Midvale, Utah, EE.UU.

Discurso de la sierva de Dios María Esperanza de Bianchini
Iglesia Santa Teresa de Jesús
Sábado, 12 de abril de 1997

Buenas noches a todos.

  • El Ángelus.

Buenas noches a todos, a todos vosotros respetables sacerdotes que oficiaron la Santa Misa, los que nos han acompañado y llevaron a efecto la Crucifixión de mi Señor y la Resurrección de mi Señor. Resucitamos todos con Jesús en nuestro corazón para alimentarnos, para tenerlo para siempre.

  • Aquí estás, Señor, estás en cada corazón que te quiso pedir que vinieras a ellos, y Tú los alimentaste, o sea, nos alimentaste a todos y este alimento ha de conservarse eternamente, por siempre.

Y hablo de la Eucaristía, Eucaristía es la base primordial del cristiano, es el alimento, es la vida nueva. Cada vez que lo recibimos nuestra vida se convierte en muchas vidas, vidas para afianzar en la fe a nuestros hermanos, vidas para alimentar al que no lo recibe, vidas para poder vivir en cónsona con nuestra madre la Iglesia, nuestra Santa Madre la Iglesia, católica, apostólica, romana, universal; una Iglesia que nos abre las puertas para asirnos a ella con un gran Papa de Roma, nuestro Vicario, nuestro Maestro, nuestro defensor que ha ido de un lugar a otro en busca de las ovejas descarriadas como también en busca de todos sus sacerdotes, y religiosas y todo el Pueblo de Dios; un Pueblo que desea encontrarse con él y él ha ido a todos, a todos absolutamente llevando su palabra con humildad, con una paciencia y una ternura tan grande que ha conmovido a multitudes para afianzarse a la fe, los ha motivado a todos aliviando sus cargas y mejorando sus vidas.

Es por ello que hablo de nuestra santa madre la Iglesia, un Papa y sus ministros que son los únicos que tienen el derecho de la absolución de los pecados, de nuestros pecados, de nuestras debilidades; son ellos, no hay otros.

Es por ello que debemos amar, amar muchísimo a esa Iglesia porque nos ha dado los más hermosos frutos por aquéllos que lo renunciaron todo, dejando a su familia, su hogar para asirse a esa madre la Iglesia por Cristo Jesús; es Jesús que los ha llamado. ¡Qué hermosa es la misión del sacerdote!

  • ¡Qué grande eres, Señor! Jesús Resucitado, todos los días Tú nos resucitas con la Sagrada Comunión cuando te acompañamos al pie del altar para venir a buscarte, para que te refugies en nuestro corazón. ¡Qué hermoso alimento, qué alimento tan grande, Señor! Eres Vos, Tú apacientas las ovejas y nos alimentas con tu Cuerpo Sacrosanto de vida sobrenatural.

Hermanos, aquí estoy, sí, el Señor lo ha querido así. Yo soy una más de vosotros, soy Pueblo de Dios; y el Señor ha sido tan generoso y compasivo con esta pobre mujer, quizás, porque esta mujer lo ha amado muchísimo; mucho.

Señor, Tú bien lo sabes que es así; no me han importado las distancias… nada, Señor, ni mi salud. Me has devuelto la vida para que siga adelante reafirmando mis pisadas, dando a mis hermanos múltiples esperanzas.

Vivamos de esperanzas, de ilusiones maravillosas del cielo eternal. La ilusión y la esperanza de algún día poder llegar a encontrarnos en esa casa de Dios, de ese cielo inmenso, estrellado, con una noche iluminada por una gran luna, y el amanecer con un sol resplandeciente que nos da la energía, la alegría de vivir el Evangelio… un despertar.

Es un despertar lo que estamos viviendo en estos tiempos. El hombre está concientizando realmente, porque todos nos estamos buscando uno al otro; es que se acerca el Señor, Jesús, Rey de reyes.

