Santa Fe, Nuevo México, EE.UU.

Discurso de la sierva de Dios María Esperanza de Bianchini
Iglesia Nuestra Señora de Guadalupe
Lunes, 28 de julio de 1997

  • El Ángelus.

Buenas noches a todos, muy especialmente a todos los sacerdotes que concelebraron la Santa Misa.

Estoy tan agradecida, ustedes no tienen una idea de cómo mi corazón canta de alegría y de profundo regocijo al comprender y mirar dentro de estas almas la luz del nuevo amanecer de Jesús, Jesús entre nosotros, Jesús conviviendo en todos los altares y sagrarios de la Tierra llamándonos a que lo busquemos, a que lo recibamos para alimentarnos, para sentir realmente que Él convive entre nosotros, que nuestros pasos son seguidos, no estamos solos, Él nos mira y nos ayuda a discernir el mensaje que nuestra Madre María, su Santísima Madre nos diera en Betania de las aguas santas.

Padres, Padres santos – diría yo, para mí ustedes son santos –, hermanos míos, todo el Pueblo de Dios, pueblo bendito: Canta vuestra Madre el Ave María, ella canta ese bello Ave María; es un canto hermoso, suave que nos llama a la reflexión, que nos llama a vivir una vida en cónsona con nuestra madre la Iglesia.

Nuestra madre la Iglesia es lo más grande que tenemos nosotros los católicos. El santo Bautismo, por ejemplo, qué bello es que nos bañen nuestra cabeza con el agua bendita para salvarnos, para santificarnos, para hacer una vida honesta y digna. Comencemos por el Bautismo y después la Sagrada Comunión, nuestra Santa Comunión, ello es uno de los hechos más hermosos de nuestra vida para poder vivir el Evangelio, vivir justamente como católicos, católicos practicantes, católicos con la Palabra de Dios en la boca llevando el mensaje de María, la Madre María bajo todas las advocaciones del mundo, pero es una misma Madre, María Madre de Dios, un Dios vivo y palpitante, un Dios vivo que nos recoge y nos llama a la meditación, a la penitencia, a la Eucaristía con una oración constante de día y de noche.

Tenemos que saber que realmente vivimos acompañados de María, acompañados de Jesús, acompañados del Patriarca San José, el padre adoptivo de Jesús que lo vio crecer, que lo ayudó, que lo protegió.

  • Oh padre San José, protege a nuestras familias, a todas estas familias que están aquí, que han venido ante la Madre Santa, ante su Divino Hijo en el sagrario, allí en la Eucaristía, oyendo la Santa Misa con fervor, con cantos de alegría, de fervor, de sanación, diría yo.

¡Qué bellas voces, qué Misa tan hermosa, qué candor hermoso el de los niños, de los jóvenes en el altar con los sacerdotes y todos ustedes aquí para darle la bienvenida a mi Madre Celestial! Es María que nos viene a salvar, es María la barca, la barca santa que quiere recogerlos a todos para realizar ese gran milagro de la multiplicación como los hizo mi Divino Señor Jesús con San Pedro, cuántos peces se multiplicaron. Qué hermoso Jesús, un Dios vivo, palpitante en nuestro corazón porque Jesús convive entre nosotros.

 

  • Jesús, aquí estoy yo para servirte, para amarte y hacerte reconocer por todos nuestros hermanos, todos, Señor.

Yo sé que se está haciendo una gran labor especialmente con nuestro Santo Padre el Papa, Juan Pablo II. Qué hermosa alma con un corazón abierto de niño y una mente abierta a la gracia del Espíritu Santo con los sacerdotes y las religiosas. Yo sé que hay católicos que aman y siente a su fe, que aman y sienten a sus hermanos, que aman y sienten al mundo palpitante de amor.

Él [Jesús] está lleno de amor: “Aquí estoy, aquí estoy, convivo entre vosotros. Venid, venid ante el sagrario donde estoy esperándolos porque los amo y mi amor no tiene límites, es tan grande como el amor de mi Padre para que fuese su Hijo, Salvador de las almas, el que perdona los pecados.”

Sí, hermanos, qué hermoso es Jesús, qué humilde Jesús, qué fuerza tiene para decir las cosas tal como son. Sí, cuando Él nos llama y da sus consejos que podamos nosotros sentirnos liberados de nuestras tibiezas, de nuestros pecados, quizás para decir nuestras debilidades, decir nuestros pecados. El sacerdote es el único que tiene el derecho de la absolución de los pecados.

El interés de nosotros debe ser amar a Dios sobre todas las cosas, por supuesto en el amor de reconocer en ellos la alegría que tienen viviendo vida auténtica de los hijos de Dios, hijos que realmente vienen a defender los derechos de Jesucristo. Yo amo a los sacerdotes que nos llenan el corazón.

Es fuerte pero es hermoso, es lindo, es bello sentarse a la mesa con toda su familia, cuando nuestros hijos dan los primeros pasos. Qué hermoso es todo ello.

