Discurso de la sierva de Dios María Esperanza de Bianchini
Iglesia Nuestra Señora de los Mártires
Domingo, 7 de mayo de 1995
Antes de comenzar mi encuentro con vosotros, vamos a rezar el Ángelus a mi Madre Santísima, Virgen y Madre de la Iglesia Reconciliadora de los Pueblos, Madre de la Paz.
- El Ángelus.
Respetado público, comenzando por los sacerdotes, nuestras religiosas y todo este público de Dios, porque considero que el que está aquí es porque viene buscando a mi Madre, viene en busca de Jesús, de su Cuerpo místico, de la Eucaristía, el alimento de nuestras almas, el único alimento que nos llena de fortaleza, de paz, de salud y vida sobrenatural.
Al decir vida sobrenatural quiero significarle a los enfermos, a los tristes, a los desamparados, a los que están sufriendo algún problema que los está sicológicamente afectando, que la vida sobrenatural de nuestro Señor Jesucristo entrará en vosotros, en sus almas, en su corazón, en cada célula vuestra, todo su cuerpo para llenarlos de esa vida nueva que comienza a entrar en todos vosotros; y digo en todos vosotros, porque para el Señor todos son sus hijos, Él los ama y desea que se robustezcan de la fe de la confianza verdadera de un hijo que ha esperado encontrándose con su Madre… un encuentro con Jesús, Él nos ha alimentado mucho y estamos esperando la gracia santificante del Espíritu Santo, entrando en todos nosotros de manera particular.
Sí, y digo particular, porque sentirán en sus almas un renacer de esperanzas para poder realmente asimilar el mensaje de una Madre, nuestra Madre María que nos viene a invitar en nuestros hogares, nuestras familias, a nuestros seres queridos que amamos y a todos aquellos que se avecinen a nosotros, sí, María, es la flor del Carmelo, la suave mujer que trajo al mundo al Hijo de Dios para salvarnos y revivirnos con esa Sangre bendita de un Cristo Redentor y Salvador para todas las naciones, para todos los pueblos que han de formar una cadena invencible donde el enemigo no puede entrar, ¿y saben por qué?, porque somos Iglesia, piedra y fundamento.
Es la Iglesia que tenemos, presidida por el Santo Padre, Juan Pablo II, el Papa de Roma que está dando su vida, entregado, llevando su mensaje de amor, de solidaridad humana con los carismas del Espíritu Santo. Está haciendo tanto bien.
Nosotros debemos sentirnos, los católicos que amamos a Cristo, felices de haber podido tener allí en esa cátedra bendita de Pietro apóstol, a un Papa como Juan Pablo II. Está dando la talla espiritual para todos nosotros, sus pequeñas ovejas.
Jesús es nuestro Pastor y ahora lo ha nombrado a él pastor de la Iglesia con piedra y fundamento profundo para aquilatar nuestra fe y nuestro conocimiento de que debemos defender nuestros derechos, pudiendo todos darnos las manos como hermanos para que el enemigo no llegue a deformar nuestras mentes; que nos sintamos todos completamente liberados de todo aquello que pueda contaminarnos con el mundo del pecado.
Es por ello, que realmente ustedes me ven aquí, una pobre mujer que no ha pasado por la universidad, no; no esperen de mí palabras rebuscadas, no, me encontrarán tal como soy con un corazón que ama y que siente en sus hermanos el dolor que llevan dentro. Una mujer que no le importa cómo lleguen las almas; el cómo lleguen no importa, hay que tenderles las manos, porque ello es amor, es el amor de mi Jesús, es amor de María, es el amor de los mártires.
Aquí, en este Templo se veneran santos, almas que se dieron por amor, por defender a Jesucristo, sus derechos de la Iglesia, mártires de amor, mártires santos porque el Señor les llamó a la predicación, a entregarse a su pueblo y ellos obedecieron, siguieron las enseñanzas del Señor Jesús, he aquí, que les costó la vida.
Pero ven ustedes hoy este Templo hecho con sacrificio y con amor del Pueblo de Dios para levantarlo y aquí lo ven: firme, fuerte, sencillo, amplio donde pueden caber todos para escuchar la Santa Misa, para vivir con Jesús, recogerse allí, cada cual en su asiento esperando el banquete cuando Jesús viene para Él entrar.
