Discurso de la sierva de Dios María Esperanza de Bianchini
Salón del Summerfield Suites Hotel
Viernes, 1º de diciembre de 1996 5:00 p.m.
… por eso es que yo digo siempre: Evangelización, porque ello es lo que necesitamos todos nosotros, Pueblo de Dios, para afianzarnos en nuestra fe vivida de cada día con orden de ideas claras, concisas para no equivocarnos y dar – como quien dice en español – tumbos.
Tenemos que estar firmes defendiendo nuestros derechos de cristianos porque si somos católicos, creyentes, venimos de Cristo – por eso somos cristianos – tenemos que tener nuestra mente clara para saber discernir los Evangelios y el contenido de ese nacimiento continuo de mi Señor.
Todos los años es la prueba maravillosa que Él nos dio con su nacimiento para que nosotros naciésemos con Él con una vida nueva, espontánea, natural, sencilla, nítida, clara, con los conceptos de esa Iglesia, de esa Madre la Iglesia, porque ella es nuestra Madre y debemos sentirnos apoyados en ella, sostenidos con el calor, el amor y la solidaridad humana que nos extiende nuestro Pontífice en estos tiempos, Juan Pablo II, y nuestros sacerdotes, los padres, todos los sacerdotes, todas las religiosas, todo aquello que emana de Cristo, porque ellos dejaron sus hogares, dejaron sus familias, lo dejaron todo para entregarse a esa Iglesia, a ese Jesucristo, Jesús viviente porque Cristo vive, vive en cada uno de nosotros.
Para que viva Él realmente tranquilo, sereno; y digo sereno, porque verdaderamente Él sufre cuando nos ve a nosotros que no estamos seguros con nuestras convicciones y tenemos que estar seguros y libres de ataduras con el mundo del pecado, con las situaciones enojosas, con las fórmulas a la manera como el hombre aquí en el mundo quiere hacer las cosas – que la mayoría van erradas –, por ello es que tenemos esa Sacra Biblia donde está descrita toda la situación en la vida de todos los antepasados desde Abraham llegando al final a estos tiempos.
Entonces, yo le diría a vosotros… por supuesto, yo no tengo la cultura, la preparación, yo soy una pobre mujer como cualquiera otra sólo que ama a mi Señor infinitamente, es un amor que no tengo expresión posible porque es tan grande que no me cabe en el corazón y ese es el amor que siento por todos ustedes, el amor que siento por todos los niños inocentes del mundo, por los enfermos, por los tristes, por los abandonados, por los que no tienen calor humano.
Es por ello, mi lucha; es por ello, mi amor tan grande para que así algunos puedan descansar en mi regazo, porque cuando vienen a mí yo siento que Jesús sale a su encuentro con una dulzura inefable y María a su lado con la ternura infinita que sólo ella sabe dar.
Entonces – como ha dicho el padre – preparémonos, preparémonos, preparémonos para ese encuentro con el Señor el 24 de diciembre y para este año que viene pudiendo todos estar llenos de júbilo en el alma, en el corazón, en la mente, en nuestro espíritu, en toda nuestra persona llena de Dios.
Hermanos, hijos míos y mis pequeños, yo los invito a orar, a orar por todas las naciones del mundo para que haya la paz y la unión, para que haya la armonía en todos los hogares, en todas las familias, para que nos amemos los unos a los otros, para que aprendamos a soportarnos y a ayudarnos en continuación sin cansarnos que nos digan… ¡Ay, yo estoy cansada, ya yo no puedo! Yo anoche estaba que no podía, estaba cansada, yo anoche me acosté a las 4:00 de la mañana porque yo tengo que hacer mis oraciones, yo no me acuesto así, tengo hacer mis oraciones, y ya esta mañana estaba despierta, después empezó a llegar gente y ya no tuve tiempo de dormir ya más nada. No quiero ponerme que digan ustedes: “¡Ay, la Sra. María Esperanza está echándosela!” No.
Es que necesitamos voluntad para las cosas, docilidad humana ante la presencia del Señor, ante lo lógico de esa vida de Cristo que es, fue, es y sigue siendo nuestra vida, su vida en la nuestra para aquilatar nuestra fe, nuestra condición humana ayudándonos a crecer espiritualmente.
