Discurso de la sierva de Dios María Esperanza de Bianchini
Iglesia Santa Bernardita
Miércoles, 21 de mayo de 1997 8:15 p.m.
- El Ángelus.
Buenas noches a todos. Realmente estoy conmovida por esta gran familia toda reunida, toda entregada en la Santa Misa y la Sagrada Comunión. ¡Qué cosa más grande el Cuerpo místico de Nuestro Señor Jesucristo cuando lo recibimos en nuestro pecho! ¡Cómo sentimos aletear en nuestro corazón esa Hostia Sagrada, ese Cuerpo, esa Sangre que nos llena, que nos viene a dar vida sobrenatural!
Aquí, en esta noche hemos recibido la gracia del Espíritu Santo por el amor de Jesucristo, por su Cuerpo Místico, por su Sangre Preciosísima para bañarnos, guiarnos, ayudarnos a ser mucho mejores pudiendo así segur el Evangelio. Es la Sagrada Comunión el alimento de nuestras almas. Es vida sobrenatural lo que hemos recibido para que los enfermos sean curados, para que las personas que estén sufriendo reciban el consuelo, la esperanza, la ilusión de poder sentirse nuevos, renovados completamente.
Les digo esto, porque Jesús está en cada uno de nosotros, está allí palpitando en nuestros corazones para aliviarnos de nuestras congojas, de nuestras penas y quebrantos pudiendo así sentirnos serenos, tranquilos, llenos de un espíritu de caridad. Porque es la caridad, es el amor lo que hemos recibido hoy, el amor de Jesús, el amor que nos transforma, aquilata nuestra fe, nos renueva completamente y nos hace buscar a nuestros hermanos: Venid, hermanos. Jesús quiere recuperarnos, Jesús quiere salvar a todos para que algún día cuando cerremos nuestros ojos en el planeta Tierra podamos ver un cielo hermoso, radiante, inmenso para encontrarnos con el Señor.
Qué hermoso es sentir el cielo, qué hermoso es ver las estrellas, la luna por las noches y el sol por la mañana… brillante para ayudarnos a encender nuestra lámpara votiva que llevamos dentro del corazón. Que así prendido podamos nosotros orar, orar en continuación sin cansarnos. Es la oración, es la meditación, es la penitencia, es la Eucaristía nuestro alimento, nuestra vida, nuestra ilusión. Hermanos, les hablo de la Eucaristía porque ha sido mi alimento toda mi vida. Es la Eucaristía, es el Señor que palpita en nuestros corazones para sentir a nuestros hermanos y ayudarlos en la empinada cuesta que van subiendo cuando se sienten tristes o enfermos.
Es por ello que Jesús viene a consolarnos con ese amor que llenará sus hogares, sus familias para que así sientan el rocío de la mañanita clara de un mañana mejor; es la mañanita luminosa, radiante que nos transformará en hijos de Dios verdaderos. Somos hijos de Dios pero necesitamos también – sí, hijos míos – buscarlo:
- ¡Señor, Señor!, toco a las puertas del sagrario para que salgas, para yo recibirte, para tenerte en mi pecho y en mi corazón avivando la fe de mis hermanos y pudiendo así sentirme feliz de que otros te reciban porque tú los alimentas, porque Tú los has llamado permitiendo que se haga en nosotros el milagro de la multiplicación como en aquellos días que pasabas por el mundo, en aquellos días de regocijo espiritual; pero también de grandes sufrimientos cuando mirabas a tus hermanos, cuando mirabas en ellos la incredulidad, otras veces mirabas en otros el amor, la comprensión, la caridad.
Qué hermosa es la caridad que representa el amor, qué hermoso es amar a nuestros hermanos, qué hermoso es sentirnos uno al otro pudiendo sentir su dolor, su quebranto, su enfermedad y al mismo tiempo las alegrías del alma cuando el Señor le dice: “Levántate y camina.” Todos vivimos esa alegría del hermano que mejora pudiendo vivir el Evangelio y llevarlo a sus hermanos pudiendo éstos discernir el mensaje que se les está dando de unidad fraternal.
Entonces, hermanos, yo soy una mujer como cualquiera de ustedes pero que en ella hay un gran amor, un amor por la humanidad: por aquéllos que están en las cárceles; por aquéllos que están hambrientos, que no tienen un pan que llevarse a la boca; por los jóvenes; por los estudiantes para que no se pierdan para que ellos puedan dar su contributo a nuestra madre la Iglesia como soldados de Jesucristo al pie de la Cruz, al pie del sagrario viviendo vida eucarística, verdaderamente santa.
