Albuquerque. Nuevo México, EE.UU.

Palabras de la sierva de Dios María Esperanza de Bianchini
Indian Pueblo Cultural Center
Sábado, 26 de julio de 1997 8:00 p.m.

(…) Dios, nuestro Señor qué quiere de nosotros.

  • Aquí estoy para lo que Tú quieras, donde me quieras, para lo que quieras. Yo acepto todo lo que Tú digas, Señor. Lo que no acepto es que yo vaya a ser débil, flaca y pueda verdaderamente cometer una falta ofendiéndote porque Tú eres el Creador, yo soy tu hijo, tu hija. Haz de mí lo que Tú quieras, para lo que me quieras y dónde me quieras.

Acuérdense, nunca digan: “Yo quiero esto y lo tengo que tener.” No, ¿quién ha dicho eso? Yo estoy aquí por el impulso que Dios me dio. Yo salí de la clínica hoy y al siguiente día me monté en el avión. El doctor estaba muy mortificado y después me dijo: “Si tú lo haces es porque es la voluntad de Dios.” Yo estaba metida en una clínica casi una semana y me vine. Por eso nosotros… ¿ven?, yo ahorita estoy aquí y estoy con ustedes,

(Aplausos.)

llenándome de amor de verlos a ustedes, mucho amor porque ustedes han sido amorosos conmigo también, han querido que viniera, si no es por ustedes no vengo, no hubiera venido.

Porque yo sé que aquí se necesita… Yo no soy nada, tienen sus sacerdotes que los quieren, que los iluminan, les hacen ver las cosas muy claras, pero, quizás yo soy un pobre instrumento de Dios, pequeñito, que puede hacer en un momento algo que Dios quiera – que yo misma ni siquiera lo sé – en cada uno de ustedes: una motivación; una perseverancia en algo que se quiera cumplir; un deseo familiar de la salud de un enfermo; uno que se quiera graduar y no sabe cómo y qué es lo que va a hacer, y en ese momento Dios le dispone todas las cosas para su graduación, para sus estudios, para entrar a la universidad; alguien que tenga una pena y no sabe qué es lo que va a hacer: “Dios mío, tengo que resolver este problema,” y a lo mejor Dios dice: “Bueno, este pobre instrumento mío yo lo puedo usar.”

Nosotros somos instrumentos de Dios, lo importante es que nos dejemos llevar de esa corriente maravillosa y divina que nos sitúa donde Él quiere que trabajemos y que podamos servir a nuestros hermanos. Él nos quiere sirviendo en continuación sin cansarnos de que nos molesten. Todo lo que se haga se hace con amor, con humildad… vuestros estudios que hagan ustedes, sus estudios los muchachos.

Los jóvenes tienen que tener mucha voluntad, hijos, porque hay mucho peligro en estos momentos y basta una pequeña cosa para perderse, no podemos perdernos en medio de las tentaciones que nos rodean. ¿Cuántos jóvenes se pierden? ¿Cuántas niñas jóvenes se pierden también? Cuántos casos, Señor, que yo quisiera tener alas para volar y estar en todas partes tratando de ubicar y salvar las almas. Eso es lo que yo siento cuando pienso en la juventud: cómo se está perdiendo la juventud, cuántos jóvenes, cuántos niños, cuántas criaturas y muchachas jóvenes.

Hay que pedir por la juventud porque ellos son la esperanza de un mañana mejor; ya nosotros los mayores ya vamos ya… pero ellos son la vida de esta vida, de este mundo, de un mundo nuevo que sienten ellos en su corazón, que ese mundo viene, un mundo mejor con una capacidad intelectual, espiritual, moderada, pero limpia, pura, pulcra, justa y ordenada. Eso es lo que yo quiero para la juventud, que no se pierdan los muchachos, que no se pierdan las niñas, que puedan ser para sus padres como sus hermanos, que le cuenten a su papá, a su mamá todo. “Mamá, papá esto.”

Los padres tienen que sentarse con los hijos a meditar, a hablar como un amigo para que el muchacho no se sienta que el papá es un ogro que le va a pegar y que le va a hacer… ¡No! Tenemos nosotros los padres que ocuparnos también y hablar con ellos, que nos cuenten sus cosas porque el muchacho está en la edad de estos niños con ansias de tantas cosas que no saben qué hacer y hay tentaciones, somos carne, sangre y sentidos y el alma no puede ser perfecta.

