Discurso de la sierva de Dios María Esperanza de Bianchini
Iglesia Mount Claret
Miércoles, 3 de mayo de 1995
Buenos días a todos, a nuestro señor obispo, todos los prelados que lo acompañan, todo este pueblo de dios reunido aquí.
Gracias, muchas gracias a mi señor y a todos ustedes por poder estar aquí y compartir esas gracias que descienden del cielo.
Antes de seguir adelante recemos el ángelus.
- En el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo. Amén.
- El ángelus.
Gracias, señor, respetado clero, usted es un obispo de un gran corazón abierto para todos sus hijos para guiarlos hacia la luz del nuevo amanecer de jesús. ¡oh nuevo amanecer de mi señor, qué grande es tu corazón que viene en busca nuestra en los albores de un día de sol resplandeciente para abrir ese corazón, uniéndolos a todos nosotros para dejarnos allí reposar!
¡Oh pueblo de dios, es tu señor que viene en busca vuestra para despertar las conciencias, aquilatar la fe del conocimiento divino de un dios en perfección que desea que todos sus hijos se salven! Salvarnos es su más cara ilusión, salvar a todos de todas las clases sociales de todos los pueblos, de todas las castas, religiones, fe, a todos unidos en un sólo corazón para que podamos cantar el aleluya de aquel gran día cuando nuestro señor resucitó. ¡oh resurrección, vida nueva para todos nosotros!
- Ven, señor jesús, hazte sentir en el corazón de todas estas criaturas que vienen en tu busca para alimentarse con tu cuerpo místico y divino que ha de alimentarnos a todos para siempre, porque sólo tú, señor, puedes darte allí en la eucaristía cuando tus hijos te alzan en sus manos para perdonar los pecados del mundo y alimentarnos. ¡qué alimento hermoso! Es el alimento que fortalece las almas y nos hace sencillos, humildes como los niños inocentes.
qué hermosos son los niños inocentes, qué bello es un niño que solamente sabe decir: “¡mamá!, ¡papá!” Qué bella es la familia; que don hermoso nos ha dado dios… formar la familia.
¡Oh familias, dad de bebed al sediento pensando que vuestros hijos crecerán con el agua divina que nos trae la madre santísima con sus aguas de lourdes, con las aguas de betania y de todas las apariciones donde ella se ha hecho sentir!
¡Oh madre mía, madre sin igual, no hay otra como tú, maría, la dulce maría, la sencilla mujer del calvario, qué dolor tan inmenso al ver a tu hijo clavado en una cruz con unos clavos punzantes que atravesaron su carne viva!
¡Oh señor, y todavía hay quienes te niegan, señor! Toca el corazón de los hombres fríos que no te conocen, señor. Dales la esperanza de convivir todos unidos. Todos… hermanos separados, venid en busca del señor con vuestros hermanos que les abren los brazos para unirnos en un sólo corazón, allí refugiados en el corazón de cristo, en el corazón inmaculado de maría; porque es maría la que en estos tiempos se está presentado en distintas partes del mundo para que el hombre despierte y se dé cuenta realmente de que la madre de dios, es la madre nuestra que nos viene a señalar rutas y caminos de luz, de paz, de serenidad.
Qué hermosa es la serenidad y sentirnos en los brazos de maría con esa serenidad suya que nos llama a la contemplación, a la oración, a la meditación, a la penitencia, a la eucaristía.
Es la eucaristía el banquete que nos espera hoy, señor. Qué hermoso es sentir, señor, que llegas a nosotros a abrigarnos para sentirnos llenos por dentro y nuestra alma entra en quietud, en serenidad y la alegría de los ángeles celestes que cantan todos en coro para decirnos: “la madre de dios, maría, convive entre vosotros y ella les señala el puerto de la salvación.”
Nuestra salvación… la salvación del hombre, de la mujer, del niño inocente, del anciano encorvado por los años. Es maría la salvación de estos tiempos. Jesús le dice: “madre mía, toma el cetro, ayúdame a conquistar las almas, los corazones.” ¿qué vamos a hacer, madre, sin tu mirada dulce y suave, esplendorosa para ayudarnos a sobrevivir los días tristes que se están viviendo en el mundo? Pero vendrá la paz en medio de guerras y atropellos de los hombres pecadores, porque es la paz lo que necesitamos, porque sin reconciliación no puede ver la paz.
He aquí, porque maría, mi madre santísima, se presentara en betania el 25 de marzo de 1976. Fue un día inolvidable para mi alma… una pobre mujer como cualquier otra madre con hijos, con nietos, con familia. ¡ay, madre, cómo te agradezco aquel día tan hermoso que me diste y cómo quiero compartirlo con vosotros! El perfil hermoso de sus labios, el candor de su rostro, de su pelo tan hermoso y tan bello. Qué luz, que gracia, señor.
Me emociono porque realmente son recuerdos que han quedado grabados en mi alma y me es difícil olvidar las cosas bellas por las que he vivido y estoy viviendo. Sí, hermanos míos.
Monseñor, gracias por sus palabras. Gracias a todos vosotros los cuales me invitasen para venir aquí a convivir con vosotros. A todos vosotros agradezco infinitamente vuestras atenciones y calor humano en convivencia espiritual.
Qué bella es la convivencia cuando nos entendemos, cuando logramos finalmente convivir y sentir realmente la evangelización, porque es evangelización lo que piden estos tiempos para llegar a reconciliación de los pueblos y naciones sintiendo que tu hermano vecino es tu amigo verdadero, un amigo del alma, un hermano del corazón.