El Señor nos quiere santos, nos quiere realmente buenos, dignos de ese amor y dignos de María, Nuestra Madre Celestial. Es María la dulce mujer del Calvario, es María la niña inocente, la niña que tuvo un Hijo por obra y gracia del Espíritu Santo, el Espíritu Santo se encarnó en María y vino Jesús, vino Él a darnos la esperanza de poder vivir el Evangelio y a enseñarnos, a llamarnos, a buscarnos. Se valió de sus doce apóstoles que le siguieron fieles, honestos, dignos de su aprecio y consideración, quizás algunos eran débiles pero otros siguieron sus pisadas.
He aquí, las Escrituras, los Evangelios donde podemos ver en la Sagrada Biblia los pasos del Señor amado enseñándonos la manera de vivir en cónsona con nuestra madre la santa Iglesia católica, apostólica, enseñándonos a amar al Santo Padre – lo más grande que tenemos – con sus obispos, sacerdotes y todas las familias del mundo entero; una Iglesia fecunda, digna, hermosa, grande, lozana, perfecta.
Es por ello que debemos prepararnos para los días sucesivos que vendrán para que esa Iglesia resista firme, decidida, consciente como hasta ahora lo ha hecho, robustecida por el amor de quienes la siguieron, de quienes viven con ella, el Santo Padre el Papa. Cuando digo el Papa, es Dios que está allí en nuestro Pontífice que ahora está gobernando, que está llevando esa Iglesia a los corazones, sí, Juan Pablo II, un Papa que realmente se ha entregado a la predicación yendo de un lugar a otro, abriendo rutas y caminos para buscarnos y ayudarnos a evangelizar.
Por ello, tenemos que pedir por él, por su vida porque tiene que vivir, él necesita fuerza, vida sobrenatural, el Señor se la está dando pero nosotros con nuestra oración continua, nuestra meditación, nuestra oración diaria, nuestra Comunión podemos hacer mucho en pequeñas proporciones, pero esas porciones llegan y llenan ese corazón para que viva, para que ame avivando fuertemente la llama de nuestros corazones.
Es por ello, hermanos, el Señor nos quiere, nos ama muchísimo y nos está buscando, nos está fortaleciendo para que llevemos el Evangelio. Evangelización piden estos tiempos, es la evangelización la que nos va a salvar, no solamente toca a los sacerdotes, toca al Pueblo de Dios.
Es la hora del Pueblo de Dios para que se levante ese pueblo a trabajar con la caridad consciente que con el amor lo vamos a lograr todo; nos quieran o no nos quieran, no importa, nosotros vamos a trabajar viviendo ese Evangelio, amándonos los unos a los otros, soportándonos, fortaleciendo nuestras vidas por medio de la Eucaristía; digo la Eucaristía, porque la Eucaristía es lo más grande que tenemos, le da vida a tu cuerpo, a tu sangre, cura el cuerpo y el alma.
Ustedes me ven aquí, no es que yo esté bien, yo me puedo ir de un momento a otro. Pero no me importa, Señor, con tal de que yo te ame, yo dé algo aunque sea una palabra.
Reciban al Señor y se sentirán los seres más felices de la Tierra, lo importante es sentir a Cristo. Es tu alimento, es tu fortaleza, esa fortaleza es una fortaleza que Dios solamente la puede dar haciéndonos generosos con aquéllos que no creen, que se ríen de nosotros: “Están locos.” La locura de amor es lo más hermoso que existe por Jesucristo. Amemos a Cristo.
(La Sra. María Esperanza se dirige a una niña en silla de ruedas.)
Y ahora, mi pequeña, tú eres un ángel de luz, tú eres una estrella radiante, eres tan bella. Allí estás santificando a tu familia, estás iluminando sus almas, llegando más cerca al Señor. Tú estás allí purificándolos a ellos y a tantos niños que están enfermos que no tienen a nadie, que no tienen un padre; en cambio tú, tú tienes a tus padres que te dan todo su amor para que tú puedas caminar y puedas vivir para ser útil a los demás.
Ser útil a los demás es fuerza constructiva del amor de Dios y ello les ayuda a ser firmes y devotos a la evangelización.
Ella va a mejorar. Yo no soy nadie pero tú lo puedes hacer, tú puedes hacer lo que quieras, lo importante es vivir, no importa que uno esté sentado en una silla de ruedas, lo importante es que tenemos a nuestros seres queridos que nos aman, nuestra familia, lo importante es que tengamos a nuestra familia.
Qué bello es vivir una vida auténtica cristiana, saborear las dulzuras que nos ofrece María con el alimento de su Hijo y regenerar nuestras células, nuestra sangre, nuestras arterias, nuestro cuerpo todo corriendo sangre de vida nueva en nuestras venas.
