Continuación de las palabras de la sierva de Dios María Esperanza de Bianchini
Residencia de la Flia. Salicandro
Domingo, 18 de abril de 1999 6:30 p.m.
Permiso mi Señor para hablar de Vos. Vos eres la luz del mundo, la esperanza de todos los católicos cristianos y aún de aquellos que no te conocen todavía, pero te van a conocer… están despertando ya; hay una esperanza muy grande en tu nuevo amanecer para que los cielos y la Tierra se conmuevan, y tiemble esa tierra y el hombre vuelva sus ojos al Padre Celestial para que ese Jesús de todos los tiempos nos hable de nuevo, nos venga a buscar para que reflexionemos y vivamos vida auténtica cristiana de los hijos de Dios, de un Dios perfecto, de un Dios único, de un Dios que formó los cielos y la Tierra, las aguas, los vientos, los árboles; ha conmovido al mundo porque se hace palpitante en cada corazón.
- Oh Dios mío y Señor mío, oh grandeza la vuestra. Mi corazón siente que ese Corazón vuestro, Señor, es único en el mundo; no hay otra cosa más grande que Tú, Señor. Pobre de nosotros, criaturas que todavía tenemos que aprender tanto. Solamente se asemejan a Vos, Señor, tus sacerdotes porque ellos comparten con Vos cada día la Eucaristía, el pan místico de tu Hijo, Jesucristo; el Cuerpo de mi Jesús. ¡Qué alimento más grande nos has dado! La efusión grande, grandiosa, única donde el hombre puede encontrarse a sí mismo y vivir el Evangelio.
¡Qué cosa grande! Si pudiésemos nosotros comprender cuán hermosa es la vida espiritual, la vida del sacerdocio; y digo sacerdocio, porque la responsabilidad que ellos tienen no la tiene nadie en el mundo: Crear conciencia en ir las personas al confesionario y ellos poder quitar sus pecados; la absolución de los pecados, sí.
- Cómo los absuelves, Señor, por medio de su mano que es tu mano en ellos, que es tu presencia divina allí porque eres el único que mueve los corazones de la Tierra, de todos los hombres y avivas la llama y crece esa llama y se hace ver para que así palpen los hermanos.
Como estamos palpando en Juan Pablo II sin miedos, sin temores, siempre firme, decidido a ir en busca de las ovejas de un mismo pastor y ese pastor las va llevando, las acaricia, les habla, les dice de un mundo nuevo, el mundo de un Dios perfecto que nos espera y que debemos confiar en Él.
- Qué hermosa es la vida, qué hermosa es nuestra vida porque te hemos conocido, Señor; y te hemos conocido especialmente el día de nuestra Primera Comunión. La Comunión es el compartir Contigo, Jesucristo, vivir Contigo, asirnos a Ti, ser dóciles al llamado con la esperanza de poder vivir el Evangelio, tal cual nos lo enseñaste Tú, llamándonos a la reflexión, al confesionario y a decir nuestros pecados para que sean absueltos por el sacerdote.
¡Qué hermoso es el sacerdote! Yo felicito a todos los sacerdotes del mundo, especialmente ustedes en este día, que es la hermosa criatura que Dios escogiera para tenerlo todos los días al amanecer en sus manos.
- Tu Cuerpo Místico, Señor, que te estás entregando en el mundo entero para salvar almas, convertir pecadores, resucitar a los muertos, vivificar la vida del hombre pudiendo éstos reconocerte y asirse a tu Corazón de manera de que no haya otra cosa que los detenga en el camino solos; Señor, solamente Tú; Tú que los tomas, que los llevas y los conduces.
Es por ello que en estos momentos tan difíciles, momentos tremendos que se avecinan con nuestra oración debemos apagar el fuego del hombre; y ese fuego no es el fuego del amor, es el fuego del dolor, de la tempestad, de la guerra. Hay que detener la guerra a como dé lugar porque de otra manera vendría una desintegración tremenda en el mundo, pero tenemos que estar tranquilos, hijos. Tenemos que orar, orar muchísimo para que se detengan las malas intenciones de las naciones que pretenden llevar a sus pueblos a un encuentro con los demás.
Y ustedes me dirán: ¿Cómo es posible eso? Pero es la realidad; tenemos que orar muchísimo, redoblar nuestras oraciones, nuestras plegarias; ser mejores, más comprensivos, más humanos con nuestros hermanos, más humildes, más sencillos, a la mano de quien nos necesite.
Es por ello, contar mis experiencias, Padre, podrá parecer una falta de humildad de mi parte; no soy capaz, pero sí sé decirles que el Señor convive entre nosotros. Lo tenemos tan cerca… en las mañanas cuando despertamos Él está presente; en las horas de las comidas, Él está presente; en las horas de dormir, Él está presente; luego, un nuevo amanecer ya está allí presente.
- ¿Qué más podemos pedir, si Tú estás presente? Convives entre nosotros de la manera más natural con la sencillez y la simplicidad de un niño inocente, como también de un hombre adulto que al pasar los años se conserva fragante y lozana su alma.
Porque es el Pescador de Almas y tienen que seguir pescando muchas almas, muchos seres, muchas criaturas que andan a la deriva del mundo sin saber adónde van, ni dónde quedarse, ni dónde estar.
- Oh, Señor, anímanos, conviértenos como verdaderos instrumentos al servicio tuyo con humildad, con paciencia, con el santo temor de Dios para no ofenderte nunca, Señor, y para vivir el Evangelio tal cual lo predicaste, tal cual nos lo enseñaste. Nos dejaste un legado incalculable de valor para vivir realmente como hijos de Dios.
