Albuquerque, Nuevo México, EE.UU.

Discurso de la sierva de Dios María Esperanza de Bianchini
Iglesia Reina de los Ángeles
Sábado, 26 de julio de 1997 4:30 p.m.

Gracias, Señor Reverendo, Padre y toda esta comunidad recogida ante el trono del Señor con docilidad y con un gran fervor.

Bendito sea el Señor porque Él tiene almas bonitas, almas buenas, generosas que cumplen con sus superiores y vienen a escuchar la Santa Misa y dar de sí su contributo dando calor, amor a esta comunidad.

Qué hermosas son las comunidades cuando se congregan todos unidos por el lazo que nos ata a Jesús en la Cruz, sí, como Cristo Resucitado que nos viene a salvar, nos vino a salvar, nos viene a salvar para que podamos realmente amarnos los unos a los otros como Él nos amara y como predicara su Evangelio.

Sí, hermanos, qué hermoso es el amor, la fidelidad a nuestra madre la Iglesia, a nuestro Santo Padre, el Papa de Roma, a todos sus sacerdotes, a todos sus pastores, obispos y en fin, a todos aquéllos que se consagran todos los días con aquel fervor en dar la Santa Misa para que todo el Pueblo de Dios venga a satisfacer su alma, su espíritu, su corazón en los brazos del Señor Jesús para alimentarnos.

Qué hermoso alimento, cómo nos calma, nos serena, nos embriaga de amor, de una fidelidad a esa Iglesia y de ese amor a nuestros sacerdotes con el respeto, con la carga de un pueblo que anhela justicia social.

Sí, hermanos, cuando todos verdaderamente comprendamos la necesidad que hay de ayudar a los más pobres que no tienen pan siquiera y viven olvidados de la sociedad, cuando podamos crecer con ese alimento de Jesús, podremos nosotros ayudar a nuestros sacerdotes con la carga de un pueblo que anhela justicia social.

Sí, hay una tristeza en el corazón… Cuántas personas que carecen de todo y que realmente necesitan ayuda para seguir adelante fervorosas, conscientes de que la ayuda del Señor vendrá para alimentar sus almas, sus corazones y su mente abierta a la gracia del Espíritu Santo viviendo el Evangelio.

Todos tenemos que vivir el Evangelio, todos tenemos que prepararnos y fiarnos de Jesús con la Comunión continua, alimento diario del Señor y eso es lo que nos puede sostener en este valle de lágrimas; y digo valle de lágrimas, porque hay tanta tristeza. Adonde quiera que vamos hay tantos problemas, problemas sociales terribles.

Es por ello que nos toca a nosotros los católicos unirnos como hermanos fieles a esa madre la Iglesia, a su sacerdocio que se están dando, sus sacerdotes en todas las comunidades del mundo entero dando de sí su contributo para aliviar la carga de todos nosotros, Pueblo de Dios.

Y ahora, hermanos, voy a hablarles en pocas palabras de qué significa Betania de las Aguas Santas donde nuestra Madre Santísima se presentara un 25 de marzo de 1976, después siguió viniendo para todos. María nos viene a salvar, a reafirmar nuestras pisadas en el camino de las virtudes cristianas para ayudarnos realmente a vivir el Evangelio. Ella se presenta en estos momentos en la gruta de Betania como María Virgen y Madre Reconciliadora de los Pueblos y Naciones. Al Pueblo de Dios nos viene a buscar, a recogernos para aliviarnos, para ayudarnos a caminar mejor, a vivir realmente el Evangelio, a convivir con nuestros hermanos de todas las clases y especialmente los más necesitados, colaborando con ese sacerdocio, con esa Iglesia, con nuestra madre la Iglesia, es una Madre que le abre sus brazos a todos.

Ya vemos a nuestro Santo Padre de un lugar a otro llevando su palabra, y es ejemplo de Cristo como el Pontífice, el maestro que nos viene a recoger para aliviar nuestras cargas y a enseñarnos lo que significa un hijo de la Iglesia, un hijo de una madre la Iglesia. Entonces, sigamos sus pisadas, esas pisadas del Pontífice, Juan Pablo II en estos días, en esta época tan difícil cómo ha viajado llevando la Palabra del Señor recogiendo las ovejas, aliviando los corazones, consolándolos, fortaleciendo a su pueblo, Pueblo de Dios, un pueblo que anhela vivir realmente el Evangelio, aquéllos que sienten a Cristo Jesús que se dio, Jesús que se sigue dando.

