Phoenix, Arizona, EE.UU.

Discurso de la sierva de Dios María Esperanza de Bianchini
Grady Gammage Memorial Auditorium
Lunes, 1 de mayo de 1995

Buenas noches a todos, respetados sacerdotes, religiosas y a este gran Pueblo de Dios. De todo corazón estoy agradecida, y ruego a mi Señor y a mi Madre que en esta noche toque el corazón de todos vosotros, especialmente a los enfermos, los tristes, los que tengan una pena o quebranto, todos sean acogidos bajo el seno materno de la Madre.

Pero antes de seguir adelante, vamos a rezar las tres Avemarías a mi Madre, del Ángelus.

  • En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
  • El Ángelus.
  • Oh María, sin pecado concebida; rogad por nosotros que recurrimos a vos.

Ahora, pueden sentarse.

Respetados sacerdotes, respetadas familias que se encuentran aquí, religiosas y todas aquellas almas que han venido en busca de mi Señor y de su Madre Santísima, estamos en la búsqueda de la gran verdad de estos tiempos y es que Jesús se hará sentir en una forma inesperada para el hombre; Él se ha hecho sentir durante siglos allí en la Eucaristía para alimentarnos con su Cuerpo santo, espléndido, maravilloso y divino para que cambiemos nuestra actitud frente a la vida, mejorando y pudiendo realmente vivir el Evangelio.

Evangelización piden estos tiempos y mi Señor Jesucristo. Debemos prepararnos y para ello están nuestros sacerdotes, nuestros pastores, que nos dirigen y a los cuales, nosotros con mucha humildad, seguimos obedientes sus consejos de la Palabra de Dios que ellos nos dan a conocer.

Realmente la condición humana, por la gracia del Espíritu Santo obrando en nosotros la renovación, siente los efluvios divinos del amor de Jesús Sacramentado en todos los altares del mundo. Su Cuerpo allí está encerrado en el sagrario esperándonos a todos nosotros para una conversación con un sentimiento hermoso en el cual nosotros debemos saber escuchar y es Él diciéndonos: “Venid a Mí, todos vosotros, hijos míos, a compartir conmigo estas horas de delicias celestiales con mi Padre y con mi Madre y con el Espíritu Santo para que puedan crecer espiritualmente y vivan una vida digna en la cual vosotros podáis demostrar que estáis viviendo el Evangelio.”

Yo os repito el Evangelio, porque es la esperanza del cristiano, del católico ferviente que ama y siente a su Iglesia, la Iglesia apostólica, grande y hermosa en la cual todos podemos caber, sí, cabemos todos, todos tenemos derecho a aprender y a vivir vida digna, vida honesta, vida sencilla, noble y generosa y especialmente con la humildad.

No es la humildad de vestirnos con harapos y predicar: Porque somos humildes; no, no. La humildad de María, la humildad de Jesús es lo que tenemos que seguir, tal cual, espontáneos, naturales y llenos de amor y de fidelidad a esa Iglesia que es nuestra esperanza del futuro de todas las generaciones de un mañana mejor y de esta generación, de esta juventud jubilosa que comienza a sentir en su corazón el llamado de enrolarse en las filas del “amaos los unos a los otros” como Jesús nos amara, y como el mandamiento ese maravilloso que nuestro Señor escribiera a Moisés: “Amaos los unos a los otros”, y yo diría ahora, como Jesús nos amara y nos sigue amando, un amor infinito, tierno, delicado, suave que nos llena en lo profundo del corazón.

Es por ello que en esta noche yo deseo de todos vosotros que ojalá puedan comprenderme y sentir a mi Madre, a María, la dulce Madre, María, la sencilla mujer de Nazaret, la doncella pura, inocente, bella, radiante que llevó en su seno materno a Jesús por obra y gracia del Espíritu Santo, encarnándose en sus entrañas para traerlo al planeta Tierra para que Él nos enseñase y acondicionase a todos de las gracias y mercedes de un Dios en perfección.

Sí, hermanos, no esperéis de mí grandes discursos con palabras rebuscadas, no; yo soy una pobre mujer, una madre de familia como cualquiera de vosotros con grandes alegrías y esperanzas, sorpresas, dolores, llanto, agonía… son tantas cosas las que sufrimos las madres.

