Medway, Massachusets, EE.UU.

Discurso de la sierva de Dios María Esperanza de Bianchini
Betania II
Sábado, 3 de mayo de 1997 4:30 p.m.

En este momento diríjanse mentalmente, o sea, espiritualmente a vuestra parroquia, a vuestra Iglesia donde ustedes asisten a la Santa Misa, donde ustedes se encuentran con el Señor, un minuto siquiera, como si estuviera allí el sacerdote esperándoles para darles la bendición.

Yo no soy nada, soy una criatura como vosotros con carne, con huesos, con un pensamiento, con una mente, pero sí tratando que en esa mente, abierta a la gracia, desciendan esas gracias para que ustedes reciban para sus hogares, para sus familias la bendición del sacerdote de su parroquia. ¿Me han entendido?

Piensen que están en su parroquia, en la Iglesia y que Nuestro Señor está con su sacerdote allí; y ellos derraman su bendición sobre de nosotros, porque ellos son los únicos que tienen el derecho de dar la bendición y la absolución de los pecados.

Yo soy una pobre mujer que humildemente se da, quiero que todos nos salvemos, que todos podamos estar en el cielo y que todos nos encontremos allá.

Esta es una tierra bendita, una tierra santa, tal como Betania de las Aguas Santas… María Reconciliadora de los Pueblos. Esta tierra yo la vi antes de comprarla, a esta tierra vine yo y vi la casa verde que estaba allá; a esa tierra el Señor me trajo para expresar por medio de ella el amor que le tiene a todos vosotros aquí.

Y Él desea purificación, desea renovación de sus almas, desea de ustedes un gran corazón para que en ese corazón entre Jesús para siempre. Es un llamado a la reflexión, a la meditación, a la oración, a la Eucaristía; porque la Eucaristía es el alimento diario para nuestras almas, debemos recibirla cada día, si es posible, todos los días del mundo; por lo menos nosotros los católicos, los cristianos, los que reconocemos a Jesús y reconocemos a un Santo Padre el Papa, nuestro Papa de Roma especialmente en estos tiempos, Juan Pablo II que está dando su vida para todos nosotros. Va de un lugar a otro a buscar a todos sus hijos de la Tierra para llamarlos a la oración, absolviéndolos de todos sus pecados.

Entonces, amemos a ese Papa, amemos a esa Iglesia, amemos a sus sacerdotes, a sus religiosas, amemos a todo lo que contiene vida de Cristo Jesús y pensemos que esta tierra en un mañana será purificación para muchas almas que vendrán de todas partes del mundo a buscar al Señor, a buscar a María, a buscarlos a todos vosotros que llevan en su corazón a la Virgen, porque la Virgen María está aquí también.

El Señor es tan misericordioso que Él sabe sus cosas, las hace muy bien, Él no se equivoca, Él sabe lo que tiene en sus manos y ha encontrado a Sister Margaret; ha sido el instrumento para que se llegara aquí, porque yo fui… es verdad, fui el canal, pero ella recibió esa gracia para encontrarla y yo le dije: Vamos a la tierra, está aquí en tal parte, es una casa verde; cuando usted pase, Sister Margaret, va a ver una casa verde en esa tierra, búsquela porque allí está la Virgen esperándola.

Entonces, vino en realidad la tierra y hoy estamos compartiendo juntos todos como en otra oportunidad tuve momentos de compartir con ustedes hace algunos años.

Entonces, hijos míos, yo les ruego fidelidad a la Iglesia, fidelidad a esta tierra porque es tierra bendita del Señor; eso sí con el conocimiento de que tenemos que vivir el Evangelio y cumplir con nuestras obligaciones familiares con nuestros seres queridos, especialmente velar de los enfermos, de los tristes, de los abandonados de la sociedad, de los niños que no tienen padres o madres en los hospitales… ir a visitarlos. Ocupémonos de los niños, de los enfermos, de los tristes.