Lo vemos en San Francisco de Asís que se dio, que se entregó, que dio lo mejor de su vida a Jesús para después convivir con Él eternamente en los cielos; y vemos a Santa Clara siguiendo sus pisadas, fue al convento y allí vivió ella auténticamente una vida con el amor infinito de un Dios en perfección para dejar también a las Clarisas, una congregación hermosísima tal como nuestro Seráfico Padre San Francisco fundó su orden hermosa.

Entonces, muchas almas se han salvado y se siguen salvando, ya lo vemos en un sacerdote suyo. Siento una devoción en mi alma viendo este amor, el llamado a las almas y ese amor que florece en su corazón como un niño inocente. Qué hermoso es hacerse como un niño inocente, imitar a los niños en su delicadeza, en su ingenuidad, en su crecimiento; qué hermoso es ser un niño.

Ya ven a los niños, dirán: “¿Esa familia cómo sale con esos niños así? Quizás están unos, los niños, en fin, que se mueven. Pero no, es el Señor, es mi Madre que lo quiere así.

Tengo 7 hijos y 18 nietos, siempre que viajamos están con nosotros, es fuerte sí. No es que yo voy a estar en paz, no, sino que siempre haya una pequeña cosita a mi lado para poder verdaderamente saber apreciar realmente lo que es vivir con los niños. El medio nos enseña a corregirlos, a ser sencillos, humildes, generosos, compasivos con todos los hermanos.

Tenemos que saber corresponder a las gracias del Señor, al calor de los niños; los niños deben ser el calor de su madre, el alivio de su padre y la alegría de sus hermanos. Es por ello que, quizás, les parezca extraño esto, para mí… a veces me siento que no quiero estorbar, no quiero que nadie se sienta porque estamos con los niños, pero ésta es la razón por la cual muchas madres con sus hijos se han sentido aún más felices porque es lo que han visto, la soportación y el empeño propio de poder estar con ellos para que ellos vayan aprendiendo poco a poco, al crecer, que la vida sin niños no es vida, excepto los sacerdotes que se consagraron a Jesús y que viven con Él continuamente predicando y llevando la Palabra suya a todos los hermanos más necesitados, a todos sus fieles.

Entonces, hermanos, yo pienso que estoy aquí porque el Señor lo quiso así, realmente yo no esperaba sus invitaciones, pero Jesús lo quiso, y donde Él me manda yo voy y si tengo que renunciar a todo, renuncio; a mí no me para nada, lo único que me para en la vida es Cristo Jesús en la gloria del Padre, la gloria del Hijo de Dios, la gloria del Espíritu Santo y el reino de María, María Virgen y Madre, la Madre de Jesús y la Madre nuestra, María la Conquistadora de estos pueblos de aquí, María Conquistadora que hace 8, 10 días me dio un mensaje.

Yo no sabía que aquí estaba María Conquistadora; parece mentira, pero fue así. Eso me ha conmovido tanto; vino así como una lluvia divina del cielo que me ha embriagado de amor por todos vosotros, un sentimiento profundo.

Vemos al Padre con ese cariño como a cada uno iba hablándole con aquella dedicación, aquella serenidad, aquella autoridad y aquel amor que fluye en su corazón por todas las almas porque dio su vida a Cristo. Yo pido muchísimo por las vocaciones sacerdotales y religiosas, necesitamos vocaciones sacerdotales, necesitamos vocaciones religiosas, necesitamos almas, apóstoles, seres que se entreguen y que lleven la Palabra del Señor. Sí, no solamente nuestro Santo Padre que lo está haciendo tan bello – Dios mío – tan hermoso con aquella serenidad aún sintiéndose enfermo y triste, pero se siente lleno de calor humano.

Qué hermoso es sentir el calor que el Padre pone en nuestros corazones, sentir a sus sacerdotes que nos llegan al alma, sentir a su gente como una gran familia, la gran familia de Dios, nuestros sacerdotes.

