Discurso de la sierva de Dios María Esperanza de Bianchini
Capilla del Hogar Clínica San Rafael
Viernes, 14 de junio de 1996 7:35 p.m.
- El Ángelus.
Representantes de este instituto, de este hospital de San Rafael Arcángel, sus sacerdotes, superiores, las Hermanas de La Caridad que Dios ha puesto al frente para ayudar con sus manos a los niños inocentes, a los pequeños que crecen para aliviar sus males, sus enfermedades, aliviándolos, consolándolos y dándoles el néctar de las flores de María, porque es María nuestra Madre Celestial que los ha venido a visitar, es ella, María que viene en busca de su pueblo: Maracaibo.
Sí, Maracaibo… cómo ama a Maracaibo la Santísima Virgen, la Chinita, la Madre de Dios, María Virgen y Madre Reconciliadora de los Pueblos, todas… es una misma Madre de Dios. La Virgen Santísima de la Chiquinquirá, nuestra Chinita Madre y la Virgen María Reconciliadora de los Pueblos son una misma Madre. Es María bajo distintas advocaciones, pero es la Madre de Dios, María, la dulce Madre Celestial que nos viene a consolar en nuestras congojas, que nos viene a dar la paz, serenidad en nuestras angustias, en nuestros afanes de la vida diaria, especialmente a nosotras las madres.
Sí, porque las madres sufrimos cuando vemos a nuestros niños… el padre también sufre buscando aquí, allá. “¿Dios mío, cómo curar a mi hijo, qué hacer en esta situación?” Pero María con su humildad, con su sencillez, con su serenidad les da una mirada, una mirada de amor, de ternura, diciéndoles: “Hijitos, no temáis, aquí estoy yo con mis manos para consolarlos y para que crezcan llenos de fervor, de amor a mi Divino Hijo Jesucristo porque Jesús es el móvil de todas mis acciones en la Tierra. Por eso vine trayendo a mi Hijo al mundo para que ese mundo se salvara, para que realmente viviera el Evangelio.”
”Y es en estos tiempos, hijitos, cuando yo vengo a visitarlos a Maracaibo para traerles mi palabra de amor, de fidelidad a esa Iglesia Santa para que seáis vosotros fieles también porque es la Iglesia católica, apostólica, romana, universal; es ella la madre vuestra, la madre de la Iglesia, la madre hermosa, la madre grande para cobijarlos a todos en su seno materno con un Papa reinante que se da a todos sus hijos de la Tierra con humildad y paciencia.
”Es por ello, que yo os vengo a buscar. No temáis porque estáis acunados en mi seno, aquí en mi pecho.
”Sí, hijitos míos, tened presente que todo lo que me pidáis podéis lograrlo si es la voluntad del Padre Celestial en mi Divino Hijo y el Espíritu Santo para iluminar sus almas, para que crezcáis cada día con mayor intensidad, con mayor calor en el seno de esa Iglesia Santa y es por ello: Amad a vuestra Iglesia.
”Es la Iglesia la madre que acuna a sus hijos perdidos y los llama a reflexionar para que entren y se llenen del calor del amor de Jesús, de la Eucaristía, Jesús el alimento del hombre. Es Jesús, es Cuerpo Místico suyo quien es el dador de vida nueva, es el Rey de reyes que se presenta como el Hijo humilde de Dios en la Eucaristía, allí en el sagrario esperándolos a todos.
”Hijitos, recogeos, recogeos en este momento y pensad que yo convivo entre vosotros, convivo día y noche, no desamparo sus hogares, ni sus familias ni mucho menos las peticiones que me hagáis. Pedid en este día y seréis recompensados, veréis realmente que yo convivo entre vosotros.”
Mis hermanos, realmente mi Madre Santísima nos ama, nos ama en tal forma que nos está llamando a recogernos a la oración, a la meditación, a la penitencia, a la Eucaristía. Es la Eucaristía nuestro alimento, la Eucaristía es el pan que representa el Cuerpo de Cristo, ese Pan está vivo, es un Pan que tomamos, que llevamos a la boca cuando el sacerdote nos lo entrega y debemos recibirlo con emoción infinita, con dulzura del alma, con esperanzas nuevas para vivir vida auténtica cristiana.
Debemos reflexionar en esta tarde pensando en esta Iglesia, en esta capilla hermosa, bella donde está San Rafael Arcángel que fue mi gran devoción desde niña porque yo nací en un pueblo que se llama: San Rafael de Barrancas. Yo nací en el estado Monagas con mucha humildad y él me viene a recibir, ha venido verdaderamente aquí también a vivir entre vosotros.
