Discurso de la sierva de Dios María Esperanza de Bianchini, y comentarios del Padre Manuel Rodriguez y del Sr. Geo Bianchini
Estadio San Miguel Arcángel
Sábado, 15 de Julio de 1995 9:40 a.m.

Buenos días a todos.
- El Ángelus.
- Gloria.
(Aplausos.)
…que están presentes aquí con todos nosotros. ¡Qué hermoso es ver al Pueblo de Dios frente a su Madre, todos escuchando la voz de María en sus corazones! Ella se hace sentir con la humildad de la sierva, de la humilde mujer del Calvario al pie de la Cruz. Sí, contigo, entregada, viendo a tu Hijo despertar, gloria y Resurrección para todos, y sigue siendo para la humanidad el consuelo de todos, la esperanza, la ilusión de los niños inocentes, también de los jóvenes, aquéllos que se preparan en sus colegios y universidades para dar los frutos de los hijos de Dios… los padres de familia.
¡Qué hermoso es todo ello! Qué hermoso es ver los padres con sus hijos, las madres con esos hijos en el regazo maternal dándoles su amor cobijados por el manto de María.
Y qué hermoso es un público presente ante esta Madre, entregándole todas sus necesidades, intenciones y ella entregando su corazón, un corazón puro, un corazón materno, quien les dice: “Venid acá, hijitos míos, venid en busca del néctar delicioso del amor de un Hijo de Dios, de mi Divino Hijo Jesucristo.”
Bueno, hermanos: “Aquí estoy, aquí estoy”, me dice mi Madre. “Convivo entre vosotros y deseo que todos vosotros, pueblo mío, sigan adelante con su fe, con la humildad del justo, con la sencillez del niño inocente, con la ternura de la madre y con la gracia del Padre para poder así crear una familia digna, numerosa quizás, pero llena del amor infinito de un Jesús de todos los tiempos. Es Jesús que convive entre vosotros, hijos míos, es Jesús que los está llamando para que podáis vivir el Evangelio.”
“Evangelización pide el mundo, todos de pie y firme. Si es posible dar la vida por el amor de Cristo Jesús, Él se sigue dando todos los días en la Cruz para afianzarlos, para llenarlos del calor materno de esta Madre.”
¿Y qué es lo que una madre no desea para sus hijos? Desea lo mejor, y ese mejor viene de Dios porque ese Dios infinitamente generoso en estos días nublados cuando el hombre se prepara a ir a una guerra, estaría dispuesto a salvarlos a todos. Ya no más guerras, ya no más temores, hijos míos, para que la fe vuestra se mantenga con la candidez de los niños inocentes, con el amor de esa juventud jubilosa que desea aprender, que desea dar de sí su contributo.
Está tratando de afianzarlos entre unos y otros, hermanos, para ayudar a nuestra Iglesia Madre y a un santo varón, al Santo Padre, el Papa de Roma para ayudarlos con la carga, todos unidos defendiendo los derechos de justicia y libertad. No la libertad de un mundo contaminado y apagado por la sed de venganza… no. Un mundo nuevo, un mundo de paz, de armonía, de gracias infinitas del cielo que descienden como ahora en estos momentos que llega a nosotros para aliviar nuestras cargas.
Eh aquí, que una Madre, María Virgen y Madre Reconciliadora de los Pueblos se presenta en Betania de las Aguas Santas, un 25 de marzo de 1976, con sus manos llenas de luz, diciendo: “Hijitos Míos, mi Corazón os di, mi Corazón os doy, mi Corazón os seguiré dándoos por siempre. Es vuestra Madre que viene a salvaros en estos tiempos de grandes calamidades para el mundo, es la Madre que anhela la salvación de todos sus hijos, es una Madre que anhela justicia social.”
“Sí, hijos míos, se acabaron las luchas, las preguntas, la agonía del hombre por el vivir diario, el pan de cada día. Es una Madre que se está dando. Ya veis aquí vosotros, se ha valido de este hijo, un hijo de Dios que viene a darles sus manos, poniéndolas sobre sus cabezas para curar sus males cuerpo y del alma, y así, se están valiendo de muchas almitas en el mundo para cobijarlas, para que no se sientan solos.”