Por ello, tenemos que darles calor y amor a todas las comunidades religiosas para que todas ellas se sientan con su pueblo unidas, nuestro pueblo, Pueblo de Dios.

Somos Pueblo de Dios y ese pueblo necesita prepararse porque el mundo en estos momentos está muy revolucionado… muchas cosas. Vamos a detener las guerras, vamos a detener los malos tiempos, vamos a detener al hombre pecador que presiona y que está acabando con muchas vidas jóvenes; como por ejemplo, con la droga, los jóvenes que se pierden.

Vamos a orar que sea éste un lugar de oración continua, perenne – como se hace en Betania de Venezuela – oración continua con sus sacerdotes, con sus religiosas, con su gente buena. Eso es lo que necesitamos lugares santos como éste que el Señor escogiese para que se realicen las obras y se lleve a cabalidad todo lo que Él quiera realizar allí para el bien del Pueblo de Dios, de todas las comunidades religiosas.

La comunidad religiosa es la prenda más preciosa de Jesús porque cristaliza las obras y va enseñando a todas sus hijas e hijos a caminar mejor, les ayuda a caminar mejor por la vida reajustando y confirmando la fe vivida de cada día.

Entonces, abran su corazón en esta hora y piensen que María nos acompaña, que María está con nosotros, que María nos da una dulce mirada, nos abre su Corazón y nos dice: “Venid, mis pequeños, mi Corazón os di, mi Corazón os doy, mi Corazón os seguiré dándoos por siempre, mis pequeños.”

Entonces, pensad que la Virgen nos abraza, nos recuesta en sus brazos, en su pecho maternal, nos pasa la mano por la cabeza, nos alivia de nuestros pesares y tristezas, nos cura y nos sana, nos da una conciencia exacta de nuestros deberes y nos confirma con la fe, la esperanza y la caridad que son las tres virtudes teologales que enseñan al cristiano a creer que existe un Dios en perfección.

No se equivoca el Señor; nosotros podemos equivocarnos, pero el Señor no. Él confirma las obras de sus hijos, las obras que verdaderamente son obras de caridad, de amor y de propósitos de enmienda, o sea, que nosotros podamos enmendar nuestros pecados, podamos realmente ser católicos reales y verdaderos que cumplimos con nuestros deberes de esa Iglesia.

Les hablo de nuestra madre la Iglesia, porque es ella nuestra compañera, nuestra madre en las aflicciones está con nosotros y nos ayuda a sobrevivir de todas las decadencias espirituales que tengamos y nos robustece con el Pan de vida, que es el Pan de Jesucristo, la Eucaristía, su Cuerpo místico. Es ese Cuerpo que nos alimenta, es el Cuerpo místico de Él que vivirá aquí dentro de algún tiempo, no falta mucho que pasar.

Las obras del Señor se realizan, ello sí, siempre y cuando nosotros seamos humildes. Sepamos esperar y confiar, confiar en la divina providencia porque la providencia la da el Señor. Nosotros no somos nada, Él lo es todo para nosotros, y si confiamos en Él todos realizaremos nuestros deseos y anhelos que ponemos en Él, todos con Él y María para siempre.

Ahora, hermanos, amigos míos, pequeños hijos míos; digo hijos, porque yo soy madre, tengo siete hijos y diecisiete nietos y este mes entrante tendré dieciocho. Entonces, hay frutos; el fruto son mis frutos, los frutos de mi marido, los frutos de todos nosotros.

(Risas.)

Entonces, trabajemos todos en un solo corazón.

Entonces, pues, realmente se dan las manos las dos Betanias en una sola Betania para darle gloria a Dios con amor a todo el pueblo americano, que yo amo tanto. Los amo a todos ustedes, amo a este pueblo porque verdaderamente ha correspondido a la gracia del Señor.