¡Qué alimento grande que hemos recibido en este día!, a Jesús, su Cuerpo, su Cuerpo y Sangre, vida nueva para todos nosotros a un despertamiento para vivir una vida realmente espiritual; y digo una vida espiritual, porque necesitamos unirnos al Señor, a María, a los que lo siguieron, los apóstoles de Jesús para vivir en convivencia.
Ha llegado la hora de la convivencia, debemos convivir todos unidos en un solo corazón sintiendo a Jesús en nuestros hogares, cuando vamos a recibir los alimentos los vamos a compartir todos recibiéndole a Él.
Es por ello, que os invito a las familias, traten de reunirse los domingos… el sábado, domingo con sus familias en sus hogares, en la mesa para tomar los alimentos e invocar el santo Nombre de Jesús con sus apóstoles y María Virgen y Madre de la Iglesia, para que así la bendición del Padre Nuestro que está en el cielo, la recibamos todos y puedan así recibir al Espíritu Santo, porque el Espíritu Santo ha de iluminar nuestros entendimientos, unir nuestros entendimientos con razonamientos claros, con los principios de esa Iglesia hermosa, bella, radiante, única en la historia del hombre, nuestra Iglesia, católica, apostólica, romana, universal.
Es por ello, nosotros no podemos tampoco despreciar a los demás hermanos separados. Estamos para unirnos todos en un mismo canal de unidad. El Señor desea la unión del género humano, que nos amemos, que nos soportemos, que nos ayudemos uno al otro… una sonrisa, un apretón de manos, una mirada. ¿Cuántas almas necesitan, a veces, de una mirada para sentirse compensadas en su dolor, en su privación, en su angustia, en sus temores por la vida que están llevando?
Es por ello, que yo los invito: ¡Convivid juntas, oh familias de Estados Unidos y de esta comarca tan hermosa y tan bella!
Estos sitios están llenos de Dios, de espiritualidad, de un Cristo Jesús que nos lo está entregando vuestros jesuitas que viven aquí. Yo los amo mucho, mucho, como los franciscanos, como los salesianos, todas las congregaciones son hermanos, han nacido del amor, han nacido para salvar almas.
Solamente vosotros… piensen en la confesión, ¿quiénes son los que confiesan nuestros pecados perdonando nuestras debilidades? Los sacerdotes, los pastores. Entonces, recordemos esto, no dejemos de confesarnos, reconciliarnos con el Señor, porque esos sacerdotes, esos pastores, tienen una gracia especial, la absolución de todos los pecados del hombre y ¿por qué? Porque ellos lo dejaron todo para servir y no ser servidos, para amar incondicionalmente, darse en continuación, no pueden cansarse, no.
Esta mujer que ustedes ven aquí tampoco, no tiene derecho a cansarse… con enfermedades, con lo que tenga, porque está dando su vida con la ilusión de un cielo prometido.
¡Qué hermoso es ir al cielo y poder obtener un pedacito así, para mirar a Jesús, su mirada de día!; y sentir que todos los suyos que han restado en la Tierra están reviviendo ese pedacito de cielo también para confortarlo y aliviarlo en sus dolores del alma, en sus penas, quebrantos en un mundo que está pidiendo misericordia; porque Jesús nos la está dando… su Corazón abierto.
Un Corazón de Jesús que se le presentara a Santa María Margarita de Alacoque en tiempos de grandes calamidades y sufrimientos del Pueblo de Dios. Y ahora en estos tiempos, diría yo, a Sor María Faustina, en su Divina Misericordia, misericordia para la humanidad, misericordia para el hombre, para el niño inocente, misericordia para los ancianos encorvados por los años; sí, nosotros los ancianos, por cierto, receptivos de amor, de confianza ilimitada en esa misericordia del Señor.
- Sangre y Agua que brotan del Sagrado Corazón de Jesús, tened misericordia de nosotros y del mundo entero.
¡Qué hermoso es todo ello!
- Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío, amado mío, yo creo en vuestro amor para la humanidad.
Hermanos, me he emocionado porque para mí este día ha sido grande. Hoy ha sido beatificada una gran mujer, una pobre mujer que se entregó al Señor en Maracay en su pueblo, ella vivía en Choroní. Qué mujer buena, generosa, compasiva, que se dio a los más pobres, a los niños ¡Qué buena fue esa mujer! Y entonces, ha tocado mi corazón esta mañana, sí, en este día con el Papa aquí, en este gran país donde el Señor llama a realizar la gran cruzada mundial de esperanza a un mundo nuevo. Ese mundo nuevo es el mundo de esa juventud que crece, de los niños, de los jóvenes; ellos son la esperanza del mundo.
