Discurso de la sierva de Dios María Esperanza de Bianchini
Basílica de la Virgen de la Chiquinquirá
Sábado, 15 de junio de 1996
- Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío.
- Corazón Inmaculado de María, sed la salvación del alma mía.
Buenas tardes a todos, nuestro Monseñor que nos ha dicho la Santa Misa con tanto amor, con una devoción infinita, grande, cómo se le escapa el amor, el amor a Dios en la perfección, el amor a María la Madre suya, María Madre de la Iglesia, nuestra Madre de la Iglesia, María de la Chiquinquirá, la Madre la Chinita y María Reconciliadora de los Pueblos y Naciones que nos viene a traer la reconciliación para que nos ayudemos unos con otros a curar nuestros enfermos, aliviar nuestras dolencias con humildad, con paciencia, con el santo temor de Dios. No el temor de que nos castigue, sino el temor de no ofenderlo en nuestros hermanos.
Estamos aquí. Monseñor, con su plática verdaderamente me sentí conmovida y yo no tengo palabras para darle las gracias de su bendita presencia porque nuestros sacerdotes son benditos del Señor, benditos de gracia, benditos por la gracia, benditos de una Iglesia santa, apostólica, verdadera como Cristo la fundara, como San Pedro apóstol, piedra y fundamento profundos para asirnos allí y vivir el Evangelio.
Evangelización necesitamos en estos tiempos. Preparaos todos, Pueblo de Dios, que el pueblo se levante con su sacerdote y este sacerdote impulsándolos a Dios, ya que el enemigo está a todos nosotros tentándonos para que caigamos en las redes suyas del pecado, de la deformación espiritual de nuestros sentidos y no podamos seguir adelante luchando.
Es por ello, es la hora de la evangelización. Tenemos que levantarnos todos para que así podamos vencerlo y ganar la batalla final, es la batalla, esa batalla que trajo a Jesucristo. Batallar contra el enemigo y dio su vida y se sigue dando en todos los altares del mundo convertido en Pan y Vino, su Cuerpo y Sangre.
Es por ello, vosotros, hermanos, recibid al Señor si es posible cada día, asistir a la Santa Misa, no los sábados y domingos y las fiestas de guardar, no; todos los días recibid primero la Eucaristía que nos alienta, que nos fortalece, que nos llena de amor, nos llena de dulzura, de suavidad, de la suavidad y la dulzura de María, de la exquisitez de esa alma pura que el Señor escogió para Madre suya, la Madre de Dios, la Madre de Jesús con todo el amor suyo para que pudiera Jesucristo salvarnos en una Cruz… clavos en sus manos, en sus pies, una corona de espinas, una soga en la garganta; y esa Cruz es la Cruz de cristianos verdaderos.
Si amamos a Cristo tomemos esa Cruz, no tengamos miedo al mundo, al hombre, no, a Jesús, al Señor, solamente a Él con su fuerza que nos da, con esa caridad de Cristo robustecido por ese amor infinito dulce, suave que acaricia nuestro corazón para darnos de la suavidad de su Madre, de María, la dulzura de María.
Maracaibo, te llama tu Madre, te llama a un servicio, te llama a servir entre todos, un servicio a esa Iglesia Santa, un servicio aquí… almas para cuidar al Señor, al Santísimo Sacramento, horas de adoración en desagravio de los pecados del hombre, horas de adoración para culminar en el Cenáculo, allí todos revestidos de la inocencia de un niño, de un niño inocente, de un niño que ama y siente a su Madre, que siente a Jesús, el Cordero Pascual, el Cordero Divino que se da, que se sigue dando para que seamos justos en la vida, justos.
¡Qué hermosa es un alma justa, un justo varón, el justo varón de la Iglesia, nuestro Santo Padre, el Papa de Roma, Juan Pablo II! Qué misión hermosa la suya, ir por todas partes llevando la Palabra del Señor, él nos viene a convertir, a salvarnos, nos está salvando, nos está llevando de la mano para que así todos nos convirtamos realmente y vivamos vida evangélica, vida divina, vida de amor, vida fecunda.
Es por ello, hermanos, los invito desde hoy en adelante a que vengan los jueves Eucarísticos. Es necesaria la hora santa, los jueves Eucarísticos. Se está perdiendo mucho, muchos no la quieren hacer, muchos dicen que no, que cualquier día. No, el jueves se dio el Señor a sus apóstoles, compartió con ellos el Pan, el Vino que fue su Cuerpo, su Sangre, su Vida y sigue dándonosla para que nos salvemos todos.
Es por ello, les ruego el amor a la Eucaristía; es lo más grande. Yo, sin la Eucaristía moriría, Señor. Por ello te pido valor para seguir de pie y firme como los soldados que van a las batallas a vivir para dar gloria y a morir para salvar muchas almas, muchas almas, tantas como las arenas del mar.