Ser madre es la obra maravillosa de Dios, la obra grandiosa que llena de ternura el corazón de todas nosotras las madres. Un hijo… ¿cuánto cuesta un hijo?, el hijo de nuestras entrañas, el hijo amado que le damos a beber de nuestra leche materna para que se alimente, que crezca y reverdezca como las plantas de la sabia naturaleza y pueda así vivir vida auténtica y cristiana. Eso es lo que deseamos todas las madres, educar nuestros hijos, cultivarlos con las buenas costumbres y con el deseo de servir a su Dios, porque es servicio, servicio y servicio, continuamente servir y no ser servidos.

Ello es en lo que tenemos que pensar en todos nuestros actos de la vida: servir, no cansarnos y decir: Me están molestando; no. El amor de Jesús no permite cansancio ni temores, no… o, no puedo; sí puedo por la voluntad, la voluntad de un Dios, el que responde por nosotros, el que nos ayuda a identificarnos con su Corazón, el que nos llama a ir de un lugar a otro sin lamentaciones. No, no podemos lamentarnos y decir: Esto no me gusta o aquello no me place; todo nos place, todo tiene que complacernos porque es para complacencia Suya.

Ese amor que Él nos da es tan hermoso, tan grande que muchas veces, quizás, no nos cabe en el corazón, sentimos como que si ese corazón ya no puede del amor que hay dentro y quiere compartirlo con sus hermanos, con los niños inocentes, con los jóvenes que crecen, con las madres, con los padres de familia, con toda esa juventud jubilosa y especialmente con nuestros sacerdotes, nuestros pastores y con aquel gran Papa de Roma que el Señor nos ha concedido allí sentado en la sede de Pietro el pescador.

¡Qué hermosa misión la suya!, misión de amor, de humildad, de generosidad, de compasión por los pobres, por los necesitados, por el mundo entero. ¡El Papa vibra con su pueblo!, el Papa es un gran señor que hay que venerar, y que hay que admirar y que hay que postrarse con una rodilla por tierra para recibir su bendición, bendición de Jesús, porque Jesús convive con él, Jesús es quien lo ha llevado de un lugar a otra parte yendo por las naciones, derramando bendiciones y gracias santificantes para su pueblo, para toda la humanidad.

Hablo del Santo Padre porque sé que en estos momentos está pasando por momentos muy difíciles y todos nosotros los católicos debemos sentir todo aquello que pueda rozarlo a él, porque es parte nuestra, es parte de Jesús y si él está en Jesús, nosotros tenemos que convivir con él espiritualmente con nuestras oraciones, con nuestros sacrificios, con todo aquello, bueno, que podamos ofrecerle al Señor por su salud y por su vida que en estos momentos necesitamos nosotros los cristianos, los católicos. Oremos por él y especialmente unámonos a todo el clero, todos sus seguidores, todos sus ministros que le rodean.

El ministerio de la Iglesia es invencible, es poderoso, es grande porque hay generosidad y cuando se da un corazón, se da plenamente. No todos cometen errores, no debemos temer, no. Debemos estar ciertos de lo que les estoy diciendo es una gran verdad.

Es por ello, unámonos en un solo corazón en esta noche cada cual con su necesidad, con su pena o quebranto y con su dolor, con su llanto, con su aflicción, sea por el padre, el esposo, el hijo, en fin; todas las familias tenemos siempre que sufrir, pero también tenemos que recibir muchas gracias cuando nos acercamos a la Eucaristía con humildad, con generosidad a recibir al Señor que viene a encontrarse con nosotros.

Si supieseis vosotros lo grande que es esa pequeñita Hostia, es el Cuerpo de Cristo, es su Sangre, es su vida, es el resplandor de luz que nos viene a bañar, a purificar, a limpiarnos, a depurarnos, a hacernos mejores en la vida y a hacernos comprender mejor al hermano.

Es por ello, nosotros no podemos despreciar a ningún ser humano, no, venga de donde viniere, no importa cómo lleguen la base primordial es abrirle los brazos, darle nuestra mano, una palabra a tiempo, sí, para que así esa alma sienta que no está sola y que puede encontrar brazos que se extienden para cubrir su desnudez espiritual.

Estamos comenzando el tiempo de los tiempos, el gran tiempo de Jesucristo, el tiempo de María, el tiempo de los apóstoles, el tiempo del Pueblo de Dios y es por ello que tenemos que levantarnos y asirnos de las manos para defendernos, para ayudarnos, para cobijarnos bajo la tutela grandiosa de esa madre, la Iglesia Santa.