Gracias, Señor mío, por este gran día que nos has dado. Bendito seas, Señor.
Todas estas almas que con sacrificio… muchos han venido, yo lo sé, ¡cuántos han hecho sacrificios en tu busca, mi Dios!
¡Qué bello es el Pueblo de Dios! Son el Pueblo de Dios, un Pueblo que ama y siente a su Señor, porque yo sé que todos sienten a su Señor; y quizás algunos, un poco tristes o desilusionados, tantas cosas que pasan en la vida… sí. Piensen en este día con el Señor, que el Señor convive entre nosotros. “Aquellos anestesiados por el virus venenoso de las pasiones… ¡atrás! He venido… ¡atrás! Ya no más persecución para una juventud jubilosa que anhela realizarse como un ser humano digno, generoso con la honestidad de un hijo de Dios.”
Qué hermoso es labrar la tierra. He visto estos campos tan hermosos y bellos; ya están preparando la tierra para la siembra. Me ha encantado todo ello y he sentido un reverdecer de esperanzas e ilusión de poder ayudar en lo que pueda; sí, lo que pueda, no cosas muy grandes… pequeñas cosas, pero sí, hacer lo que mi Señor quiera.
Realmente ha sido todo muy bello, ha sido todo muy hermoso en estos tres días. He aprendido muchísimo. Todos los días tenemos que aprender muchísimo, todos los días tenemos que aprender un poquito, en cada acción de nuestra vida, en cada palabra que pueda decirse en su contenido de amor y libertad; no sólo en mi alma, en el alma de los muchachos jóvenes, en los niños que observan, en las criaturas inocentes que están fijándose en las cosas. Parece increíble, pero esta niñez de estos días es muy inteligente.
Con el paso de los días, podremos estar todos unidos con todas las razas del mundo, con las ideologías de cada cual aceptándolos como son para unirnos en un solo bloque consistente, en un solo corazón. Sólo así el mundo se salvará; se erradicará la guerra, se acabarán las incomprensiones, se acabará todo aquello que venga a distorsionar la voluntad del hombre, la fe del hombre, su cometido, su vida.
Cuando vayan a sus hogares, piensen cada cosita que les he dicho. No son cosas muy grandes, no, son las cosas de la vida diaria. Y les voy a decir algo: El Señor nos quiere tal como somos, con nuestras debilidades, pero ello sí, tratando nosotros de mejorar nuestra vida interior cada día con pequeñas cosas, que a veces uno dice: Es una tontería. Pero no es tontería todo aquello bueno que tú trates de realizar: Compartir con los hermanos las ideas de cada uno, poder entendernos, ¿qué me quiere decir fulano?, o equis persona piensa en esta forma, él tiene su convicción, yo tengo la mía, pero si hablamos un poquito más podremos entendernos.
Les digo esto, hermanos, porque ha llegado el momento, como ya les dije al principio, de darse las manos; ya no más separatismos, ya no más guerras sicológicas, ya no más armas, ya no más guerras en ninguna forma. Todos tenemos que salvarnos.
Es por ello, que Jesús en estos tiempos se está haciendo sentir pleno con su Corazón latiendo, como lo hemos visto nosotros en Betania el 18 para amanecer el 19 de febrero. Es algo increíble, es algo impensado, es algo que no cabe en una mente y lo vi yo y todos los que estábamos presentes.
Entonces, le digo: Señor, estás llegando palpitante de amor con un fuego que nos traspasará para defender nuestros derechos de libertad y de justicia en el mundo, de paz, de solidaridad humana, de reconciliación; es por ello que has mandado a tu Madre a unirnos para que haya la paz, porque sin reconciliación será muy difícil llegar a la paz.
Reconciliémonos, hermanos, démonos las manos, no importa cómo vengan, cómo lleguen, lo importante es entender, es tratar de entender a tu hermano, es tratar de poner un poquito de comprensión para ayudar a éste.