Estoy siendo invitada por todas partes a llevar la Palabra de mi Señor y me siento en una con ustedes, todos en una sola persona, en la persona del Señor, en la persona de María, en la persona del Patriarca San José que llevaba su cruz con Jesús, con María; desde pequeñito el Niño Jesús él protegiéndolos, que así nos proteja a todos nosotros y nos guarde. Hay una Congregación de San José… usted también, Sister. Yo amo mucho a San José, el compañero… porque amo a mi marido también, entre paréntesis.

(Risas.)

SR GEO BIANCHINI: Y yo también.

(Risas.)

SRA. MARÍA ESPERANZA DE BIANCHINI: Porque tenemos que amarnos todos, todos en un solo querer, en un solo sentir y en un solo desear, ese desear es el cielo, para ir al cielo. ¡Qué cosa más grande! Solamente podemos entrar con nuestras obras, con nuestra capacidad humana que Dios nos da para realizarnos en el mundo, en el ambiente que Dios nos ha puesto, cada uno hace lo suyo, pero servicio, servicio continuo sin cansarnos de que nos molesten, recuerden esto. ¡Ay!, me están molestando. No… una mirada, un apretón de manos, un beso, algo, algo, siempre dar algo… una medallita, una corona, un rosario. Es tan sencilla la vida. Dios no nos pide tanto, nos pide pequeñas pinceladas de amor, pequeñas pinceladas de amor nos pide el Señor y eso es lo que tenemos que dar, no las grandes oratorias ni las grandes cosas allá muy alto, no, no; son pequeñas cositas. Mi vida es de pequeñas cosas, no quiero nada grande, me gustan las cosas normales que vayan llegando poco a poco. Y así ha ido la Sister, ha sido paciente y poco a poco con lágrimas, con luchas, con cosas, pero adelante muy suavemente con el corazón.

Entonces, paciencia y humildad; humildad, humildad, humildad. Esa es la palabra más grande: humildad. Con la humildad el Señor nos da todo lo que necesitamos, todo, todo, todo, todo. Él va obrando de una manera honesta. Y respeto a esa madre la Iglesia, respeto a ese santo sacerdote y religiosas siempre allí con nuestra madre la Iglesia. Y todas las pruebas que nos hagan, esas pruebas son necesarias para aquilatar nuestra fe y confirmar nuestra fe en esa Iglesia. Y respetar a nuestros hermanos para poder decir realmente: Tengo un hermano, tengo un amigo, tengo una persona con quien contar, porque todos nos necesitamos.

Unos servimos para una cosa y otros sirven para otra. Recuerden, todos nos necesitamos, todos: el pobre, el rico, el más pobrecito, todos. Es la gran familia universal y esa familia universal necesita – ahora como nunca en la historia de la Iglesia, en la historia del mundo – darse las manos, porque ya se están avecinando los tiempos de los tiempos y Jesús se hará sentir estrepitosamente. ¿Dónde, cuándo, cómo será? Esos son designios de Dios, pero está llegando esa hora y tenemos que rehabilitarnos todos y vivir realmente el Evangelio para esperar confiados todos en que Él es nuestro Redentor del Mundo que nos viene a salvar de nuevo para no perdernos en medio de la oscuridad del mundo.

Es por ello, yo hablo del sol de justicia también, es el sol de la verdad, el sol del amor de Jesucristo de nuevo, el sol bendito que nos viene a iluminar, a refrescar la memoria. Pensar cuánto sufrió Él y cuánto sigue sufriendo todavía porque el hombre no quiere entrar en orden de ideas, verdaderamente convirtiéndonos todos a esa gran religión católica, apostólica, romana, nuestra Iglesia católica. Yo respeto todas las religiones del mundo; yo amo a todos, para mí no hay ni ricos ni pobres, ni negros ni blancos, ni feos ni bonitos, ni de que tú perteneces a aquello… Yo los amo a todos y a todos los recibo.

