Discurso de la sierva de Dios María Esperanza de Bianchini
Iglesia Santa Caterina De Siena
Domingo, 30 de abril de 1995
- En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
- El Ángelus.
- Oh María, sin pecado concebida; rogad por nosotros que recurrimos a vos.
Respetados sacerdotes que se encuentran aquí, que han dado la Santa Misa que ha sido para todos nosotros la esperanza de un futuro mejor, por las gracias infinitas del cielo que serán derramadas para todos nosotros. Sí. También saludo a este público, Pueblo de Dios; somos Pueblo de Dios, un pueblo que ama y siente a su Señor, que acude a la Iglesia para recibir los sacramentos del Señor.
La Eucaristía… el alimento de nuestras almas, la esperanza del futuro y el conforto espiritual que tanto necesitamos para seguir viviendo con la fe en el corazón robustecidos por el amor de Jesucristo, el Hijo de Dios, Jesús, Rey del Sagrario, Salvador del Mundo porque Él nos viene a salvar. Vino y resta entre nosotros en todos los altares del mundo para fortalecernos, aliviar nuestras cargas y ayudarnos a ser mejores en la vida pudiendo dar de nosotros lo mejor… ese poquito que tengamos con mucha docilidad humana y caridad cristiana.
Entonces, hermanos, ha sido un encuentro bello, hermoso, florido, han vibrado nuestras almas al cántico de los jóvenes, han vibrado nuestros corazones con las palabras de nuestros sacerdotes en el Evangelio y hemos así, al final, recibido el Cuerpo de Cristo que se ha hecho presente en nuestro corazón. Lo hemos recibido para seguir alimentados para siempre porque cuando recibimos a Jesús nuestra alma se siente recogida y llena de las gracias espirituales para poder seguir viviendo fortalecidos por su amor.
Ese amor que nos da Jesús es fuerza divina que nos transmite para poder pedir por todos nuestros hermanos separados, por el mundo entero, especialmente orar por nuestro Santo Padre el Papa de Roma, Juan Pablo II, cuya labor ha sido la de un pastor caminante yendo de un lugar a otro, a todas las naciones para abrir rutas y caminos a ese Pueblo de Dios que anhela justicia social, vida nueva, esperanzas, fuerzas para así poder vivir el Evangelio.
Es la hora de la evangelización, es la hora de reflexión, es la hora de salida. Todo el Pueblo de Dios, todos los católicos del mundo y cristianos a defender sus derechos con un corazón abierto llevando el mensaje de una Madre, María Virgen y Madre de la Iglesia que de las distintas advocaciones se está presentado en el mundo entero. María está llamándonos, está repiqueteando las campanas de su Iglesia para que todos salgamos unidos, tomados de las manos para afianzar nuestra fe y conquistar los corazones de los tibios, de los fríos, de aquellos que no conocen al Señor, como también a los que amamos, a los seres nuestros que necesitan salud, paz, serenidad, como también llamando a los jóvenes para que esos jóvenes reverdezcan como las plantas, como la primavera, aunando fuerzas todos unidos en un bloque consistente, en un sólo corazón y llevar la Palabra de Dios.
¡Oh juventud jubilosa, yo te llamo para que entres en las filas de esa Iglesia sin detenerte, sin pensar un momento; sólo basta el toque del Espíritu Santo para abrazar tu fe con un amor incandescente en el cual nada te detenga porque allí está el fuego de Jesús, la llama de Cristo tocando tu corazón! Sí, jóvenes, adelante, vosotros sois la esperanza de un mañana mejor y los niños que crecen… toda esa juventud, toda esa niñez es la esperanza nuestra, de las madres, de las abuelas que somos. Estamos llenos de ese amor de Jesucristo para que así vosotros se llenen también y vayan por el mundo con la evangelización.
Tenemos nuestros sacerdotes que nos están preparando para que esas filas realmente tomen el camino mejor, el camino de la fe, de la esperanza, de la caridad que son las tres virtudes teologales que sostienen nuestro corazón, con esa caridad que es llama y fuego de Jesús, es la caridad la que nos conduce y nos va llevando por caminos… los caminos del Señor que conducen a las filas del Gran Maestro, Jesús… Jesús en el Papa de Roma porque es Jesús quien guía a su pueblo, lo fortalece y lo llena de la sabiduría del Espíritu Santo guiándonos hacia la luz de la verdad y del conocimiento divino.
Gracias, hermanos, gracias a todos de estos momentos tan hermosos que hemos vivido en la Eucaristía con la Santa Misa, con nuestros sacerdotes que son los pastores que nos conducen, que nos alivian, ya que es alivio sentir que en sus manos pueden tocar la Señor, elevándolo pudiendo nosotros responder a esas caricias celestiales, y son ellos que con su misterio maravilloso nos confiesan y nos absuelven de nuestros pecados y debilidades.