Pensemos, Señor, en Ti como la única solución de nuestras debilidades y nuestras flaquezas para ayudarnos en medio de la batalla; es una batalla de amor, es una batalla de conciencia de nuestros deberes; es al mismo tiempo la fuente de todo bien porque el Señor se acerca a visitarnos, el Señor está pendiente de cada uno de nosotros: de nuestra vida interior, nuestra fe interior que Él nos da, que nadie nos la puede arrebatar, ese algo que llevamos dentro cuídenlo, cuidémoslo, ayúdense con la oración, con la meditación, con la Eucaristía, porque a veces caemos; que nos llamemos al botón, ejercitados con el espíritu de la penitencia, penitencia para poder entonces liberarnos de nuestras debilidades.

Sí, hermanos, seamos justos, seamos conscientes para poder así convivir sanamente con el Señor de los señores que entra a nuestro hogar. He aquí que nos levantamos y nos vamos a la Santa Misa a recibir el Cuerpo místico, especialmente ese Cuerpo místico de nuestro Señor con todos esos sacerdotes santos, sacerdotes para sentirnos libres, para estar en armonía con el mundo entero.

Cuando recibimos al Señor nos sentimos que estamos conviviendo con toda la humanidad: con los niños inocentes, con los ancianos encorvados por los años; estamos todos unidos y ello es hermoso y consolador porque hay un encuentro espiritual, hay una motivación, hay un encanto y también para corregirnos.

Si tú ves que una persona está cumpliendo con sus deberes seamos justos, equilibrados. Nunca terminamos de aprender. Y hacer las cosas bien hechas, tienen que ser perfectas. No hagan nunca las cosas de cualquier manera, sino con amor, pensar que María pasó por ello en su casa con Jesús, con el Patriarca San José; y como también viven las religiosas.

Yo iba a ser religiosa, pero el Señor me dijo: “Hija mía, naciste en el mundo y en ese mundo vivirás compartiendo con el hombre.” Sí, ser madre es la obra maravillosa, pero es doloroso, se sufre, pero al mismo tiempo cuando nuestros niños pequeños comienzan a dar los primeros pasos es precioso.

Tenemos que hacer algo para que la fe crezca en el corazón de todos. Los sacerdotes son los preparados y ellos lo están haciendo todo, pero es necesario las familias que se levanten, ayudarlos para reedificar la gran Jerusalén triunfante para que así resplandezca la luz del nuevo amanecer de Jesús:

  • Oh Jesús, palpita en cada corazón; y Tú, Madre mía, con una vocación, una gran armonía interior podamos recibir las gracias para estar en mejores condiciones, apresurando el paso para realmente saber lo que tenemos que hacer.

Entonces, Él lo sabe todo; nosotros no sabemos nada, somos como niños chiquitos. El temor de Dios es muy necesario, no queremos ofenderlo nunca.

En este momento estoy conmovida y al mismo tiempo feliz de verlos a todos vosotros aquí con un corazón abierto a la gracia del Espíritu Santo. Es el Espíritu Santo que va a soplar en esta noche en sus hogares.

Yo no pierdo tiempo; hay tiempo suficiente, tenemos que tener tiempo suficiente para poder realmente construir un paraíso para Jesús en sus hogares. Sí, hijos; sí, hermanos, es el paraíso de un recogimiento íntimo en la familia con la gloria de la Santísima Trinidad; y todas las noches nos arrodillemos la familia unida, la familia amándose, la familia soportándose, la familia equilibrando, la familia, – sí, hermanos – mirándose a los ojos. Que su familia sea perfecta es hermoso.

Esto es lo más hermoso y hablo sobre de este tema porque quiero que sean felices, personas que saben amar y corresponder. Yo quiero que sean honestos, dignos del amor de Dios con el aliciente de que Jesús nos ama. Sigamos a Jesús en el Evangelio, sigamos a San Pedro y los que lo siguieron a Él, a San Juan quien bautizó a Jesús, Él salvó a su pueblo, salvó al Pueblo de Dios.

Es por ello, salven a sus hogares, a su familia, salven a sus hijos; no los dejen.

Los sacerdotes, sigan humildes, serenos, conscientes para ser verdaderos ejemplos dando al Pueblo de Dios, enseñando, siendo los maestros para poder vivir el Evangelio.

Ahora, para que ustedes puedan recibir la gracia y la serenidad del Señor Jesús, la visita en sus hogares, en sus familias.

“En el Nombre de mi Padre, Yo los bendigo, hijos míos.

En el nombre de mi Madre, Yo les curo del cuerpo y del alma,

y los guardo aquí en mi Corazón, les guardaré, les guardaré,

les guardaré aquí en mi Corazón desde hoy y para siempre.”

Que la paz sea con vosotros, que la luz del Espíritu Santo ilumine sus almas. Están en paz y en armonía con el mundo entero.

  • Ave María purísima.

He aquí, esta noche tres vocaciones sacerdotales.

Gracias te doy, Madre.

Alerta con nuestros hijos, cuídenlos.