Toronto, Ontario, Canadá

Discurso de la sierva de Dios María Esperanza de Bianchini
Varsity Arena
Domingo, 18 de mayo de 1997

[…] para que así todos se salven porque todos tenemos que salvarnos y esa salvación viene por la gracia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo porque María, ese Corazón materno llama al corazón de todos sus hijos, los llama a despertar a una nueva aurora con un resplandeciente sol, el sol de la verdad, el sol del amor, el sol de justicia, Jesús el Rey de reyes, el hombre que lo dio todo para salvarnos, para llevarnos a predicar el Evangelio.

Necesitamos prepararnos todos para que así ese sol de la verdad, Jesús de todos los tiempos, venga a iluminarnos de nuevo de lo que significa ser un hijo de Dios que lo puede todo, y ese poder de Dios es enseñar a sus hijos a ser humildes, generosos, compasivos y con un corazón abierto a todos sus hermanos.

Es el amor lo que ha de florecer para todos podemos darnos las manos y vivir vida auténtica cristiana.

Estoy muy conmovida por escuchar las palabras de Monseñor. Mi Madre, María lo ha hecho todo, es ella la dulce mujer que se presentara un día en Betania para afianzar al Pueblo de Dios a que se refugiasen en su Corazón. He aquí, el milagro, el milagro bendito: Llevar salud y vida sobrenatural a todos aquéllos que llegan con humildad y con ternura para tender su cabeza por tierra pidiendo misericordia a esa Madre bendita.

Es por ello, hermanos, en esta noche el Señor de los señores, Jesús, Jesús el Cordero, Jesús el Profeta, Jesús el Maestro, Jesús Dios Vivo nos hará una visita a nuestros hogares, a nuestras familias velando para ayudarnos con la carga que tengamos de penas y quebrantos, de angustias y pesares para poder reafirmar nuestras pisadas hacia el Monte Sión; y digo el Monte Sión, porque es la hora en que ese monte se levante como en aquellos días cuando Jesús transitaba por la Tierra para abrir rutas y caminos a los que vienen detrás: niños inocentes, los jóvenes, la juventud jubilosa, una juventud que clama justicia, una juventud que ama y siente a su Señor.

La juventud es la esperanza de ese mañana mejor, la juventud es la esperanza de un día poderoso, un día que está llegando muy pronto que ni nosotros nos lo imaginamos porque el Señor se hará sentir de una manera impensada por el hombre; Jesús entre nosotros.

Jesús en estos momentos justamente se está valiendo de nuestro Pontífice Juan Pablo II que va de un lugar a otro defendiendo los derechos de todos los católicos del mundo, de todas las razas, de todos los pueblos y de todas las razas. Es el abogado que nos ha puesto el Señor para ayudar a nuestra fe y consolidar nuestras esperanzas con los que están detenidos en el camino porque no tienen una firme voluntad para seguir el camino que conduce a la gran verdad.

Es por ello, hermanos, despertad en este día. El Señor se vale de sus criaturas y se ha valido de Monseñor. En esta noche cuando hablaba, he sentido en mi corazón un latir tan profundo que sentía que mi corazón iba a salir fuera gritando y diciendo: ¡Viva Cristo, Rey Salvador del Mundo que se vale de sus criaturas para llevar la fe a los corazones y tocar las conciencias de los hombres pudiendo éstos levantarse para reafirmar sus pisadas hacia la luz de la verdad del conocimiento divino!

Ahora, hermanos, amigos, jóvenes, adultos, ancianos, especialmente nuestros sacerdotes, nuestras religiosas y todo el Pueblo de Dios, todas estas personas reunidas para festejar este gran día de nuestro Obispo que ha vuelto a la vida, él ha resucitado porque el Señor lo ha querido así, manifestándole a este pueblo que los milagros existen y que esos milagros de nuestra Madre celestial son los milagros aquéllos de cuando Jesús pasaba por el mundo curando a los enfermos, rehabilitando a todos cuantos necesitasen de la salud, de la paz, de la armonía, de la unidad fraterna con los hermanos.

