Entrevista a la sierva de Dios María Esperanza de Bianchini
Estación de televisión Fox 2 Kasa
Sábado, 26 de julio de 1997 12:30 p.m.
SRA. DEBORAH JAMES CORTÉS: Buenos días y bienvenidos al programa Santa Fe Sunday. ¿Saben? Cada cierto tiempo uno conoce a una persona que realmente ha tocado al mundo. Hace poco escuché que cierta persona iba a dar un discurso y en su discurso dijo: “Yo conozco los santos, yo camino entre los santos y los veo caminando aquí entre nosotros trabajando cada día en la vida de muchos.”
La persona que tenemos el placer de que nos acompañe esta mañana es verdaderamente una santa, su nombre es María Esperanza.
Buenos días.
SRA. MARÍA ESPERANZA DE BIANCHINI: Buenos días.
SRA. DEBORAH JAMES CORTÉS: También me gustaría presentar a su traductora, Andrea. ¿Cómo está?
SRA. ANDREA DE LISCANO: Muy bien, gracias.
SRA. DEBORAH JAMES CORTÉS: ¿Cómo conociste a María?
SRA. ANDREA DE LISCANO: Cuando tenía 13 años la conocí y cuando la escuché hablar, sus palabras me cautivaron.
SRA. DEBORAH JAMES CORTÉS: ¿Y has estado viajando con ella desde hace muchos años?
SRA. ANDREA DE LISCANO: Sí, eso es correcto.
SRA. MARÍA ESPERANZA DE BIANCHINI: Sí, ha viajado.
SRA. DEBORAH JAMES CORTÉS: María, háblenos de usted.
SRA. MARÍA ESPERANZA DE BIANCHINI: ¡Ah! ¿Hablar de mí? Hablar del Señor, hablar de María, hablar de José de Nazaret, ello es lo importante para nuestro pueblo, Pueblo de Dios, ello es lo que toca mi corazón, hablar de Ellos porque es la Sagrada Familia de Nazaret, es la familia que permaneció unida y sigue unida en el cielo, y nosotros también las familias cristianas debemos amarnos unidos por esa Sangre Preciosísima de Jesús derramada en la Cruz que cada día va purificando nuestras almas, y acrecentando nuestra fe y acondicionándonos para poder soportar las pruebas de la vida.
Sí, y yo digo las pruebas de la vida, porque realmente podemos recibir tantas cosas, muchas buenas, por supuesto, la mayoría, quizás más malas que buenas porque la vida y el mundo en este momento están contaminados.
Hay que purificar, hay que limpiar, hay que orientar a los jóvenes, las familias, los hogares; porque es la familia la que está llamada a unirse para renovar todos los centros del mundo donde se necesita que los jóvenes crezcan, los niños con una confianza en sus padres, en su familia, en su padre, en su madre, en sus hermanos.
Qué hermosa es la familia; qué bellos son los hogares cuando todos nos damos las manos y podemos decir: Gracias, Señor, gracias por nuestra familia que está creciendo y está viviendo el Evangelio porque es Evangelio… la evangelización en estos tiempos es lo que nos va a salvar porque muchas personas están desorientadas, no conocen su fe.
Nosotros católicos… llamo a los católicos del mundo: el hombre, la mujer y el niño, los jóvenes, a todos para que nos unamos en un solo corazón por los Corazones de Jesús y de María que nos dieron las enseñanzas más bellas porque sus virtudes eran tiernas, delicadas y suaves; y allí se condensó toda la energía divina del Creador en Jesús, María y José de Nazaret.
Entonces, es la familia lo que urge en estos momentos en el mundo salvar; que no se pierdan nuestros jóvenes. Jóvenes, muchachos, yo los invito, los invito a que crezcan con el calor humano de sus padres, de sus familias, de sus hermanos, de sus maestros, de sus profesores. Porque el profesor, el maestro viene después de nuestros padres, de nuestros abuelos, son ellos los que tienen más afinidad, más unión.
Realmente, es la hora en que debemos levantarnos para hacer un llamado a este mundo que está viviendo momentos difíciles para que nos unamos en un solo corazón latiendo en el Corazón Inmaculado de María y en el fuego y en la llama del Corazón de Jesús. Y hablo de esos Corazones porque Ellos han sido para mí el impulso para poder levantarme y encaminarme de un lugar a otro cuando he sido invitada para dar mi palabra.
