Asís, Umbria, Italia

Palabras de la sra. María Esperanza de Bianchini a un grupo de norteamericanos y venezolanos
Capilla Santa Catherina dentro de la Iglesia de Asís
Sábado, 19 de noviembre de 1994

  • En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Recemos el Ángelus.

  • El Ángelus.
  • Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a vos.
  • Gloria.

Buenas tardes a todos.  Gracias por esta invitación tan hermosa que me hiciesen todos vosotros: Drew, su padre, su mamá y toda la comunidad de vuestra tierra hermosa y bella, pues, la quiero mucho, la siento en mi corazón profundamente y aún más grande… ¡Asís!,  la tierra de mi Seráfico Padre San Francisco que ha sido para mí un guía de esperanza y de ilusión para acercarme cada día a mi Señor, para recibirlo y sentirme confortada para poder seguir adelante con la Cruz, nuestra Cruz, la Cruz de Jesús, la que llevara San Francisco con tanta humildad y generosidad de corazón.  Él renunció a todo.

Yo quise hacerlo en mi juventud, pero Jesús me llamó al mundo a enfrentarme con el hombre… con la humanidad, y aquí me ven como esposa y madre, y yo hubiese querido estar joven del alma: casta, pura y virgen.  No es que me duela haber sido madre, ¡no!; me siento feliz, pero mi contextura espiritual me reclamaba vivir de rodillas ante mi Señor.

Entonces, aquí estoy en un servicio continuo por nuestra Iglesia que amo tanto; una Iglesia robustecida, llena de amor para compartir con todos sus hijos y con un Santo Padre, Juan Pablo II que en estos momentos está sufriendo tanto.  Unámonos a él, oremos por él, vivamos vida Eucarística.

El mundo necesita conversión total para que así podamos seguir a San Francisco pudiendo todos, conservándonos limpios de cuerpo y alma, llevar una vida en cónsona con esa Iglesia, aquella Iglesia por la que renunciara al mundo, con todos nuestros sacerdotes y religiosas, y  con todos los que se están dando en continuación para dar luz a todos aquellos que necesitamos de su vida espiritual porque el sacerdote es el pastor que conduce a las almas y las enseña a convivir con sus hermanos y a vivir vida ejemplar, digna de un cristiano, de un católico verdadero.

Entonces, estamos aquí para darle las gracias a mi Seráfico Padre San Francisco y para pedirle con mucha humildad que seamos generosos y compasivos con nuestros hermanos los pobres y necesitados.

Pero hay algo importante que es la vida del Santo Padre. Él resplandece luz, es como un resplandor vivo y de su corazón brota el amor; es la llama y el fuego de Jesús que lo tocó y él nos lo está dando a todos nosotros, entregándose para poder salvarnos a todos, salvar este siglo que agoniza por su amor, por su bondad, por su generosidad y compasión hacia su pueblo, Pueblo de Dios.  Todos somos Pueblo de Dios, démonos las manos todos, unámonos en un solo corazón y ofrezcamos nuestras oraciones, meditación, penitencia y Eucaristía por la salud del Santo Padre para que así siga resplandeciendo en el corazón de todos sus sacerdotes y religiosas y todas las comunidades religiosas de hombres y mujeres que se están levantando como laicos a convivir con esa Iglesia unidos al Santo Padre, que es nuestro Padre que el Señor nos ha dado en estos tiempos para que asimilemos realmente la doctrina que Nuestro Señor Jesucristo nos legara.

Gracias.