South Bend, Indiana, EE.UU.

Palabras de la sierva de Dios María Esperanza de Bianchini
Cancha de baloncesto en la Universidad Notre Dame
Domingo, 1 de junio de 1997

Buenas tardes a todos de nuevo.

Me complace saludar a este público hermoso: jóvenes, personas de media edad y personas mayores. Realmente es un grupo hermoso… y niños veo también, un grupo compacto que es bello, honesto, fiel y justo en sus apreciaciones y en sus conceptos.

Gracias, Monseñor, gracias a usted por esta gracia que nos ha concedido el Señor de que yo pudiese venir a encontrarme en medio de todas estas almas de todas las edades, diría yo, para poder llevar a cabo la realización de un encuentro que realmente pueda ayudarnos a todos; y digo a todos, porque mi Señor Jesús es noble,  justo y muy comprensivo, y mi Santísima Madre… ella se ofrece para aliviarnos, para consolarnos y ayudarnos a caminar mejor en nuestro caminar sobre esta tierra, especialmente aquí en esta ciudad de la que estoy enamorada porque es tan hermosa.

Van a sentir consuelos y grandes alegrías de ver realizados sus deseos de poder desarrollar su intelecto, sí, en esta población, en este pueblo que yo diría que es Pueblo de Dios, donde cada cual cumple con sus deberes, cada cual camina en su puesto.

Miren, cada cual, cada uno de nosotros tenemos un camino.

Yo quiero felicitar a Monseñor, quiero felicitarlos a todos, esta es una tierra bendita por el Señor, es tierra de María para construir nuestra psique, nuestro corazón que está abierto a la gracia del Espíritu Santo para que nos podamos abrir todos con nuestras mentes, con nuestras necesidades, con nuestras intenciones, con nuestros deseos de llevar a cabo nuestra realización que llevamos dentro del corazón de acuerdo a la voluntad de Dios, porque es su voluntad la que la permite, especialmente a los jóvenes en su universidad para aprender la realidad de los pueblos y naciones, para que nos sentemos a mirar muy dentro en el corazón de los hermanos y en el nuestro propio para discernir el porqué se está aquí, porqué venimos aquí.

Quizás algunos se lo habrán preguntado, por supuesto, por un lugar prometido, por un mañana mejor. Habrá una gran alianza en el mundo que abarcará este lugar como lugar de luz donde se viene a buscar la luz, donde se viene a conocer la naturaleza de verdor y esperanza que nos ofrece, que mejor dicho, ofrece a toda esa juventud valiosa que sus padres han puesto en este lugar.

Me he sentido muy conmovida esta mañana en la Santa Misa con Nuestro Señor Sacramentado, Nuestro Señor Jesús expuesto allí para abrirnos los brazos a todos y encender nuestros corazones de amor, de luz, de conocimiento para abrir rutas y caminos para los que vienen detrás. Se vale, quizás, de los adultos como de los profesores, de los padres, de las personas que tienen un cierto concepto de la vida para uno aprovechar… tomar esos jóvenes para que ellos aprendan a defenderse y a dar de sí su contributo a la sociedad humana.

Somos una gran sociedad que abarca todos los niveles, todos, absolutamente todos, pero realmente nuestro nivel debe ser el más sencillo, aquel que pueda llegar a todos, o sea, que la cultura que reciban, su educación, su carrera debe ir hacia la luz del nuevo amanecer de Jesús, todos con el concepto de que Jesús, el Divino Maestro, convive entre nosotros, entre ustedes y que nos viene a preparar. Se vale de todas esas almitas que han estudiado, que se han preparado, que tienen una carrera para esa juventud que viene.

Como por ejemplo: usted, Monseñor, usted ha sido un instrumento del Señor para venir aquí a disipar las tinieblas que quizás oscurecían el ambiente en un aspecto, digamos. No todas las cosas son perfectas, no, no. La perfección no existe en ningún ser viviente del planeta Tierra, pero sí personas como usted con una corrección tal que las cosas las quieren perfectas siguiendo el camino de la verdad, de la justicia, de la sencillez, con un deseo de que todos intercambien sus ideales, sus ideas, y no solamente ello, sino que lleguen a corresponderse en esa amistad para dar su contributo también de poder enseñar a los que vengan, a los que vayan llegando.