Jesús se está acercando como nunca en estos tiempos; nos está haciendo reflexionar. Él se dio en una Cruz, derramó su Sangre Bendita, nos bañó, nos limpió, nos purificó para que fuésemos seguidores de esa madre Iglesia, de ese Pontífice en la Cátedra de Pietro. ¿Cuántos pontífices sacerdotes, maestros, papas se han sentado en la Cátedra de Pietro? ¿Y cuántas enseñanzas nos han dejado, aliviando nuestras almas, confortando nuestro espíritu y avivando nuestra fe?

¡Qué hermosa es nuestra Iglesia, hermanos! Vuelvo a repetirlo. Yo amo a mi Iglesia, la amo, Señor, y deseo que me des un poquito más de vida para poder proclamar: ¡Viva nuestra Santa Madre la Iglesia! ¡Viva nuestra Santa Madre la Iglesia! ¡Viva nuestra Santa Madre la Iglesia que nos extiende sus brazos para aliviar nuestras cargas y poder vivir el Evangelio!

Evangelización piden estos tiempos. Todos a evangelizar, todos, absolutamente todo el Pueblo de Dios a levantarse para avivar la fe en los corazones tibios, fríos. Tenemos que trabajar en comunidades y viviremos en comunidades – con los años y el tiempo – muchas comunidades en todas partes del mundo para aprender a amarnos y sentirnos: Tu dolor es mi dolor; tu pena, tu quebranto es el mío; tu llanto está aquí dentro de mi corazón.

Avivar la fe en todos los corazones, hermanos; no solamente les toca a los sacerdotes, a las religiosas, nos toca a nosotros, al Pueblo de Dios. Ayudarnos unos a los otros; darnos las manos y poder realmente sentirnos libres por dentro como los niños inocentes cuando van en busca de su padre, de su madre diciéndoles: “Aquí estoy, mamá, ¿qué quieres de mí?”; así todos nosotros a esa madre la Iglesia vamos a decirle: Aquí estamos, madre, nosotros en esta tarde.

Quizás sea yo una mujer que hable, que dice, que recibe. ¿Cómo será esa mujer que…? Es una mujer como cualquiera de ustedes con un corazón abierto a la gracia del Espíritu Santo, para vivir con mis hermanos de la manera más natural.

Sí, hermanos, yo soy madre, una madre que ama a su familia y que ama a todas las familias del mundo con un amor infinito, tierno, delicado y suave; y cuando digo suave es porque la suavidad de María me ha tocado el corazón, es ella la dulce mujer del Calvario, la Madre adolorida al pie de la Cruz con su Hijo.

¡Señor, Señor, qué grande fuiste en aquella hora! Hubo un momento de desolación tan grande en tu alma, Señor, te sentiste adolorido; y, sin embargo, tu fe, el amor a tu Padre, el amor al Pueblo de Dios, tu Pueblo, Señor Jesús, te dio la fortaleza para decir estas palabras: “Sed tengo… sed de almas, almas.”

Es por ello, nosotros también podremos decir: Sed tengo, Señor, sed de almas, almas que entren al reinado de los cielos, al reino de los cielos. Parece algo inalcanzable, pero está tan cerca; está en nuestros hogares, en nuestras casas, en nuestras Iglesias, cuando vemos el verdor de la esperanza en la naturaleza toda alegre, sonriente, animosa para darnos el calor y la alegría, la suavidad y la ternura de la Madre Santa, María de Nazaret.

¡Qué bella es la naturaleza! He llegado aquí y el primer día hubo lluvia, un poquito así como tristico, y luego estos días ha habido un sol resplandeciente con luz, una luz bellísima… todos esos cerros llenos de la nieve blanca y purísima. Y sintiendo nosotros el resplandor de ese sol y de esa naturaleza tan hermosa, tan vivida y divina – diría yo –. Porque cuando vemos las cosas bellas y hermosas pensamos que todo ello viene de la divinidad, de Dios, de Él que nos hace verdaderamente razonar cuán grande es la madre naturaleza, cómo sabe expresarse a sus hijos para darles calor y amor, y sobre todo pidiéndonos la entrega, la entrega al Señor.