En mí no van a encontrar palabras rebuscadas y cosas fantásticas, no; es la sencillez de una madre, de una mujer que ama y siente a su Cristo, siente a su familia y siente a todas las familias del mundo por una madre la Iglesia, nuestra madre la Iglesia, un Papa de Roma que la representa como en estos tiempos, Juan Pablo II que ha dado la talla espiritual de un gran Papa de todos los tiempos, sí, yendo de un lugar a otro con aquella humildad, con aquella sencillez, con aquel calor humano que llega profundamente a las raíces del corazón.
Entonces, hermanos, estoy aquí porque el Señor lo ha querido así, quizás si mi salud se ha resentido en estos últimos días es porque he estado muy delgada, sí, pero ello ha contribuido realmente a aceptar la invitación para venir a visitarlos a todos vosotros a vuestras Iglesias, a vuestras casas humildes, a vuestros barrios donde vivan, donde están los indios.
Yo amo a los indios. En Venezuela hay indios en el Delta Amacuro, en Guayana, por allá por donde yo nací, en Monagas, por todo ello hay indios; yo amo a los indios. Mi padre fue un protector de los indos de esa comarca, del Delta Amacuro; mi madre… mi padre hizo mucho bien por toda esa gente y por eso yo los siento en el corazón. Necesitamos que ellos sientan el calor y el amor de todos nosotros.
La condición humana muchas veces se debilita por tantas cosas de la vida diaria que se vive y se sienten como solos, desoladas sus almas. Es por ello, que tenemos todos que darnos las manos para levantar al caído y que ellos puedan dar su contributo como personas humanas con sus manos, su trabajo que es tan bonito. Lo he visto aquí: las sillas, las camas, las peinadoras, las mesas tan bellas hechas por sus manos. Esas cosas me conmueven a mí muchísimo, me conmueven porque veo el amor con que lo hacen, con ternura.
Entonces, son cosas muy bellas. Ustedes tienen un pueblo muy bonito, tienen potencia – en sus almas – espiritualmente para trabajar y dar gloria a Dios, gloria a María, María la Madre Conquistadora que hace una semana la he sentido y me ha dicho: “Ve a mi tierra, hija, ve.” Y yo decía: ¿Adónde, dónde? …la Conquistadora… ayer aquí.
Estoy conmovida realmente y quiero decirles aún más que hay un pedacito de tierra en Venezuela que se llama Betania, una tierra que el Señor me había prometido desde hace muchos años y de la cual Padre Pío cuando fui a Pietrelcina, a Italia, cuando me vio, me dijo: “Figliola mia, hija mía, figliola mia, vendrá la tierra promessa, vas a ver, la vas a encontrar y allí vendrá la Madonna y veréis cuántas almas vendrán allí para sus curaciones encontrando la paz y la serenidad. Espérala, hija mía, pero recuérdate, tendrás un hospital, vas a trabajar por los enfermos, por los tristes, por los que no tienen donde ir cuando están enfermos, que haya alguien que los recoja, que los ayude a sobrevivir.”
Esto es mi pensamiento porque ya él me lo enseñó desde ese tiempo, me enseñó a amar esa idea. Veo un hospital para tantos niños, jóvenes, adultos, el que lo necesite, un refugio.
Yo digo, Tierra Prometida porque en Betania, allí ha venido María, Madre y Virgen Reconciliadora de todos los Pueblos y Naciones, María Virgen y Madre, la Madre de Dios nos ha venido a recoger, se me ha presentado, a esta mujer que ustedes ven aquí como cualquier otra, una mujer natural con cualidades o defectos, con todo lo de un ser humano, pero ella vino y ella me lo había prometido como me lo había dicho Padre Pío que vendría, que vendría ella. “Quiero hacer de ese lugar un puntal de luz en el mundo para unirlos y ayudarlos mutuamente con todos los pueblos y naciones de la Tierra aminorando el dolor en el mundo y reedificando los muros de la Nueva Jerusalén Triunfante; una Jerusalén que ama y siente a sus hermanos de todas las razas, de todos los pueblos, de todas las naciones, ricos y pobres, feos y bonitos, blancos y negros, los más pobres, recogerlos a todos para que tengan donde acampar.”
Así como ustedes tienen sus indios… así Venezuela, Betania de las Aguas Santas va a llamar a sus hermanos de todas partes, el que quiera entrar, unos para ser curados, otros para trabajar, para dar de sí su contributo para la reedificación de sus familias, de sus hogares – aquéllos que los hayan perdido –.