Somos hijos de Dios; tenemos una gran responsabilidad y es llevar la Palabra de Dios; no solamente los sacerdotes, las religiosas, nos toca a nosotros, al Pueblo de Dios, ese pueblo dispuesto a llevar la Palabra del Señor con humildad, con sencillez y con el corazón rebosante de alegría, de esperanza, de ilusiones, de fe viva, de candor de un niño inocente y la cultura del hombre ya hecho, ya experimentado que sabe lo que hace y lo que necesita hacer en los medios de comunicación porque hay que llevar la Palabra de Dios.
- Sí, Jesús, aquí estamos presentes este núcleo de familias, de familias en busca de tu Corazón. Que podamos comprenderte, amarte y hacerte reconocer de todos tus hijos de la Tierra. Sí, Jesús, yo te lo pido humildemente, por toda esta familia: Angelina, su esposo, su familia, una familia de cultura, de amor que ama a la música. Qué bella es la música, te transporta a lugares impensados por el hombre con esa música, con el amor, con el calor, con el fuego tuyo, Señor.
- Todo eso nos lo das Tú, Tú nos lo das a nosotros y se lo das a todas las familias sólo que muchas no te escuchan, no han aprendido, no les han enseñado desde niños. Eso es lo que pasa, que se quedan detrás, pero Tú, Señor, vas a conquistar a todos los corazones de la Tierra con la llama y el fuego de tu amor.
- Quédate aquí un momento, Señor; quédate en esta casa con esta familia, que sean como instrumentos tuyos para que sepan llevar la Palabra como lo han hecho hasta ahora honestamente, con calor, con amor, con humildad, con paciencia, con mucha caridad abren sus puertas a los amigos, a los seres que los comprenden y que los aman.
- Gracias, Señor, por traerme a mí también, gracias por la presencia del Padre tan bueno, de nuestro Santo Padre el Papa, de su tierra. ¡Qué hermosa es Polonia! Cómo quiero a toda esa tierra bendita. Qué hermosa es la vida, como vas tocando a tus hijos y los llevas a los lugares a donde puedan predicar y llevar a Jesús a sus corazones para tocar los corazones de sus hermanos. Gracias, Padre, gracias de este momento tan hermoso, de este día único.
Y digo único, porque cada día que pasa conocemos más la vida y aprendemos a vivir y a convivir con nuestros hermanos.
Tenemos que saber convivir con las personas, no importa cómo lleguen ni de dónde vengan, pero lo importante es darle una mirada, una palabra a tiempo, un apretón de mano. No dejar a la gente así, como que… no, no. Hay que tomar en cuenta a las personas, especialmente a las personas mayores, a las personas que ya están decayendo, digamos, tienen sus años que necesitan amor, necesitan confianza, cariño, consideración, respeto. Respeto, eso es lo más grande que puede haber. No me ames, pero respétame.
Entonces, yo diría, esto ha sido una convivencia, esta Santa Misa tan hermosa con sus palabras, con su gran amor, Padre. Que Dios lo siga bendiciendo, que lo siga llevando de la mano; e igualmente a usted también; a todos los sacerdotes, en fin, a toda la humanidad, la humanidad de sus sacerdotes, su humanidad de Él con Cristo Jesús amalgamados y bien llenos de amor, de humildad, de paciencia, del santo temor de Dios y con la gran esperanza prometida: Un cielo que nos espera, un cielo inmenso, grandioso que palpita en todos sus corazones.
Es por ello, hermanos, tenemos que amar a los sacerdotes, amarlos a como dé lugar con sus debilidades y flaquezas que puedan tener, pero amarlos porque ellos son los conductores de la fe cristiana al hombre de hoy, del mañana y de siempre porque ellos han sido los que han convivido con Cristo Jesús, lo han sentido a Él en el día de su grado, de su ordenación, cuando tomaron los hábitos, y son llamados a enseñarnos, a reeducarnos, a deificar nuestros planteamientos para poder así seguir adelante viviendo el Evangelio.
Gracias, Padre, gracias a vosotros todos. Que la bendición nos acompañe, la bendición del santo sacerdote, en este momento es un santo sacerdote porque tienen la facultad de serlo porque han estado en un seminario, han pasado por las pruebas, han pasado por todo. No es tan fácil ser un buen sacerdote.
Entonces, ellos para mí son nuestros conductores, nuestros amigos, nuestros padres, padres como si nos hubieran verdaderamente criado.
Entonces, yo diría, vamos a entregarnos a esa madre la Iglesia. Es lo más grande que tenemos. Es por ello que yo les pido a ustedes: Reciban al Señor, si es posible cada día, eso es nuestro alimento, es nuestro potencial humano, la Comunión diaria con fortaleza, con espíritu de humildad, de paciencia y con un gran deseo de entregarnos de lleno, totalmente; y de recibir a las personas también, no importa cómo lleguen ni de dónde vengan, lo importante es darles una mirada, un apretón de mano, una palabra a tiempo. No dejemos a la gente… despreciarlas así en el camino; tenemos que darles la mano.
Entonces, gracias a todos; gracias, Padre, por esta oportunidad que me ha dado de poder decir cuatro palabras, las que sean, pero con mucho amor, mucha humildad, con un gran deseo de que todos cambiemos y mejoremos nuestra vida interior y que esa vida se convierta en una vida espiritual real, verdadera, donde podamos hacer mucho bien a las almas.
Gracias, que Dios los bendiga a todos.