Vamos al Señor, vayamos todos y pidámosle en esta cena, en esta noche, que nos ilumine con el don del entendimiento para entender realmente qué quiere de nosotros. ¿Qué quieres de mí, Señor, cómo debo servirte, en qué forma, qué es lo que Tú pretendes de mí? ¿Crees que soy capaz, Señor, de ser modelada por tus manos? ¿Crees, Señor, que podría realmente llevar la Palabra de Dios? ¿Crees, Señor, que podría morir de amor por Vos, Señor? Oh, Señor, morir de amor por Vos.

Dar nuestra vida por Cristo, por Jesús, es lo más grande que puede haber en un alma, ofrecer su vida como holocausto de amor. No importan las persecuciones, no importa todo lo que pase a nuestro alrededor; estamos llenos de Él, llenos de su amor, de su infinita sabiduría, de su ternura, de su dulzura, de su suavidad, de sus Palabras: Amar.

A veces nos preguntamos qué es el amor: Amor es amar todo lo que contiene vida de Dios, amar a nuestros hermanos, amar a nuestros enemigos también, amarnos todos. Perdón para todos, perdón y misericordia para todos, Señor; y digo perdón y misericordia, porque cada día tenemos que pedir perdón por nuestras debilidades, por nuestras flaquezas. Todos somos flacos – la mayoría – y necesitamos arder en la llama y el fuego del amor de Jesucristo. Sólo Él pudo haber hecho un acto tan grande: Ir a la Cruz, allí, tomarla, abrazarse a ella y expirar en sus brazos, diciendo: “Sed tengo.” Era la sed de almas para la salvación del Pueblo de Dios.

Y en estos tiempos habrá muchos, muchos que lo dejarán todo, todo, su casa, su vida, todo para entregarse al Señor definitivamente. Va a llegar esa luz, va a llegar esa gracia. Hablo con los jóvenes.

¡Qué bella es la juventud! ¡Qué hermosa es la juventud! ¡Cómo canta la juventud! ¡Qué hermoso es todo ello! Me complace saber que aquí hay muchos que cantan bellísimo, corales hermosas y maravillosas. Nosotros también tenemos nuestra Coral Betania y hemos ido a algunas partes y han dado sus conciertos. La música, muchachos… Estén siempre alegres. Aprendan a cantar, a tocar, a alegrar el corazón; sean muy buenos, muy generosos con sus padres, con su familia, con sus seres queridos, con sus hermanos. Estudien, aprendan.

Eso es lo que ustedes les van a dejar a sus hijos después, la crianza que les den, la educación que les den, la cultura que ellos tengan. Aprender, no cansarse de aprender; cada día tú tienes que aprender algo. Nosotras las madres en la casa… todos los días algo nuevo; no es simplemente la comida, esto… no, no; tantas cosas que hacer, tantas cosas bellas, Señor. Alegres, contentas con nuestras amigas, con nuestros hijos. ¡Ay, Dios mío, qué belleza nuestra familia!

Yo amo las familias profundamente tanto como amo a mi familia, la amo tanto. Para mí todos ustedes son mi familia, una familia reunida en comunión de amor con el Señor, con su Madre, con la Virgen María, mi Madre, María Virgen y Madre Reconciliadora de todos los Pueblos y Naciones que un día viniese para despertar mi conciencia, para ayudarme a caminar un poco mejor. ¡Qué hermosa es la Virgen!

Quisiera extenderme, pero ustedes con los días podrán saber muchas cosas más acerca de María Reconciliadora de todos los Pueblos y Naciones. Ella nos viene a reconciliar, a educarnos para que nos demos las manos, para que seamos honestos, dignos, respetuosos con las familias, con los hermanos, con todos, y llenos de ánimo para la batalla, una batalla de amor, una batalla de goce espiritual, una batalla de serenidad; he dicho una batalla de serenidad, es la batalla del amor, de la humildad, de la modestia, de la honestidad, del reposo, de la calma, del alivio a nuestras almas.

Sí, hermanos, ustedes quizás pensarán: “No, la Sra. María Esperanza no nos ha dado un discurso.” No, no. Es una mujer corriente como todas ustedes, sólo, quizás que en mí hay muchísima sensibilidad y siento el dolor de los otros como si fuese el mío: sus penas, sus quebrantos, sus tristezas.