Entonces, hermanos, quiero decirles: Abran ese corazón, abran su mente, abran sus oídos para escuchar la voz de una Madre, María, que clama piedad, misericordia, amor, benevolencia y más que todo, humildad, sencillez y abrir el corazón a la gracia, porque solamente la gracia en una criatura puede hacer tanto bien a quien la necesite.

Todos tenemos gracias, todos tenemos un algo dentro que nos espolea, que nos lleva a amar para dar de nosotros lo mejor que tengamos, porque todos tenemos un rinconcito en el corazón donde se abre un canal para derramar a todos los que necesiten ese amor, esa confianza, para que ellos reciban la gracia. Es por ello que la oración impulsa al cristiano a reflexionar pudiendo así encontrar la solución a sus problemas.

Es por ello, que yo deseo que vosotros todos escuchen la voz de vuestros corazones porque el corazón nos habla, nos dice muchas veces lo que tenemos que hacer. Y en esta noche el Señor quiere hacerse sentir en cada uno de vosotros con su amor avivando la llama para que esa llama arda y sientan realmente que Ellos están presenten aquí.

Nuestro Monseñor es un alma especial, es por ello que el Señor nos lo ha dejado, le ha prolongado la vida para que él recibiese las gracias necesarias para seguir dando su contributo de pastor, un pastor de almas, un pastor que vive el dolor de sus hermanos, de sus discípulos, de quien toque a su puerta. Es por ello, Monseñor Lacey, lo felicito porque el Señor ha hecho de usted un instrumento muy especial para dar vida nueva a este Pueblo de Dios. Porque debe recordar, ¿quién como usted sufrió y sobrellevó su enfermedad con tanta humildad? Ello tocó el corazón de muchas almas para que se uniesen en oración y usted pudiese reponerse y realmente volver a la vida, a una vida nueva de esperanzas para ayudar a tantos seres que claman comprensión, amor y dirección espiritual; y usted la está dando.

Le digo esto, porque realmente este pueblo, todas las personas que han venido aquí, ha sido para escucharlo a usted, sentirse llenos de esa fe viva que surge de ese amor infinito que Dios le ha dado para darse en continuación a quienes lo necesiten. Y veo también a todas las personas que lo rodean, cómo lo aman, cómo lo sienten, cómo se desviven en atenderlo con tanta humildad y generosidad de corazón. Entonces, ya es una labor grande la suya; que eso no se quede en el camino. Van a seguir muchísimas conversiones de almas especiales que lo apoyarán – o mejor dicho – lo seguirán apoyando en su labor auténtica como Obispo en esta diócesis.

Ahora, realmente tenemos que concientizar, no se imaginen que yo soy una santa, no; yo soy una mujer como cualquiera de ustedes con cualidades y defectos, por supuesto, tratando siempre de mejorar mi vida interior. Y todo ello, ¿saben por qué? Por ella, mi Madre que desde niña me tomó de la mano; me devolvió la vida no una vez, fueron tres veces que me vi al borde de la muerte, y me dijo: “Tienes que vivir, tienes que dar gloria a mi Hijo Divino y tienes, hija mía, que ser bondadosa, humilde, sumisa a la voluntad del Señor. Tú no te perteneces, tú no has venido a recoger rosas, no; tú has venido a recoger espinas para que esas espinas te sirvan para reforzar tu fe, aliviar tu corazón y sentir que realmente es un compromiso en el cual tendrás – sí, hija mía – que pasar muchas pruebas.”

Es por ello, hermanos, no es fácil el camino que nos conduce a Dios; es difícil. Hay en el camino muchas cosas que nos duelen dentro y que nos agobian de pesares, pero el Señor es tan bueno y generoso, y María es tan dulce que ella con sus manitos nos ha defendido. A mí me ha defendido de manera especial para abrigarme con su manto y ayudarme aliviando las cargas de una vida llena de tantos compromisos; y digo compromisos, porque cuando comenzamos una labor tenemos que llevarla a cabo, no es que tú te vas a detener y decir: No puedo. Hay que decir: Sí puedo, la voluntad de Dios obra sobre mí y seguiré hasta el final.

