sean un modelo para su familia, sean padres ejemplares para que sus hijos sean criados con el amor de un padre.

Y ahora, quiero decirles algo: Nuestra Madre Virgen y Madre Reconciliadora de los Pueblos y Naciones ha venido a reconciliarnos a todos – pueblos y naciones – porque cuando ella vino me dijo: “Hijita mía, mi Corazón os di, mi Corazón os doy y mi Corazón os seguiré dándoos por siempre. Hijita, he venido a traerte un mensaje de amor y es que la reconciliación sea la verdadera raíz y educación de un cristiano, de todo cristiano.”

Entonces, yo diría ella nos viene a traer el don de la reconciliación, del amor, los dones divinos de nuestro Señor, el conocimiento, la rectitud y la esperanza de ser dotados de gracias y facultades para sentir que somos uno en el Señor; y digo uno con el Señor, porque cuando tenemos una gracia no la concebimos de otra manera sino el Señor que ha venido, que nos quiere dotar de facultades, de esa gracia espiritual para que vivamos una vida auténtica cristiana con el yugo amoroso de la Sagrada Familia.

¡Qué hermosa y grande es la familia! Nosotros somos una familia hermosa, fragante, lozana, equilibrada para que los dones del Espíritu Santo nos toquen, nos llenen con la fragancia y el aroma de María Madre Reconciliadora de todos los Pueblos. Vamos a reconciliarnos todos, vamos a pedir porque la guerra cese en Medjugorje. En toda esa zona, Señor. También pidamos por el Japón, por la China, por todo el Oriente que se detenga para que no haya una guerra entre hermanos.

Y ahora, Padre, les agradezco esta invitación, estoy tan agradecida. Yo digo que la humildad es el puente de cristal que nos conduce al cielo. Su humildad… Dios los ha tocado de manera especial con mucho amor. Éstas son personas sencillas, verdaderamente personas buenas. Que ahora entren y formen una persona con el sacerdote, con su Iglesia… amar a su parroquia, dispuestos a trabajar en el momento preciso cuando los llame, porque ésta es una gran familia y él es el Padre para trabajar en esta parroquia y dar luz, conocimiento, sabiduría, educación, todo ello con mucho amor.

Verdaderamente deseo que crezcan en santidad; y digo en santidad, porque cuando nos entregamos podemos lograr un poco de ese cielo eternal, las gracias para que podamos convivir verdaderamente con todos los hermanos de camino. Él es vuestro hermano mayor, el defensor, quien los conforta cuando tienen algún sufrimiento… irán al confesionario para pedir por su absolución, por la absolución de vuestros pecados para sentiros firmes y fuertes en lo que deben hacer porque tendrán el apoyo de su Párroco. Lo más grande que tenemos en nuestra parroquia es nuestro sacerdote, un santo sacerdote que los guía como niños fortaleciendo sus corazones y sus almas.

Padre, verdaderamente le agradezco. He venido por la voluntad que el Señor me ha dado porque realmente me he sentido mal, pero el Señor me ha concedido esta gracia de poder estar de pie, y venir y estar aquí.

Realmente lo felicito, su Iglesia es bella, se siente mucha paz, serenidad cuando vemos ese corazón abierto a ese Cristo con sus brazos abiertos, está así… Caminemos, vivamos el Evangelio, limpiémonos y purifiquémonos de toda contaminación del mundo de pecado. “Vengan a Mí, Hijos.” Esto es lo que nos dice el Señor: “Tengo una gran mesa, está servida para todos ustedes para que verdaderamente vivan el Evangelio, coman Conmigo, acompáñenme, los invito a todos, es una gran mesa… hay lugar para todos.”

Está aquí la mesa del sacrificio de Cristo con la gracia del Espíritu Santo, Jesús está allí en el Santísimo Sacramento lleno de devoción. Jesús en el Santísimo Sacramento está allí, nos está tocando cubriéndonos, llevándonos de la mano, Él está allí presente. Seamos muy devotos de los Jueves Eucarísticos, Jesús en el Santísimo Sacramente, Él es lo más grande que tenemos, lo más bello, Jesús vivo y presente con todo su Corazón abierto para darnos luz, la luz de su nuevo amanecer.