Es por ello, que el Señor de los señores, el Padre Nuestro desde la eternidad sin fin, Él da su aprobación: “Pueblo de Dios, levántate y camina. Es María, la Madre de Jesús, del Hijo mío de mis complacencias quien os viene a salvaros en estos tiempos de grandes calamidades para el hombre. Afianzaos a vuestra fe, convertíos, seguid adelante, no desmayéis. Hambre y miseria hay, dolor, llanto, muerte. Nada de ello, nada de ello os hará daño porque todo lo recibiréis con un amor infinito, el amor de un hijo que confía en su Padre, el amor del hijo que está buscando, sí, con sus sacrificios, con su oración, con su meditación, con la penitencia y la Eucaristía, salvarse.”
Es la Eucaristía la salvación del hombre, el alimento diario, un alimento que satisface, que llena de emoción el corazón, y ese corazón late apresuradamente esperando que su Señor venga allí, a alimentarlo con su Cuerpo, con su Sangre. ¡Qué alimento grande nos ha dejado Jesús! Es por ello que os ruego a todos, hermanos míos, Eucaristía, Eucaristía, ello es la base del cristiano, es el alimento, es la vida sobrenatural que se recibe.
Ustedes ven aquí, esta pobre mujer que quizás su corazón esté débil, pero se sostiene con su fe, con su amor, el amor a mi pueblo, un pueblo bueno y generoso, compasivo que está dispuesto a dejarlo todo por su Señor, un Señor de los señores que alimenta con la vida sobrenatural.
Es vida sobrenatural lo que necesitamos para poder resistir a los malos tiempos. Esos malos tiempos irán pasando, pero sí está llegando la justicia, y cuando dicen: “Justicia”; dicen: “No, es la justicia.” ¡Ay, Dios mío!, ¿qué va a pasar? Se acaba el mundo. Las guerras, Señor, los terremotos. ¡Ay, Dios mío! Las aguas se desbordan, los ríos crecen. ¿Qué es esto, Señor? El mar está embravecido.”
No, hijos míos, nada de ello debéis temer porque el Señor convive entre nosotros, convive en cada uno de nosotros. Sí, hijos míos, convive aquí en este pueblo peruano, sufrido, pero que desde hoy, Señor mío y Dios mío, ya no va a sufrir, ya no va a penar tanto. De aquí, de allá, ese pueblo fuerte, firme, valeroso desplegará sus alas como mariposa azul de una Madre que con la reconciliación nos viene a salvar a todos. Sí, es la Madre María de todos los tiempos, una Madre que en Fátima, allí, esa Madre Bendita con su Corazón se presentó a Lucía, a Jacinta y a ese niño inocente que están en el cielo, Lucía sigue viviendo y dando calor y amor a todas aquellas almas que nos entreguemos a ese Corazón Inmaculado de María.
Es María, la Madre de Dios bajo distintas advocaciones: La Guadalupe, la Coromoto de Venezuela, de aquí, la Virgen María, la Milagrosa. La Madre de Dios es caridad, es amor, es humildad, es sencillez, es benevolencia para todos. Es María, la Madre de Dios que nos viene a salvar.
Es por ello, que os ruego humildad, humildad y siempre humildad. Yo le pido al Señor: Dame humildad, Señor. No es lo que se ve por fuera, es lo que hay dentro; ello es lo que vale en un ser humano dispuesto a dar su vida, si es posible por la salvación de un alma. Un alma aunque sea, dos, tres, cuatro o cinco; pero almas, muchas almas al servicio del Señor, muchas almas al servicio de sus hermanos. ¿Cuántos yacen en los hospitales tristes porque no tienen una familia? Ir a los hospitales, visitar los hospitales, ir a las partes donde vivan, las barriadas, todos para convivir, para mirar, para ver qué está pasando allí. Es necesario que nos movamos. No nos quedemos muy bien vestidos, muy bien arreglados, y muy bien en nuestras casas, no. Salgamos sencillamente por el mundo tratando de convivir con los hermanos.
Qué hermoso es sentir cuando alguien nos toca las puertas y nos dice: “¿Qué se te ofrece, qué pasa, qué hay, que tiene el niño, cómo están estas viejitas?” Qué hermoso es todo ello, hermanos. Es la caridad que nos va a salvar, todo lo demás… nada… no, es caridad, es amor; es la obra de este hombre que está aquí, de este sacerdote, servidor de Cristo, que ha levantado sus corazones, que os da aliento y vida sobrenatural.