Con esto quiero demostrarles que la voluntad de la criatura humana debe mantenerse firme y estar consciente de que está bien custodiada porque los ángeles velan de sus pisadas y la Madre María, nuestra Madrecita santa nos arropa con su manto para vivir el Evangelio.

Digo: Evangelio porque la evangelización es la fórmula bendita que nos ayuda a rectificar nuestras debilidades y al mismo tiempo el Señor nos compensa con la gracia del Espíritu Santo para ayudarnos a vivir vida auténtica cristiana, por supuesto, cuesta mucho. A veces creemos que no podremos, pero sí podremos porque para ello la oración, la meditación, la penitencia y la Eucaristía son nuestra fórmula bendita.

Y es por ello, concienticemos que ellas son las piedras preciosas por las cuales nosotros podremos reafirmar nuestra fe en el Señor de los señores, porque es el Señor el que nos toca y nos ayuda diciéndonos realmente lo que necesitamos hacer defendiendo los perfiles que nos conduzcan a la luz de la verdad, de la justicia y del amor.

Ahora, contemplemos a nuestra Señora Madre de Fátima cómo apareció a aquellos pastorcitos y cómo dieron su vida. El Señor los llamó dejando a Lucía para que fuese la lucecita viviente y votiva de todos los días para salvar a tantos cristianos, tantas almas deseosas de vivir una vida en cónsona con nuestra madre la Iglesia.

He aquí, pues, un ejemplo por el cual nosotros tenemos que tomar en consideración de que hay mártires en la Tierra, mártires de amor, de trabajo, de un gran trabajo, de una oración continua, un trabajo de una labor para llamar a sus hermanos a vivir una vida en cónsona con la madre la Iglesia.

Ahora, realmente quiero decirles algo que me llega muy profundo al corazón, las familias, los hijos, los abuelos, los tíos, toda su familia somos familia de Dios y en la familia está la base de la construcción de un mundo nuevo y ese mundo nuevo tiene que llegar, todo ello, porque nosotros tenemos que cambiar nuestra actitud frente a la vida mejorando nuestras debilidades, o sea, evitándolas para vivir una vida realmente sana en donde el padre y la esposa den a esos hijos el ejemplo, donde esos hijos obedecen a ese padre y a esa madre, y donde la familia cumple con los deberes pudiendo así compenetrarse el uno con el otro dándose las manos en el trabajo laborioso de cada día en un hogar.

Es por ello, amémonos todos, todas las familias todas unidas, todas correspondiendo a la gracia del Espíritu Santo para obrar con rectitud y con una conciencia exacta de los deberes. He aquí, pues, digo la familia porque la familia es una rama, una gran rama en donde todos tienen que ayudarse uno al otro, mejorando su actitud frente a la vida pudiendo realizarse como hijos de Dios, porque un hijo de Dios que verdaderamente ha cumplido con sus deberes llega el momento en que se siente en uno con el Señor, con ese Dios porque ha respetado y ha seguido las huellas de la Familia de Nazaret, de María, de José, de Jesús una familia unida, una familia santa.

Porque Dios nos quiere santos; no un santo que quiere hacer su voluntad… un santo obediente, sumiso a esas enseñanzas que Ellos nos dejaron como ejemplo vivo del cristianismo, de la verdad, del amor, de la solidaridad humana y de la esperanza; porque es la esperanza la que nos conduce y nos lleva a mejorar nuestra vida con la ilusión de que todos nos reunamos en la mesa, en la mesa Eucarística recibiendo al Señor, no solamente de nuestra casa, es la mesa Eucarística, la Comunión diaria, la obediencia al Santo Padre, la obediencia a sus padres y la obediencia a los mandamientos de la Ley de Dios, del amaos los unos a los otros.