Entonces, les hago un llamado a todos, aprovecho esta ocasión de esta gran mujer, fina y delicada, suave; y de todos ustedes aquí, para llamarlos a todos, todos unidos… Aquí se está formando en este lugar algo muy hermoso, está creciendo espiritualmente este Pueblo de Dios, está creciendo, está aminorando todo aquello que no conviene y yo tengo fe en este pueblo, tengo fe en su gente, gente buena, sí, hay gente culta, gente de universidades que han estudiado, que son profesionales, pero también hay otros que no lo han podido hacer y hay que ayudar a esa gente; y esa gente se va a levantar con ánimos para trabajar y dar su contributo a este pueblo, un gran Pueblo de Dios.
Somos Pueblo de Dios y el Pueblo de Dios es la honra y la gloria de Jesucristo, porque por ese pueblo Él dio su vida, no lo entendieron sus hermanos, muchos de ellos, pero unos se levantaron para seguirlo y allí se hizo el gran milagro: Vida nueva para todos los pueblos de la Tierra, el cristianismo. Somos cristianos, somos católicos nosotros, apostólicos, romanos; somos católicos, ello es la esencia de Jesús en la Tierra; Él nos la dio… nos dio su Sangre, su Vida, su Corazón, Jesús se dio y se sigue dando en estos tiempos como nunca.
Es por ello, que tenemos que reflexionar y pensar en que tenemos que prepararnos porque la bestia ruge, quiere llevar al hombre a las guerras. No más guerras, no es posible: guerras. No hay por qué contaminarse con los rebeldes.
Tenemos que ser humildes, generosos, compasivos con nuestros hermanos, tenemos que darnos las manos en convivencia espiritual con los derechos que Cristo nos legó y esos derechos son: Su Corazón que irradia amor, salud, paz, serenidad y alegría del niño inocente. Seamos niños. La gracia del Espíritu entra especialmente en los niños, en los que no saben nada, por eso hagamos un intento:
- Señor, yo no sé nada; Tú lo sabes todo, ve a ver qué haces conmigo.
Y el Señor se hará sentir pleno en la plenitud de ese amor sublime, santo que llega a todos los confines de la Tierra.
Así, hermanos, hermana, hija, hablo con el corazón, ustedes lo saben que es así; en mí no pueden haber dobleces, mi condición humana no me permite dejarme arrastrar de las conveniencias sociales de los hombres, no. Voy por un camino y ese camino me va conduciendo a mi Madre con su Hijo Jesús y el Patriarca San José, el humilde José de Nazaret que con sus manos trabajaba, labraba, todos sus trabajos fueron tan bellos para alimentar a ese hijo querido, a ese niño inocente, Hijo de Dios.
Entonces, todos nosotros desde este momento, este Pueblo de Dios de Albuquerque, toda esta tierra bendita: Levántense, únanse las familias, dense las manos, cumplan con sus deberes con su Iglesia, con su fe y vivan vida auténtica cristiana de los hijos de Dios.
Entonces, muchísimas gracias, gracias de esta invitación y gracias a todos vosotros. Que crezcan sus ilusiones, que realmente realicen todos sus ideales, sus deseos y todas aquellas cosas hermosas que se llevan dentro del corazón cuando queremos participar en algún acontecimiento que llega a los corazones; y también ruego por sus sacerdotes, por sus obispos, por todas las religiosas, por todos vosotros, por todos, por todo aquél que se levanta para servir al hermano porque está sirviendo a Cristo, está sirviendo a esa Iglesia.
Somos siervos de Dios. Sirvamos y no miremos quién es, ni de donde viene, ni como llega; no importa cómo lleguen, de dónde vengan, no importa… basta tenderle una mirada, una pequeña sonrisa y un apretón de mano, entonces, realmente sentiremos que estamos dando un poquito de nosotros mismos, pero que eso viene de Jesús, Jesús que ama y nos sigue amando, que amó tanto y nos sigue amando a nosotros.
Vivamos vida Eucarística:
- Cuerpo Místico de Cristo, aliméntanos, fortalécenos, guárdanos, bendícenos, Señor.
Gracias, Señor, gracias. Gracias a vosotros.
La humildad es el puente de cristal que nos conduce al cielo; sin humildad no hay nada que hacer. Seamos humildes, generosos y compasivos con nuestros hermanos.
Los amo a todos; mi amor va para todos, para todos, para todos.
Gracias.
- Gracias, Bendito mío, te amo, mi Señor; aquí estoy presta a lo que Tú quieras, donde me quieras y para lo que me quieras.
Gracias.
Es una madre que ama a todos sus hijos de la Tierra, a todos sus hermanos, a todas las fe del mundo para que todos formemos un gran corazón con ese Corazón de Jesús para vivir unidos. Todos nos tenemos que salvar a como dé lugar, todos nos vamos a salvar, tenemos que salvarnos todos.