Hablo de la Iglesia, porque yo amo y siento la Iglesia desde muy niña, desde pequeñita yo me levantaba para la Santa Misa con un amor infinito en busca de mi Señor para recibirle y qué alimento grande, todavía estoy de pie en medio de enfermedades, enfermedades tan grandes, ¡cuántas dolencias!, así, sin embargo, Señor, cada vez que voy a salir digo: ¿Señor, si volveré?, pero al mismo tiempo me respondo: ¿y por qué no volveré a mi casa?, tengo que volver, Señor, porque tengo que seguir trabajando.

No soy nada, soy pequeña, quizás, no tenga una cultura muy elevada, no, no la tengo, mi vida se ha concretado en amar a mi Dios, por las noches pasarla con Él en oración. ¡Cuántas almas se pueden salvar en una noche!, ¡cuántos seres, Dios mío!

Tenemos que dedicarnos a la oración, una oración vivida, sentida con el corazón lleno de amor, de ternura, de una viva fe. Necesitamos fe, mucha fe, esperanza, una gran esperanza y caridad que son las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. ¡Qué hermosura! La fe que levanta al hombre, lo vivifica; la esperanza, la ilusión de días mejores, la ilusión de vivir, la ilusión de compartir, la ilusión de formar nuestras familias; y la caridad que es el amor… allí está resumido todo.

Si amamos seremos correspondidos y si no somos correspondidos, no importa, Dios nos ama, Él nos quiere, Él no nos desecha, Él nos viene a buscar y en estos momentos nos está buscando en una forma indescriptible de explicar y de decirlo, porque nos está llamando y dice: “Levantaos, hijos, y formaos en grandes columnas de hombres y mujeres para trabajar aquí en mi Iglesia; es mi Iglesia. Hay que levantar los ánimos, hay que ayudar al sacerdocio, hay que darles aliento, fortaleza y especialmente mucha, pero mucha sinceridad.”

Tenemos que ser muy sinceros cuando hagamos las cosas; no podemos trabajar… no, somos o no somos. El Señor nos quiere alineados, todos correctos con un gran espíritu de soportación, de humildad, de sencillez, de espontaneidad, siendo naturales. El Señor nos quiere como somos, Él no anda escogiendo que si fulano es inteligente o el otro, no; escoge sus criaturas, las agarra así… tú tienes que levantarte e ir con Él, porque Él te lleva de la mano, te conduce y te enseña.

La vida es una enseñanza continua, la vida es un compartir continuamente, la vida es una hermandad, la hermandad de un pueblo que anhela justicia social, un pueblo que anhela paz, serenidad, un pueblo que desea aprender y seguir a sus mayores; pero esos mayores tienen que ser correctos, honestos, generosos, compasivos, humildes, muy humildes para enseñar y para educar y reeducar. Educar al que no sabe y reeducar al que sabe, pero que todavía tambalea en la vida, no sabe qué hacer en medio del camino, se le hace muy largo; he aquí, que hay que ayudarlo a caminar sereno, tranquilo y con mucha fe, la fe vivida de cada día; como ya lo dije antes.

Bueno, hermanos, yo sé que todos vosotros estáis aquí para esperar un milagro. Los milagros los hace mi Señor, los milagros los hace mi Madre. Yo soy un pobre instrumento débil, pero en medio de esa debilidad hay una fortaleza que me da mi Señor; y mi Madre, ella, me conforta tanto, me alivia, me suaviza tiernamente, suavemente, así delicada como si yo fuera una pequeña niña que no sabe caminar.

He aquí, que nosotros tenemos que también dejarnos llevar todos; déjense llevar de la corriente divina. La corriente divina es algo tan bello, tan grande que a veces nos decimos: ¿Señor, y podré hacer esto?; y cómo el Señor te va llevando como un niño inocente en sus brazos para que puedas levantarte y defender los derechos que te conciernen, lo que tú amas, lo que tú sientes en tu persona.

Yo amo a Cristo, y amo a María, y amo a esa Iglesia, y a todos los santos, y todos los ángeles del cielo, y los apóstoles que siguieron a Jesús: San Pedro, San Pablo… Qué fuerte San Pedro, qué recio, era un hombre rudo, un pescador pero cómo ha pescado almas y cómo sigue pescándolas; y sentado está allí en su trono atrayendo almas con su barca, esa barca suya donde pescaba y cuántas almas se están salvando, ya lo ven, ¿cuántas almas ven ustedes que rodean los altares de mi Señor?