Y cuando digo el nuevo amanecer de Jesús es porque Jesús viene, Jesús viene, Jesús viene. Debemos esperarlo, debemos, esta es la realidad más grande que tenemos, muy pronto, no van a pasar muchos siglos, no, debemos prepararnos con la Eucaristía.

La Eucaristía es el vaso de vida nueva que nos ofrece el Señor, por lo tanto, yo les pido si es posible todos los días, cada día recíbanlo, esto es lo más grande, no tendrán tristezas, dolor, nada, el dolor les pasará por encima… de salud, todo, porque estarán llenos de ese amor, de esa dulzura, de esa paz, esa serenidad. Él está allí a nuestro lado llevándonos de la mano, conduciéndonos por caminos de luz, de esperanza, de amor, del amor del Padre con su Divino Hijo Jesús y con el Espíritu Santo, la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo con la Sagrada Familia de Nazaret.

La Sagrada Familia está constituida aquí; hay muchas familias, muchos padres, muchos niños y ello significa que ésta es una gran parroquia con familias cristianas.

No esperen de mí grandes discursos, esperen de mí lo más humilde, lo más sencillo. Yo les ofrezco mis oraciones. Cada persona aquí esta noche, en su hogar cuando regresen a sus hogares van a sentir algo nuevo, algo tan grande; cuando entren en sus hogares van a sentir que es una vida nueva, que el Señor ha venido y está allí para buscarlos, ha venido para encontrarlos, que el Señor está noche va hacerse sentir.

Quien tenga un pariente que esté muy grave se va a mejorar; si una persona estaba siendo perseguida va a poder salir adelante; los niños en el colegio van a ver un cambio, un cambio lento – no les voy a decir que va a ser un cambio rápido – pero sí va a haber un cambio; y aquéllos que han esperado algo muy especial y no lo han podido lograr realmente van a sentir la presencia del Señor, el olor de las rosas de mi Madre.

Entonces, hijos, hermanos, yo los invito a la oración especialmente los Jueves Eucarísticos, esto es lo más hermoso que puede existir, todos los jueves la hora de oración, proponernos, que tienen que hacer su hora de adoración. Estamos viviendo momentos muy delicados y sólo a través de la oración, la hora de adoración vamos a detener el flagelo horroroso que podría venir. Detengamos la guerra con horas de adoración todos los Jueves Eucarísticos, los viernes al Sagrado Corazón de Jesús y los sábados al Corazón Inmaculado de María, y así sucesivamente, los domingos a la Santísima Trinidad con la Santa Misa.

Y ahora, hermanos, tengo una cosa más que decirles: Vivan en comunidad, estamos viviendo momentos difíciles en el mundo, vivir en comunidad; el que tiene su familia no es que va a tomar sus cosas por su cabeza, no, comunícate, habla acerca de lo que sientes porque de lo contrario no tendremos paz ni serenidad en nuestra familia. Hay muchas familias que están sufriendo ahorita, están sufriendo porque no están unidos.

Tenemos que perdonar, hablar, comer los sábados o domingos, reunirse en el hogar y poner a hablar a los hijos: “¿Qué piensas acerca de esto? ¿Qué te parece cómo está el mundo?” Y de esta manera los hijos van tomando conciencia de que tenemos que encontrarnos con el Señor, van a concientizar quiénes son sus padres, sus hermanos. Debemos enseñarles, reunirlos. No es que se van a la calle a hacer lo que quieren, no, no; debemos tenerlos en casa por lo menos un día a la semana. Pero el padre tiene que dar el ejemplo porque si el padre llega a la casa y después se va… no, debe darle calor y amor a la familia para que esa familia sienta que ese padre es responsable. No es suficiente con llevarles la ropa o pagar por el colegio, no; es el calor humano. Quizás la mujer se sienta sola porque no tiene una persona con quien hablar. Necesitamos a los dos: al padre y a la madre. Éste es el gran conflicto del mundo, de los matrimonios… divorcios.

