Lima, Lima, Perú

Palabras de la sierva de Dios María Esperanza de Bianchini
Miraflores
Domingo, 16 de julio de 1995 5:20 p.m.

ANFITRION: Le damos gracias, Sra. María Esperanza por venir aquí usted, al Sr. Geo Bianchini, a sus hijas que han venido desde Venezuela, con sus yernos, con sus nietecitos, con sus amigos para pisar nuestra tierra del Perú.

Usted estaba ayer con el Padre Manuel Rodríguez, dieciocho mil personas en Maranga en Misa de sanación, en la tarde con el Padre Pacífico.

(El anfitrión le pide al Padre Pacífico que se acerque. Aplausos.)

Adelante, Padre Pacífico.

Vamos a recibir a esta embajadora muy especial, una invitada muy especial, la Sra. María Esperanza, vamos a darle un cariñoso aplauso.

Queremos que nos diga, cómo es ella, cómo la vio, cómo se presentó, qué le dijo, qué mensaje tiene ella para nuestra patria.

SRA. MARÍA ESPERANZA DE BIANCHINI: Vamos a rezar el Ángelus.

…y que aumente en nosotros la fe, la esperanza y la caridad, las tres virtudes teologales que nos ayudan a discernir realmente el mensaje de un Cristo, de un Redentor, de un Salvador del Mundo, el Profeta, el Maestro de los maestros quien escogiera a sus apóstoles enseñándoles la predicación de ir de un lugar a otro llevando la Palabra del Divino Maestro Salvador.

He aquí, hijos míos, hermanos míos, ante nuestra Madre Celestial María, es ella el móvil de todas mis acciones en la vida, es ella quien siempre me ha llevado, conduciéndome desde niña cuando hice mi Primera Comunión; justamente hoy día del Carmen. ¡Qué bella eres María!, siempre estás pendiente de todos tus hijos, de tus pequeños.

He crecido y soy una mujer-madre, pero me siento como una niña en los brazos del Padre y de esta Madre Bendita que me conduce del brazo, que me reafirma el camino para llevarme, conduciéndome, sí, hermanos.

Me ha dicho usted que quería que le hablase de la aparición de mi Madre, ¿qué nos pide ella?

El 25 de marzo de 1976, mi Madre se me presentó en Betania de las Aguas Santas con sus manos extendidas como mi amada Madre de la Medalla Milagrosa fue una luz que me cegó. Yo creí, no sé que cosa, tan grande y sublime que no he podido olvidar.

Y ello, este momento grandioso de mi vida, diría yo, me trajo el discernimiento perfecto de que si queremos realmente trabajar por nuestra Iglesia amadísima, nuestra Iglesia Católica, viviente, hay que vivir con esa Iglesia porque vive Cristo entre nosotros.

Me doy cuenta, ¡ay! Madre, el mundo necesita mucho de ti, y es por ello que aquí estoy. No soy nada, soy una mujer como cualquiera de vosotros, pero ella me tocó el corazón, me robó el corazón por el amor a su Divino Hijo.

Y desearía que todos vosotros sintieran el calor y el fuego, la llama del Corazón de Cristo Jesús por ese Corazón Inmaculado de María, un Corazón virgen, puro, santo. Corazón de mi Madre, qué dulce y suave eres. ¿Cómo podría yo explicarle al mundo lo que siento yo aquí en mi pecho, lo que tú me trazaste? No, Señor. Perdónenme, estoy emocionada de pensar en las criaturas que perdieron la vida aquí en el momento de explosión. ¡Qué dolor inmenso en su corazón!

Bueno, qué dolor grande para aquéllos que pierden sus almas. ¡Ay, Señor!, los que atentaron contra la vida de una multitud que estaba aquí. Pero debemos pensar una cosa, ellos fueron al cielo, ellos pasaron a una vida mejor, a una vida donde no hay sufrimientos ni persecuciones, no. Es una vida hermosa, maravillosa, sublime. ¡Dios mío! ¡Oh, ángeles del cielo!, cómo cantan para esas almas que en ese día lo dejaron todo, sus familias, sus hogares. Qué hermoso es el cielo, hermanos.