¡Qué hermosas estas cosas! Me llenan el corazón de infinita ternura y quisiera, Señor, dar y dar y dar. Sobrevivo, sí, Señor mío, para darte gloria, y a ti, mi Madre Santa; sí, Madrecita querida. ¡Qué bella eres! ¡Qué dulce, qué hermosa, María, qué luz, qué destellos! ¡Ay, su dulce voz! Ay, si vosotros pudiesen ver por un momento la belleza de María, la ingenuidad de la niña, de la joven, una Madre que se conserva joven eternamente porque es la Madre de Dios.
Entonces, hermanos, es un mensaje de reconciliación lo que yo traigo, la reconciliación entre los pueblos y naciones de la Tierra.
¡Oh es María!, la Madre de Dios, que bajo distintas advocaciones nos viene a traer la paz. Es la paz. Sin reconciliación no puede haber la paz, tenemos que abordar la paz, la reconciliación para obtener la paz; la paz de las naciones, de los pueblos, de las personas, de los seres humanos. Es la paz lo que necesita nuestros hogares, nuestras familias, es amor, es unión. Tu dolor es mi dolor, tu pena es mi pena, tu quebranto es el mío. Pero al mismo tiempo, tu fe es mi fe; la esperanza, la esperanza en la vida, en las cosas útiles; también la caridad que tú derramas, es la caridad, es amor, es unión, es fraternidad, es vida nueva sobrenatural.
Y digo vida sobrenatural no en la forma natural, porque en este día y siempre que vosotros han venido aquí es la vida sobrenatural de un Padre Divino con su Divino Hijo que nos creara a imagen y semejanza suya, un Hijo Divino que dio su Sangre derramándola para salvarnos, purificarnos, donarnos su Corazón y un Espíritu consolador, renovador, el Espíritu Santo, vida nueva… están aquí entre nosotros, siguen nuestras pisadas y nos ayudan realmente a convivir entre todos nuestros hermanos.
Convivamos un minuto de silencio y entreguemos a mi Madre todas nuestras necesidades, todas nuestras intenciones. Pidamos por nuestro Cardenal del Perú, por todos los ministros que lo siguen, arzobispos, sacerdotes, religiosas y todo este pueblo suyo para que haya paz, paz en este lugar de curaciones espirituales, del alma y físicas.
Pidamos por todos vosotros.
“En el Nombre de mi Padre, Yo les bendigo, hijos míos;
en el nombre de mi Madre, Yo les curo del cuerpo y del alma;
y les guardo aquí en mi Corazón, les guardaré, les guardaré, les guardaré, aquí en mi Corazón desde hoy y para siempre.”
Que la paz sea con vosotros y que la luz del Espíritu Santo ilumine sus almas. Están en paz y en armonía con el mundo entero.
- Ave María Purísima.
Gracias a todos. Que la bendición de mi Señor Jesús con la bendición de todos sus sacerdotes sea la esperanza de días mejores para comenzar una vida llena de armonía interior, de alegría juventud y de paz serena. Que Dios los guarde a todos.
Gracias Padre; gracias a todos vosotros; gracias a Su Excelencia, Su Eminencia El Cardenal, sus sacerdotes que están junto a él; y todas aquellas personas que me invitaron y me permitieron estar aquí entre vosotros, los llevaré en mi corazón. Y que esta brisa fuerte cure cada rincón de vuestros hogares; de vuestras casas; de vuestros colegios, muchachos; de vuestras universidades y de todas vuestras familias.
Estamos en paz y en armonía con el mundo entero.
Gracias.
Bendito sea el Señor; bendita sea mi Madre; bendito sea nuestro Santo Padre el Papa, Juan Pablo II que se está dando como manantial de ternura en esta Madre Celestial María y Jesús, su Divino Hijo y el Padre.
A todos, gracias.
PADRE MANUEL RODRÍGUEZ:
– ¡Viva Jesucristo! / ¡Viva!
– ¡Viva María! / ¡Viva!
– ¡Viva la Iglesia católica! / ¡Viva!
– ¡Viva la hermana Esperanza! / ¡Viva!
– ¡Viva su esposo! / ¡Viva!