Cómo cura las heridas, San Rafael, cómo levanta al caído, cómo consuela a los niños, a los enfermos, a los tristes. Cuando uno está triste y acudimos a él, él nos tiende sus ojos dulces y suaves para aliviarnos de las cargas que tenemos y en nuestras enfermedades para sanarnos porque Dios lo escogió para ello, y aquí está cumpliendo una misión al lado de estas hermanas que lo dan todo, que se han entregado a Jesús.
La vida religiosa es la vida más bella, más completa, más hermosa, diría yo. Sí, nosotras las madres, muy bien, pero ellas lo renunciaron… renunciaron al mundo, lo dejaron todo por seguir a Jesús.
¿Quién no va a seguir al Hijo de Dios, Señor? Es por ello, aquéllos que no somos religiosos debemos comprenderlas, ser suaves con mucha caridad y con mucho amor venir a la casa del Señor, a esa casa para los niños, para los enfermos que vienen a buscar consuelo, alivio y sanar sus dolencias.
Es por ello, cuando me dijeron: “Es el Hospital de San Rafael”, sentí en mi corazón un latido. ¡Ay!, tan grande, Señor, eres Tú, Señor, que me repiqueteas y me dices: “Ve, hija, ve; no te detengas. Que estás cansada, que estás enferma, no; eso no es nada. Hay tantos niños que reclaman una palabra de consuelo, de alivio a sus males. Quieren curarse para servirme, hija mía, servirme y ¿qué otro servicio necesito, sino el de los pequeños inocentes que crecen?”
Entonces, hermanos, yo les digo a ustedes: Invoquen a San Rafael Arcángel y ayuden, contribuyan al crecimiento de esta obra para que cada día ellas puedan tener con qué contar… recursos para esos niños. Son los niños los hombres del mañana, hombres y mujeres del mañana. Hay que trabajar por los niños, hay que unirse todos en un bloque consistente, en un solo corazón para aliviar y consolar las madres que tienen a sus hijos enfermos.
Entonces, hermanos, gracias les doy a todos, a los sacerdotes, a las religiosas por esta calurosa bienvenida a mi Madre Santísima porque es ella, María, es ella la Madre quien nos va conduciendo, es ella María quien se levanta para reconciliarnos. Sin reconciliación no puede haber la unión entre los pueblos y naciones y tenemos que reconciliarnos a como dé lugar porque de ello depende la salud de un Pueblo de Dios. Nuestro pueblo cristiano, un pueblo amable y un pueblo que ama y siente a su Iglesia, porque todos amamos a esa Iglesia.
Yo tengo fe que aquellos católicos que llevamos una vida en cónsona con esa Iglesia podremos decir: La Madre de Dios convive entre nosotros en nuestras casas, en nuestras familias, en nuestros hogares con su Hijo Jesucristo. Y si vamos a la Santa Madre la Iglesia y nos confesamos y realmente nos arrepentimos de nuestras dudas, de nuestro recelo de nuestras angustias, de nuestras penas, de nuestros pecados seremos absueltos por ese sacerdote que representa a Jesús en el mundo.
Porque es el sacerdote que representa a Cristo. ¿Quién como ellos? No hay nadie, hijos, se los digo porque son los únicos que tienen el derecho de la absolución de los pecados, y los únicos que tienen derecho de enarbolar al Señor, alzarlo en sus manos; solamente ellos. Ese es el don tan grande que si el mundo, el hombre, se diera cuenta… cómo amarían al sacerdocio con todas las debilidades que pudiese tener alguno. No, no importa, Señor, hay tantos santos sacerdotes.
Entonces, amemos a esa Iglesia, amemos a los sacerdotes, amemos a las religiosas que dejaron sus padres, sus madres, en pos vinieron tras del Señor para unirse con Él para siempre.
Yo no soy nada, hijos, yo soy una pobre mujer como cualquiera de vosotras, pero ello sí, Dios me ha dado un corazón que ama y que siente a sus hermanos, porque fue María, mi Madre que me tomó de la mano desde niña para conducirme a Betania, y allí ella me decía: “Vendrá la tierra de promisión, hijos, hijita, espérala, ya vendrá y yo me haré presente; me verán todos, hijitos, me verán todos mis hijos que vayan con fervor y con amor. Me haré presente para aliviar sus cargas, consolar sus corazones y darles la paz, la serenidad, la alegría del vivir diario.” Y, así fue.