Las madres… qué hermoso es ser madre, y cuánto dolor tenemos que pasar porque vivimos pendientes de los hijos cuando salen a la calle, qué les puede pasar. Por supuesto, con nuestra fe en el Señor, pensamos siempre: No me les va a pasar nada, regresarán al hogar, a la casa, tranquilos y serenos porque el Señor está con ellos; María los cubre con su manto y los ayuda también a aquilatar su fe para poder defenderse de todo aquello que les pueda contaminar con el mundo del pecado.

Es por ello, hermanos, nosotros todos en esta noche, después de la celebración de esa Santa Misa tan hermosa habiendo recibido a Cristo Jesús, vamos a unirnos en un lazo estrecho de vidas ofrecidas al Señor Resucitado para resucitar con Él continuamente, todos los días si es posible en la Eucaristía, en la Santa Misa. Y hablo de ello, porque es la Eucaristía, es la Santa Misa, la fuerza constructiva del hombre de hoy, es la Santa Misa lo que nos da la vida sobrenatural para vivir vida Eucarística verdadera, vida auténtica cristiana, una vida entregada al Señor.

Vamos a entregarnos todos con mucha humildad, con mucha ternura, con una gran generosidad… hombres y mujeres, padres de familia. El padre tiene que estar de pie como un soldado en su casa; sí, va a su trabajo, pero cuida a su familia, cuida a su esposa, cuida a sus hijos, a los nietos. No dejemos la familia por su cuenta porque los perdemos, se nos van de las manos.

Y hablo sobre de ello, porque hay tantas familias sufriendo, que han perdido a sus hijos, se han perdido muchos en la droga, otras muchachitas vírgenes han perdido lo más grande que tenían, y así sucesivamente. Cuídenlos, no importa que ellos se sientan vigilados: “¡Mamá!” No, no, es adelante todos los días con ellos; a estudiar con ellos, a vivir con ellos realmente. Que sientan que hay el calor de la madre, el calor del padre, el padre, el hombre que representa la familia, que defiende sus derechos y que está dispuesto a dar su vida si es posible al que le toque un hijo.

Entonces, tenemos nosotros todos que ayudarnos los unos a los otros con nuestras oraciones. La oración es el puntal de luz que ilumina al hombre en medio de la oscuridad de la noche; entonces, tenemos que orar la oración continua. Vamos en la calle, en el carro: oremos; vamos a hacer un pedido de algo que necesitemos de una persona, un trabajo: oremos; que hay un enfermo: orar por los enfermos; orar por nuestros hijos; orar por nuestros sacerdotes, nuestras religiosas; orar por todas las familias del mundo. Que todos reciban esa gracia de que el Señor convive entre nosotros, de que Él está presente, que Él se recuerda de cada uno de nosotros, que Él vive con nosotros, que está atento a todas nuestras necesidades e intenciones que tengamos; Él las cubre todas.

El está pendiente de los enfermos, de todos los enfermos que estén aquí, los niños especialmente que amo tanto. Que haya luz para sus ojos; luz, Señor, luz en sus cuerpos, en todos los niños que estén aquí que se hallen enfermos… cúralos, Jesús, cúralos, mi amor, Señor; no los dejes tristes, consuélalos, fortalécelos y dales vida sobrenatural.

Pidamos vida sobrenatural todos los días; es lo que yo le pido al Señor, no le pido más nada: vida sobrenatural. Señor, para darte gloria… Jesús, María; para llevar una Palabra.

Yo no sé hablar, yo no sé nada, yo me siento una niña pequeña en medio del Pueblo de Dios, pero con esa Madre, con esa Madre que me lleva, que me conduce, que me alegra el corazón, que me alienta, que me da fuerzas, fuerzas positivas para poder vivir realmente vida auténtica cristiana. Así tenemos que vivir todos: vida auténtica cristiana; no de palabras, no de grandes cosas allá, no. Dios no nos pide grandes sacrificios ni cosas muy grandes; nos pide pequeñas cosas de la vida, pequeñas cositas.