Es por ello, que tenemos que vivir con rectitud, con mucha rectitud, con una conciencia exacta de nuestros deberes, especialmente por nuestros hijos, por sus logros, aspiraciones, ayudarlos a caminar serenos para que no cometan tantos pecados y afecten el corazón de tantos padres y madres.

Y los que afectaron así… Dios los perdone y tenga compasión de sus almas. Los que vinieron, los que llegaron a este lugar para convertirlo en cenizas, perdónalos, Señor, porque no sabían lo que hacían. Perdón, Señor, por esas pobres gentes, y gracias, Señor, porque aquéllos que nos antecedieron a nosotros aquí en la Tierra han realizado el encuentro contigo, mi Señor, mi Padre Eterno de los cielos, y tú, María, los has acogido en tu seno materno. Qué felicidad inmensa la de ellos, vuestros hijos, los hijos de estas madres que están aquí. La felicidad que ellos sienten, ustedes no podrían entender, no podrían, no, son cosas tan profundas y tan grandes que sólo la Madre, ella María, ella les podría responder en sus corazones directamente.

Estén felices y contentos, yo siento una felicidad hermosa en mi corazón, porque veo aquí el núcleo familiar que son familias que se concentran por sus seres queridos, que fueron volando al cielo y allí están esperándolos a todos para que el gran día que les toca, a todos nos va a tocar, ese día, aprendamos a recibirlo con valor y con amor, y con ilusión. No que: “Me muero”, no, no. “¡Oh, Señor! muero en tus brazos, estoy lleno de Ti, estoy lleno de Ti.” Hombres y mujeres los invito a reflexionar sobre de ello, la muerte, vida y muerte, resurrección, gloria a Dios.

(El público repite la jaculatoria: Gloria a Dios.)

Es por ello, que en este día cuando me decían que les dijera de Betania, pasé a esta otra parte porque me interesaba, sentí que tenía que decirlo porque es la inspiración. Es sólo mi Madre, ella que me conduce y el Espíritu Santo para renovar vuestras almas, aquilatar vuestra fe, nuestra conciencia abierta a la gracia, nuestro corazón lleno de emoción y de ternura para que entre el sosiego y la calma y reverdezcan nuestras almas al amor. Es el amor, el amor que renueva, el amor que concientiza, el amor que nos llama, nos llama a vivir una vida honesta y justa.

Es honestidad lo que necesitamos en estos tiempos; honestidad, dignidad humana para que así podamos vivir en cónsona con esas enseñanzas de nuestro Divino Maestro Jesús, Nuestro Amadísimo Salvador del Mundo, Corazón vivo de Cristo. Es Él, el gran Maestro de los maestros que nos enseña a caminar, y para ello ha escogido una piedra y fundamento, la Iglesia; y esa Iglesia es una base; y esa base es firme, es roca preciosa, perfecta. Las obras de Dios son perfectas, allí no hay equivocaciones.

Entonces, vamos nosotros, todos aquí, estas personas que están en este día unámonos en un solo corazón para conquistar el reinado de Jesucristo, un reinado que se irá extendiendo por el mundo y abarcará todos los corazones de los hombres para que así reine la paz en el mundo, porque mientras no concientice el hombre que Jesús es el Hijo de Dios, el Salvador del Mundo, el Rey de reyes, el Redentor del Mundo que nos viene a salvar, seguiremos en guerras continuas y en azotes terrible de la naturaleza. Recuerden esto.

Tenemos que rehabilitar nuestras células. ¿Cómo se rehabilitan esas células? Con la oración, con la meditación, con la penitencia, con la Eucaristía. Es Eucaristía todos los días, si es posible, nuestra Santa Misa, nuestra labor diaria en favor de quien nos necesite, no importa de dónde vengan ni cómo lleguen, lo importante es tenderle la mano, una mirada, una sonrisa. ¡Oh, Señor! Qué bello es poder alentar un corazón triste.

Sí, hermanos; sí, pequeños; sí, jóvenes; sí, señores adultos a todos los llamo en este día para que concienticen esa labor que se llama Iglesia de Dios, Iglesia católica, apostólica, romana, universal. Una Iglesia para todos, una Iglesia que siente en el corazón suyo el dolor de los hermanos… un Papa de Roma que nos ayuda a caminar mejor, que nos asiste con sus oraciones, con el legado que Dios le ha dado, un legado de amor, concientización del Pueblo de Dios.