Adelante, adelante; a conocer al esposo.
(Aplausos y canto común dedicado a la Virgen.)
Bien, hermana, hoy le damos muchas gracias a Dios y a la Virgen por esta visita y por ese mensaje que nos trae la hermana Esperanza, su esposo y varios hermanos que le acompañan.
En la Finca Betania de Venezuela, he tenido una experiencia: El Señor se ha derramado abundantemente a través de María. Hay, por allí, un video muy hermoso donde ha habido curaciones impresionantes… el poder del Señor a través de María, en ella está, en fin, el único Salvador. ¡Aleluya!
- GEO BIANCHINI: Los saludo a todos con mucho cariño. Es un placer verlos a todos aquí reunidos alabando a Jesús y a su Madre; es lo más grande, la única verdad de nuestra existencia.
Sigan por este camino, no se aparten. El cielo nos está esperando a todos, el Padre ha preparado un reino para todos, no podemos perder ese reino. Entonces, tratemos de ser cada día mejores, mejores para poder llegar a ese reino. Solamente podremos llegar siguiendo a Jesús y a su Madre.
Los felicito de nuevo. Les doy un buen abrazo. Y a vernos un día, esperamos, todos juntos en ese cielo prometido.
Gracias.
(Aplausos y un canto del público.)
SRA. MARÍA ESPERANZA DE BIANCHINI: ¡Qué hermoso es esto, Padre! Qué labor tan hermosa, la suya, realmente estoy conmovida, muy conmovida… bello.
(Canto del público.)
Estoy conmovida realmente. Mi Madre está aquí con su Divino Hijo, es ella, María, la Reina, la Madre Santa, la esperanza nuestra que nos viene a recoger, que nos viene a ayudar para seguir nuestro caminito que conduce a Sión, con la esperanza prometida de ese cielo inmenso azul donde todos vamos a habitar.
¡Qué hermoso es el cielo! Qué bello paisaje me ofrece mi Madre para que nos recreemos allí y podamos vivir felices. Felicidad eterna es la felicidad única por la cual el cristiano temeroso, que ama a su Dios, anhela de que algún día ha de detener sus pasos allí, ante un Dios, creador del universo.
Bueno, doy gracias a todos: al Dr. Succar; a su familia; a usted como un alma muy especial; también usted, hija mía; todos ustedes por esta invitación tan hermosa, una invitación que me ha llegado al corazón porque realmente aquí está el Señor, está presente en esta multitud. Padre, realmente me conmueve y me da, sí, una fuerza sobrenatural para seguir luchando y dejando en cada corazón el mensaje de mi Madre, el mensaje de amor, de unidad, de paz, de serenidad, de alegría que nos sabe conducir al cielo prometido a los bienaventurados de corazón.
Gracias, pueblo nuestro, Pueblo de Dios porque te has congregado ante la Madre Santa para darle gracias infinitas por todos los milagros que se vienen sucediendo en este lugar, donde la convivencia se siente; una convivencia suave, hermosa, florida, con ternura, cada cual en su puesto.
Me complace verlos en este momento, silenciosos y prudentes. Realmente es fascinante desde el punto de vista espiritual mirar a un pueblo de pie y firme como esos soldados que al principio dije: Soldados al pie de la Cruz con María, soldados defendiendo sus derechos, soldados dispuestos a seguir luchando por un mundo mejor, un mundo nuevo, un mundo en el cual todos podamos encontrarnos uniendo nuestras manos con el calor y el amor de un Jesús que toma las vuestras para ayudarnos a caminar mejor en la vida y ennoblecer nuestros corazones de caridad.
Es caridad lo que necesitamos cada día, aumentar esa caridad, ese amor, esa gracia que está llegando. Está llegando la gracia de un sol, de una verdad, de una justicia de mi Señor Jesús Resucitado. De nuevo resucita, nos trae vida nueva, calor, llama a nuestros corazones para rejuvenecernos y sentirnos como niños inocentes. En la inocencia está el Señor, en los niños, allí hay paz, alegría, serenidad, ternura. Hagámonos como niños, no sabemos nada, simplemente nos dejamos llevar, conducir, llevándonos esa Madre de la mano, nos lleva, nos guía, nos conduce.
