Palabras de la sierva de Dios María Esperanza de Bianchini
Residencia de la Flia. Crimi
Sábado, 2 de agosto de 1997
[…] las enseñanzas del Evangelio son acerca de lo que significa el pan de la vida, es el pan de la gracia, es una demostración de amor de Dios verdadero ofreciéndonos una conciencia exacta de nuestros deberes para reafirmar el Evangelio. El Evangelio nos lleva a conocernos mejor en la vida, a reflexionar cada paso de Nuestro Señor Jesucristo por la Tierra.
Él nos trajo la luz, la esperanza, la ilusión de días mejores para reafirmar nuestra confianza en la Eucaristía, Pan de vida, Pan de amor, Pan dulce, Pan con sal, la sal nos sirve cuando somos bautizados con el agua bendita sobre de nuestras cabezas para llenarnos de luz y de conocimiento; y, en fin ese pan que comemos cada día con nuestra familia, en nuestros hogares es el pan de la vida, de la vida de Cristo, porque Él nos sostiene, Él nos ayuda a darnos vida sobrenatural.
Ustedes me dirán: ¿Esa vida sobrenatural cómo es? Sí, podemos vivirla aunando fuerzas, tratando por todos los medios de corregirnos, de ser mejores en la vida, de alimentarnos todos los días si es posible, y es posible, porque nuestros sacerdotes lo reciben diariamente en la Santa Misa y nosotros, Pueblo de Dios, también lo podemos recibir cada día, porque es el alimento que resta para siempre, que nos vivifica, que nos enseña, nos da a conocer realmente lo que significó Cristo y sigue significando para nosotros y es que su Cuerpo Sacrosanto, allí en la Eucaristía, es el alimento del hombre, el alimento de todos nosotros para abrigarnos en el Corazón Inmaculado de María.
Porque ese Hijo nos lleva a María, nos enseña lo que significa ser la Madre de Dios, un Corazón que se dio y que se sigue dando, un Corazón humilde, generoso, compasivo que nos hace ser humildes, humildes de verdad con el conocimiento de que tenemos cada día que aprender a vivir entre hermanos soportándonos, ayudándonos unos a otros, sentándonos a la mesa – si es posible – para compartir el pan.
Hoy, aquí en este hogar, un hogar sano, hermoso, porque es una familia, hay una madre, la madre de este señor, hay otra madre, están todas las madres, están los padres posiblemente, forman parte de una gran familia porque sus hijos están aquí, los hijos sentados a la mesa con los padres, y nosotros también vinimos a comer, vinimos a sentarnos a esa mesa con todo el respeto posible; y aún más, ahora el Señor en esta tarde ha venido en la Santa Misa a ofrecernos su alimento.
Éste es el alimento que nos ayudará toda la vida, en el transcurso de nuestras vidas hasta la eternidad. La Comunión, el alimento generoso que Jesús comparte con nosotros por medio de sus sacerdotes.
Son ellos los representantes de Cristo, son ellos los benefactores de nuestras almas. Ellos, cuando vamos al confesionario nos dan la absolución de nuestros pecados para poder estar en condiciones de recibir al Señor, porque de otra manera, ¿cómo haríamos nosotros? ¿Qué somos nosotros? ¡Nada! Somos pequeñas criaturas, en cambio ellos son los representantes de Cristo aquí en la Tierra porque pueden tener en sus manos a Jesús, su Cuerpo… y el vino. ¡Qué cosa grande lo que representa la Eucaristía!
Es por ello, yo les ruego a todos: Reciban al Señor; no lo dejen. Uno se siente fuerte, robustecido por la fe, con un amor inmenso hacia todas las criaturas; hay perdón para todos, hay amor y hay sencillez; la sencillez de que somos como somos y, sin embargo, el Señor es tan generoso que nos ayuda a educarnos para que reflexionemos de que sin ese Pan de la vida suya somos nada, somos pobres criaturas que vagamos por el mundo sin poder sentir ese calor humano que Dios nos da, porque Él es calor humano, Él es vida sobrenatural que viene a saciar nuestras almas de su presencia, de su alimento, de su amor infinito, tierno y misericordioso.
Ello es lo que les puedo decir. No desperdicien estos momentos. No dejen de ir a la Santa Misa todos los días. Tenemos que hacerlo, tenemos que decirle a nuestros hermanos: Vayan a la Santa Misa, reciban al Señor, recíbanlo por favor, es el alimento de una vida eterna, el alimento de un Dios en perfección, el alimento que da vida nueva.
Cuando nosotros ahora lo recibamos vamos a sentirnos renovados por dentro, aliviados, conscientes de que estamos en la Santa Misa, y que es el Señor por medio de sus sacerdotes, de sus aliados, de sus asistentes que están aquí para repartir su Cuerpo Santo; nos daremos cuenta realmente de cuán grande es la Eucaristía y qué hermosa es la vida cuando sabemos que Jesús viene a nuestros corazones, a nuestras almas.
Es un convite, esto es el gran banquete. Tuvimos nuestro banquete, pero este es el banquete más grande, se nos está ofreciendo, se nos está dando por medio de sus ministros.
¡Qué hermosa es la vida del sacerdote! El sacerdocio es tan hermoso y grande.