Ya lo ven ustedes yendo de un lugar a otro, llevando su mensaje. No teme ni a las balas que han herido su cuerpo santo, no teme al hombre en su blasfemia con su lengua, no teme a nadie. ¿Por qué? Porque Cristo lo asiste, porque Cristo está con él, porque él ama a su Iglesia, la ama tanto que no le importa morir, siempre y cuando puedan salvarse muchas almas. Amen a este Papa, pido que lo amen porque ha hecho una labor maravillosa, una labor grande, nos está sosteniendo a todos.

Entonces, hablo de esto porque es necesario. Hay frialdad en algunos corazones, tenemos que amar a nuestros sacerdotes con todas las debilidades que puedan tener, todos somos débiles, no hay perfectos en la Tierra. Mientras haya sangre, carne y sentidos el alma no puede ser perfecta. Son los únicos que tienen el derecho de la absolución de los pecados, los únicos que pueden bendecir, alimentarnos, los que alzan al Señor en sus manos. ¡Qué hermosura!, ¡qué belleza!, alzar a Cristo en alto para después dárnoslo para alimentarnos.

¡Oh, alimento grande la Eucaristía! Yo amo la Eucaristía desde niña, todos los días de mi vida, no hacía otra cosa más grande. Es por ello, que yo les ruego a los jóvenes que se levantan, muchachos, jóvenes, por supuesto, a veces cuesta levantarse temprano, pero eso se va acostumbrando al organismo, hay que darle una voluntad férrea, firme, decidida, sin temores… que me duele aquí, allá. Si fuera así, yo no haría nada, tenemos que ir adelante concisos, firmes, decididos, amparados en el amor de Dios, sólo Dios. ¿Quién como Dios? Nadie, sólo Dios lo puede todo.

Entonces, en este día tan hermoso de mi Madre del Carmen los invito a que realmente, muchos lo harán, pero otros no… el rosario diario en familia. Reunirse las familias alrededor de la mesa de pie y firmes como los soldados con el santo rosario en mano y ¿cómo lo hacen? Recen aquí, en este momento, récenlo… bendiciones descenderán del cielo, fortaleza recibirán, gracias especiales. Se los ruego, hermanos. Qué hermoso es la familia reunida orando, contemplando la maravillosa figura de frente con su Hijo en brazos o con sus rayos milagrosos.

¡Oh, María, Madre mía, Madre de la Misericordia, Reconciliadora de todos los Pueblos y Naciones!, cuando aquel día te me presentaste, Madre, yo creí caer por tierra, pero me sostuviste en tus brazos y pude seguir caminando serena. Gracias, Madre, por la oración, infinita ternura, dolor del alma y al mismo tiempo alegría inmensa que no cabía en mi corazón. Y cada día que te recuerdo, Madre, siento como aquella vez que me convierto en niña, porque sólo los niños inocentes pueden sentir en su corazón un amor tan grande como el que yo siento por ti. Así yo quiero que ustedes amen a María: María es pureza, castidad, María es comprensión, es humanidad, María es sencillez y humildad.

Yo le pido al Señor: Dame humildad, humildad y siempre humildad; porque la practicó Jesús, él fue tan humilde con su Madre, los dos. Pensemos, reflexionemos en Nazaret, en los días que pasaron juntos confiados con San José al lado; luego, San José se fue y quedaron los dos. ¡Qué belleza ese cuadro: Jesús y María preparándose, Él para el gran acontecimiento de su vida, Cristo Rey Salvador del Mundo!

Bueno, hermanos, María los llama a Betania. Betania, sépanlo ustedes, es luz del mundo, es verdad, es justicia, es donación continua. No importa ricos y pobres todos son iguales, bonitos, feos, cultos e incultos… en Betania hay cabida para todos… es fuerza constructiva del hombre, es verdad, es justicia. Los invito. Lo que se siente allí es algo muy grande, no me cabe duda, han venido seres de muchas partes del mundo y todos dicen lo mismo: “Hay aquí algo inconfundible, aquí está María, la Madre de Dios.”