Aquí están ustedes, por algo están… es en busca de la verdad. ¿Dónde está mi verdad? ¿Dónde la encuentro, Señor? ¿Qué me está pasando? ¿Por qué me falta la fe, y mi fe? ¿Por qué no tengo fe… esta frialdad del corazón? ¿Serán los golpes de la vida? ¿Serán mis enemigos? ¿Serán o será que yo no tengo la capacidad para conformarme con la vida que llevo, con la vida que tengo, con lo que se me ofrece en el porvenir?

Bueno, todo está ordenado en nuestra vida, es por ello que nosotros tenemos que ordenar nuestra mente, fortalecer nuestro corazón, cubrirnos con la cruz, nuestra cruz a cuesta para levantarla en alto.

  • Mi cruz es mi salvación.
  • Cristo vive en mí y yo vivo en Él.

¿Quién podrá contigo? Ni las armas enemigas y aunque las haya… morir por Cristo es mi más cara ilusión y debe ser nuestra cara ilusión.

Entonces, hermanos, yo deseo en esta noche que vosotros penséis un poquito y ese pensamiento es, los días que han trabajado ustedes esperando este día toda esta universidad, estos jóvenes, estas muchachas esperando: “¿Y qué será?, ¿y qué va a pasar?” Lo más hermoso que puede pasar en un alma es sentir que Jesús convive entre nosotros, vive, está viviendo entre nosotros; no lo vemos, pero Él está presente en nuestros actos de la vida, en los actos buenos, en los actos de relieve espiritual porque es la espiritualidad lo que nos acerca a Él; el materialismo, no.

Por supuesto, tenemos que trabajar, vivir y es necesario el pan de cada día, entonces, tenemos que esforzarnos y por ello, necesitamos ser muy generosos para que todas las cosas se den como lo deseamos. No perdamos tiempo en cosas que no son justas. No pensemos en cosas las cuales nos dañan la mente y el corazón se enferma de tristeza.

Debemos pensar que está llegando la gran hora, el gran momento de la gran verdad. Esperemos a Jesús; Jesús está llegando y ustedes me dirán: “¿Quién es usted para que diga ello?” Sí, Jesús está en el sagrario, en la hostia consagrada; todos los días los sacerdotes lo levantan porque son los únicos que tienen el derecho de hacerlo y también darnos la Comunión a nosotros para recibir la consagración. Yo creo que es lo más grande, allí baja Cristo, allí está Él, su Cuerpo y su Sangre nos alimentan. Pero Jesús quiere hacerse sentir en su pueblo y se va a hacer sentir de manera impensada para todos vosotros, no pasa mucho tiempo, estamos a finales de siglo, estos finales de siglo va a compensar todos los dolores y tragedias de la humanidad en medio de fulgores de guerra, de contratiempos y movimientos de la Tierra. Recuerden esto, será tan hermoso… dolor y llanto, alegría y resurrección, nueva resurrección.

Con esto quiero significarles, que piensen muy bien lo que les he dicho, quizás, yo no sé nada, pero me sale de corazón, de lo profundo de mi alma; y quiero demostrarles esto, de que no pierdan tiempo, porque está llegando la gran verdad, justicia y resurrección, una gran verdad para el hombre de hoy para que así la humanidad se abrace fuertemente y nos unamos en una forma en la cual podamos decir: Hermano, gracias; gracias, hermano. No que un hermano te tienda la mano, te tienda el brazo, y tú lo rechaces; no, no puede rechazarse las personas, no se pueden despreciar los seres. A cada cual hay que darle su puesto que le corresponde, así sea el más pequeño, el más humilde porque es en la humildad que está Jesucristo.

Bueno, quiero decirles algo y es que todos los que se movieron para hacer esta invitación a esta pobre mujer, todos los sacerdotes que en estos días he ido viendo en las Santas Misas que se han celebrado en otros Templos y hoy, en este día, a tantos que han venido que me han alegrado el corazón de un regocijo infinito, tierno, delicado como la rosa blanca de mi Madre Santísima…. agradeciéndole al Padre que dio la Santa Misa, la dieron todos, pero quien hablo es un alma muy especial. Siga adelante, Padre, no se detenga, con mucha humildad, con mucha paciencia, con mucho temor de Dios, no lo ofenda nunca; y digo temor de Dios, porque dicen que temen a Dios por castigo, no, no es temor de Dios, es el temor de no ofender nunca a Cristo; es por ello, siga adelante.

