Auriesville, Nueva York, EE.UU.

Discurso de la sierva de Dios María Esperanza de Bianchini
Iglesia Nuestra Señora de los Mártires
Viernes, 5 de mayo de 1995

…a vosotros sacerdotes y mi amor por Jesús, por María, son ellos la clave maravillosa vuestra para que sigáis realmente convencidos que no hay otra cosa más hermosa que vivir vida pastoral, vida evangélica. Vosotros sois nuestros maestros, nuestros buenos pastores, ya que el Señor convive entre vosotros de una manera particular, porque sois los únicos que tenéis el derecho de poder elevarlo con vuestras manos… su Cuerpo, su Sangre, ese Cuerpo místico divino que nos alimenta, que nos fortalece y que nos ayuda a caminar por la vía segura de la paz, de la mansedumbre, de la humildad.

Sois pastores y ¿qué es lo que no puede hacer un pastor por un hijo de Dios, por el Pueblo de Dios? Lo puede todo con su voluntad, una recia voluntad, un gran equilibrio y un gran deseo de comprender a sus hermanos, o mejor dicho, a sus pupilos. Nosotros somos sus pequeños que deseamos ser protegidos, enseñados.

Hay una doctrina que el Señor nos legara como meta de salvación. El Señor nos ha legado una doctrina como medio de salvación y sois los únicos que pueden enseñárnosla… la evangelización, la donación personal vuestra en un seguimiento a ese Pueblo de Dios para enseñarnos realmente lo que significa ser un buen cristiano, un cristiano ferviente y un humilde labrador de los campos del Señor.

Sí, necesitamos ser enseñados y es por eso que el Señor en estos tiempos está entre nosotros como nunca lo ha estado.

Digo ello, porque los tiempos apocalípticos están llegando y es necesario aferrarnos a esa piedra y fundamento que es nuestra Iglesia católica, apostólica, romana, universal. Una Iglesia santa con un Padre Santo, el Papa de Roma, Juan Pablo II, quien la preside ayudándonos con su lenguaje hermoso y sutil para enseñarnos lo que realmente necesitamos amor, mucho amor.

Es por ello, que necesitamos realmente que nos enseñen, todos vosotros, lo que hay que seguir, ayudándonos con la carga de un pueblo que anhela justicia social, anhela deseos de aprender y de vivir suavemente convenciéndoles con humildad, sencillez. El Pueblo está pidiendo renovación en la fe, en la convivencia.

Es por ello, que esta pobre mujer, yo no sé nada, simplemente amo a este pueblo por esa Iglesia por la cual derramaron su sangre tantos mártires, pudiendo con ello salvar al Pueblo de Dios que se perdía en aquellos días de las grandes persecuciones de los que no creían en mi Señor Jesús.

Ya lo ven vosotros, San Pedro se fue a Roma, su misión fue tan hermosa, en la cárcel bautizaba, llevaba la Palabra de esa evangelización a los hermanos menores y también ofreció su vida. Fue un momento difícil el suyo y hubo un momento de debilidad, quiso correr, salir de Roma. ¡Qué enseñanza hermosa la de mi Jesús!, cuando en Quo Vadis se encuentra con Pietro y se presenta en un carruaje como un niño inocente y le dice a Pedro: “Vuelvo a Roma a dejarme crucificar.” He aquí, cuando Pedro de inmediato reflexiona y vuelve a Roma, él sabía lo que le esperaba, pero lo hizo, expoliado por el amor de Jesús se entregó ofreciendo su vida. No hubo temores, no hubo dolor, no hubo llanto para decir: “Crucifíquenme, ello sí, con mi cabeza y mis manos por tierra.”

¡Oh entrega total! ¡Oh hermosura sin igual! Cuando pienso en esas cosas me digo: ¿Señor, y dónde están los mártires de esta época? Los ha habido, los mártires que se entregaron por amor y este santo que me ha impresionado de manera especial. ¿Qué harían con él? Ni manos ni pies y él se ofreció por el amor a mi Señor, por amor a la Santa Cruz, por amor a los suyos; y aquí tenemos parte de él.

            Habrá más mártires porque en todos los tiempos, de vez en cuando hay que reformular la fe en el corazón del hombre para avivar la llama de Jesús, el fuego suyo, que viene a acompañarnos en todos los pasos que demos en la vida para afianzar a los que vienen detrás, los que crecen: niños, jóvenes, los hombres que realmente aman y sienten a su Iglesia.