¿Qué somos? No somos nada, somos pequeñas criaturas que creen saber mucho… no, no. Quien sabe es el Señor, quien educó, quien preparó a sus discípulos; y María, allí, siempre presente, mirando la belleza con que ese Hijo se desenvolvía para conquistar los corazones de quienes lo seguirían. Y ya ven a Pietro, Pedro Apóstol en Roma, piedra y fundamento.
Defendamos a esa Iglesia, nuestra Iglesia, católica, apostólica, romana, universal… Un reinado que no tendrá fin, un reinado eterno de amor, de justicia, de verdad pero más que todo, de amor porque es amor lo está necesitando el mundo. Amor a manos llenas, amor a raudales que yace en nuestro corazón para transmitirlo a los demás.
Amor… es amor lo que trajo mi Madre en Betania, es amor lo que trae en todas sus apariciones. Ella se hace ver y mirar de sus hijos, es María la Reina y es María la Madre, es María la Mujer del Calvario, es María la bondadosa María de Nazaret con sus trabajos diarios, como nosotras las madres en nuestros hogares, con nuestras familias, con nuestras necesidades, con nuestras intenciones. Es María aceptándonos tal como somos: débiles, flacos; pero nos acepta, nos acepta a todos.
Aquí estamos para que ella modele nuestros corazones con la gracia de su amor, de su inocencia, de su fidelidad materna… Sí, es la humildad sencilla suya que nos transmite.
Sí, hermanos míos, sí; mis pequeños inocentes que estáis aquí; sí, juventud jubilosa dispuestos a vivir el Evangelio: Evangelización, y digo evangelización porque es lo que nos va a salvar, pero recordemos: No faltemos a la Santa Misa, si es posible cada día, todos los días y recibamos a Jesús, su Cuerpo nos alimentará continuamente y nada, absolutamente nada, detendrá nuestra marcha hacia la luz del Nuevo Amanecer de Jesús; y cuando digo, el Nuevo Amanecer de Jesús… tendremos grandes sorpresas en el mundo.
He aquí, el misterio de una Madre y al mismo tiempo, la luz de esa estrella que es María en unión con el Sol de la Verdad y de la Justicia… Jesús en estos tiempos entre nosotros. Falta poco que pasar. No… “Jesús se murió, Resucitó; todo se fue, se acabó…” no. Jesús está vigente, está aquí entre todos nosotros.
Es por ello, que tenemos que llevar una vida muy honesta, muy digna, muy justa, colaborando con nuestra Iglesia; esa Iglesia hermosa, esa Iglesia justa y con nuestros sacerdotes para renovarnos. Vayamos al confesionario humildemente, confesémonos con la verdad, no escondiendo los pecados… no. Fieles al llamamiento para poder así seguir en pos de María, seguir, seguir con ella caminando porque ella nos va a enseñar tanto, ella nos va a aquilatar nuestra fe, nuestra confianza, nuestra esperanza, nuestra caridad. Es el amor, vamos a desarrollar el amor. Es amor, es amor, es amor lo que nosotros debemos obtener; mucho amor demos y recibiremos en continuación el amor de una Madre, porque es María en estos tiempos cuando Jesús le dijo: “Madre, toma mi cetro; ayúdame a conducir las almas. Eres tú la Madre.”
Eh aquí, el misterio de esta aparición de Betania; y digo misterio, porque realmente yo no imaginé nunca lo que he podido ver y lo que sigo viendo en el mundo. Lo que está pasando en estos momentos en Yugoslavia, en Bosnia, todo aquello, cuando venían esos pasajes de lo que está pasando hace algunos años, ocho años. Yo no me imaginé nunca que habría tanto dolor y tanto llanto en ese lugar.
Entonces, estoy convencida que mi Madre nos viene a salvar a como dé lugar y que todas las naciones se reunirán, todas, para llegar a un acuerdo y defender sus derechos, pero sin ir a las armas. ¿Cómo será? Un milagro. Es el milagro de hacerlo en este momento la Madre porque aquí se ha sufrido, aquí se han humillado los hijos de Dios. Este pueblo tiene que resurgir y levantarse y caminar derecho, firme como los soldados a defender sus derechos, no con las armas. No, hijos, con la oración, con la penitencia, con la meditación, con la Eucaristía.