Es por ello, amad vuestros sacerdotes, respetad vuestra Iglesia, respetad vuestras familias, respetad al hermano; no importa cómo llegue aquel hermano, de donde venga, lo importante es tenderla mano, tendérsela con caridad, con sinceridad, con sencillez porque es en la sencillez que está Jesús, Él está con los humildes, con los pobres, con los que lo dan todo por su Corazón.
Para toda esta barriada de todo este pueblo, de todo este sector, que mi Señor Jesús se haga sentir pleno… sí, pleno en el corazón de estos hijos para que crezcan y vayan poco a poco caminado, sí, lentamente, pero ciertos de que se encontrarán frente a Él para poder así recorrer el camino que nos conduce al Monte Sión.
¡Oh hermosura sin igual aquellos pasajes de la Sagrada Santa Biblia… la vida de Jesús, la vida de sus apóstoles, la vida de María, la ingenua María, la modesta mujer de Nazaret, María la dulce violeta del camino santo de Nazaret y la flor del Carmelo! Qué belleza sin igual con su sencillez, con su calidad humana. Cuánto hizo María al lado su Hijo acompañándolo de un lugar a otro detrás de los apóstoles. Ella iba humildemente recogida, siguiendo los pasos para ser enseñada también, ilustrada de aquellas Palabras maravillosas que nos dejaba el Señor.
Es por ello, tenemos que aprender, seguir aprendiendo y viviendo los Evangelios de Marcos, Mateo, Lucas y Juan; es necesario prepararnos.
Nuestra Iglesia debe estar de pie; firmes todas las familias, la familia de Dios para defender sus derechos, para robustecernos de confianza, amor, de fidelidad y especialmente con un espíritu de soportación. Es la soportación que necesitamos con gran equilibrio poder vivir como personas justas que saben lo que quieren, que saben lo que desean y cómo deben realmente tratar de aprender.
Todos tenemos que seguir aprendiendo porque cada día vamos conociendo, internándonos en la vida de Jesús, de la familia de Nazaret y también de los apóstoles, de todos nuestros grandes santos, como Santa Catalina de Siena, una gran mujer, inteligente, capaz de todos los sacrificios para enarbolar la bandera de la Iglesia… y así sucesivamente, cuántas cosas bellas hay que aprender.
Es por ello, hermanos, sigamos las pisadas de Jesús, sigamos las pisadas de María porque es María la Madre que nos viene a rescatar de las ataduras del pecado en estos tiempos de grandes calamidades para el hombre.
Es por ello, sigámosla a ella con humildad, con sencillez y con una gran claridad; y es que nuestra mente esté abierta a la gracia del Espíritu Santo para recoger las pisadas de María, imitándola. Por supuesto, es difícil imitar a la Madre de Dios porque es tan perfecta, tan sutil, tan bella, tan tierna y delicada, que quizás, pues, no somos dignos de ello, pero busquémosla y ella estará dispuesta a enseñarnos, a reeducarnos y a llenarnos de mucho amor porque es el amor la felicidad que todos necesitamos… mucho amor.
Ahora, hermanos, para los enfermos, para los tristes, para los que se encentran en problemas sea cual fuere reciban la gracia de Cristo, reciban el amor de Jesús, reciban el amor de los apóstoles y la gracia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Dios los guarde a todos, Dios los bendiga.
Gracias, gracias a todos, gracias hermanos.
Bendito sea el Señor, bendito sea mi Dios, bendito sea Cristo, benditos sean todos los padres sacerdotes quienes aquí han celebrado la Santa Misa y bendito sea este pueblo que salga de aquí, mi Dios, mi Señor, con el corazón lleno de amor con su familia, con sus seres queridos, con sus hermanos dispuestos siempre a servir y no ser servidos. Servir y no cansarnos nunca de que nos molesten, no, servir sabiendo que todo tiene una recompensa, la recompensa del Señor, su misericordia divina, esa misericordia infinita, esa misericordia y bondad suya que está presente entre nosotros cada día.
Gracias, gracias a todos. Que el Señor bendiga a este pueblo, lo santifique y lo ayude a vivir días de luz pensando que la luz está con nosotros siempre y cuando cumplamos con nuestros deberes con nuestra Iglesia, con nuestras familias, con nuestras universidades y colegios, con nuestros maestros, con todos cuantos se crucen en la vida nuestra.
Que Dios los guarde a todos. Gracias.
“En el Nombre de mi Padre, Yo los bendigo, hijos míos.
En el nombre de mi Madre, Yo les curo del cuerpo y del alma,
y les guardo aquí en mi Corazón, les guardaré, les guardaré, les guardaré aquí en mi Corazón desde hoy y para siempre.”
Que la paz sea con vosotros, que la luz del Espíritu Santo ilumine sus almas. Están en paz y en armonía con el mundo entero.
Gracias, Señor, Gracias.
- En el Nombre de Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amen.
Gracias a todos vosotros. Yo los llevo en mi corazón.