Porque yo les digo, hijos míos, tú puedes tener todas las riquezas del mundo, el poder, la gente haciendo; así no, eso no. Es Jesús que llevamos dentro, la riqueza de Cristo que es un don maravilloso, que no tiene comparación porque es el Hijo de Dios, del Padre Eterno porque es el Padre el que rige y gobierna al mundo, es dueño del mundo, es el Poder de todos los poderes y ese Hijo Él lo formó a imagen y semejanza suya, parte de su vida, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, soplando el Espíritu Santo en cada uno de nosotros para encontrarse y en ese encuentro recibir nosotros toda esa luz, todo ese resplandor de vida nueva llega sutil así como algo tan nítido, tan suave, tan tierno que te comunica calor, una brisa suave, un amor intenso pero respetuoso que apenas te roza. ¡Qué belleza, Dios mío!
Yo digo: Señor, y el hombre sigue con el egoísmo, con las pequeñas cosas de la Tierra. Me da un dolor a veces, pero tengo que ser fuerte y robustecerme de ese amor de Cristo para no tomar en consideración las cosas de la vida, digamos las cosas desagradables. Pensemos en las cosas bellas, en las cosas hermosas, en el cielo, la mañana; en estos días vino la nieve, ¡qué lindo!, parecía yo una niña viéndola. ¡Ay, Dios mío, qué belleza, Señor!
Hagámonos pequeños niños; si nos hacemos grandes no hacemos nada y eso se lo he dicho a mis hijos, nada, es esa cosa interior que te hace ver y tocar todo aquello que parece increíble y de poder rozar siquiera con nitidez y claridad lo que sólo Dios puede darnos.
Seamos muy sutiles en nuestras cosas y claros en los conceptos, yo les digo esto porque tenemos que leer la Sacra Biblia desde Abraham diría yo, soy una admiradora de Abraham, de David: fuerte, recio, con sus caballos. En fin, es tan bella la historia, es tan hermoso que tú te vas adentrando allí, te penetra y se te hace la vida más hermosa, más bella, y digo yo: ¿Qué he hecho?, yo no sé nada, que pobre, Dios mío, pero eso te hace vibrar, te hace crecer, te sientes robustecida y por más pruebas que tengas y por más cosas, te hace Él más fuerte todavía.
A mí me dijo alguien en estos días: “¡Ay, Sra. María Esperanza, a usted le gusta sufrir!” Eso es lo que tú crees, – le dije yo – yo soy feliz. “Es que usted se coge las cosas de los demás para usted.” No, porque yo al vivir tu problema, yo creo que el Señor va ejecutando tanto en ti como en mí los pasos que tenemos que dar para que ese problema desaparezca; eso es amor, es amor.
Tenemos que amar aunque no nos amen, no importa que no nos quieran, no, no importa; tú sigues alegre, feliz, contenta, recia. ¡Qué bella es la vida! ¡Qué hermosa es la vida! ¡Qué calor tan grande nos da Dios y es un toque que tengo por dentro!
Bueno, Señor, aquí estoy, aquí estoy para servirte, para amarte, para hacerte reconocer de todos tus hijos de la Tierra; en fin, Señor, soy una pequeña hormiguita pero en esa hormiguita hay amor y hay parte de Ti, Señor, somos parte tuya.
Esto aquí es un banquete, verlos a ustedes todos que van a recibir al Señor, que se van a comunicar con Él, porque Él nos inspira las gracias suyas, nos inspira y nos da. A veces estamos que no sabemos cómo resolver los problemas y de momento, si tú te recoges, oras, vas a la Santa Misa y te alimentas con su Cuerpo, ese Cuerpo te llena de vida sobrenatural, todo tu sistema nervioso, toda tu naturaleza humana, tu sangre, tus células, todo comienza a caminar mejor, a andar mejor.
Para que ustedes se enteren, no es necesario alimentarte, hacerte tantas cosas… Comer, bueno, hay que comer; yo mando también a hacer sacrificios allá, cosas tan grandes tampoco, la gente tiene que ser normal, equilibrada porque si tú te vas muy arriba tú te caes y te golpeas.
Entonces, tú tienes que estar en un mundo normal, quizás, tú lleves tu vida con Dios en una forma, pero ante el mundo tú tienes que ser como todos, la mayoría, ¿porque entonces, cómo va a ser eso que tú te la vas a echar que tú eres más favorecida? No, no, no; seamos normales, seamos justos, seamos concretos en nuestras acciones y definidos en nuestra manera de vivir, porque la vida es muy bella.
La belleza de hoy, de ayer, él curando los enfermos con sus manitos, con su humildad, con su paciencia; cada cual tiene sus cosas bellas y hermosas. No es necesario, Dios mío, uno montarse que es muy grande, no, es la sencillez. No porque tú te vistes y te crees que estás muy allá, no, no, piensa que tú estás con una bata que te cubre y cuando te están cubriendo es tu Señor para liberarte de un mundo anestesiado por los graves problemas que se están sucediendo y nos quiere liberar.