Esta es una comunidad de amor de la cual muchos pueblos hablarán; se habla mucho de aquí, pero todavía no ha llegado la gran hora. ¡Vendrán de todas partes del mundo! No sé porque les estoy diciendo esto.

Tiene un gran valor, gran talento con el cual sabe apercibir las gracias del Espíritu Santo para donarles el don del entendimiento, para entender realmente qué quiere Dios de cada uno de nosotros. Y Él desea que demos de nosotros lo mejor que tengamos, no los restos que quedan, no, lo primero, lo mejor, la semilla, una semilla que va a germinar que va a dar sus frutos que todos podrán recibir con la cultura, con la educación, con su carrera, con todo lo que ellos verdaderamente han deseado dejarles completándose en sus almas.

Yo sé que algunos, quizás, hayan venido por su salud, quizás para ver quién es esta mujer. Esta es una mujer espontánea y natural sin una gran cultura allá… soy simple y sencilla como Dios me hizo, pero eso sí, hay un corazón, un corazón que late por Jesús, mi Amado Señor; por María; late por todas las almas del mundo porque cada alma para mí es la presencia del Señor. “Aquí estoy, aquí estoy, hija. Tómame en cuenta en cada criatura.” Porque cada uno de nosotros lo llevamos por dentro, Jesús convive con nosotros, quizás no lo vemos, pero sí sentimos que nos busca, que nos toca para hacernos conocer la realidad de cómo debemos comportarnos, qué debemos hacer en los momentos de tribulación, de angustia, de incertidumbre.

Entonces, les voy a decir una cosa: El Señor va a tocar muchos corazones, los va a tocar de verdad. Yo no soy nada, hijos, pero María, mi Madre, es grande, compasiva y generosa con todos y ella con su Divino Hijo vienen a iluminar al mundo, a que despierte el hombre para que se dé cuenta de que es la hora de la gran revelación, de que el mundo, el hombre mejorará en su actitud frente a la vida, que todos estamos llenos de la gracia del Espíritu Santo, que debemos tomar todo ello atentos a esa gracia que comienza en estos días, de qué debemos hacer en nuestras vidas, cómo debemos comportarnos y cómo debemos de vivir realmente el Evangelio.

Porque es el Evangelio lo que nos tiene aquí, es la evangelización… no solamente nuestros sacerdotes, somos nosotros, el Pueblo de Dios. Es la hora de levantarnos todos y amarnos unos a otros como ellos se aman, perdonar, perdonar.

Qué hermoso es el perdón. Hay gente que no podemos ver, que me miró, que mi hizo; eso no puede ser… perdonar, olvidar. Sencillamente pronuncien estas palabras: “Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen.” Jesús, el Hijo de Dios, la víctima inmolada en la Cruz derramando su Sangre para salvarnos a todos, para hacer de su pueblo un pueblo radiante lleno de luz, de sabiduría, de conocimiento, de voluntad.

Entonces, yo diría, hermanos, hay mucho bien, muchas almas santas, pero también hay muchas almas en decadencia espiritual que dañan y matan por un puñado de oro, que calumnian y son deshonestos, y eso tiene que acabarse en el mundo en estos tiempos, a los finales de este siglo o a los inicios de estos primeros tres o cuatro años – yo digo – por este movimiento en el mundo que quiere una verdad innata, una verdad. ¿Saben por qué?

Porque todavía no se ha llegado al reconocimiento de que vino un Salvador a salvarnos y el hombre se ha debilitado por las distintas formas que vive cada uno en lo suyo, olvidándose de esa doctrina que Jesucristo nos trajo; y ello es lo que hay que cumplir para que las cosas que son bellas, generosas, que contienen la sabiduría de Dios nos toquen a todos y podamos recibir las gracias trabajando en plenitud de amor y confianza en nuestro Dios y Señor, en un servicio continuo.

Y no cansarnos de que nos molesten. Servicio bajo todo concepto, servir y no ser servido con mucha humildad, no la humildad de estar vestido de harapos, no; es la humildad de corazón, un sentir por nuestros hermanos, un amor.

Yo quisiera en este momento tocar las almas que han trabajado en estos días, que se han entregado, que realmente nos han atendido a todos los que hemos venido, con sentimiento, con bondad, con ternura, con amor; que nos demos cuenta todos que este servicio vuestro, hijos, servirá para hoy, para mañana y para siempre… queda escrito.