Y todos estos sacerdotes que han venido; los ancianos encorvados por los años que han llevado sobre de sus hombros la cruz, soportando y esperando siempre la misericordia del Señor dando de sí lo mejor; y los jóvenes que comienzan con el anhelo de servir, con el anhelo de vivir el Evangelio realmente y llevarlo de un lugar a otro con la buena voluntad, el deseo de conquistar muchos jóvenes, otros hermanos que los ayuden con la carga también, para todos…

Y quiero darle las gracias a alguien… Marlene, a su familia y a toda la familia de Kateri Tekakwitha, sí, es una gran familia. Ya ella fue beatificada, sí, es una santa, quizás, faltan algunas pequeñas cosas que llevar a cabo, pero sus milagros son hermosos.

Quiero hablar de esto esta noche, porque en estos días yo todavía estaba… tenía como una pequeña incertidumbre de venir, porque somos una gran familia, una familia numerosa, digamos, y para movernos… el colegio de los niños y los trabajos de los muchachos, son tantas cosas y le decía: ¿Señor, pero cómo voy a hacer? Tenía preocupaciones y para movilizarse una familia no es tan fácil, y en este año lo hemos hecho muchas veces, ya el año pasado, y hace dos años ya que veníamos saliendo.

Le agradezco mucho a Estados Unidos sus invitaciones. Los amo, los quiero mucho; su dolor es mi dolor, lo de Oklahoma me dolió muchísimo. He estado con ustedes, con esa ciudad, con esos padres y madres y con todos.

Pero lo que quiero significarles en este momento, ahora, es que yo estaba una noche… Bueno, Señor, tengo que contestar, tengo que responder ya, ¿qué digo? Yo me decía: Sí, las cosas están ya más o menos realizadas pero falta todavía, yo tengo que arreglar estas cosas. Pero también pensaba en una cosa, en otra… y de momento siento a mi Señor, a mi Jesús que me decía: “Hija mía, tienes una visita.” Bueno, fue fuerte para mí… y he visto a Kateri Tekakwitha que se me acercaba, caminando así… y traía como varios niñitos y me dijo: “No preocuparte, mañana mismo resolverás todo y escribe ahora mismo y diles que vas, tienes que ir, debes de ir.” Y me digo yo, el Señor me lo ha podido decir, porque yo no me muevo si Él no me dice: “Vaya.” Pero ahí, yo comprendí realmente que era una alma santa. Me dijo otras cosas más, me dijo cosas muy bellas, muy hermosas de esta ciudad, de todas estas personas, me mostró muchas cosas, muchas cosas me hizo ver de cuando ella vivía… de sus niñas.

Fue algo tan grande que yo decía: ¿Señor, cómo es posible?, fue bello. Se los cuento porque me ha conmovido mucho y deseo… pídanle a ella también, porque las personas humildes que se dan así, como se dio ella, tienen un gran valor, un valor el cual los lleva a la santidad. Por ese valor que tuvo ella, y esa humildad, y sencillez y esa entrega, una entrega total a su Señor y a nuestra Madre es un alma que es santa y que seguirá derramando gracias en todos vuestros hogares.

Gracias, Marlene, que me ayudaste a amarla, me ayudaste porque me la enseñaste, me la llevaste… la imagen y la tengo en mi hogar, en mi casa, admiro a esa gran santa.

Pero quiero hablar de alguien, de este gran señor, del patriarca San José, el esposo de María, el padre adoptivo de Jesús. ¡Qué amor grande! Hoy es día suyo, 1° de mayo, San José Obrero, San José Trabajador, San José el carpintero, el humilde hombre que el Señor escogiera para hacerle compañía a María formando la Sagrada Familia de Nazaret.

Nuestras familias deben convertirse en familias de Nazaret reuniéndose los sábados, los domingos las familias con el rosario en mano, toda la familia, sábado o domingo – el que no pueda porque tenga un programa el domingo o lo tenga el sábado – pero uno de esos dos días. Yo se los ruego, van a recibir gracias inimaginables, reúnanse alrededor de su mesa, almuercen o coman en la tarde, en la cena como quieran, pero reúnanse, recen el santo rosario y pidan al Patriarca San José con María y Jesús, esa familia grande de Nazaret para que los acompañen. Que cada uno de la familia diga una oración, una plegaria, una petición y que hablen, que digan lo que sientan y ustedes verán que florecerán vuestros hogares como florece la primavera con las rosas más hermosas de la Madre Santa María, nuestra Madre María con su Niño Jesús bendito y con San José guiando sus familias, recogiendo sus muchachos para que no entren en un camino que no es el justo.