En estos últimos tiempos, en este año pasado y en el principio de éste también, hemos tenido momentos difíciles: guerras sicológicas, guerras entre los hombres. Sí, el hombre está empleando la astucia y su maldad empobreciendo su espíritu con sus armas vengadoras, con sus dinamitas explotando los edificios, las casas sin respetar que hay niños, que hay ancianos que les cuesta para moverse, todo ello.
Esto tiene que acabarse, Señor, no puede ser que sigamos aquí teniendo esta corriente negativa de estos hombres. Me refiero a Oklahoma, ¡qué dolor grande!, es uno de los más graves. Que Dios perdone a toda esa gente que hizo tanto daño. Perdón y misericordia, Señor, para que aquéllos que están tramando cosas que desajustan.
Piensen: Ya no más pecado, ya no más odiar, ya no más herir… las heridas en los padres restan por siempre. No hay que herir ya más.
También pensemos en las guerras, en esas guerrillas, Dios mío: ¡¿Medjugorje, cuánto han sufrido todas aquellas personas?! Y yo digo: ¿Hasta cuándo, Señor, es posible que vivamos angustiados esperando?
- Oh, Padre de las Misericordias, yo te suplico humildemente que ayudes e ilumines a los hombres, los ayudes con tu luz a convertirlos para que no sigan dañando, perjudicando las tierras donde mi Madre Santísima se ha presentado.
No es posible.
Dios los ilumine a todos y nos dé el valor a nuestros sacerdotes para que así, con esa Misa diaria, al pie del altar de mi Jesús, pidan porque termine esa guerra que ya tiene mucho tiempo.
Hemos visto a México también envuelta, hemos visto a Perú, hemos visto a Ecuador, Colombia también amenazado y Venezuela también que no sabe qué hacer. Señor, por todas partes… brotes terribles. No puede ser. Hay que detener este mal, un mal que está agobiando a los pueblos.
- ¡Quita, Señor, el mal; extermina al enemigo! Haz que el enemigo infiel, Tú sabes quién, Señor, también el Arcángel al mando con su espada y con su lanza, venza al enemigo de las tinieblas y resurja la luz por vuestro poder y misericordia.
Hermanos, respetados sacerdotes, mis hermanas religiosas y todo este pueblo hermoso con un corazón puesto en su Señor, yo los llamo a todos a reflexionar sobre la vida del hombre: ¿Qué les toca a cada uno en este plano terrenal hacer? La disociación trae guerra, llanto y muerte; en cambio, la vida del género humano nos trae la paz, la serenidad, la alegría del vivir diario.
¡Qué hermoso es ver en nuestros hogares nuestros niños que cantan, que ríen, que saltan, que corren! Entonces, vamos a conservarnos en nuestra línea correcta de unidad a nuestra Iglesia, porque es la Iglesia santa, nuestra Madre que nos viene a corregir, que nos viene a enseñar que donemos nuestro corazón, que donemos aquello que tengamos para el bien de quien lo necesite, que donemos nuestro corazón a los más necesitados, a los más pobres y humildes, a los niños inocentes, a las madres desamparadas, a las misioneras, a los misioneros que yacen apartados del mundo llevando una vida de grandes sacrificios por el amor a esa Iglesia santa.
Los misioneros, las misioneras, todas nuestras religiosas en sus congregaciones, en las universidades, esas también están haciendo mucho y todos los sacerdotes también y el Pueblo de Dios, todos aquéllos que sirven a la Iglesia, todos aquellos que he visto aquí en estos días.
¡Qué hermoso fue todo ello, estos dos días pasados! He visto que hay formación, formación viva que vive con su Iglesia, que siente a su Iglesia, que ama a su Iglesia, ello es lo más hermoso.
Entonces, ¿por qué todos no lo hacemos? Tenemos que hacerlo todos, ofrecernos: Quiero servir a mi Iglesia, quiero prepararme, Señor, yo tengo que dar mi contributo en una forma u otra para tomarnos todos de las manos, asirnos en quien nos representa en la cabeza de Pietro, el pescador, el Papa de Roma, hombre bondadoso y generoso, compasivo con sus hermanos; él ha ido a todas partes a llevar su palabra, el consuelo, la esperanza, la ilusión.