Yo los felicito a ustedes que han dado de sí lo mejor, con todas las debilidades que hubiesen podido tener en aquéllos momentos de depresión, o de ansiedad, o de contaminación con el mundo porque todo eso llega, es humano, tenemos carne, sangre y sentidos y el alma no puede ser perfecta, pero el Señor los va perfeccionando, los va llevando con los años, con los días a ser en realidad uno con Él, así… amalgamados, cuerpo a cuerpo para vivir realmente la felicidad de un hijo de Dios. Con ese hijo de Dios vamos a ir a la Misa para ofrecerlo a toda esta comunidad, o adonde vayan van llevando su Cuerpo para alimentar multitudes.
Es por ello, los invito a todos, a las familias: No dejen de recibir al Señor todos los días. Yo sé que a veces es difícil, pero si no podemos en la mañana, podemos en la tarde, pero busquemos el momento, porque nos vamos a revestir de una paz, de una serenidad, de una alegría infinita, generosa que llevaremos dentro, muy dentro, una alegría íntima de sentir que el Señor convive entre nosotros y que visita a nuestros hogares, santifica nuestras familias, y que podemos decir: Cristo es mi compañero, Cristo es la Resurrección y la Vida porque me la está dando, Cristo es quien nos ayuda a caminar decididamente hacia la eternidad sin fin, porque la eternidad no tiene fin, es inmensa, tangible, pura ocupa toda la redondez del cielo y de la Tierra, de los espacios, es infinita.
Amemos la Eucaristía, amemos ese alimento y complazcámonos todos, debemos complacernos, de que nos ha llamado a esta casa, a esta familia, una familia…
¡Qué hermosa es la familia!, con todas las debilidades que hayan, con todos los pequeños roces, porque es humano, pero hay amor y cuando hay amor hay comprensión, y cuando hay comprensión es porque hay una base, una base de familia, es el amor y es el amor lo que nos enseña realmente a vivir el Evangelio, a vivir con Cristo, a vivir en paz con nuestro marido – nosotras las mujeres con nuestro marido y el marido con su mujer, ¡su mujer, su esposa! – Es lo más grande que existe, una buena esposa. Sus hijos… es lo más grande que tenemos. Vamos a luchar por esos hijos, a luchar por esos hijos que crecen, que se desarrollan, que serán los hombres en un mañana, porque ellos también tendrán sus hogares y vivarán en el seno del amor con humildad, con paciencia y con un gran recogimiento espiritual dando a su familia todas las cosas bellas de la vida.
Yo los felicito a ustedes por esta gracia tan grande de tener estos sacerdotes, obispos, que vengan aquí a su hogar y celebrar la Misa. Realmente es hermoso y es dulce saber que hay alguien que te quiere, que te considera; venir a tu casa a traerte al Señor de los señores, al Rey del Mundo, Cristo Rey Salvador del Mundo. Esto es lo más grande, es la cosa más bella, la visita del Señor a nuestro hogar.
Es por ello, que no me canso de darle las gracias al Señor donde Él pueda morar, en donde esté, en las Iglesias, allí recogido esperando que las multitudes vayan a la Santa Misa y lo reciban allí como alimento de vida, como alimento de vida nueva, una vida nueva en continuación, una vida alegre, feliz, con el contentamiento de los niños inocentes cuando sus padres los toman en sus brazos y lo presentan ante el Señor Jesús.
Gracias, Monseñor, gracias. Estoy tan agradecida.
Y gracias a ustedes por ser tan benevolentes con nosotros, John, su esposa y toda esta familia de John, su madre, su mamá… ellos estaban aquí esta mañana, fue un placer conocerlos. Qué hermosa es la familia. Uno ama a sus hijos tanto que es capaz de todo, velando de ellos para que se sientan bien, pero siempre acunados bajo el ala de la Iglesia, con la Iglesia y a trabajar por la Iglesia, así como por todas las religiosas…
Sister Margaret… ella también ha sido una batalladora, ella ha trabajado incansablemente por Cristo. Yo hubiera… realmente me emociono de ver esa voluntad así. Cuánto hubiera querido yo entregar mi vida al Señor, pero no fue posible, el Señor lo quiso así, quizás, mi salud era bastante delicada, frágil, pero ahora es peor y aquí estoy de pie firme como los soldados dispuesta a dar mi vida, si es posible por esa santa madre la Iglesia, por ese Santo Padre que tenemos en estos tiempos que es pan de Dios, generoso como un niño inocente y grande por su firmeza de su condición humana de una persona de amor. Y sigue amando a su Iglesia, defendiéndola y ayudándonos a todos a crecer espiritualmente.
Gracias a todos.
Que Dios me los bendiga.
Gracias, Señor mío y Dios mío; gracias, mi Señor. Yo te amo tanto, Tú sabes que es verdad y quiero servirte, y amarte y hacerte reconocer de todos tus hijos de la Tierra, de todos, Señor.
Que este aliento mío llegue a todas las almas que en este momento están agonizando y necesitan del calor, del amor tuyo, Señor, para que los alimentes espiritualmente si no te pueden recibir. Que en paz descansen. Por todas estas almas que están agonizando.
Gracias.