Yo digo Eucaristía, porque mi vida es Eucarística, desde niña, hice mi Primera Comunión a los siete. Toda mi vida a las 4:00, a las 4:30 yo estaba levantada para hacer mi Hora de Adoración. Esto es lo que yo le pido a mi Señor, que no me la quite nunca… enferma, como esté, yo hago mi Hora de Adoración a mi Señor… de levantarme y en seguida irme a la Santa Misa a recibirlo. ¡Qué amor grande es la Eucaristía!
Hijos, les estoy hablando como si fuesen mis propios hijos: Comulguen, reciban al Señor, recíbanlo que quizás ustedes sigan haciéndolo, si es posible, cada día. Van a sentir que los problemas ya no son problemas, las angustias no son angustias, las preocupaciones, todo ello se pasa suavemente; no te roza. Que dijeron que esto, que aquello; “mira, ten cuidado”, no… El Señor está conviviendo con nosotros y ¿cuánto puede el hombre maltratarnos? No… Jesús ha sido maltratado, humillado y Él todo lo resistió, y todavía el hombre lo sigue negando y Él sigue esperando la conversión de todos los hombres de la Tierra.
La conversión de Israel. ¡Ay!, yo amo a Israel porque Jesús nació allí, en ese pueblo. “Jerusalén, Jerusalén no me sigas negando, basta ya, detente y convierte tu corazón en amor para todos tus hermanos de la Tierra. Todos unidos, todos unidos con un corazón abierto a la gracia del Espíritu Santo, al Corazón de María y al Corazón del Padre.”
- ¡Oh Padre! Ven, Señor, hazte sentir a las turbas.
Padre, sacude los corazones fríos, abre la mente del hombre y que entre un rayo de la luz de tu cielo eternal. Ilumina al hombre, bendícelos a todos. Guárdalos Señor, Padre de las bienaventuranzas.
Os guardo, mis pequeños.
(Aplausos.)
PADRE MANUEL RODRIGUEZ: Los peruanos agradecemos este mensaje que nos trae que es el Evangelio. Yo quisiera decirle y creo que todo el mundo lo pediría, nos cuente muy brevemente, ¿cómo sintió esa gracia de la Virgen, cómo la vio, qué color tenía, cómo se mostraba? Díganos algo, la gente está ansiosa de conocer, pero brevemente. Hay gente que está desde las 4:00 de la mañana.
Escuchemos cómo tuvo esta gracia del Señor, que es un regalo del Señor para todos.
SRA. MARÍA ESPERANZA DE BIANCHINI: Tirándome una rosa… yo era una niña, cuando tenía cinco años, y desde ese momento… ella sonriente salía del agua, me la tiró, yo la recogí, fui a casa de mi madre y le dije: Madre, mira lo que me acaba de traer Santa Teresita. Bueno, ella me dijo: “¡Ay, mi amor, es porque tú eres buena!” Me consoló así porque ella se iba de viaje en ese momento, yo estaba muy triste y mi hermanita lloraba mucho.
Después, al poco tiempo en el ´48, ya era una señorita, ya estaba formándome y vino Jesús y me dijo un mensaje muy hermoso, me dijo que me fuera preparando porque su Madre iba a venir en una tierra que yo iba a conocer con un trapiche, con una casa vieja, con un río como aquél del Jordán; y con unas aguas donde había una gruta para orar como en Lourdes, que la Virgen iba a renovarnos y afianzar la fe del Pueblo de Dios.
Bueno, y yo seguí creciendo, tuve que trabajar de oficinista; en fin, y luego después, Monseñor Bernal, quien fue como mi padre, me llevó a Ciudad Bolívar y me llevaba de parroquia en parroquia para que le dijera algo a las personas, en los Seminarios, a los muchachos, y hubo muchas vocaciones; y en fin, así se fue desarrollando hasta llegar el día en que él, de Bolívar fue trasladado a Los Teques y casualidades que yo encontré la tierra en la jurisdicción de Los Teques. Después cuando ya me había ido a Roma, cuando regresé, verdaderamente me dijo el Señor: “Busca la tierra.”
Buscamos la tierra por todo el centro norte de Venezuela. No sabía cuál era, hasta un día un señor nos dijo: “Hay una tierra que están vendiendo.” Bueno, fuimos a verla y allí estaba el trapiche viejo, allí estaba la casa anciana, diría yo, pobre, al frente había un río. Me decía que esa tierra sería dulce… caña de azúcar con su trapiche donde se hacía el papelón.