Cada día tú algo ofreces al Señor: Un buen pensamiento a una persona que tú crees que está en mal camino; un pensamiento por un enfermo; un pensamiento por tu marido en el trabajo; un pensamiento por tu hijo en la universidad para que en los estudios vaya adelante, con esfuerzo en sus estudios; por un encarcelado que está en la cárcel y no sabe… y ha ido por casualidad: lo agarraron, se lo llevaron, no lo saben sus padres, que se salve, que salga, que sea una persona honesta en la vida y digna, que trabaje; y en fin, tantas cosas; por las vocaciones sacerdotales… orar muchísimo.

Necesitamos vocaciones sacerdotales, santos sacerdotes en nuestros púlpitos hablando a la mano con el Pueblo de Dios. Santos sacerdotes, santas religiosas y madres de familias santas verdaderas; no es la santidad de vestirnos de harapos, y decir: Yo soy humilde. No, Dios no nos quiere así, nos quiere tal como somos con nuestras cualidades y defectos, tratando – por supuesto – de mejorar nuestra vida interior y de ayudarnos todos a crecer; crecimiento espiritual cada día viviendo el Evangelio.

Bueno, hermanos, señores, señoras, jóvenes, niños y especialmente los sacerdotes, ustedes son mi debilidad; y digo debilidad, porque ellos son los únicos que tienen el derecho de la absolución de los pecados y el derecho de tomar a Jesús en sus manos y elevarlo al cielo. ¡Qué hermoso es ser sacerdote! Esto es lo más grande para un padre, para una madre: un hijo sacerdote en la familia, creciendo espiritualmente todos alrededor de él. ¡Qué hermosa es la familia que tiene un hijo sacerdote, que tiene una hija religiosa, que tienen un ser que se da a los demás!

Como también estas madres que tienen a su hijo médico; el médico es el aliento de los enfermos, es la esperanza del enfermo, es la ilusión de un enfermo: “Llámame al doctor.” Es algo tan útil. Los pongo al lado de los sacerdotes porque ellos son como los sacerdotes. Las enfermeras están pendientes de los enfermos, se dan en los hospitales. ¡Qué hermosa es la enfermera!, poder atender a una persona enferma, triste, que te llega al hospital y hay que atenderlo inmediatamente; ello es voluntad, ello es amor, ello es fidelidad y ello es carisma de Dios en sus almas.

Yo los felicito a todos, y así sucesivamente para todos os pido que cada cual se ocupe de lo suyo. Hay otras cosas muy bellas, hay tantas cosas hermosas, especialmente las personas que han estudiado, que han pasado por la universidad, que se han hecho hombres verdaderamente dignos de esa sociedad donde viven pudiendo también hacer el bien: los que construyen las casas, nuestras casas, nuestros techos; verdaderamente también tienen sus gracias. Cada uno tiene sus gracias en el trabajo que hace, aunque sea para agarrar las maletas cuando llegamos a los aeropuertos. ¿Quiénes son? Los buscamos: Vengan, cárgueme la maleta.

Todos, todos tenemos derecho a recibir las gracias del Señor y cada uno en su medio va creciendo espiritualmente, va haciéndose un mejor ciudadano ante la sociedad, ante sus hermanos, ante su familia. Todos, todos tenemos derecho a vivir vida auténtica de Cristo Salvador; Cristo que nos viene a salvar, que nos viene a salvar en estos tiempos de una manera perfecta.

En estos dos últimos años, tres años… ya vamos a llegar al 2000… serán de grandes pruebas para todos, pero al mismo tiempo de alegrías infinitas del cielo, grandes acontecimientos que deslumbrarán al hombre: dolores y tristezas, y grandes alegrías también, grandes inventos científicos, grandes cosas.

El hombre con sus manos tantas cosas que puede hacer, como por ejemplo: los aviones donde viajamos, nos vamos, nos movemos – se necesita talento, estudios – y así los que hacen los carros. ¿Cómo nos movilizamos si no por medio de un carro? ¿Cómo me he movilizado para venirme? El avión. O sea, qué bella es la mano del hombre. Qué bondad tan grande la del Señor que le ha dado cinco sentidos, una mente abierta a la gracia del Espíritu Santo para aprender y vivir cada uno para dar su responsabilidad en sus deberes como hijo de Dios en la Tierra.