Es por ello que yo les pido, amen a sus hermanos, no importa su raza, su color; no importa que no nos hayan correspondido a los católicos, no importa cómo lleguen ni de dónde vengan, lo importante es tenderles las manos a todos. Eso es a lo que yo los invito, a extendernos las manos, a amarnos, a asirnos uno al otro salvándonos de toda esa impiedad religiosa que vive el mundo. Vamos todos a prometerle a la Madre Santa amar a todos nuestros hermanos de todas las razas para que nos salvemos por medio de la Sangre Preciosísima de Jesucristo, el Hijo de Dios.

Gracias a todos. Que Dios los bendiga y que Dios los proteja, que vayan todos renovados, fortalecidos, llenos de ilusión con sus hijos, con sus familias, en la fuente de trabajo que tengan. No importa cómo sea tu trabajo, pero tú lo estás haciendo y tienes que respetar y querer a toda esa gente que te ha dado tu trabajo aunque sean egoístas, no importa, perdona, perdona a todo el mundo. Y así, pues, sencillamente todos a amarnos, respetarnos.

Hay que respetar; cuando alguien me dice: “Yo te quiero mucho, María.” ¡Ay! “Yo te amo, María Esperanza.” No, respétame. Eso es lo que yo le digo a la gente; no digo nunca que me quieran: Respétame, porque el respeto es lo más grande, la consideración de los seres, el respeto, respetarnos, no herirnos y no cometer cosas que no son correctas.

Vivamos unidos, vivamos en el amor de Jesús.

Piensen en sus Iglesias en este momento, en su capilla, en la Iglesia donde estén sus sacerdotes, piensen en sus familias, en sus enfermos, en los tristes, en los que han estado por años en una silla de ruedas, aquéllos que han estado en un hospital porque la mente se perdió, por aquéllos que también están paralizados que no saben hablar, aquéllos que tienen oscura la mente y no saben, que han perdido la memoria. Hay tantas cosas por las que sufre el mundo: enfermedades incurables, el cáncer que está acabando con la gente, tantas enfermedades.

Vamos a pensar que todos los que estamos aquí vamos a ser bañados, curados, limpiados, purificados de toda contaminación, de todo pecado… limpios, como nuevos. Estamos naciendo de nuevo por el amor de Jesús, por el amor de María, por la fragancia de María, de sus rosas, de sus rosas de amor, de purificación para nuestras almas.

Pensemos en Padre Pío de Pietralcina que dio su vida todos los días del mundo al pie del altar a las 3:00, a las 4:00 de la mañana y a las 5:00 decía su Misa; pensemos en mi Seráfico Padre San Francisco de Asís; en Santa Teresita del Niño Jesús a quien yo amo tanto; y, en mi Madre Santísima, mi Madre de Lourdes, mi Madre Reconciliadora de los Pueblos, de Fátima… Yo amo a todas las apariciones de mi Madre; la amo en todas las advocaciones, en Medjugorje, en todas partes.

  • Señora Madre mía, yo quiero que te amen, que te sientan y que te invoquen con mucha humildad y serenidad.

Ahora, hijos míos, hermanos míos, piensen que el Señor está entre nosotros, no lo vemos pero sí lo sentimos en nuestro corazón.

“En el Nombre de mi Padre, Yo los bendigo, hijos míos.

En el nombre de mi Madre, Yo les curo del cuerpo y del alma,

y les guardo aquí en mi Corazón, les guardaré, les guardaré, les guardaré aquí en mi Corazón desde hoy y para siempre.”

Que la paz sea con vosotros, y que la luz del Espíritu Santo ilumine sus almas. Están en paz y en armonía con el mundo entero.

  • Ave María Purísima.

Que la paz del Señor sea con vosotros.

  • Ave María Purísima.

(Canto del Ave María de Finca Betania.)

Gracias a todos.

Váyanse felices a sus casas, a sus hogares con sus hijos, con su familia, con sus hermanos. Perdonen a todo el que los haya ofendido, olvídense de todo, eso quedó atrás. Ahora, ustedes van nuevecitos a luchar y a vencer las dificultades. Y alegres y felices con sus trabajos; todo lo que hagan les va a ir muy bien; recuerden: Todo les va a salir bien.