Tenemos que unirnos a como dé lugar; ya ven, vosotros, nuestro santo padre, nuestro gran papa de estos tiempos, el papa amoroso de sus hijos, como ha ido de un lugar a otro a llevar la palabra, la palabra del señor con humildad, con sencillez, con desprendimiento, dándose a todos, recogiéndolos a todos. Qué humildad la suya. Amemos a nuestro santo padre, pongámonos en oración continua para que dios le prorrogue la vida y pueda así finalizar de cumplir su misión cuando sea el momento que el señor lo llame, pero en estos momentos lo necesitamos.
Ruge el hombre, el pecado está delante, las turbas unas a otras tratan de monopolizar al mundo, pero no, no puede ser así. Hay un representante de cristo, cristo en él, él en cristo jesús salvador del mundo y hay que darse cuenta de que hay que defender los derechos de esa iglesia santa, apostólica, romana, universal con bases y cimientos firmes donde el mal no puede entrar… no pueda entrar y si se está colando por alguna partecita abierta… ¡fuera, todo aquello que no sirve! Y digo que no sirve por aquellos que apestan y dañan el corazón de la juventud, el corazón de esa juventud jubilosa que crece… hay que defenderla a como dé lugar.
Tenemos que pedir muchísimo por nuestra juventud para que no se pierda. Madres, padres de familia, salven a sus hijos no los dejen a la deriva por allí en busca de placeres y de cosas que no son las lógicas en una familia honesta y digna. Por favor, no los dejen, téngalos cerca, ayúdenlos a crecer con el valor del soldado que de pie se conserva firme en su puesto, digno y verdaderamente, con un corazón abierto que palpita por jesús de nazaret, jesús el maestro, jesús el gran confesor, jesús el sumo sacerdote, el ministro que conduce el corazón de todos sus hijos, de los que claman:
- Jesús, ven a mí.
- Jesús, yo confío en ti.
- Jesús, sangre y agua, ven, purificamos con esa agua y con esa sangre, báñanos para que así podamos todos sentirnos libres de los pecados del mundo.
Sí, somos pecadores, pero tenemos que tratar de mejorar nuestra vida interior, mejorar los lazos con nuestros hermanos, lazos fraternos, amigos, un lazo muy grande, el lazo del amor que nos une a cristo y a su madre con nuestro padre eterno de los cielos y el espíritu santo que está soplando en todas partes del mundo para iluminar al hombre, para que razone y piense: “tengo que servir y no ser servido.”
Servid en continuación, a como dé lugar porque jesús sirvió y sigue sirviendo. Él está de pie y firme, esperándonos a todos a que entremos a la gran arca que nos ofrece para que podamos vivir acunados todos allí con el corazón inmaculado de su madre.
¿Hermanos, los enfermos, qué es lo que mi jesús no puede hacer? Lo puede todo. ¿qué es lo una madre no puede hacer? La madre hace todo para aliviar sus cargas, para ayudarlos a caminar, para serenar su espíritu, para abrigarlos en su corazón con la llama y con el fuego de jesús, ese hijo, ese gran hombre que nos viene a salvar en estos tiempos. Sí, él sigue allí en la eucaristía esperándonos a todos y todos tenemos que llegar a la eucaristía.
Por favor, que haya una buena confesión. Es la confesión tan necesaria para ser perdonadas nuestras debilidades, nuestros pecados, nuestras pequeñeces de la vida diaria; y es la comunión el alimento frugal, hermoso que nos ha de alimentar para siempre.
Y ahora, a todos, debo finalizar para que la santa misa podamos disfrutarla con las gracias del espíritu santo y que todos los enfermos sean aliviados, otros sanados y en fin, cada cual salga renovado su sangre, su cuerpo, sus células, sus huesos, su mente abierta a la gracia, su corazón lleno de amor, todos, absolutamente todos, nuestros miembros renovados por la fe del conocimiento de que existe un dios en perfección y que nada lo detiene ante un hijo que le pide: “padre, aquí estoy; aquí estoy, padre; aquí estoy.” Su hijo divino, jesús.
- Tú que curabas a todos, cúrame a mí, sáname, alíviame, fortaléceme para poder seguir tus pisadas e ir junto a ti, señor. Yo sé que, quizás, no lo merezco, pero tú eres compresión, verdad, amor, amor. Mucho amor das tú, esperamos tu amor en este día para todos, para nuestros obispos, nuestros sacerdotes.
Que este lugar, toda esta ciudad, todos reciban la gracia del espíritu santo en sus hogares, en sus familias, en todos los sectores, todos los más pobres y necesitados, en todas las familias cristianas para que haya paz, armonía y la alegría del corazón, la alegría del niño inocente que ve a sus padres y le dice: “padres, estoy feliz; jesús convive entre nosotros; maría, la madre de cristo está aquí conmigo, ella viene a salvarnos y él viene a redimirnos de nuestros pecados.” Jesús, quédate entre nosotros.
Le doy las gracias a todos; y que dios los bendiga, los guarde y les ayude cambiando sus corazones y viviendo una vida en cónsona con nuestra iglesia… hijos de dios. Gracias; y gracias a vos, monseñor, porque yo sé que a usted el señor lo ha escogido para una gran misión que ha cumplido a cabalidad y que seguirá adelante firmemente convencido de servir a sus hermanos en su nombre. Ese señor derrama gracias infinitas sobre de esos hijos que lo siguen, que lo aman, que lo sienten.
Gracias a todos. Que en esta parroquia de santo tomás, las gracias desciendan sobre de ella para convertir multitudes, muchas almas se conviertan en estos días y en los días venideros; muchos que están por entrar y que no han entrado, que entren, hijos míos, que aquí está el señor esperándolos con los brazos abiertos.
Dios los guarde y los bendiga.