Midvale, Utah, EE.UU.

Discurso de la sierva de Dios María Esperanza de Bianchini
Iglesia Santa Teresa de Jesús
Domingo, 13 de abril de 1997

Buenas noches a todos.

  • El Ángelus.

Hermanos en Nuestro Señor Jesucristo, aquí estoy, aquí estoy, aquí estoy por la gracia del Señor porque Él lo ha querido así, porque mi Madre me ha traído. Madre e Hijo se pusieron de acuerdo por la gracia del Padre, por la luz del Espíritu Santo para que realmente yo pudiese reflexionar si era conveniente, si era su santísima voluntad; y siendo su voluntad, aquí me tenéis.

Yo no hago otra cosa, sino obedecer a mi Madre. Me siento una pequeña niña en sus brazos que le dice: “Camina, hija, camina. Ve adelante, no temas a los hombres, no, no. Jesús se ocupa de todo y esta Madre te conduce abriendo paso a los que vienen detrás. Sí, hija, pero ve tú adelante y refúgiate en mi Corazón para no perderte en medio del camino del confusionalismo que reina en el mundo.”

”El hombre en este momento está buscando su verdad, la mayoría. ¿Dónde está la verdad? Pues, la verdad está en el Padre mío, el Padre que nos creara a imagen y semejanza suya, y que todos debéis seguir sus consejos en Éste, su Hijo Divino.

”Es por ello anda, reflexionad, piensa, medita y observa las personas. Es en el comportamiento de un ser humano donde se ve claramente cómo son esas personas.”

Y digo yo, ahora, hermanos, ¿somos verdaderamente prudentes, sencillos, humildes y generosos; demostrando en este silencio aquí, que estáis buscando vuestra verdad y el aliciente de poder servir al Señor, servir a María, servir a nuestra madre la Iglesia, la Iglesia madre que nos llama a rectificar nuestras debilidades y a encontrarnos con nuestros hermanos para darnos las manos viviendo el Evangelio?

Qué hermoso es darnos las manos para sentir que los Evangelios son nuestra meta para poder llegar a encontrarnos todos los hombres y mujeres de la Tierra. Evangelización, todos tenemos que prepararnos en busca de esa nuestra madre la Iglesia, para afianzar nuestras pisadas y levantar nuestro corazón al Señor pidiendo misericordia y perdón por todas nuestras debilidades y flaquezas y aún más pidiendo por toda la humanidad: por nuestros hermanos más necesitados, los pobres, los que no tienen un techo para vivir ni un pan para llevarse a la boca; los que pululan por las calles por las noches muchas veces sin tener donde ir. Pensemos en ellos.

Pensemos nosotros en nuestros hogares, nuestras casas; estamos allí con un techo y cómo poder resistir mirar a otro que no lo tiene. Señor, qué descompensación tan grande. Y todo ello ha venido por el egoísmo humano, cada uno piensa en sí, en lo suyo, en sus problemas, en sus cosas. Pensemos en los demás… cuando extendamos las manos a alguien que nos pide, podremos comprender cuán grande es la manifestación divina del Señor para con nosotros ayudándonos, protegiéndonos, salvándonos de la intemperie a que nos exponemos en la calle.

Es por ello, que hablo de este tema porque hay cosas muy grandes que he vivido en estos últimos tiempos, de mucha gente que se está perdiendo por aislarse y no tratar de mirar a su lado: ¿Quién pasa? ¿Quién está al frente? ¿Qué necesitas, hermano? ¿Quieres algo? ¿Quieres convivir conmigo un minuto, un segundo, diez minutos siquiera? Sí, cuéntame qué te pasa; quiero ayudarte, aliviar tu corazón para que tú sigas adelante y vivas como todos nosotros los que podemos tener un techo, un pan, una cobija para arroparnos. Yo quiero que tú también lo tengas.

Sí, hermanos y hablo en esta forma porque tenemos que comenzar a pensar cuántos niños se pierden. Los niños, ellos no son dignos de vivir tan tristemente, olvidados de la sociedad. Tenemos que hacer algo, tenemos que pensar en los niños, en los inocentes para que ellos también tengan la alegría con sus padres, si los tienen, pudiendo habitar serenamente bajo un techo.

Eh aquí el punto importante de esta hora en el mundo. ¿Cuántos se mueren de hambre, de impiedad religiosa? Sí, tenemos que ser religiosos de verdad. Si amamos nuestra religión, seguimos nuestra religión, cumplimos con los deberes de nuestra santa madre la Iglesia, con nuestros deberes en nuestros hogares, en nuestras familias tenemos que comenzar por amar a nuestros hermanos que están fuera de nuestro alcance, para que así al darnos las manos sientan el calor de una madre, de un padre que los convida a entrar a vivir en comunidad, en familia como es la familia cristiana, los hijos de Dios, de Jesús que nos viene a abrir las puertas de su divina misericordia para poder vivir en cónsona con nuestra madre la Iglesia.