Hay que salvar almas con nuestra oración, con nuestro sacrificio, con nuestra penitencia, con nuestra Comunión diaria, con nuestras obras de apostolado. A los enfermos, los tristes, los abandonados… a recogerlos a todos; no dejándolos solos en su aflicción: las madres que han perdido a sus hijos, las madres cuando ellos se van a la guerra y dejan sus madres, lo dejan todo para salvar la patria, pero hay que salvar el alma.
Recordadlo, salvemos nuestras almas y después no importa morir, pero tratar de salvarnos y ¿cómo nos salvamos? Con el desprendimiento de ciertas cosas del mundo, dándonos a los más pobres, a los más necesitados y si es posible en silencio, recogidos en nuestros hogares.
¡Oh Pueblo de Dios, cuánta belleza desea el Señor para ti! Cuánto desea la salvación de ese pueblo. Es la hora de la justicia. ¿Sabéis? Se está acercando el Señor.
¡Oh Señor Jesús!, Tú vives entre nosotros, convives en nuestros hogares, en nuestras familias y es necesario que todas las familias se reúnan a su mesa en la hora de los alimentos que tomar y compartir todos unidos, todas las familias unidas en un solo corazón; todas las familias amándose, dándose las manos.
Recójanse todos, recójanse en sus hogares con sus familias a la devoción del santo rosario diario, si es posible, porque el rosario es la cadenita de oro que el Señor nos ha dado para que la llevemos en las manos por María, su Madre, María en Jesús, Jesús en María con nosotros, todo este Pueblo de Dios.
Gracias por sus palabras, Monseñor, estoy conmovida, emocionada realmente y quisiera decir tantas cosas, pero no salen porque están aquí en mi corazón con ternura, con amor para ofrecerlas a María, para ofrecerlas a ella que por su Divino Hijo estoy aquí.
Creí morir en meses pasados. El Señor me dijo: “Levántate y camina, no te detengas, hija mía, tienes que volver a llevar la Palabra, sí, hijita, no importa, no importa cómo estés, cómo te encuentres, lo grande es que si te das Yo te seguiré dando, Yo te daré la fuerza, el coraje, la energía, el valor y el amor, un amor inmenso a todos cuanto se crucen en tu camino.”
Es aquí, por ello me tenéis aquí. Vine a un matrimonio y ese matrimonio para venir a él se convirtió en venir a la Chinita, a esa Madre Santa de la que yo estoy tan agradecida por haberme llevado parte de su Corazón, sus hijos del Zulia, sus hijos buenos, generosos porque el pueblo zuliano es bueno, es honesto, es digno del amor de Dios y es por ello que tienen esta gran Basílica hermosa, bella, radiante con sus colores azules, blancos – bellísimos, Señor – con sus ángeles celestes para darle cabida a todos los que lleguen aquí en busca de consuelo y de esperanzas en la Chinita, Nuestra Madre zuliana la Chiquinquirá.
Yo tengo una nieta que le puse María de la Chiquinquirá. ¡Qué hermoso, Madre, mi segunda nieta: Chiquinquirá! Cuando vine aquí, se la ofrecí. ¡Qué hermosa eres, Madre mía!
Yo amo a la Virgen en todas las advocaciones, y vemos a la Virgen María Reconciliadora con esa belleza radiante, que los mira a todos. Pídanle lo que ustedes quieran, pídanle todo que ella se los va a conceder con la Chinita porque es la misma Madre de Dios, es María la Madre de Dios, es María bajo distintas advocaciones, pero es una sola Madre que nos viene a cobijar con su manto, a iluminar nuestros corazones, nuestra mente abierta a la gracia del Espíritu Santo y nuestro corazón, allí, refugiándonos en el suyo.
Ahora, gracias a todos, gracias a esta Iglesia bendita, a sus sacerdotes, a sus monseñores, al que rige y gobierna a esta sede del Zulia, sí, a todos, Monseñor quien preside esta Iglesia, esa corriente católica, cristiana. Es un gran alma, yo lo sé. No está aquí en estos momentos, pero sé que es un alma especial que Dios lo ha puesto para guiar a este pueblo, confortar sus almas, acrecentar su fe y ayudarlos con sus cargas por medio de su oración y su desprendimiento para ejecutar las obras que hay que hacer, porque hay que hacer mucho todavía. Necesitamos almas puras, ingenuas, sensibles, honestas para poder trabajar en la viña del Señor. ¿Qué otra cosa?
El Señor nos pide humildad, paciencia, amor, una caridad inmensa; que la caridad nos lleve donde el Señor quiera llevarnos.
Yo les pido y les digo la caridad, porque la caridad representa el amor, el amor es caridad, la caridad es amor, es una corriente divina, la maravillosa corriente de la sublimidad de María porque María es sublime, es casta, es pura, es Virgen y Madre al mismo tiempo para ayudarnos a las madres a seguir adelante firmemente convencidas de que podemos hacer las cosas, y a los padres llamándolos también, unidos a su esposa.