Gracias, Señor.
Dios los guarde. Estoy muy conmovida.
SRA. DEBORAH JAMES CORTÉS: Nosotros estamos muy conmovidos con usted. Estamos agradecidos porque usted está en Nuevo México. En Santa Fe, mi ciudad natal, muchos católicos viven allí, estamos felices de que usted esté aquí para compartir el mensaje de la Virgen María y para hacer que muchos lo comprendan.
SRA. MARÍA ESPERANZA DE BIANCHINI: Ella viene como Reconciliadora de los Pueblos y Naciones, nos viene a reconciliar a todos. Esa es la misión: Reconciliación de todos los pueblos y naciones.
Cuesta, yo sé que cuesta mucho, es muy difícil, pero el Señor sabe lo que hace y por qué lo hace; y si permite que nuestra Madre venga, y ha venido, es porque es la hora del despertar de conciencias de todos los hombres de la Tierra.
Gracias, muchísimas gracias.
SRA. DEBORAH JAMES CORTÉS: Queremos agradecerle por compartir este rato con nosotros hoy domingo.
María Esperanza va a estar viajando por Nuevo México y ciertamente esperamos que tenga la oportunidad de compartir con la gente. Buena suerte.
SRA. MARÍA ESPERANZA DE BIANCHINI: Gracias a ti.
(Fuera de cámara.)
[…] evangelización, con buenas acciones, con una palabra a tiempo, con un apretón de manos, con una sonrisa, con una mirada porque hay gente que a veces necesita… uno va por allí… a mí me pasó de niña un caso que yo iba a la Santa Capilla a visitar al Señor, a la Misa y había un hombre en la puerta, de esos que piden limosna, con una llaga en la pierna, horrorosa y yo siempre le daba su realito, su lochita, ¿tú sabes?, una cosita, era niña, yo era jovencita. Entonces, llega un día que yo voy y yo no tenía sino un realito que es para pagarse uno… ¿tú sabes?, por ahí, una cosita y yo digo: Si se lo doy, mamita me va a decir que lo gasté. Se lo di y cuando yo hice así, que entré a la Iglesia me he encontrado un fuerte de este tamaño. Allí empezó Dios a enseñarme que si tú das, Él te da, inmediatamente te lo devuelve. ¡Ay, qué belleza! Y así me han pasado cosas.Una vez tenía un brazalete de oro de aquí a aquí, de puro cochano que me regalaron donde yo iba. Yo esas cosas no las uso, yo me he quitado todo… esto porque era de mi madre. Me encantan y me gustan los zarcillos, me arreglaba y me vestía coquetísima… Lo cierto es que me da miedo, las tengo y a veces me las pongo así, tranquila, pero, ay no, qué vergüenza, me parece como… ay no, me da pena, es algo que no está en mí, no… Es bellísima, a mí me encanta verla… bella… yo tengo la mía así también… todas mis cositas, peroles, de todo. Bueno, éste porque es una cosa espiritual, pero más nada.
Entonces, el brazalete tenía siete cochanos, era de aquí a aquí de puro oro, las pepas de oro; unos que salían en Venezuela, me lo regalaron en Bolívar que yo fui para allá. Entonces, cuando yo vengo una señora me dice: “Ay, Esperancita, me van a sacar de la casa, me van a sacar de la casa.” Ay, mi amor, yo calladita, ¡pan!, se lo di. Después viene una amiga mía de San Juan de Los Morros que me conocía de antes y me regaló otro igual.
Son las cosas que yo digo, son enseñanzas que Dios da, que Dios me ha dado, enseñanzas así. Por eso es que yo tengo un gran temor, ¿me entiende? Todo eso de que yo no como, eso es por períodos, yo creo que es un período, ya voy a empezar a comer, pero ahí se ha salvado a mucha gente; había gente que no iba a la Santa Misa, que esto, que yo sabía que no y después han venido a hablar conmigo, han entrado en orden de ideas, se han recuperado. Uno que había dejado a la mujer, no la buscaba porque tenía una por allí; la ha dejado. Son detalles. Entonces, por eso es que yo me rijo de ese algo de allá…
Entonces, tenemos que dar y dar en continuación una mirada, un apretón de mano, una sonrisa, una palabra a tiempo, pero dar de sí pequeñas cosas, pero con amor, con humildad y con un gran deseo de que la persona cambie, mejore su vida porque ahí tú estás salvando a tu familia.
Entonces, ya nos vamos.
SRA. DEBORAH JAMES CORTÉS: ¿Sra. María, podría hablar un momento en privado con usted?