Y es por ello, que deseo que todo el Perú reciba todas las gracias infinitas del cielo, se abran los caminos, comiencen las naciones a tomarlo en la consideración debida para ayudarlo con la carga y este Pueblo de Dios pueda ejecutar su labor diaria dando su contributo al crecimiento del Perú. Todos, todos adelante convencidos firmemente de que Dios nos está diciendo a todos: “¡Amo al Perú, siento al Perú!”

Soy una gran devota de San Martín de Porres y de Santa Rosa de Lima, desde niña…

(Aplausos.)

…y son ellos los que me han traído aquí con mi Madre. Desde muy niña sentí a Santa Rosa, sus olores, sus perfumes de rosa. Qué ingenua, qué sencilla y qué inteligente al mismo tiempo, qué ternura emana ella. San Martín en su humildad, con su escobita en la mano limpiando; él sigue barriendo. Que barra las mentes de los hombres que todavía no conocen a su Dios y que quieren vivir de la pesadumbre del pecado para que analicen su vida y se encuentren con Jesús.

Bueno, hermanos, estoy feliz, muy feliz de ver cada rostro de vosotros: unos tristes, otros alegres, otros así… pero son una sola persona en Cristo, Cristo en nosotros, nosotros en Cristo y en su Madre porque el Padre lo quiere así.

Este es el momento de las grandes decisiones del hombre y esas decisiones tienen que ser las mejores: crecimiento espiritual, balanza, justicia, y aún más, convencimiento de que nada se mueve si no es por la voluntad de Dios, nada. Entreguémonos como los niños inocentes en los brazos de sus padres para que así podamos realizarnos, y esa realización para ayudar al que nos necesite. Hay un pueblo que nos necesita, hay que trabajar porque a veces un enemigo tuyo puede salvarse con una buena acción tuya. No podemos despreciar a las personas porque tú eres así, tú eres así, tú eres así, no. Dale la mano, no lo dejes con las manos vacías; la palabra a tiempo puede salvar un alma; una tomada de mano puede concientizar a la persona, meditar en el riesgo que podría dañarlo totalmente.

Hermanos, todos aquí, piensen que María convive entre nosotros, que la dulce Madre, la Mujer del Calvario que sufrió tanto. Hoy está aquí esa Cruz, se levanta hoy, sí, como nunca desde año en que murió mi Señor hasta esta fecha, de estos días, de estos meses, de este año 1995 para ayudar a toda esta nación a que se una, a que no haya separatismos, ni riesgos de guerra, ni motivaciones de escándalos. Ansiamos vivir en paz, en armonía. Vivamos en armonía, vivamos alegres, felices, contentos, conformémonos con lo mucho o poco que tengamos, y veamos la pena ajena y no la nuestra porque cuando tú ves la pena ajena te convences que la tuya es nada comparada con aquélla.

Le doy las gracias a usted, gracias, muchas gracias por este momento que me está dando porque es el Pueblo de Dios que yo amo, es un pueblo que pide conciencia exacta de sus deberes. Algunos pueden fallar, pero no todos. Hay gente buena en este país, hay mucha necesidad también.

Es por ello, yo les voy a decir una cosa esta mañana: De doce años, mi Madre se me acercó y me dio un mensaje como la Virgen del Carmen, lo cargo aquí, ya les mandaré la copia. Estoy tan emocionada. Qué hermosa es María, qué dulce, tan suave, qué delicada, es así como una brisa suave que te pasa a lo largo y te deja respirar el aire puro de las montañas con las rosas que han florecido para encender nuestros corazones de amor por su Divino Hijo Cristo y aliviar todas nuestras cargas.

Hoy ha entrado en su navecita, como la vio Elías en aquellos tiempos. Novecientos y pico de años antes de Cristo venir a la Tierra, ya Elías la había visto en esa nave. Ella nos ha ofrecido hoy su nave; mi Madre desea que el Perú se embarque en esa nave y comience a navegar con María porque es María la que nos va a salvar a todos, hermanos.

Gracias a todos. Bendito sea el Perú, bendita mi Madre, bendito todos vosotros con esta pobre mujer que ha venido a darles la consolación que necesitaban.

Dios me los guarde a todos.