Qué hermoso es el matrimonio cuando se es fiel, cuando se vive una vida digna, una vida llena de colores, y digo de colores: la rosa, por ejemplo, qué hermosa es la rosa, eso representa el amor de María, el amor de Jesús, el amor de los santos, de las vírgenes, Santa Rosa de Lima, como por ejemplo, qué belleza, qué hermosura; Santa Teresita del Niño Jesús, mi devoción inmensa y grande desde niña.
Rosas de amor serán arrojadas aquí en esta Basílica para que el Pueblo de Dios se levante y clame justicia, pero al mismo tiempo humildad. Señor, humildad, humildad. Señor, dame humildad, humildad; Señor, conocimiento, el conocimiento.
Sí, señor. Necesitamos el conocimiento que es el don del entendimiento para entender realmente qué quiere Dios de nosotros. Pidamos al Espíritu Santo el don del entendimiento para entender las cosas y se nos hagan fáciles para que podamos realmente llevar el mensaje de una Madre, como nos pide María: “Hijita mía, mi Corazón os di, mi Corazón os doy, mi Corazón os seguiré dándoos por siempre…”, pero ello sí, ganándome un alma, dos almas, tres almas, miles, millones de almas. Muchas almitas, Señor, en la viña del Señor.
Ahora, hermanos, gracias, gracias a todos.
Oh pueblo marabino, oh pueblo bendito del Zulia, oh Pueblo de Dios, levántate y camina, no te dejes vencer del enemigo, sacude tus sandalias como el Salvador y sigue tu carrera veloz a grandes pasos, firmes, decididos a triunfar para ganar el galardón de la vida prometida, un cielo inmenso donde sólo existe paz, serenidad, humildad, sencillez, candor de los santos, de las vírgenes.
Gracias, hermanos; gracias, Monseñor; gracias a todos vosotros.
Yo digo siempre: La humildad es el puente de cristal que nos conduce al cielo. Usted es un alma humilde, se ha levantado de Cabimas para venir; no tengo palabras para agradecer su humildad, su sencillez y el conocimiento de Dios que lleva dentro porque Dios se lo ha dado, y ello porque ha sabido ofrecerle todos sus sufrimientos al Señor con sencillez y con el candor de un niño.
Seamos niños, convirtámonos en niños inocentes y así entrará Jesús, y así entrará María, y entrarán todas las santas vírgenes del cielo. Amén
Dios nos guarde.
(Aplausos.)
(La Sra. María Esperanza le habla a una persona en particular.)
Adelante y a vencer las dificultades. Hay escollos en el camino, pero los podemos vencer y ganar la batalla.
Dios te guarde, que Dios lo guarde.
(La Sra. María Esperanza le habla a otra persona.)
Adelante, hijo.
¿Sabe? La Virgen lo ama y por eso está aquí.
Dios lo guarde.
(La Sra. María Esperanza dirigiéndose a los feligreses una vez más.)
Doy las gracias al Dr. Vinicio Arrieta y a su esposa que han sido los promotores de esta invitación con toda la Fundación Betania y a este coro tan bello que ha cantado arriba.
Muchachos, siempre adelante, alegres, felices, contentos, irradiando luz, irradiando amor por todas partes donde vayan. Sigan adelante, estudian, aprendan, concienticen el amor que Dios nos está dando, que nos ha dado a todos.
Gracias.
(Aplausos.)
- Padre, aquí estamos, Señor. Aquí estamos, Padre mío. Tú conoces nuestras dolencias, nuestras incomodidades, nuestros quebrantos de salud. Somos tus hijos, te aclamamos salud, y esa salud viene con vida sobrenatural.
(Aplausos.)
Vida sobrenatural.
Ahora, olvídense de mí, yo no existo. El Señor sabe lo que hace y por qué lo hace. Son preguntas que sólo las puede responder Él. Somos pecadores, pero Él es tan bueno, tan generoso que se hace sentir a sus hijos porque los ama mucho, especialmente a los enfermos, a los humildes de corazón y toda aquella alma que se acerque a su Iglesia santa.
(Aplausos.)
“En el Nombre de mi Padre, Yo los bendigo, hijos míos;
en el nombre de mi Madre, Yo los curo del cuerpo y del alma
y les guardo aquí en mi Corazón desde hoy, les guardaré
aquí en mi Corazón desde hoy, les guardaré, les guardaré aquí en mi Corazón.”
Que la paz sea con todos vosotros y que la luz del Espíritu Santo ilumine sus almas, están en paz y en armonía con el mundo entero.
Serán curados muchos enfermos porque es la voluntad de Dios para salvar muchas almas.
Dios los guarde a todos.
Bendito sea Dios.
Gracias.
(Aplausos.)