Perdónenme, hermanos, es doloroso a veces tratar estas cosas porque no quiero mortificar a nadie, pero hay mucho dolor, mucho dolor en algunas familias y es la hora de rectificar. Todos tenemos que rectificar pensando en los niños más pobres del mundo, los que no tienen un hogar, una familia; ayudémosles, desde hoy en adelante tengamos un pensamiento para los niños abandonados. Sí, hay casas para niños, para niños huérfanos, pero no todos muchas veces pueden llegar hasta allí porque no tienen a alguien que se ocupe de llevarlos, de darles esa protección.

Entonces, es la hora de que hagamos un esfuerzo para alimentar sus almas, alimentar sus cuerpos, alimentar sus vidas totalmente. Un poquito hoy de nuestro trabajo, de nuestros esfuerzos, podemos dar de lo que recibimos diariamente por nuestra labor en nuestra familia, para la comida, para el pan, para comprar los alimentos, de allí apartemos un poquito siquiera y podremos hacer algo.

Qué hermoso es ayudar a un niño, qué hermoso es sentirse libre de las ataduras del pecado porque es pecado no desear mirar a quien sufre. Es pecado no cumplir con los mandamientos de la Ley de Dios: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.”

Con esto quiero significarles, que van a sentir una alegría infinita en el alma, una paz, una serenidad, una esperanza, una ilusión de poder compartir lo nuestro con los demás, con todos. Yo lo sé que hacen obras, ustedes están trabajando, que trabajan, que se esfuerzan por ayudar, pero muchas veces nos olvidamos, no concretizamos realmente lo que está pasando alrededor de la ciudad o de nuestras ciudades, de nuestro pueblo, de la ciudad donde vivimos.

Por las noches oremos muchísimo por los que tienen que dormir en la calle y no tienen a dónde ir.

Sí, hermanos, es hermoso servir y no ser servido, es hermoso amar aunque no nos amen y es hermoso pedir y pedir y pedir al Señor para que nos dé la gracia del don del entendimiento para poder entender realmente qué quiere de cada uno de nosotros y para poder vivir el Evangelio.

El Evangelio es la fórmula bendita que nos dejara el Señor como prenda preciosa en nuestras vidas y ello es vida nueva, en cada instante nos renovamos nuestras células, nuestra sangre, nuestras venas, nuestras arterias de vida nueva, de vida sobrenatural.

El Señor en este momento nos convida a caminar con Él como caminan sus sacerdotes, a su lado experimentando la esperanza de salvar almas, muchas almas. ¡Qué hermoso es servir; salvar almas, muchas almas para poder sentirse por dentro libres de ataduras con el mundo de pecado!

Y especialmente pido que todos vosotros oren por los sacerdotes, por las religiosas. Ellos lo dejaron todo y nosotros estamos en nuestros hogares con nuestros seres queridos; ellos tuvieron que arrancarse del corazón a su familia; llevarlos con ellos en su corazón, pero desprenderse materialmente; ellos en una parte, ellos con sus hermanos, los padres en otra parte; eso es sacrificio por el amor a Jesús, por la llamada de Cristo. ¿Cómo lo llamó y cómo los enseñó? Llevándolos al seminario a educarse, a estudiar y a vivir el Evangelio para luego, después hechos sacerdotes, salir al mundo a llevar la Palabra del Señor para convertir almas, salvar pecadores y aliviar la carga de muchos seres humanos necesitados.

Y les pido esto porque necesitamos santos sacerdotes, muchos santos sacerdotes, muchos sacerdotes.

Jóvenes, lo llamo a la reflexión, ¡qué hermoso es ser un buen sacerdote! Muchachas, jóvenes, ¡qué hermoso es ser una bella religiosa, una hermosa religiosa al servicio de esa Iglesia Santa!

No podemos dejar marchitar nuestras vidas sin hacer nada por esa madre la Iglesia que nos está llamando a gritos para que nos levantemos todos: las madres de familia, los padres de familia, nuestros hijos, todos en un solo querer para ayudar a crecer espiritualmente a esta juventud, que son vosotros y que vosotros se entreguen a las comunidades religiosas.