Hermanos, realmente quisiera decirles muchas cosas.

No esperen de mí grandes discursos… son las cosas de la vida, esperen de mí las cosas que realmente necesitamos: ese vivir que es la familia, todas las cosas que necesitamos, se necesitan familias ejemplo. Yo sé que existen familias ejemplo, pero ese ejemplo debe ser modelado por el amor, por la sencillez.

Que todos en esta noche cuando lleguen a sus casas, a sus hogares, a sus familias, se den un abrazo, un abrazo en el cual entreguen su corazón y puedan saber que el Señor los está tocando aunque haya frialdad en los corazones, en algunos corazones, pero yo sé que esto es un ejercicio doloroso para mí, pero para ustedes se les está abriendo un camino nuevo con respecto a las familias porque yo sé que hay familias que están sufriendo el deterioro de que los hijos se les van y no hayan cómo detenerlos. Es por ello que hablo en esta forma, porque deseo que se reconozcan nuestras debilidades y sepamos con mucho acierto llevar de la mano a los hijos para que no se nos escapen de la mano.

Ahora, hermanos, les agradezco que hayan venido. Esto ha sido muy hermoso… su presencia, porque han dado al Obispo verdaderamente el calor humano, el amor y la humildad. Un pueblo que ama a su Iglesia, que ama a sus sacerdotes y que ama a un Obispo que lo está dando todo por la salvación de sus hermanos.

Felicito también a todos los sacerdotes que han venido, quizás, no sean muchos pero sí ha habido y ello me hace muy feliz de que abran sus corazones a la causa del amor con un Obispo que lo ha dado todo para la gloria de Dios y bien de las almas.

Realmente deseo decirles por último: Adelante, adelante; no se dejen vencer por las circunstancias, no se dejen vencer por los atropellos de la vida, no se dejen atrapar por las dolencias espirituales. Vivan la vida, pero vívanla honestamente con dignidad, con valores humanos, con aciertos para que así la gracia del Espíritu Santo reine en sus almas y se sientan libres de ataduras y de inconformidad. Seamos conformes con la voluntad de Dios.

Y que Dios los guarde a todos. Que ustedes en esta noche puedan pensar, meditar, buscando una gran verdad en sus corazones: Que la Madre de Dios los quiere muchísimo y que ella convive en cada hogar para alimentar sus almas y acondicionar su espíritu para los momentos difíciles que puedan presentarse.

Ello es mi pequeño mensaje de Dios; pequeño digo, porque realmente quizás ustedes esperaban otra cosa. No, no; yo soy una mujer sencilla, una mujer del pueblo como ustedes pero que ama, ama mucho a su Madre y esa Madre la va llevando por rutas y caminos para poder dar de sí su contributo lleno de amor, de docilidad y de esperanzas en que a vosotros se les encenderá la luz por dentro y podrán sentirse los seres más felices del mundo.

La felicidad estriba en sentirse serenos, llenos de paz, llenos de armonía y llenos de una alegría natural porque el Señor nos quiere naturales, tal como somos con un corazón abierto para todos nuestros hermanos; no importa su raza, lo que ellos practiquen, simplemente se necesita amar, amar y perdonar, y darse a todos por completo.

Cada uno ponga su petición a los pies de Jesús de la Divina Misericordia y de Nuestra Madre Guadalupe y la Virgen de Fátima, de la Santísima Virgen, pónganselas ahora mismo.

(Aplausos.)

En el Nombre de mi Padre, Yo los bendigo, hijos míos.

En el nombre de mi Madre, Yo les curo del cuerpo y del alma,

y les guardo aquí en mi Corazón, les guardaré, les guardaré, les guardaré aquí en mi Corazón desde hoy y para siempre.

Que la paz sea con vosotros, que la luz del Espíritu Santo ilumine sus almas. Están en paz y en armonía con el mundo entero.

Gracias a todos.

(Aplausos.)