He aquí, pues, sacerdotes amados de mi Señor Jesús, ¡cómo siento a mi Iglesia y cómo estoy pidiendo por Estados Unidos!, para que esa fe se avive, crezca suavemente, sencillamente con la ilusión del niño inocente en todos sus sacerdotes, y defiendan sus derechos de justicia y libertad por el amor a esa Iglesia, por esa Cruz y por ese Papa gobernante.

Estoy aquí por mi Madre, por María, la dulce María, la sencilla María, la flor del Carmelo, la ilusión de las madres, de todas las madres del mundo cuando tienen que desprenderse de su hijo porque van en busca del Señor.

¡Oh hermosa misión la vuestra, sacerdotes!, no se aflijan, sean fuertes, robustecidos por el amor de Jesús, por el amor de la Madre, una Madre generosa y compasiva que nos quiere renovar, que nos quiere ayudar a todos con Jesús. Es que realmente hay una gran verdad: Cristo es la fuente de luz, es luz del mundo, es despertar de conciencias, es el atavío de la juventud para que esa juventud florezca reverdeciendo como la primavera con las flores más hermosas de los jardines del cielo, de una eternidad sin fin.

Eh aquí, un punto importante de la juventud, una juventud que hay que reafirmar en sus convicciones, que hay que ayudarla a crecer conduciéndoles amorosamente, y al mismo tiempo dándoles a entender que la base primordial es amar a Dios sobre todas las cosas y es a Dios, es a Él, a quien hay que rendirle tributo como el Señor de los señores, el Padre y su Divino Hijo Jesús, Jesús el Maestro, el Profeta, el Rey de reyes, el Salvador del Mundo y el Espíritu Santo iluminando con sus rayos al hombre, tocando los corazones enfervorizándoles, enseñándoles lo que significa la condición humana de un ser de Dios, poderse mantener en donde el Señor lo ha puesto, en el puesto que le corresponde y que allí tiene que desarrollar todas sus facultades internas para dar de sí lo mejor de su corazón.

Es por ello, tenemos que ser dóciles a la gracia, como niños pequeños que no saben nada, pero Jesús obra, es el Maestro que nos enseña, es la luz del infinito que Él muestra a todos los hombres de la Tierra para vivir vida natural, sencilla, mística y divina.

¡Qué hermoso es Jesús!, su belleza, en su humildad, en su generosidad, en su compasión por nosotros para ayudarnos a mejorar nuestra vida interior y amarlo poco a poco, pero estamos llenos de Dios, de Jesús, de este gran Templo donde se respira paz, alegría del corazón, sentimientos tiernos que avivan nuestra fe, nuestra confianza en Jesús. Él se dio en la Cruz clavado por punzantes clavos que atraviesan su carne, con una corona de espinas que ilumina nuestras mentes y sencillamente nosotros… para caminar con Él.

Es por ello, yo les ruego de corazón, no esperéis de mí un gran discurso, una gran preparación, cultura y tantas cosas bellas que el hombre debe aprender; esperen de mí una oración, una plegaria, un día de ayuno, una oración por las noches, un sacrificio, eso sí y lo voy a hacer para pescar almas. Podemos seguir al servicio de esa Iglesia, una Iglesia pura, santa trabajando día a día para nuestra santificación.

Sí, y ahora quiero darles las gracias a vosotros que por medio de Kateri Tekakwitha y a esta mujer que ven aquí, Marlene, me han traído aquí. Gracias, Marlene; gracias, Kateri Tekakwitha, te amo tanto.

Yo, en estos días antes de venir, tenía una gran incertidumbre, yo decía: Señor, no sé si será el momento; me respondía yo: Pero a lo mejor, puede ser, yo quiero es hacer Tú voluntad, Señor, es Tú voluntad, es la Tuya, Señor, donde me quieras, para lo que me quieras, Señor […].

“En el Nombre de mi Padre, Yo les bendigo, hijos míos;

en el nombre de mi Madre, Yo les curo del cuerpo y del alma;

y les guardo aquí en mi Corazón, les guardaré, les guardaré, les guardaré, aquí en mi Corazón desde hoy y para siempre.”

Que la paz sea con vosotros y que la luz del Espíritu Santo ilumine sus almas. Están en paz y en armonía con el mundo entero.

  • Ave María Purísima.

Gracias a todos.