Todos tenemos nuestras debilidades y hay que concienciar. Es lo que está pasando, a los niños los están dejando por su cuenta, que hagan lo que quieran; no, eso no es así, no se les puede dar tanta libertad. Dicen: “No, hay que dejarles libertad para que aprendan a ser hombres.” No, mi ’ja, que va, en la calle no, en la calle hay peligros que los pierdes y cuando percatas ya tú no puedes hacer nada.

Reunirse la familia los sábados, los domingos; el domingo que puedan o un sábado y se hace un almuerzo, cada uno hace una cosa, todo el mundo se sienta a la mesa y después el padre, o la madre, o el que esté: el padre y después su mamá. “¿Fulano, qué piensas tú?” Ustedes hablan de un tema, el tema que Dios Nuestro Señor los ilumine y entonces dicen: “¿Qué piensas tú de eso?” Entonces, tú vas sabiendo ya cómo está tú hijo, en qué condiciones está y ese muchacho va creciendo… todos los grupos, nosotros, ¿verdad?, hasta ellos también, a toda esa gente y hemos salvado a muchísima gente en peligro ya, los he arrancado de ese peligro.

Sí, porque a veces al muchacho le da miedo, le da pena; están en esa edad que quieren hacerse hombres antes de tiempo, que saben mucho, que son muy inteligentes, que ellos todo.

Es fuerte, por eso no se pueden dejar los niños así, no; uno los tiene que tener aquí amarrados, sin amarrarlos, pero los tienes cerca, con cariño. Inventar: “Vamos esta semana, cuando vengan las vacaciones, a la playa, vamos la familia.” Pero en familia, siempre la familia. Eso es tan grande, mi amor, eso es una fortaleza, eso es un panteón, diría yo, que allí no te tumba nadie, eso te da energía y te da vida sobrenatural, porque estás cumpliendo con tus deberes y estás dando gloria a Dios porque las familias que se salvan eso es gloria para Dios porque Él desea que todas las familias se unan, se amen, se soporten; por eso Jesús se dejó crucificar para salvarnos a todos, derramó su Sangre, dio su vida, nos los dio todo allí en esa Cruz, pendiendo allí en esa Cruz con los brazos así.

Entonces, pues, debemos pensar en ello de que nuestra Iglesia católica, esa gran Iglesia, la madre de la Iglesia. Yo amo a la madre Iglesia, lo digo así con el alma; ella es nuestra consejera. Está su sacerdocio, el Sacerdote es sagrado con todas las debilidades que puedan tener, pero eso es intocable, eso es santo, puede tener sus debilidades y habla para acá y para allá, pero el sacerdocio es lo más grande que tenemos, y después las religiosas, pero es el sacerdocio.

Por eso es que tenemos que amar a nuestros sacerdotes y cuidarlos también, cuidarles las espaldas porque los jóvenes caen en tentaciones también, allí no se salva nadie porque el enemigo trata también de… Entonces, es necesario, pues, cuidarle las espaldas; su familia, sus amigos, la señora, la otra con mucha delicadeza, que no se den ni siquiera cuenta porque yo he visto casos de miles de cosas.

Entonces, hay que estar alerta porque esos son los hombres que van a educar, que van a enseñar en las aulas del Maestro; Jesús nos enseña por medio de ellos porque es Él que entra en ellos, son los únicos que tienen la gracia de la absolución de los pecados y de levantar a Cristo en sus manos para ofrecérnoslo.

Yo, por eso al sacerdocio lo respeto mucho y amo a esa Iglesia, la amo de una manera tan grande que ustedes no tienen una idea, porque allí todos derramamos nuestras lágrimas, porque el consuelo que ella da no nos lo da nadie, sólo ella. Cuando tú tienes un enfermo que viene el sacerdote, ¿aquel consuelo quién te lo da? Esa madre la Iglesia. Cuando hay un enfermo para la confesión, ¿quién viene? El sacerdote; por eso es que amo a mi Iglesia. Entonces, por eso yo soy muy celosa del sacerdocio. Las tentaciones están por todas partes.

Entonces, verdaderamente yo deseo, pues, que ustedes las familias se unan, se amen, se soporten, perdonar la una a la otra: “Que esto, que fulanita me hizo.” No, no, eso no es nada. El separatismo eso sí es grave, que cada uno quiere vivir por su cuenta. ¿Quién ha dicho eso? La familia es un cuerpo santo, dependemos de la Sacra familia de Nazaret: Jesús, María y el Patriarca San José.