Así que yo diría para evitar esto, asirnos a la Eucaristía y vivir el Evangelio, evangelización, visitar a los enfermos en los hospitales, a los niños inocentes, a los pobres, a los tristes. Cuando veas a un mendigo en la calle, dale ropa; no podemos ser miserables. Compartir constantemente nos va a dar la certeza de que el Señor… nos da la certeza que nos está llamando y de que este llamado llega al mundo entero. Piedad y misericordia del mundo que se pierde, tened piedad de vuestros hermanos que están solos y no tienen a nadie, piedad y misericordia para los niños, piedad y misericordia para los enfermos y tristes y piedad para nuestras familias, para nuestros hogares para que así todos nos encontremos dándonos las manos pudiendo vivir el Evangelio tal como Jesús Nuestro Señor nos lo enseñara y como nuestros sacerdotes nos lo enseñan en estos tiempos, ahora.

Yo no soy nada, yo soy una pobre mujer como cualquiera de ustedes, pero tengo un corazón, un corazón que ha sufrido mucho desde que era una niña – de salud me encontraba muy delicada – pero realmente he podido luchar por la voluntad, por la generosidad de mi Santísima Madre. Ella vino para encontrarse con esta pobre mujer a través de sus mensajes, a través de su presencia infinita, suave, por su ternura infinita y sobre todo con el deseo de que yo le abriera el corazón a ella como yo les pido a ustedes: Ábranle su corazón a ella y pidan piedad para sus familias, para sus hogares con mucha ternura, con mucha humildad, con mucho temor de Dios y sobre todo con voluntad, con una voluntad férrea de discernir esta noche mi humilde mensaje.

El Señor nos dijo: “Tocad y se os abrirá, pedid y se os dará.” Así que debemos tocar y pedir por la misericordia del Señor, pedir continuamente con humildad. No es que vamos a molestar al Señor, sino con mucha delicadeza, con mucha humildad, con mucha paciencia y con mucho amor.

Ya yo dije: La humildad es el puente de cristal que nos conduce al cielo, sin humildad no hay nada que podamos hacer, puede ser muy talentoso, muy educado, muy grande, pero si no eres humilde no puedes hacer nada. Y adaptarse a todas las mentes, adaptarse a los corazones de los hombres, adaptarse a todos los que se te acerquen, a todos los que vengan, no importa de dónde venga ni cómo lleguen lo importante es recibirlos con una sonrisa, con un apretón de manos, con un diálogo de que el Señor convive entre nosotros. Esto es todo: El Señor convive entre nosotros; no lo vemos, pero está presente – deben saberlo – en todos nuestros hogares, en todas nuestras familias, aunque no lo comprendamos, Él vive en cada hogar con cada familia, aunque aquella familia sea rebelde Él está allí para ver cómo toca esos corazones, cómo los consuela, cómo los alivia, cómo los sana.

Esta noche vamos a ser sanados de nuestras debilidades, de todos nuestros errores, Él va a perdonar nuestros pecados. Todas nuestras preocupaciones… todo eso pasará. Las madres se van a sentir tan felices porque sus hijos van a cambiar. Sigan orando, sigan orando, hijas. Las esposas que han sido abandonadas de sus esposos, no se preocupen ellos recapacitarán; y aquéllos que piensan que no tienen algo por qué vivir, aquéllos que están demasiado tristes, no, piensen que Jesús va a tocar a las puertas de su corazón y va a suavizar sus almas, sus vidas como una clara mañana cuando vemos los primeros rayos de sol, esa luz, ese sol de justicia, un sol de amor, un sol de vida nueva, una esperanza, la esperanza de vivir la quietud de un alma y sobre todo la convivencia familiar. ¡Qué hermosa es la convivencia con la familia! Es bello sentir a nuestra familia toda reunida.

Debemos sentir la verdad del sol de justicia, un sol de realidad, un sol vivo y palpitante que cubre nuestra alma y la cubre con su cálido amor.

Entonces les agradezco, mis hijos, por venir a esta bella, hermosa, limpia, ordenada Iglesia. Estamos aquí y veo almas muy buenas, personas que realmente sienten al Señor; familias buenas que aman y sienten a los suyos; sacerdotes quienes con su humildad, paciencia, con su amor pueden lograr salvar a su pueblo.