¿Cómo no amarlo? Tenemos que amarlo porque es el representante de Jesucristo en la Tierra, todos, sí Señor, tenemos que pensar que es la esperanza de estos tiempos, nuestro Papa y quien pueda sucederlo, en el mañana cuando Dios lo quiera llevar al cielo, hay que respetarlo y seguir sus pisadas pudiendo así recibir los dones y las gracias del Espíritu Santo, especialmente el don del entendimiento, pero entender realmente qué quiere el Señor de todos nosotros en estos tiempos.
Apremian los días, pasan los días, ¿qué estamos haciendo, Señor? Sí, hacemos una cosita, pero no lo suficiente… con energía, con voluntad y tenemos que estar con el corazón abierto para que el Señor disponga de ese corazón.
Entonces, quiero ahora despedirme, pero quiero hablar de alguien, de Santa Kateri. Fue ella quien me trajo aquí – una breve pausa – yo todavía no estaba segura de poder cumplir la misión y ella se me presentó en la noche, en la madrugada, a las 2:00 de la mañana… una indiecita pobre, humilde con sus cabellitos así… su carita un poco marcada, pero después se le fueron quitando las marcas, con sus piecitos así unidos, me entregó un libro y me dijo: “Os espero, confía que en la mañana todo se resolverá” y tantas otras pequeñas cosas, y me dijo: “¿Ves cómo he encontrado almas que son capaces de venir?”, y entonces sigue la inspiración del Señor y “ve a visitarme a mis tierras.” Me dejó un libro.
Yo lo había contado a Marlene, que me había dejado un libro, una gracia espiritual, pero lo cierto fue que en la mañana me ha aparecido el libro en mi casa, lo guardé hasta hoy. Entonces, Señor, tiene que ser ella una gran santa porque veló de los niños, los quiso, los protegió corriendo con ellos por todos los lugares. ¡Qué hermoso es todo ello! ¡Y cómo mi Dios conoce todas sus criaturas piadosas que se dan por amor! ¿Por qué no darnos nosotros?
Es por ello, que les ruego, no me digan santa, me falta muchísimo, pero recuerden una cosa: No veamos lo que se presenta; lo vemos, por supuesto, pero es dentro, es lo que hay dentro, lo que hay en el corazón, la sensibilidad de un alma. Ello es lo importante, porque cuando hay sensibilidad hay corazón, hay sentimiento… allí puede entrar Dios y hacer de aquella criatura lo que Él necesite que haga y cómo debe actuar.
Ahora para todos, Michael Brown, gracias, gracias hijo; y te digo hijo, porque así te considero y tienes tus padres, tus familiares, tu esposa, una bella mujer, una inocente criatura bella y alguien más que viene en camino. Gracias.
Gracias a todos y especialmente a nuestro Director de todos los jesuitas, a todos los que habitan este lugar quienes han venido a acompañarlo a la Santa Misa, quienes han estado aquí en estos días, para todos mi respeto deseando que sigan cosechando y recogiendo los frutos de las praderas de estas tierras que son hermosas y bellas con sus aguas benditas de un río que tenemos al frente para mitigar la sed de las almas.
Y ahora, gracias a todos, gracias.
Que el Señor los bendiga.
“En el Nombre de mi Padre, Yo les bendigo, hijos míos;
en el nombre de mi Madre, Yo les curo del cuerpo y del alma;
y les guardo aquí en mi Corazón, les guardaré, les guardaré, les guardaré, aquí en mi Corazón desde hoy y para siempre.”
Que la paz sea con vosotros y que la luz del Espíritu Santo ilumine sus almas. Están en paz y en armonía con el mundo entero. Os guardo. Que la paz sea con todos vosotros.
Vayamos renovados a nuestros hogares, felices y contentos. Los enfermos serán mejorados, tendrán muchas ilusiones, las ilusiones de la presencia de mi Señor en sus hogares porque Jesús los va a visitar, María los va a visitar, ella irá con sus rosas, sus suaves olores de rosas frescas, de lirios de la pradera de Tekakwitha; la Virgen los visitará, sentirán algo nuevo en sus almas, como también el Espíritu Santo con su brisa suave soplando, soplando para arreglar sus vidas, todas sus cosas para que todo vaya en armonía y en paz, como se tiene que vivir la vida sanamente.
Gracias a todos, hermanos.
Bendito sea mi Dios.
Espero y confío en que vosotros sentirán realmente la presencia del Señor.
Gracias.
Dios los bendiga y bendíganme a mí.
(Aplausos.)