Entonces, tenemos que tener mucha confianza, mucha paz, mucha humildad. Yo digo siempre: La humildad es el puente de cristal que nos conduce al cielo… humildad. No es la humildad de vestirnos de harapos y decir: Yo soy humilde; no, no. Es ese algo que se siente en el corazón por sus hermanos, es amor, es fidelidad a esa Iglesia amada porque yo amo la Iglesia, amo al Papa, amo los sacerdotes, las religiosas, amo a mi pueblo, Pueblo de Dios, al pueblo triste, al pueblo que gime, el pueblo que tiene necesidad, ese pueblo amado de Jesús.
Amémonos todos, démonos las manos y verdaderamente vivamos el Evangelio.
Agradezco a Maracaibo, ésta es mi segunda vez que vengo. Bueno, venía a un matrimonio… familia del doctor, una de las muchachitas del Dr. Arrieta y el muchacho yo lo conozco porque soy la madrina de casi todos sus hermanitos, del muchacho que se va a casar con ella, yo soy la madrina de ellos. Dios me los dio y entonces nos invitaron para que fuésemos padrinos, Geo y yo, del matrimonio, y fíjate tú, el Dr. Arrieta me dijo: “¡Ay!, Sra. María Esperanza, ¿usted en Maracaibo… ya que usted va al matrimonio… no nos podría dar una palabra?” Y yo le dije: Bueno, si es la voluntad de Dios, doctor, sí iré.
Les voy a decir, yo tengo cuatro años viajando casi todos los meses; todos los meses viajamos fuera a Estados Unidos, a Canadá, a Roma, a Jerusalén. Bueno, fui a varias partes, y este año yo me he sometido por salud y que mi esposo estuvo un poco mal, he estado un poquito pues… no me he atrevido a salir mucho fuera y éste es mi primer viaje en estos días, aquí a Maracaibo. Y pienso que el Señor me está llamando a que siga mi ruta, mi camino de llevar su Palabra, la palabra de María que es amor, que es fidelidad, que es consuelo, que es esperanza, que es base para crecer espiritualmente.
Yo creo que estamos creciendo en este momento, que todos nos estamos viendo a los ojos, que nos estamos contemplando, que nos estamos mirando y que somos sinceros uno a uno viéndonos. Cuando nos miramos, miramos a María porque allí está el reflejo de ella con su humildad, con su serenidad, con su capacidad de Madre para atender a todos, para ayudarnos a crecer espiritualmente y a vivir el Evangelio.
Es por ello, este es el tiempo del Evangelio. Evangelización necesita nuestro pueblo, evangelización necesitamos todos; cada día mejorar nuestra vida interior con el sello de Jesús, de nuestro Jesús.
- Corazón Sacratísimo de Jesús, en Vos confío.
- Oh Jesús Sacramentado, Tú eres la esperanza viva de nuestros corazones; que podamos recibirte todos los días, siempre, siempre, Jesús, recibirte, alimentarnos con tu Cuerpo Sacrosanto, Señor.
Vamos a alimentarnos.
Yo les pido a todos ustedes en esta noche: Hagan la hora de adoración todos los jueves Eucarísticos como nos lo manda nuestra Madre la Iglesia y, si es posible, reciban al Señor cada día.
La Comunión santifica el alma, acrisola el espíritu y nos enseña realmente a ser humildes de corazón para amar a Cristo, para sentirlo en nuestro pecho y para poder dar de nosotros lo mejor porque ese mejor que podamos tener viene del Señor, no viene de nosotros mismos. Somos pecadores, somos soberbios, tenemos muchos defectos y tenemos que cambiar, tenemos que realmente crecer espiritualmente, como dije antes.
Yo les agradezco a las hermanas, gracias hermanitas que me han permitido… el Señor lo ha querido así y mi Madre Santísima… que viniera.
Estoy alegre, estoy feliz, Señor, y se me saltan las lágrimas porque verdaderamente veo a mi Señor, lo veo en cada uno de vosotros, en sus semblantes, en aquéllos que lo aman y lo sienten, en los que verdaderamente llevan sus cargas por dentro, sus mortificaciones, sus preocupaciones.
El Señor los va a consolar. Ustedes no se pueden imaginar lo que ustedes están recibiendo en este momento con la venida de mi Madre. Esa imagen que ustedes ven allí… eso es un milagro del cielo – si yo se los contara –. Eso ha quedado en silencio; es algo tan grande. Pídanle todo lo que ustedes quieran. Ella misma vino por sus propios pies, ella misma vino de España. ¡Ay, qué cosa grande, Señor! Y quien talló esa imagen tan bella murió. Que en paz descanse. Fue un gran hombre, un gran escultor que fue creciendo al hacer las imágenes y entre esas, a mi Madre María Santísima. Se llamaba Corredo. En paz descanse su alma.