Así mi Madre me fue llevando, me comenzó a preparar. Tuvimos que irnos de nuevo a Roma, tuvimos un tiempo allá con los niños, ya me había casado allá y todo eso, cuando un día en Roma me dice: “Vete, hija, ha llegado el momento de mi aparición para el 25 de marzo vendré.” Eso fue el 11 de febrero, me tuve que ir el día de Lourdes, me fui a Venezuela, mi esposo vino detrás porque no podía en ese momento irse, y al siguiente día él se vino, pero la aparición fue el 25 de marzo y él llegó el 26, me dio mucho dolor que no estuviera conmigo y mi Madre… se quedó en Roma con los niños.
El 25 de marzo la Virgen me levantó a las 4:30 de la mañana y me dio un mensaje hermosísimo y me dijo: “Vamos a la gruta.” Nos fuimos, estaba el Padre Laborén, estaba otro sacerdote también con él que lo acompañaba, el Padre Molina, jesuita. Monseñor dio la orden de la Santa Misa ese día, hicieron la Santa Misa, éramos ochenta personas. Bueno, yo no me atrevía a decirle a las personas, me daba como temor, no me gusta mucho el ruido, a veces soy temerosa. Entonces, pues, nos fuimos a la gruta después de la Santa Misa, de la Comunión, todas esas personas que estábamos allí, todo el mundo se compuso, fue bellísimo. Había personas… uno que tenía quince años que no se confesaba ni la esposa; otro, veinticinco años, y así fue como una conversión, Dios mío, que surgió por casualidad en estas personas.
Bueno, y cuando estábamos allí orando, comenzó el sol a dar vueltas, enorme, que venía como una torta de casabe, que venía como que nos iba a traspasar. Y “¡Ay, ay!”, dando gritos la gente, hasta que yo caí de rodillas porque veía a mi Madre, de árbol en árbol, ella iba saltando así… el velo se le enrollaba en las matas, así… cuando la veo con su manto, así… fue cuando me dijo estas mismas palabras que dije anteriormente: “Hijita, mi Corazón os di, mi Corazón os doy y mi Corazón os seguiré dándoos por siempre. Ves mis rayos… mi luz… es la luz que les traigo para salvar el Pueblo de Dios porque sin reconciliación no habrá la paz en el mundo. Os pido, rezad el rosario, el rosario todos los días. Han de rezar el rosario porque es la bendición de esta Madre de Dios.”
Fue hermoso ese mensaje, bellísimo. Yo después volví y todo el mundo estaba llorando, toda la gente. Estábamos cubiertos todos, de como una cosa así… mínimos, de como pura plata, así pues, muy chiquiticas, todos, todos, estábamos todos, como que nos hubieran echado una cosa en la cara de escarcha, todos escarchados. Nos mirábamos… “¿y tú estás escarchado, tú también?” Todo el mundo.
Bueno, para mí fue algo tan grande que no hay palabras; así comenzó Betania. Ella después me dijo: “Yo vendré.” Siguió viniendo, eso fue en el ´76, vino en el ´77, ´78, ´79. Venía continuamente, me daba sus mensajes que los tengo todos, algunos están en las manos del Señor Obispo y los otros, pues, los tengo yo. Fueron estudiados y todo eso. Fue largo, así de largo, así fuerte, fueron cuatro años de investigación, pero fuertes en los cuales yo me decía: No tengo valor, Señor; y Él me decía: “Sigue, hija mía, sigue adelante, no temas.”
Bueno, y realmente fue aprobada la aparición, pero lo que quiero significarles en este momento, es decirles que ella me dijo que en el ´84, ella vendría para todos. Porque yo decía: Madre, no me van a creer de que yo te veo, de que yo converso contigo, entonces, ¿cómo hago? Y me dijo: “No te preocupes, hijita, yo para el 25 de marzo del ´84 me haré visible para todos.”
Entonces, Monseñor dio la orden, hicieron la Santa Misa, el Padre Laborén estaba allí, el Padre Molina también que eran almas muy santas. El Padre Laborén era muy conservador, en cambio, el Padre Molina que era jesuita era más flexible con las personas; en estas cosas tiene que haber uno fuerte y otro más… eso es lo que me imagino, pues, que Monseñor pensaba que tenía que ser así.