Ten confianza, hija, no importan los momentos tristes, tendrás muchos momentos bellos que vendrán a ti para poder saborear la dulzura que nos ofrece María con sus delicadezas de Madre generosa que nos quiere ayudar para que vivamos vida auténtica cristiana. Tranquila, hija, ¿cuándo será?, no lo sé, solamente Dios lo sabe. Todo tiene remedio en la vida aunque estemos postrados en cama, siempre hay una medicina para el cuerpo y para el alma, especialmente para nuestras almas.
Nuestras vidas que deben ser vidas dedicadas al Señor, vidas para trabajar, vidas para luchar contra todas las corrientes negativas. La mayoría no cree, hay que tener confianza y una gran rectitud de conciencia y un gran temor de Dios, no el temor de que nos castigue, sino el temor de no ofenderlo nunca. Vivamos una vida auténtica, una vida llena de conceptos los cuales sean aquéllos que nos lleven a corresponder a las primicias del amor de Dios.
Tú estás allí sentada en una silla, pero Dios te ama mucho.
La humildad es el puente de cristal que nos conduce al cielo. Aceptar las enfermedades como vengan… después necesitamos a un médico porque ellos han pasado por una universidad y son unos científicos, pero acompañado al médico tenemos que invocar al Señor y al Espíritu Santo para que los ilumine con el tratamiento adecuado para la enfermedad que tengamos.
Vamos a pensar en que el Señor va a buscar todos los medios para sanarnos. Cuando una mente está abierta a la gracia del Espíritu Santo y hay la voluntad suficiente, el mal no puede restar en el cuerpo porque el alma ya está libre, la mente ya está abierta a la gracia y el Señor puede entrar allí y sanar lo que está malo, sacar lo que está en condiciones deplorables, quizás. Él da vida sobrenatural, Él da fuerza y vida sobrenatural.
Hermanos, hace poco hablé de la familia. La familia es una célula bendita del cielo, bendita por Dios, por el Padre Eterno, es una célula la cual todos tenemos en el corazón… que no se nos escape porque es la hora, especialmente en estos días, en estos meses, en estos dos años que vamos a necesitar éstas células para convertirlas en células fuertes, recias. ¿Sabéis por qué? Porque es la hora de vivir con honestidad, con pureza de intenciones nobles y generosas hacia todos nuestros hermanos porque está llegando el Señor.
Ustedes me dirán: “¿Cómo es que está llegando el Señor?” El Señor se hace sentir, está llamando a gritos desesperadamente porque el hombre está desatendiendo al llamado. Yo no dudo que haya personas que hayan sufrido, pero no al punto de que nieguen a mi Señor porque están sufriendo una pena, un quebranto, un mal; no. Esa enfermedad, esos males del cuerpo son para hacernos más fuertes, más firmes, más decididos, más conscientes porque tenemos un corazón y ese corazón debe abrirse al Señor para que Él lo bendiga, sea fortalecido y obtener una mente abierta a la gracia del Espíritu Santo y así poder seguir adelante continuando viviendo el Evangelio.
Y digo Evangelio, porque es la evangelización, hermanos, lo que nos está salvando… todo el Pueblo de Dios decididos, firmes en llevar la Palabra del Señor a los enfermos en los hospitales, en donde haya la tristeza, en donde no haya qué comer, a los más olvidados de la sociedad, los inocentes, los niños que viven en barriadas donde el pecado está minando esas áreas.
Entonces vamos, hermanos, a pensar en esta noche que todos nosotros tenemos que unirnos como cuando las olas del mar llegan a la playa, todos unidos, uno en todos, todos en uno, en un solo corazón abiertos a la gracia del Señor, del Espíritu Santo.
Le agradezco a nuestro Monseñor, aquí en esta Iglesia tan hermosa con un Jesús Eucarístico que nos extiende sus brazos a todos en el sagrario allí… Él escondido escuchando las peticiones de todos nosotros, Él las escucha. Esta noche seréis escuchados, esta noche cuando ustedes lleguen a sus hogares van a recibir una gracia especial, porque el Señor lo quiere así para que ustedes tengan más confianza en su Corazón, en su Cuerpo místico, para que se alivien todas sus penas.
Gracias, gracias, Monseñor, gracias por todos los sacrificios de estos días, de toda la comunidad que viene a esta Iglesia a orar; gracias a todos ustedes, hermanos, por la benevolencia que han tenido con esta pobre mujer; y digo esta pobre mujer, porque yo no soy perfecta, todos tenemos altibajos en la fe, hay la luz y la gracia del Espíritu Santo que nos baña, que nos purifica, es la gracia del Espíritu Santo que nos purifica, que nos ayuda a entender qué quiere Dios de nosotros.