Entonces, hermanos, gracias les doy.
Y ahora vamos a recogernos y vamos a sentir el suave rocío de la mañanita clara, con la suavidad de María; vamos a recibir también la suave brisa del atardecer de esta noche con los olores de las rosas de mi Madre Santísima, y vamos a vivir un instante con Jesús, con María. No somos nada, pero si tenemos humildad en nuestro corazón y amamos a nuestros hermanos, nos perdonamos, nos soportamos, nos ayudamos mutuamente podremos decir: ¡Ay, Señor, gracias te damos para poder seguir adelante y realmente vivir vida auténtica cristiana! Y yo digo: Vida auténtica cristiana; lo repito, porque tenemos que ser honestos con nosotros mismos y vivir vida auténtica del Señor, de Dios, de Cristo, de la Iglesia, de esa Iglesia Santa que debemos amar todos.
No es simplemente: “Yo voy a la Iglesia porque tengo que a juro ir el domingo.” No, no, no; es que tú sientes la voz del Señor que te llama; quiere que tú lo recibas, que lo lleves en tu corazón, en tu pecho para aliviarte, para consolarte, para reafirmar tus pasos en la vida para vivir correctamente y más que todo con mucha humildad, con mucho amor. Amor a todos que te amen, no te amen, no te quieran, no importa. Jesús llena esos vacíos en tu corazón. Jesús se hace sentir en ese pecho, Jesús te alivia y te ayuda a discernir el mensaje que tienes que recibir por la gracia del Espíritu Santo.
Y ahora, vamos a recogernos.
Gracias, hermanas; muchas gracias, hermanos; muchas gracias a sus sacerdotes, al superior, a todos aquéllos que están dando sus manos a los niños para ayudarlos a crecer y a vivir el Evangelio.
Ahora, unámonos, pensemos en nuestros hogares, en nuestras casas, pensemos en los más pobres, pensemos en los niños, aquéllos que viven bajo los puentes, especialmente en Caracas donde hay tanta pobreza, tanto dolor… en este momento como nunca. Yo lo he sentido ahora como nunca jamás. ¿Cuántas almas, cuántos niños están muriendo? ¿Cómo están los hospitales? Pensemos en todos ellos.
Hagamos oración, mucha oración y confirmemos que quien ora con humildad será escuchado. Pidamos a María que nos dé su bendición; pidamos a Jesús que nos bendiga; pidamos al Padre que nos fortalezca las espaldas para no vacilar en el camino que hemos emprendido; pidamos al Espíritu Santo, Luz del Cielo, el don del entendimiento para entender realmente qué es lo que quiere Dios de cada uno de nosotros, para qué nos quiere, dónde nos quiere ubicar, qué debemos hacer, cómo debemos vivir y que vivamos realmente llenos de la bondad infinita, de la misericordia de Dios, de la ternura de María, del amor de los ángeles alrededor suyo que la contemplan cantando el Ángelus, y así sucesivamente…
“En el Nombre de mi Padre, Yo los bendigo, hijos míos.
En el nombre de mi Madre, Yo les curo del cuerpo y del alma,
y los guardo aquí en mi Corazón, les guardaré, les guardaré, les guardaré aquí en mi Corazón desde hoy y para siempre.”
Que la paz sea con todos vosotros y que la luz del Espíritu Santo ilumine sus almas. Están en paz y en armonía con el mundo entero.
Gracias, mis pequeños.
Hermanos, me siento avergonzada a veces porque no sé qué están pensando, pero el Señor nos ama tanto que quisiera realmente que vosotros, todos nosotros nos uniésemos a su Corazón lleno de amor y ternura, para que así podamos vivir en paz y armonizados con todos nuestros hermanos de la Tierra. Y María, la dulce María, la Madre suya nos invita desde hoy a que nos reunamos en nuestras familias con el rosario en mano todos los días, por supuesto, a veces uno llega más tarde del trabajo o los niños… el colegio, pero háganlo; los que estén en la casa, hagan el rosario santo.
Es el rosario la vida de María, es el rosario el Corazón Inmaculado de María. Ella se está dando y se seguirá dando para reconciliarnos todos.
Bendito sea el Señor.
Dios nos guarde a todos.
Gracias, muchísimas gracias.
(Aplausos.)