Seamos nosotros una gran familia unidos a nuestros parientes, a nuestros amigos, a nuestros seres queridos, todos unidos soportarnos. El espíritu de la soportación es necesario en la vida, tenemos que soportar para que nos soporten y aliviar nuestras cargas para no ser carga de nadie, sino para estar todos unidos y aliviar las congojas de las almas que se avecinen a nosotros con una palabra, un apretón de manos, una mirada. Nosotros tenemos que dar algo de nosotros y ese algo es el Evangelio.

La evangelización nuestros Padres a mi pueblo enseñándolo y nosotros como Pueblo de Dios nos toca llevar la Palabra de Dios. Los tiempos que se están avecinando son cada día más fuertes y tenemos que prepararnos, ya viene el fin de siglo, quizás yo no esté, pero estarán, quizás todos vosotros podrán verdaderamente vivir esos momentos tan grandes para salvarse todos y para aunar fuerzas para que todos sus hermanos puedan convivir en paz y en armonía con todos vosotros.

Muchas gracias, Padre, realmente me siento conmovida y veo que usted está trabajando profundamente con mucho, mucho trabajo, pero el Señor le dará la fuerza y se la seguirá dando con esa voluntad recia que usted tiene, con ese cariz, con esos matices celestiales, diría yo, para abrigar en su corazón todas estas almas que son parte de Jesús también, todo el que venga siempre extendiéndole sus manos. Siga adelante, porque por ello podremos salvar muchos, pero muchos seres en la vida, especialmente vosotros.

Ya sé que aquí hay indios, que hay personas que viven por aquí; yo les saludo, yo les doy mi mano, les doy un abrazo fuerte y un beso en la frente pidiendo al Señor que levanten sus familias bajo el apoyo de esa Iglesia santa, una Iglesia mística y perfecta que nos ayuda a sobrevivir todos los días que se presentasen que fuesen tibios o tristes para poder sanarnos y llegar a decir: Señor, Señor, estamos conviviendo Contigo, Señor, porque estamos cumpliendo con nuestros deberes.

Así, hermanos, me despido diciéndoles: Gloria a María Madre. ¿Y qué es lo más grande y lo más hermoso? El Padre que nos creara a imagen y semejanza suya, su Hijo Divino Jesucristo que con su Sangre derramada en la Cruz nos bañase, nos limpiase, nos purificase de toda contaminación con el mundo de pecado y el Espíritu Santo Consolador que nos viene a salvar con el don del entendimiento para entender realmente cada uno de nosotros.

  • ¿Qué quieres, Señor? ¿Qué quieres de mí, Señor? Ayúdame a encontrar el camino, la verdad y el conocimiento divino para poder trabajar y ayudar a crecer a nuestra comunidad, ayudar a nuestros hermanos, aliviar sus dolores, sus penas, sus quebrantos. Ayúdanos, Señor, y danos la humildad, paciencia, mucha paciencia, el santo temor de Dios para no ofenderte, y aún más, mucho amor en el corazón.

Es amor lo que necesitamos, mucho amor, todos lo necesitamos en la vida, ese amor que Dios nos da cada día, que nos hace dóciles a esa verdad tan grande que tenemos frente a nosotros, la Eucaristía, su Cuerpo Místico, la Eucaristía, todos los días recibámosla, hermanos, para poder algún día… allá en la eternidad encontrarnos todos en un abrazo fraterno y amigo.

Que Dios nos guarde a todos.

Mis respetos, Padre, y a su comunidad.

Yo quería ser una Franciscana, ese era mi más grande sueño. El Señor me llamó y me dijo: “Combate con el mundo, hija.” Es fuerte, pero ha sido así. Estoy feliz, tengo un buen esposo, unos hijos bellos, mi familia es maravillosa, no me puedo quejar… pero Dios me ha dado especialmente una gran voluntad, eso es lo que necesitamos voluntad para crecer y poder discernir realmente qué es lo que Dios nos está pidiendo.

Yo les agradezco a todas estas damas, a todas estas señoras, a todo este pueblo generoso y bueno, compasivo con sus hermanos.

Pidan por mí también con sus oraciones especialmente a través del santo rosario.

Que Dios los bendiga a todos.

(Aplausos.)