Es por ello que les ruego amen a sus familias: amen a su madre, amen a su padre; los jóvenes a sus padres, a sus madres, a sus hermanos. Acérquense a María en la hora del almuerzo, en la hora de la cena, siéntense juntos, digan una palabra, sea de sus hermanos, de sus estudios, de su trabajo, de lo que sea que hablen… que hablando todos pueden entenderse mejor. ¿Cuál es el pensamiento..? Puede haber un medio de entendimiento.
Todos tienen que convivir con sus familias, una convivencia en la cual cada uno se sienta que puede hacer algo, que puede ayudar al hermano menor, al más chiquitín, pero que todos se abracen, especialmente los domingos cuando la familia está un poco más desocupada. Les digo esto porque la familia unida permanecerá unida en el cielo. Nuestra familia, nuestro hogar, nuestra casa es un testimonio de bienaventuranzas de un futuro mejor para la vida de los que vienen detrás.
Es por ello, mi invitación: Los invito a vivir una vida auténtica cristiana, vida de un alma que se da y que seguirá dando al que lo necesite, no importa cómo llegue, de dónde venga la persona, lo importante es tenderle la mano en actitud de amor… una caricia, un apretón de mano, una abrazo fraterno, dar, dar algo; hay que dar. No dejen nunca a nadie con las manos vacías; dar, dar, dar, dar. No lo dejes ir con las manos vacías; dale una palabra a tiempo de consuelo. Son tantas las almas que necesitan de una palabra, de una ilusión.
Ahora, pues, voy a dejarlos y voy a darles… a toda su comunidad para que esta comunidad crezca como hijos de la luz, la luz que irradia con gracias especiales, especialmente con el don del entendimiento para realmente entender por qué yo he venido aquí, porque el Obispo lo ha querido así, porque ellos lo han aceptado así… el don del entendimiento para entender qué quiere Dios de nosotros, qué quiere Dios de esta comunidad. No es una comunidad corriente; es una comunidad fuerte, firme, decidida, espontánea, natural, brota de su corazón amor y ¿ese amor de quién viene? Viene de Jesús, viene de María, viene de sus padres que se lo inculcaron… la fe en su Iglesia, la Iglesia de Jesucristo, la Iglesia fuerte y firme.
Entonces, yo les ruego en esta noche cuando lleguen a sus hogares aunque estén dormidas sus familias, aunque sea en silencio salúdenlos diciendo: La Santísima Virgen María quiere que todos vivamos en paz con el amor de Jesús que nos viene a enseñar en estos tiempos la manera de poder vivir el Evangelio como Él le enseñó el Evangelio a sus discípulos, enseñarnos a ser sus discípulos y Él nos lo va a enseñar, viviendo así el Evangelio así como Él quiere, para que realmente podamos servir, servirlo, apretarlo en nuestros corazones.
(La Sra. María Esperanza se paseó poco a poco por el escenario mirando fijamente a cada uno.)
La bondad del Señor nos hace contemplar la belleza que existe en cada corazón que siente a su Iglesia, a nuestra madre la Iglesia. Amemos a nuestra madre la Iglesia; yo lo repito mucho porque es nuestra fuerza, es nuestro valor, es nuestro deseo de ser mejores en la vida para dar de nosotros lo mejor que tengamos y ese mejor que tengamos es la gracia de poder vivir el Evangelio, y si es posible, enseñarlo al que no lo sabe.
Todos tenemos que enseñarlo, todos tenemos que donarlo… nuestra donación a la Iglesia. Tenemos que trabajar un trabajo fecundo, hermoso, duradero hasta la eternidad. Sí, hermanos, eso es lo que nos está pidiendo el Señor y yo sé que ustedes lo están haciendo y ello me conmueve el corazón.
Yo veo que Monseñor es una gran persona, humilde, generoso, compasivo con sus hermanos espirituales, con su familia, con todo el que toque y llegue hasta aquí. Tenemos que reconocer que su empeño es salvarlos a todos.
Seamos humildes, generosos y compasivos con quienes nos ayuden a ser mejores en la vida.
Y ahora, olvídense de mí.
(Todos se pusieron de rodillas.)
En el Nombre de mi Padre, Yo los bendigo, hijos míos;
en el Nombre de mi Madre, Yo los curo del cuerpo y del alma
y les guardo aquí en mi Corazón, les guardaré, les guardaré,
les guardaré aquí en mi Corazón desde hoy y para siempre.
Que la paz sea con vosotros y que la luz del Espíritu Santo ilumine sus almas, están en paz y en armonía con el mundo entero.
“Mis pequeños hijos, mi Corazón os di, os doy y mi Corazón os seguiré dándoos por siempre.”
Que la paz sea con vosotros.
Gracias, Monseñor. Dios lo bendiga.