“Aquí estoy, aquí estoy. Toco a las puertas de su corazón.” Se abren esas puertas y qué otra cosa encuentra que el amor de un Dios en perfección que clama en el mundo: “Vigilad vuestros hermanos, hijos míos; piedad de los pueblos y naciones; que no hayan encuentros de guerras; que fluya la bondad, el amor, la fidelidad a vuestra fe que les enseñaron sus padres.”

Nosotros los católicos, los cristianos no podemos atentar contra la vida de un hermano, nunca en la vida podemos ser tan débiles para cometer una falta tan grave, así nos humillen… elevemos la cabeza, o caigamos por tierra… jamás tomar un arma para matar a nadie, no se puede.

Yo les diría, especialmente a los jóvenes: A orar muchísimo para que no hayan guerras, no más guerras, no más violencia, no más egoísmos, ni críticas enfermizas; debemos apartarnos de todo aquello que veamos que nos hace daño, que nos desalienta. Debemos pensar en las cosas hermosas de Dios, las ilusiones que nos ha dado, como se las ha dado a ustedes en estos días: ¡Cuántas personas de todas las culturas han venido aquí a dar alabanza y gloria a Dios!

Cuando un joven ha sido laureado, que se gradúa, cómo se ponen sus padres de alegres, sus amigos, especialmente sus hermanos de ver que un hermano se ha graduado, que lleva un diploma en su mano y puede decir: “Yo puedo hacer esto, yo puedo servirte, yo puedo hacer… Señor. Me diste unos padres, me diste una… yo pude coronar mis estudios.”

Eso es lo más hermoso de una familia, cuando un hijo se le gradúa. Cuando mis hijos… se me han graduado todos – gracias al Señor – y he sentido en mi corazón una alegría inmensa de ver que ellos también pudieron estudiar, pudieron llegar.

Y así cada uno de ustedes que son hijos. Qué cosa más grande que poderle dar sus padres a un hijo la educación, la cultura, su trabajo, su fuerza de un mañana mejor para vivir, para formar su familia luego después cuando encuentre una muchacha buena, o un esposo bueno.

Realmente, yo los felicito a todos por la labor que han hecho y que están haciendo, es labor de los labradores del Señor, porque solamente el labrador desde la mañana a la noche con su trabajo puede cosechar sus frutos, sus alimentos, y ofrecerlos a los que los necesitan.

Entonces, hijos, yo los llamo con mucha humildad a que sigan adelante, que toda esta gran comunidad abierta a la gracia del Espíritu Santo converja en ideas de superación espiritual y de generosidad, pudiendo así seguir adelante viviendo el Evangelio y constituyendo en su familia la labor de peregrinos de la fe y del conocimiento divino de un Dios en perfección para poder así ayudar a quien lo necesite; y hablo de la ayuda y de la necesidad, porque nos necesitamos el uno al otro.

Yo los he necesitado a ustedes, sino yo no hubiera podido venir sin su colaboración, sin su persona; ustedes allí para darme ánimo, esperanza, consuelo, alegría de un despertar.

Tenemos que aprender cada día más, nunca se termina de aprender, siempre hay algo nuevo que Dios nos enseña por medio de sus criaturas.

Piensen en sus hogares, recórranla mentalmente con el espíritu, alma y corazón… por su casa en silencio para que entre la luz de un Salvador del Mundo, la luz de Jesús que nos viene a visitar con la Virgen Madre de la Iglesia porque ella es Madre de la Iglesia. Qué advocación más hermosa, para mí es una de las más grandes: ¡Madre de la Iglesia!

¡El Papa de Roma! Un Papa sabio, santo que va de un pueblo a otro a buscar a sus hijos, a darles el aliento, el consuelo, la esperanza. Cómo se está donando por esta madre la Iglesia.

Amemos a nuestra Iglesia, a esa madre la Iglesia; y hablo de la madre la Iglesia – yo siempre hablo sobre de ella – porque esa madre la Iglesia me ha enseñado a mí a amar, a perdonar y a darme. Quizás, no sea una cultura de una preparación muy grande, pero es el amor, el amor de una Madre, de María Madre que me tocó el corazón, que me tocó la vida, que tocó nuestras vidas, las de mi familia, de cuántos tengo cerca. ¿Cómo no voy a creer?