Realmente me siento conmovida. Me agrada el silencio, me agrada la paz, me agrada la serenidad, esa alegría interior, ese algo que se siente, Señor, que estás aquí. Tú estás aquí, Señor, hoy te hemos sentido en nuestro corazón, te hemos recibido, nos hemos alimentado con tu Cuerpo sacrosanto y hemos sentido volver a nacer, hemos nacido; un nacimiento.

Pensemos en el nacimiento de Jesús rodeado de su Madre y San José, su padre adoptivo, los Reyes Magos y las bestias que los acompañaban allí: la mula, el buey. ¡Qué hermoso nacimiento en la humildad! En la humildad está el Señor, en la humildad de corazón; nosotros debemos tener humildad de corazón… no avergonzarnos de nada que pudiera hacernos sentir mal, no. Por eso, tenemos que vivir una vida muy clara, precisa, honesta, digna sin turbarnos de que si alguien… no.

Especialmente hablo con los señores para que sigan llevando una vida justa, honesta. A veces el hombre comete errores que pesan con lágrimas en el alma porque no ha cumplido debidamente como tenía que ser.

Es por ello, que tenemos que ser muy honestos, muy dignos del amor de Dios para que nuestra familia no tenga que sufrir; y digo la familia, porque es la familia que sufre cuando el hombre ansía mucho, mucho, mucho dinero, mucho de esto, mucho de aquello. Entonces, atención, atención, diría yo. Es muy hermoso tener nuestros medios, sí, tener para nuestra familia lo necesario para vivir, pero ya esas ambiciones son pecado. No podemos pecar en esa forma, no podemos abusar de lo que Dios nos da, tenemos que llevarlo muy bien como una persona que ama y respeta a sus hermanos; trabajando, sí, pero no con muchas cosas para no irritarse la vida, para no contaminarse, para no cometer, pues, cosas que no son dignas. Hablo con todos porque a veces un trabajo trae otra cosa, otro trabajo, otra cosa hasta que el hombre ya no puede y comete errores.

Perdónenme que hable en esta forma, pero yo deseo de todo corazón, por el amor de mi Jesús que todos llevemos una vida en cónsona con nuestra madre la Iglesia, una Iglesia recatada, modesta, digna que está dispuesta a abrir las puertas a todos los que quieran entrar.

Y conservemos nuestra fe como católicos. Hemos nacido así, nuestros padres nos bautizaron, tenemos que seguir la ruta de nuestra familia, no cambiemos nuestra religión nunca. Seamos lo que somos en nuestra fe, en nuestro amor al Señor, en nuestra humildad y paciencia en los momentos más difíciles, soportándolo todo, aliviando nuestras cargas con la oración, con la Eucaristía, Eucaristía…

Yo les ruego… mi ilusión más grande en esta noche es que me reciban al Señor si es posible cada día. Esto es el alimento más grande. Yo he sido desahuciada tantas veces y vivo de milagro; y le pido al Señor: Dame fuerzas, Señor, fortaleza y un gran espíritu, Señor, de humildad, de paciencia, del santo temor a Dios para no ofenderlo. No el temor de que me castigue, sino el temor de no ofenderlo nunca.

No ofendamos a nuestros hermanos aunque tengamos muchos resentimientos. ¿Saben por qué? Porque cuando tú tienes malos pensamientos eso es como algo que se va y vuelve y te recae. No, no; perdonen, tenemos que perdonar a los que nos hayan ofendido, perdonar a todos nuestros hermanos de todas las fe del mundo, vamos a perdonarnos a todos. Cada cual tiene lo suyo, ha nacido en lo suyo, con su fe; respetemos. Respetemos a todos, amémonos todos porque en el amor está el Señor y defendamos nuestros derechos como cristianos. Defendámonos a como dé lugar; no nos dejemos arrastrar de las pasiones, de las cosas que nos pueden hacer daño.

Yo estoy hablando así como una madre, hijos, una madre que ama y que siente a ese Pueblo de Dios, que lo lleva adentro en su corazón porque María, mi Madre Santísima me lo ha enseñado: “Hija, haz que todos mis hijos se amen, se soporten, se quieran, se ayuden, se alegren del bien de su hermano, que amen su familia.”