Y cuando estamos allí ese día vinieron muchas personas, unas 150 personas. Esa fue la aparición… bueno, la mía fue bellísima y todo, pero esa solamente la experimenté yo; bueno, el sol que giraba y las personas que veían, pues, esos fenómenos solares bellísimos, una lloviznita preciosa que cayó y toda esa escarcha… pero el 25 de marzo vino la Santísima Virgen bajo distintas advocaciones: Nuestra Señora de Lourdes, la Inmaculada Concepción, la Medalla Milagrosa, la Virgen de Los Dolores, la Soledad de María, la Virgen del Socorro, la Virgen de la Guadalupe. Eso fue una tras otra. “¡Mírala, mírala!” Bueno, la gente corría. Fue desde 2:45 de la tarde hasta las 6:30. Cerca de cuatro horas, sí señor.
(Aplausos.)
Y lo que quiero significarles es que entonces, tres horas y media, cada diez minutos iba, venía; iba, venía; la gente estaba como loca.
PADRE MANUEL RODRÍGUEZ: ¿Venía y desaparecía?
SRA. MARÍA ESPERANZA DE BIANCHINI: Y desaparecía completamente y de golpe ¡ras!, volvía otra vez.
PADRE MANUEL RODRÍGUEZ: ¿Se veía su imagen?
SRA. MARÍA ESPERANZA DE BIANCHINI: Perfecta, perfecta, en todas las advocaciones.
Por eso le digo que eso fue algo tan grande que quedamos todos, bueno realmente… Allí había amor, allí había fe. Había un General, el General Tarre Murzi que era de las Fuerzas Armadas, un personaje allá; había aviadores; había un médico psiquiatra de Maracay, había dos médicos normales de Caracas; había abogados, dos abogados; había… bueno, de todo: estudiantes y jóvenes, muchachos. Se ponían a ver cómo… Mira, experiencias grandísimas. Una belleza.
La última aparición fue cuando vino con su Hijo para entregarlo. La gente: “¡Ay, la Virgen, la Virgen!, ¡el Niño, el Niño!”
Mire, eso fue algo tan grande, tan grande que yo digo: Dios mío, vivimos como una película, como algo inmensamente grande. ¿Señor, quiénes somos nosotros; Madre mía, para tú venir en esta forma? Y me digo que es para salvar al mundo que se pierde, es para ayudarnos a todos a recogernos a la oración, como dije antes, a la penitencia, la Eucaristía, meditando, trabajando para esa Iglesia Santa, una Iglesia que ama y siente a sus hijos y que esos hijos, todo lo que le pidan, ella está dispuesta a darlo.
Entonces, hermanos del Perú, yo los invito a Venezuela, los invito a Betania cuando puedan. Dios los va a ayudar, ustedes van a ver que no les faltará, será un cambio tan hermoso y tan grande en vuestras vidas que se van verdaderamente a renovar, todos… sus células, su sangre, su mente, sus huesos, su bazo, su hígado, todo, todo. Serán renovados con vida nueva y sobrenatural que solamente Jesús, el Cristo Resucitado, puede hacerlo con su Madre Santísima.
Y Padre, gracias, gracias de su humildad.
PADRE MANUEL RODRÍGUEZ: Gracias.
SRA. MARÍA ESPERANZA DE BIANCHINI: Gracias de su paciencia y gracias por todo este pueblo que se ha recogido para esa Madre Santa, para mi Dios. Gracias a todos.
Bendito sea el Señor.
PADRE MANUEL RODRÍGUEZ: Alabado sea el Señor. Gloria a Ti, Señor.
Bendice a tus hijos. De nuevo gracias al Señor por este regalo que nos ha dado hoy. Mañana es la Virgen del Carmen. Es una buena noticia que nos traigan la presencia de María con todas sus advocaciones como ella se ha presentado. María es solamente una, pero tiene muchos aspectos, muchas cualidades, muchos dones y son inagotables por eso se va presentando de una manera y de otra; María es nuestra Madre.
Un aplauso a la Virgen María.
Vamos a cantar.
(Aplausos.)