Yo era la persona más penosa de la Tierra. Yo me quería hacer religiosa – fue el sueño de mi vida: una hermana en los hospitales, con los niños, con los pobres –, pero Dios me mandó al mundo: “Te casarás.” Fue fuerte para mí tomar una decisión semejante, pero gracias a Dios me ha tocado un buen esposo y mi familia que no tengo palabras para dar gracias a Dios, todos en un solo corazón.

Yo quiero que todo el mundo viva así: amándose, queriéndose, dándose las manos unidos así en comunión fuerte; yo quiero esto por las familias. Las familias se están acabando. ¡Cuántos matrimonios jóvenes que se casan con la emoción y de golpe: “Mamá, ya yo no lo quiero!” O el hombre: “Papá, ya yo no quiero a esa muchacha.” Qué dolor para esos padres, qué dolor para esa familia. No.

Hay que constituir la familia, amalgamarse todos en un solo corazón con el apoyo de sus padres; no dejar a los hijos solos, seguirlos todos los días. Esto es lo que está destruyendo ahorita a la familia.

Es muy fuerte, es un tema muy duro, pero es una realidad. No más divorcios, hay que detenerlos, hay que comprenderse uno al otro. A veces estamos molestos por las situaciones que se presentan, por tantas cosas, pero con consideración, con respeto.

Eso es lo que quiero. Yo sé que aquí hay familias maravillosas, justas, que viven bien, pero quizás hay alguien que esté sufriendo una tempestad que se está avecinando que quiere detenerla y no haya cómo. Comprensión es lo más grande, comprensión, el estímulo a los valores morales y la fidelidad al servicio de un Dios, de un Cristo que se dio y se sigue dando, que nos ama, que se dejó crucificar y que en estos tiempos Jesús nos toca a las puertas:

“Aquí estoy, aquí estoy, aquí estoy de nuevo entre vosotros. Tómenme, tómenme, tómenme. Yo me mantengo en la Eucaristía en todos los altares del mundo llamándoles a todos para que me reciban, para que se alimenten, para que se conviertan, para que se ayuden el uno al otro, para que rectifiquen la infidelidad si la han tenido.

”Hijos, es la hora de la siembra, una siembra maravillosa para tomar la cosecha de los frutos que los alimentaran y que los harán ver las cosas.”

”El que cuide de su viña, de su hogar, de los suyos, siempre estará esa viña hermosa con los frutos necesarios para alimentarlos, para llevarlos a la boca y saborearlos y discretamente vivir una vida auténtica cristiana.”

Qué contento se siete uno cuando siente que está cumpliendo, y qué triste es cuando no sabemos qué es lo que amamos ni lo que queremos.

Si fueron a sus casas y revisaron todo, ¿qué vieron? De esta manera con Él en el silencio en la Santa Misa cuando vayan, o si tienen un altarcito en su casa, o cuando salen a las praderas, al campo como si fuera realmente un templo, es el templo de la naturaleza, ustedes allí mediten y piensen para que todos vivamos en paz y en armonía unidos por tu Sangre Preciosísima, porque es tu Sangre que cura, que limpia, purifica y reajusta todo su organismo, su cabeza, su mente, fortalece su corazón, lo enciende con un amor verdadero hacia el Padre, nuestro Padre; Jesús, vuestro Padre con la luz, el conocimiento y más que otra cosa la fe verdadera del que siente a su Iglesia.

Deseo que todos se reúnan y recen el santo rosario con la familia, porque ustedes van a ver un cambio completo, orar en familia. Si el papá no se siente, bueno, ponen a rezar al hijo; eso no importa, hasta que entre en orden de ideas. No, porque la gente reza el rosario todos los días; no, pero es en familia para que esa familia reciba gracias especiales, gracias infinitas del cielo con la bondad de un Dios inmenso, omnipotente, perfecto, porque sus obras son perfectas. Esta es la más bella y hermosa realidad que tenemos.

¿Ustedes me pueden acompañar ahora? Miles de almas, muchas almas rezando por ustedes. Yo sé que el Santo Padre lo ha pedido y los sacerdotes lo piden, pero nosotros tenemos que tener un orden para sentir el roce de sus vestidos, el perfume de sus rosas y la luz votiva del Santísimo Sacramento del altar iluminando nuestros hogares.

Gracias, Señor, ya ha quedado esa luz encendida.