Esta es una comunidad de fe y de amor, de principios, de familia con unos ideales, con buenas costumbres, con la firmeza de la persona que realmente ama y siente a su Iglesia, porque yo sé que vosotros sentís a nuestra madre la Iglesia y ustedes me dirán: “Ayer tocó el tema, más o menos el mismo tema: nuestra madre la Iglesia.”

Ello es lo más importante, estamos en ella, estamos aquí, es la Iglesia que nos reclama, que nos invita a prepararnos a iniciar nuestro raudo vuelo en busca de los más necesitados; que entren en las aulas del Maestro, nuestro Maestro Jesús que nos invita a pasar a esas aulas suyas para enseñarnos por medio de sus sacerdotes.

Entonces, les digo: vamos a trabajar. Todos tenemos el derecho a trabajar y dar nuestro contributo espiritual, nuestro contributo personal para aliviar la carga de un Pueblo de Dios que anhela justicia social, sí. Cuando la sociedad aprende a amar a su prójimo, esa sociedad está libre de las ataduras de los hombres, está libre porque está con Dios porque está cumpliendo con el Señor, está cumpliendo con su Iglesia y está dando su contributo espiritual, su contributo como persona para asirse a esas enseñanzas y a esa doctrina que nos legara el Señor.

Entonces, hermanos, vamos a unirnos; y ojalá todos aquí puedan reunirse todas las semanas para que así en convite amoroso con el sacerdote de su parroquia puedan expresar sus ideas, sus sentimientos y realmente se lleguen a acuerdos para poder ayudar a quien lo necesite. Yo sé que lo están haciendo, pero a mí me parece que se necesita de más coraje, con mucha energía y con una gran decisión para que los hermanos nuestros despierten y los puedan ayudar con la carga de un Pueblo de Dios.

Si Dios me ha traído aquí, no es simplemente por venir, por hablar cuatro cosas, no; o para que ustedes me atiendan, no; Dios sabe que no. Yo quisiera estar escondida, escondida, Señor, con tu mirada solamente, pero Tú me has enviado y por eso estoy aquí, para que ustedes también despierten y esa gracia del Espíritu Santo los bañe a todos en sus hogares, en sus familias, en las escuelas, en las universidades, en los colegios, todos los colegios y en todas las residencias espirituales donde se ora, donde se transmite la Palabra de Dios para que todos aunando fuerzas positivas puedan tocar los corazones de los más débiles; y así surja la cadenita de amor, y tomados de la mano formen un gran corazón, el Corazón de Jesús que nos viene a buscar, el Corazón de Cristo que nos viene a enseñar de nuevo en estos tiempos de grandes calamidades, el Corazón de Jesús como el Salvador, el Cristo Resucitado de nuevo en estos tiempos, de manera muy especial, increíble ante los ojos del mundo.

Parece una locura lo que les dijese en este momento, no es una locura, es una gran realidad; y digo vivida, porque hay cosas tan grandes que han pasado en mi vida y que quisiera compartirlas con todos, pero ya el Señor les dará las experiencias de las cuales se sentirán tan felices en sus hogares, con sus hijos, con su familia; y alabarán su Nombre cada día. Yo sé que lo alaban, pero vuestras alabanzas serán más precisas, más generosas y se sentirán libres como los niños inocentes cuando corren en las praderas, en los bosques, en el campo abierto donde sólo el cielo y la naturaleza los llena de regocijo espiritual porque está presente el Señor y se está haciendo presente en todos nosotros; y digo ello, porque Él toca nuestros corazones y se hace sentir de una manera tierna, delicada, suave para ayudarnos a sentir que realmente somos hermanos menores suyos y que esos hermanos tenemos que responderle a Él.

Y ahora, hermanos, gracias de anoche, gracias de la cena y gracias de esta hora cuando la tarde va cayendo y viene la noche, llegan las estrellas y la luna para pensar, para meditar y después con una oración…

En el Nombre de mi Padre, Yo los bendigo, hijos míos;

en el nombre de mi Madre, Yo los curo del cuerpo y del alma

y les guardo aquí en mi Corazón, desde hoy les guardaré

les guardaré, les guardaré aquí en mi Corazón

desde hoy y para siempre.

Que la paz sea con todos vosotros y que la luz del Espíritu Santo ilumine sus almas. Están en paz y en armonía con el mundo entero.

Gracias a todos. Que Dios los guarde y bendiga.

Y adelante llevando en su mano la luz de un nuevo horizonte pudiendo vivir el Evangelio. Vivir el Evangelio, no olvidemos ello, hay que vivirlo siempre para transmitir a nuestros hermanos que ello es nuestra salvación.

Gracias a todos.

(Aplausos.)