Hagamos una familia honesta, digna y sutil como la sutileza de la rosa suave, tierna, maravillosa que con su fragancia verdaderamente nos endulza el alma porque está, pues, llegando su perfume a todos y allí está el amor de María, la dulce María, nuestra Madre que nos ama tanto.

Ella es la que nos conduce, se ocupa de nuestras cosas en nuestros hogares, ella, pues es la Madre y ella viene a nosotras las madres a darnos las ideas de qué tenemos que hacer cuando tenemos un problema familiar, nos viene a reeducar, a enseñarnos, a aliviarnos, a confortarnos, a enseñarnos a que aprendamos a cargar con todas las cosas que se presenten en la vida; y nosotros sintiéndonos libres al mismo tiempo porque sabemos que María está con nosotros. ¿Qué nos puede pasar? Nada, ella está allí, está presente.

Así, pues, he hablado de esto porque verdaderamente al verlos a todos, veo que son familias muy buenas, familias sanas, familias sedientas del amor de Dios y por eso están aquí. Es Dios que los llama por medio de los sacerdotes, son ellos. Por eso, cuando uno tiene una pena dónde recurre sino al sacerdote para que nos perdone los pecados, las tibiezas que tengamos y podremos verdaderamente unirnos.

Me van a perdonar, yo les voy a hacer un seguimiento. Yo no soy nada, pero mi Madre los va a visitar con su olor de rosas en sus hogares, en sus casas. No voy a decir que todo el mundo, pero yo espero y confío, porque ella desea habitar en nuestros hogares. Que nosotros sintamos la suavidad de María, la dulzura de María, la plenitud del amor de María es tan bello, es un amor tan dulce, tan callado, tan silencioso que yo estoy hablando ahorita y me siento avergonzada de hablar tanto.

(Risas.)

Pero es que yo la amo tanto; ella me ha dado ese amor desde muy niña.

Yo tuve muchos amores, tuve a Santa Teresita del Niño Jesús desde niña, la Virgen Inmaculada bajo esa advocación, el Patriarca San José, San Rafael Arcángel, San Antonio María Claret también. ¡Ay!, tantos santos, todos los santos del mundo.

(Risas.)

Novenas iban y venían, eso toda la vida; y todas las que me van dando yo las hago porque me da lástima. ¿Cómo no lo voy a hacer? Pero eso te va dando una consistencia que las cosas te pasan así por encima; a veces te pegan.

Esto lo he dicho porque realmente hay una presencia muy especial de mi Seráfico Padre San Francisco. Yo soy Franciscana, de la orden Franciscana; y lo he amado mucho desde niña.

Y también usted, hijo, (Refiriéndose a un sacerdote.) siga adelante venciendo dificultades, pero se me va a adelgazar un poquito, perdóneme que se lo diga.

(Risas.)

SACERDOTE: Es problema de ellos que me dan de comer.

(Risas.)

SRA. MARÍA ESPERANZA DE BIANCHINI: Por el corazón, hijo, es por el corazón, porque entonces se llena de grasa, falta el aire. No; tú tienes que vivir, tienes que dar mucho porque eres muy inteligente y sabes compartir.

Es un hombre de compartir, es un ser de compartir, de enseñar, de reeducar. Lo supe anoche, él no teme a nada, él se enfrenta con las cosas; y esa es la gente que se necesita, de lucha, de una lucha suave, tierna, misericordiosa, que va tocando.

Le esperan muchas cosas.

Dios te bendiga y te guarde, hijo.

Todo tiene un principio y como lógica su fin. ¡Qué grande es el Señor! Son regalos suyos; nosotros no sabemos nada, somos pequeñas criaturas, pero Él sí que lo sabe todo y Él nos pone donde tenemos que estar y nos sitúa en el sitio preciso porque allí estamos aprendiendo, estamos viendo, estamos conociendo a las personas y estamos preparándonos para ese futuro mejor.

Yo espero y confío, yo quizás no lo vea ese futuro mejor, pero ahorita yo siento que todo… hay sus cosas malas, sí, las hay muchísimas, pero hay como… la gente está rectificando, mucha gente que está buscando su verdad y mucha gente que anhela justicia social porque hay mucha injusticia también que se comete, mucha injusticia.

Entonces, hijo, que Dios lo bendiga a usted también, me lo guarde, me le dé ánimo, un espíritu de soportación, de humildad, de paciencia y de carácter al mismo tiempo para no dejarse vencer por el enemigo, que se sienta libre como los niños inocentes en los brazos de su madre. ¡Qué bello es un niño en los brazos de su madre!