Esto es bello, se darán cuenta con el tiempo, no será inmediatamente pero se convencerán de que el sacerdocio es el puntal de luz que ilumina al hombre en el medio de la oscuridad de la noche. El sacerdote es nuestra esperanza en la vida porque son nuestros consejeros, ellos nos perdonan nuestros pecados, nos dan la absolución para poder seguir adelante, porque ellos fueron escogidos por Jesús para una empresa de valores humanos, grandiosa, gigante, maravillosa, empresa para salvar al mundo. Por eso es que están aquí, ellos son los soldados de Cristo, ellos son luminarias que dan paz, amor, luz, mucha luz.

Que esa luz permanezca aquí para siempre, que Dios los bendiga.

(Aplausos.)

Con mucha humildad les voy a dar una bendición de la cual muchas personas se han curado instantáneamente; quizás suceda en alguno de ustedes, no voy a decir que todos, pero sí ustedes van a ir viendo una mejoría, una paz, una armonía en la casa, una alegría, una espiritualidad que invade sus almas. Es algo que se siente que es especial, esto no lo hago yo todos los días, sólo lo hago cuando siento que hay necesidad de hacerlo y así ustedes se vayan cargados de las gracias del Espíritu Santo, del amor de la Santísima Virgen, de la fragancia de María, de las azucenas de la Virgen para sus hogares, las rosas de mi Madre para sus hogares.

Van a ser visitados de ahora en adelante en sus casas y pueden contar con ello… el olor de las rosas de la Virgen. Cuando lleguen a sus hogares van a sentir el olor de las rosas de la Virgen Santísima. Es algo que parece una locura pero es una realidad, porque es a muchas personas a las que les ha pasado. Así que esta noche por la gracia del Espíritu Santo, por la gracia de la Virgen Santísima que se ofrece para guardar sus almas, protegerlos, ayudarlos con la salud, visitarlos de vez en cuando… cuando sientan eso, recójanse y recen el rosario, vayan a la Santa Misa, comulguen, reciban al Señor.

La Eucaristía ha sido para mí el bálsamo eficaz para mi alma, es lo que me trajo aquí. Ustedes me ven aquí, no crean que yo estoy muy bien, ya yo tuve un cateterismo, no es que yo esté muy bien, en cualquier momento me puedo ir, pero hasta el final yo estaré, pues, firme como los soldados al servicio de quien me necesite.

Sintiéndome mal porque yo quisiera haberlos tocado a cada uno de ustedes, pero en realidad espiritualmente vamos a estar unidos, aunque yo no los toque, mi Madre Santísima los va a tocar. Ella, María que es dan dulce, tan sencilla, tan humilde, tan generosa los va a consolar, a renovar sus conciencias, renovar su sangre, su cuerpo, sus huesos, su corazón, su mente abierta a la gracia del Espíritu Santo; y así ustedes podrán seguir su camino hacia la luz de la verdad, del conocimiento de que Jesucristo convive entre nosotros porque María convive entre nosotros, Ellos conviven entre nosotros pudiendo así acercarse cada día más a la Santa Misa si es posible. Si lo hacen se sentirán los seres más felices de este mundo.

Ustedes me ven aquí, estoy muy delicada, yo he sido muy delicada desde niña y el Señor me ha dado la fortaleza para seguir adelante. Gracias, Señor.

En el Nombre de mi Padre, Yo los bendigo, hijos míos;

en el nombre de mi Madre, Yo los curo del cuerpo y del alma

y los guardo aquí en mi Corazón, los guardaré, los guardaré, los guardaré

aquí en mi Corazón desde hoy y para siempre.”

Que la paz sea con vosotros y que la luz del Espíritu Santo ilumine sus almas. Están en paz y en armonía con el mundo entero.

  • Ave María Purísima.

Que Dios los bendiga.

La humildad es el puente de cristal que los conduce al cielo, con la humildad lo podemos todo, sin humildad no hay nada que podamos hacer… humildad, sencillez y amor. Esto es lo que les pido, tenemos que dejar a un lado nuestro mal carácter, el Señor está en la humildad, ésta es mi palabra sagrada… humildad.