Es la familia el punto importante de estos tiempos. Es la familia que se está verdaderamente separando, familias enteras… hijos que se van y no los vuelven a ver más. Ayer se me presentaron unos casos: los hijos que se van tan jóvenes, tan niñas y se van. Eso es grandísimo, doloroso para los padres. Los matrimonios de otros destrozados al ver que su hogar se está acabando después de tantos años de matrimonio. Qué cosa tan grande, después de vivir tantos años con un ser, y que aquel ser después se enamora de nuevo, y ya no le gusta… está vieja… encontró una joven. ¿Quién ha dicho eso?

Tenemos, pues, que pensar, reflexionar que estamos llegando al 2000, finales de siglo y tenemos ahora como nunca que orar, como no hemos orado en toda nuestra vida, para que el enemigo no nos venga a arrastrar con guerras, guerrillas por todas partes del mundo. Tenemos que hacer las paces con todos nuestros hermanos, unirnos como se unen las olas del mar cuando llegan a la playa, todas vienen… todos unidos en un solo bloque consistente, en un solo corazón.

Y ahora, para los enfermos, para los niños, para las madres, para los padres, para todos los jóvenes especialmente… Amo mucho a los jóvenes porque yo estoy con muchos jóvenes, muchos muchachos, tantos. Yo los quiero tanto porque hay juventud buena, hay juventud honesta, hay juventud que crece cada día, que están haciendo una gran obra, la obra del amor. Yo digo la obra del amor porque es el amor de Dios, el amor a todos sus hermanos, es la ayuda, es la mano en el momento preciso cuando se necesita, están allí, que nadie sufre porque no te da tiempo a que tú te vuelvas loco porque hay alguien, una mano, una palabra a tiempo que vale tanto cuando estamos tristes y desolados.

Es por ello, que hoy en esta ciudad, en Utah, el Señor va a salvar a muchas almas, muchos seres, va a haber una gran unión, va a haber una gran esperanza. No se va a vivir egoístamente, no debe vivirse egoístamente, tenemos que tener caridad con nuestros hermanos: negros, blancos, ricos, pobres, feos, bonitos, indios, como sean… todos en una sola masa consistente, en un único corazón. Olvidemos las rencillas del pasado y animémonos ahorita mismo, vamos a animarnos a lograr que todos nuestros deseos y buena voluntad trabajando y sirviendo para todos sirvan de eslabón para los que vienen detrás, los que crecen, los jóvenes, los niños para que ellos vean rectitud en el corazón de sus mayores, rectitud en sus familias, rectitud en todo cuanto ellos puedan emprender en la vida, Señor.

Y ahora, ¿qué más decirles? El Señor quiere que sigan con las oraciones, con las reuniones en todas las Iglesias reuniéndose en la semana, que tengan un espacio para ofrecérselo al Señor en una hora de adoración. En esa reunión, después de esa hora de adoración, cada uno exponga sus ideas, cada cual hable y diga lo que siente para que así se unan, así se comprendan, así puedan realmente ejercitar una obra de amor.

Yo digo una obra de amor, porque es amor lo que necesitamos, mucho amor para hacer bien las cosas, para ayudarnos unos a otros, para hablar cada uno lo que siente en esas reuniones, por supuesto esto llevado por los sacerdotes, no por nuestra cuenta… “Que vamos a hacer porque estamos muy preparados, tenemos nuestra cultura.” No. Si somos Iglesia somos parte de esa Iglesia, formamos parte de esa Iglesia, somos Iglesia. Los mayores que son los sacerdotes son los tienen que dirigir esos grupos. Grupos por su cuenta, no. Tienen que ser llevados con enseñanzas bien establecidas ya, por las leyes doctrinales de nuestra santa madre la Iglesia, del Sumo Pontífice.

Bueno, ahora vamos a recogernos, vamos a pensar en nuestras familias, nuestros hogares, nuestros hermanos enfermos, en los que están en las cárceles, en los hospitales, los que están sufriendo, los niños que pululan por las calles sufriendo, por los enfermos, por los ancianos, por los tristes, por los más abandonados. Vamos a rezar por todos ellos y por nuestros seres queridos para que el Señor se haga sentir en nuestras almas y podamos salir renovados, llenos de fortaleza, llenos de paz, llenos de armonía y de alegría juventud. Muy hermosa es la alegría de la juventud.