Dios los bendiga a todos. Todos los problemas… quien tenga su problema va a recibir su visita. ¿Cuándo será? No sé, pero ustedes van a sentir algo nuevo, como una convivencia verdaderamente con María, mi Madre Santísima, nosotras las madres.

Piensen en la vida que llevó la Virgen, mediten los pasajes del santo rosario, de los gozosos, los dolorosos y los gloriosos. Hay que meditarlos cada uno, hay que hacerlo y bien hecho porque tú vas creándote una conciencia, vas creándote una experiencia de lo que estás haciendo y un desarrollo espiritual profundo para sentirte libre de las ataduras, de las pequeñas cosas de la vida. Que nada te ate, tú eres libre para servir a Dios, para servir a los demás, a quién te necesite.

Servir y no ser servidos, todos nos necesitamos unos a los otros. Tú sirves para una cosa, el otro sirve para otra, aquéllos para otra cosa; cada uno tiene su don, tiene su gracia, las tenemos todos; Dios las sabe repartir muy bien y las da a quien las necesita para que ejecute, eso sí, no es para guardárnosla para nuestro bien solamente: “Yo, yo, yo.” No, no, no; tiene que ser para los demás.

Si tú das tienes derecho a recibir, si tú no das no tienes derecho a nada, pero dar y dar: dar una palabra a tiempo, dar una mirada de complacencia a un niño, a un anciano, a una persona que necesita de ti en aquel momento; esas son cosas tan grandes. No podemos dejar a la gente con las manos estiradas, no podemos ser egoístas.

Tenemos que ser muy claros en nuestras acciones y muy definidos en nuestras apreciaciones. Dios nos quiere realmente personas justas y realmente, como quien dice – que es así – una persona auténtica, cristiana. ¿Qué nos falta? Seguir leyendo el Evangelio que allí encontraremos cada día algo que nos va enseñando, lo que tú no ves hoy lo ves mañana y lo vuelves a ver, pero a veces no te da hasta que tú encuentras donde está lo tuyo.

¡Ay, el señor me estaba viendo, grabando allá, ay no, qué pena! ¡Ay, no! Yo estoy hablando aquí en familia. No me había dado cuenta, bueno.

(Risas.)

Que Dios lo bendiga a usted también.

SEÑOR: Gracias.

SRA. MARÍA ESPERANZA DE BIANCHINI: Y lo ayude en todos los pasos que dé. Dios lo guarde.

Y allí está el orador, ese sí sabe, caray. ¿Y éste, quién dice? Calladito, silencioso, pero cuando tiene que hacer algo…

(Risas.)

La humildad es el puente de cristal que nos conduce al cielo y eso es lo que los va a llevar al cielo a ustedes… a Dios, sirviendo a Dios y para siempre con Dios. Eso es bello.

Y ahora, pues, me despido, bueno, por esta noche, deseándoles que la luz del nuevo amanecer de Jesús los ayude a reedificar los muros de la gran Jerusalén triunfante de un mañana mejor, de un día poderoso. Se estremecerá la Tierra, pero el hombre cambiará, mejorará y ya no habrá guerras, ya no habrá rencillas entre hermanos, será el Pueblo de Dios, un pueblo santo, un pueblo justo, un pueblo misericordioso con sus hermanos, un pueblo donde todos se sentirán hermanos por la Sangre de Jesucristo, Nuestro Señor.

Dios nos bendiga a todos.

Gracias mis hermanos.

Bendito sea el Señor y bendito estos sacerdotes que con paciencia y humildad me han soportado.

Dios los guarde y adelante. Bendíganme, denme la bendición los tres.

(Los tres sacerdotes le dan la bendición a la Sra. María Esperanza; y ella luego continúa sus palabras diciendo:)

“En el Nombre de mi Padre, Yo los bendigo, hijos míos.

En el nombre de mi Madre, Yo les curo del cuerpo y del alma,

y los guardo aquí en mi Corazón, les guardaré, les guardaré, les guardaré aquí en mi Corazón desde hoy y para siempre.”

Que la paz sea con vosotros, que la luz del Espíritu Santo ilumine sus almas. Están en paz y en armonía con el mundo entero.

  • Ave María purísima.

Gracias a todos por su humildad, por su paciencia en esta noche. Dios los guarde y los bendiga.

(Todas las personas hacen un canto para bendecir a la Sra. María Esperanza.)

Estoy muy conmovida, estoy muy feliz.

Dios los guarde a todos. Un beso para todos.

Los guardo aquí en mi corazón, los voy a tener aquí.