Anoche para mí fue hermoso, muy hermoso, pero a la vez doloroso. ¿Sabes por qué? Porque a veces yo quisiera desaparecer de esta cosa, del mundo y de la gente. Me sentí como una niña asustada, pero allí es cuando Dios me da la fortaleza para enfrentarme con ese mundo, me quiera o no me quiera, me aplauda o no me aplauda, diga que sé o no sé. No, a mí no me interesa saber mucho, yo quiero saber las pequeñas cosas que me interesan que son las que Dios me da, las que me enseña, las que Él quiere que yo sepa… no una ilustrada allá, misteriosa, no.
Tenemos algo que nos va a ilustrar, que nos seguirá ilustrando y nos ha ilustrado toda la vida, todas las generaciones: la Sagrada Biblia, la Sacra Biblia. Ese libro lo tiene que tener todo cristiano en su mesa de noche y leerlo por las mañanas. En las mañanas, ¡rah!, lo que te salga, allí te habla el Señor al levantarse. Perdóneme, pero lo primero que un ser humano tiene que hacer es arrodillarse y darle las gracias a Dios todos los días e inmediatamente abrir la Biblia, alabar a su Señor de rodillas con su cabeza por tierra y enseguida levantarse y ver qué le dice el Señor, qué tienes que hacer hoy, cómo te vas a comportar.
Entonces, hermanos, es fuerte, yo no quiero dar lecciones, a mí me da vergüenza con el padre, pero yo hablo y digo las cosas que siento, que nacen espontáneas y naturales, no rebuscadas en libros ni nada, no, no; simple.
Bueno, padre, yo le agradezco la oportunidad que me ha dado porque yo quiero que esa juventud lozana y fresca realmente conciba la idea de que si Cristo convive entre nosotros, ellos podrán seguirlo anunciándolo todos los años cuando ya viene el 24 de diciembre, que será inolvidable para todos los cristianos del mundo, los católicos practicantes.
Entonces, mi gratitud por su humildad porque es humildad lo que se necesita para decirme: “Hable, Sra. María Esperanza.” Esas cosas son detalles, son cosas que yo agradezco mejor que el mejor regalo del mundo porque mi corazón ansiaba así en el fondo de mi alma: Jesús, quisiera anunciarte, Señor.
Ya viene el 24 de diciembre y muchos piensan en las vacaciones y en el goce; yo quiero que piensen en Ti, no que vamos a hacer un formulismo de la gran comida en el hogar y del árbol de Navidad y en fin, no, no, primero tu pesebre, tu nacimiento con tu Madre y San José tan pobre en aquella pequeña cuevita y así, sin embargo, vinieron todos los ángeles, todos los pastores, todos los animalitos a adorarte, Señor, con los Reyes Magos. ¡Qué belleza! ¡Qué cuadro tan grande cuando pienso en ello! La humildad de un niño inocente y perfecto, porque es la obra del Padre, Jesús de Nazaret.
Bueno, perdónenme. Estoy hablando mucho, ya basta, pero estoy agradecida.
Que Dios lo guarde, me lo bendiga. Siga siendo usted firme, fuerte, en todas sus convicciones muy claro. Esa es la importancia de un sacerdote, nada que nos vamos por aquí, por allá, no; con su personalidad.
Él también con un gran espíritu de humildad, de paciencia y de entrega a su misión. Todos tenemos una misión y tenemos que cumplirla. Unos sirven para una cosa, otros sirven para otra cosa y el otro… pero todos servimos, tenemos que servir todos.
Entonces, muchas gracias a todos que han tenido la paciencia de escucharme.
Padre, gracias y que Dios lo bendiga. Especialmente el pensamiento de la Misa del aniversario de nosotros para el 8 de diciembre, lo tendré muy presente y los tendré a todos ustedes; me parecerá verlos. Este cuadro lo voy a proyectar hacia allá para que así todos vivamos otro día hermoso como éste aquí en la Santa Misa, me haré presente cuando me la digan allá… que estoy aquí, porque estas son las cosas que yo agradezco, las que nacen espontáneas y naturales, esto es lo que me gusta, no tan grandes, las cosas así, pequeñas, pero que me llegan al corazón. Y que la persona es firme, con condiciones; realmente, personas que Dios ha tocado para una gran misión, los misioneros del amor de Jesucristo en la Tierra. Gracias, Padre.
(Aplausos.)