Qué alegría para los niños cuando están con sus padres, qué hermoso es todo ello. Qué bella es la vida, es bella de verdad cuando sentimos que nos sonríe, nos sonríe por María, por la dulzura de María, por la candidez de María, por su ternura de Madre, una ternura que llega al corazón, nos quita las aflicciones que tengamos, cualquier descontento, cualquier amargura, cualquier pesadumbre; todo lo quita María; y, nos ayuda a caminar mejor.

“En el Nombre de mi Padre, Yo los bendigo, hijos míos;

en el nombre de mi Madre, Yo los curo del cuerpo y del alma

y les guardo aquí en mi Corazón, les guardaré

les guardaré aquí en mi Corazón, les guardaré aquí en mi Corazón

desde hoy y para siempre.”

Que la paz sea con todos vosotros y que la luz del Espíritu Santo ilumine sus almas. Están en paz y en armonía con el mundo entero.

Serán sanados los que Nuestro Señor quiera sanar, pero sí sentirán un gran alivio todos en sus casas, en sus hogares, en sus familias, en sus trabajos, en todo lo que tengan que hacer, todo lo que quieran hacer; y qué alegría en el alma cuando se den cuenta de que Jesús convive en cada uno de nosotros, que Él está en cada uno, y que muy pronto nos dará una gran sorpresa al mundo.

Tenemos que esperarlo. Él vino, se fue y sigue viviendo entre nosotros, pero será una sorpresa que estremecerá al mundo y el hombre dirá: ¿Señor, es posible que seas tan generoso con nosotros que nos vienes a buscar? Cada cual en su conciencia piense, y medite, y se libere de todas las debilidades y flaquezas para vivir el Evangelio. Vivamos con pulcritud, con las enseñanzas y los mandamientos de la Ley de Dios.

Tenemos los mandamientos, vivámoslos tal cual como lo dio el Señor a Moisés y que Jesucristo Nuestro Señor los practicó con sus apóstoles y con su Iglesia Santa, purísima, nuestra madre la Iglesia católica, nuestra madre Iglesia bella y hermosa que está floreciendo en el mundo; florece para todos los que quieran entrar y convivir con todos nosotros.

Gracias, Señor; gracias, Bendito mío; gracias, Jesús, gracias. Gracias a todos vosotros. Llévense lo mejor, toquen el Corazón de María, tóquenlo, tóquenla a ella, tóquenla:

  • María, aquí estamos, ¿podemos tocar tu Corazón? Queremos que ese Corazón dulce, suave, tierno y generoso toque el nuestro para avivar nuestra fe… y el de tu Hijo Jesús.

¡Ay Jesús, Jesús convive entre nosotros de la manera más natural! No lo vemos, pero lo sentimos cuando tenemos una pena o quebranto: “Jesús, Jesús, ven, ven, Señor.” Jesús con suavidad dice: “Tranquila, hija, tranquila que aquí estoy Yo. Yo convivo entre vosotros, Yo convivo entre vosotros.” El Señor nos dice: “Convivo y conviviré entre vosotros.”

Dios los guarde a todos.

Buenas noches a todos.

Que Dios los guarde y los bendiga.

Y todos los niños que sean curados, los enfermos; y, el que tenga una pena, un quebranto, va a salir renovado: sus células, su sangre, sus huesos, su hígado, sus riñones, su corazón, su cabeza; todos renovados, Señor, purificados por el amor de Dios. Es el amor de Jesús, es el amor de María, es el amor de los que le siguieron, sus apóstoles que nos vienen a enseñar que la vida pasa, pero no pasan nuestras obras, lo que dejemos en la Tierra. Ello es; pasa todo, pero lo que has hecho con verdadero espíritu de amor, de caridad, eso no pasa; eso resta para siempre.

Que Dios los guarde a todos.

Gracias, gracias, hermanos, gracias.

(Aplausos.)