Hay que atraerlos de alguna manera con mucha comprensión, con mucho amor, con una gran docilidad humana para que así abran sus corazones, sus pensamientos y dejen el pecado, dejen aquello que les dañe el corazón y la mente.

Familias cristianas, yo las llamo – soy una madre – los hijos no los podemos dejar en manos de nadie, no, nuestros hijos tenemos que tenerlos juntos, unidos formando así la gran Familia de Nazaret en nuestra familia, creciendo y avivando la llama en nuestro corazón con la llama del Corazón de Jesús, del Corazón Inmaculado de María, ellos son los que reinan en todos los hogares del mundo, reinar, reinar en sus corazones y con el Patriarca San José.

Ahora, hermanos, para todos las gracias, para todos los sacerdotes, los religiosos pocos que han venido pero han venido, y también todo este pueblo maravilloso que espera confiado en los milagros de mi Madre, en los milagros de Jesús. Esperamos confiados, esperemos.

Cada uno se recoja un minuto siquiera y haga su petición con mucha humildad. Que toda esta asamblea reciba las luces de la fe y del conocimiento divino para vivir plenamente vida auténtica cristiana pudiendo vivir días de plenitud, de sol, del sol de justicia de Jesús que nos viene a salvar y abrigarnos por siempre en su Corazón por el Padre, que con el Espíritu Santo fortalecen y llenan nuestros corazones de amor para vivir vida nueva, una vida nueva, vida nueva.

Ahora voy a terminar, pero antes quiero recomendarles, cuando lleguen a sus casas oren con el corazón y con la mente, diciendo:

  • Gracias, Señor, porque nos has resucitado Contigo realmente en esta noche. Resurrección, vida nueva.

Restando atrás en el pasado todo aquello que turbaba vuestras almas, vuestros corazones; vuestras mentes restando abiertas a la gracia del Espíritu Santo para que el Espíritu santo los ilumine y los llene de fortaleza, entendimiento para entender realmente qué quiere Dios de cada uno de nosotros y a qué los está llamando y cómo deben de vivir y qué es lo que desean realmente, para que ustedes puedan sentirse llenos por dentro de ese amor que Él transmite, el Señor de los señores, el Padre Nuestro, en su Divino Hijo y el Espíritu Santo, con María Virgen y Madre de la Iglesia.

Ahora, les ruego algo que deben recordar, la Virgen Santísima María Reconciliadora de los Pueblos se presenta en Betania para reconciliarnos, porque sin reconciliación no puede haber paz en el mundo. Ella sigue presentándose en todas partes del mundo para aliviar las cargas de sus hijos sacerdotes y de todo el Pueblo de Dios. Pero recuerden: Debemos reconciliarnos, porque la reconciliación nos devuelve la paz, la armonía, la unidad del género humano que es la base primordial por la cual Jesús vino a la Tierra, para unirnos a todos, y salvarnos con su preciosísima Sangre dando su vida y dando de Sí el ejemplo vivo de Cristo Resucitado. Hemos resucitado con Él en esta noche.

Gracias a todos.

Dios los guarde.

Gracias para todos los que me han acompañado, los que me han traído aquí, para todos, gracias, estoy agradecida, muy agradecida.

Que Dios los guarde.

“En el Nombre de mi Padre, Yo los bendigo, hijos míos.

En el nombre de mi Madre, Yo les curo del cuerpo y del alma,

y les guardo aquí en mi Corazón, les guardaré, les guardaré, les guardaré aquí en mi Corazón desde hoy y para siempre.”

Que la paz sea con vosotros, que la luz del Espíritu Santo ilumine sus almas. Están en paz y en armonía con el mundo entero.

  • Ave María purísima, sin pecado original concebida.

(Los sacerdotes le hacen entrega de un regalo a la Sra. María Esperanza.)

Estoy conmovida, Padre, muchísimas gracias, estoy muy conmovida.

Gracias a todos vosotros; Michael Brown, gracias también que me ha dado mucho aliento, mucha fortaleza, gracias, Michael con tu familia tan bella, con ese otro ángel que viene y con tu esposa tan bonita, tan buena, gracias para ustedes; y gracias a toda esta comunidad; a Marlene; y al Padre Alberto.