Bueno, parece una fantasía, pero no; es una realidad. Cuando regresen a sus hogares, cuando abran la puerta digan:

  • Señor, te entrego mi casa, todo cuanto tengo. Tú eres el dueño de ahora en adelante. Haz conmigo lo que Tú quieras, haz de mí lo que Tú quieras siguiendo tus pisadas y las de tu Madre María. Este es tu hogar, Tú eres mi familia con toda mi familia en una familia, la familia universal de Dios, una gran familia que se une por medio de la oración que crece y que se alimenta todos los días con la Eucaristía.

Vamos a alimentarnos con la Eucaristía todos los días. Que no nos falte. Ello nos da la fortaleza y nos da el conocimiento de que realmente el Señor convive entre nosotros, Él convive, Él nos vuelve – en estos tiempos – a buscar para que respondamos: “Sí”, a sus caricias, a su amor, a su ternura y también a ese llamado cuando nos dice: “Hombre de poca fe, levántate y camina, y sirve a tus hermanos.”

La humildad es el puente de cristal que nos conduce al cielo, sin humildad no hay nada que hacer, con la humildad lo podemos todo porque el Señor tiene compasión de nosotros y nos ayuda a vivir una vida auténtica realizándonos como verdaderos cristianos, cristianos de verdad, católicos de nuestra Iglesia madre, madre de la Iglesia.

Esa es para mí una de las invocaciones más hermosas, madre la Iglesia, acunado en esa cuna allí en continuación, ayudando a nuestros pastores, ayudando a nuestras hermanas religiosas con los niños, ayudando al servicio de los que nos necesiten.

Piensen en Jesús, como esta mañana en el Santísimo, expuesto; y arrodíllense espiritualmente y pídanle lo que más necesiten, hijos, que serán aliviadas todas vuestras cargas, especialmente para que su trabajo, su labor misionaria, su labor en bien de las comunidades religiosas, todas, con vuestros pastores, con vuestros sacerdotes, con vuestros hermanos todos sean realmente resplandecientes; y digo resplandecientes, porque Jesús resplandece sus obras para todos sus hijos, Él hace que resplandezca en cada alma, cada corazón la luz, y es una luz que llega, que nos baña, que nos limpia, que nos purifica y donde aprendemos a conocer realmente cómo somos de verdad, para qué servimos, para qué estamos aquí.

Yo sé que todos ustedes están trabajando, y esto me llega por dentro porque ha sido muy hermoso todo esto. Les voy a decir: Yo tengo cuatro años viajando, cuatro años sin descansar, por estas invitaciones, y les voy a decir sinceramente, he encontrado aquí reflexión en las almas – hay almas que reflexionan – y he encontrado oración, moderación, he encontrado grandes sentimientos en las almas, mucha caridad – la veo hasta para pedir la limosna – los detalles. He encontrado cosas muy hermosas, cómo se ayudan, cómo se protegen cuando se mueven de aquí para allá, realmente sé que es difícil que todos estén como unos soldados de verdad y auténticos, los soldados de Cristo Jesús.

Los felicito a todos, es muy difícil encontrar esto. Y la gente… mira aquí… nadie se mueve y esto es algo hermosísimo. Hay disciplina y donde hay disciplina allí está el Señor. Bueno, por supuesto, tiene que ser así porque donde están los sacerdotes y todo está manejado por ellos hay exactitud de reflexión, de modelación y un espíritu contrito y humilde con mucha sencillez. Yo los felicito a todos.

Les ruego que oren por esta mujer, por su familia; porque mi familia es grande, 18 nietos, 7 hijos que se me casaron, 6 hijas que se me casaron y un varón que se me casó; por lo que tengo 6 yernos y una nuera. Es fuerte, pero es bella mi familia.

(Aplausos.)

Los enfermos si pueden acercarse, los verdaderamente enfermos con alguna debilidad.

Yo no soy nada, es mi Madre y Jesús, son ellos los que curan, son ellos los que alivian.

“En el Nombre de mi Padre, Yo los bendigo, hijos míos.

En el nombre de mi Madre, Yo les curo del cuerpo y del alma,

y les guardo aquí en mi Corazón, les guardaré, les guardaré, les guardaré aquí en mi Corazón desde hoy y para siempre.”

Que la paz sea con vosotros, que la luz del Espíritu Santo ilumine sus almas. Están en paz y en armonía con el mundo entero.

Que la Virgen Reconciliadora, Nuestra Señora del Carmen, la Madre de Dios, la Madre del Buen Consejo nos dé buenos consejos. Amén.

Gracias a todos.

Dios los bendiga.