Discurso de la sierva de Dios María Esperanza de Bianchini
Iglesia Saint Paul
Sábado, 26 de febrero de 1994
… particular de mi Señor Jesús, Señor mío, valiéndote de estos hijos maravillosos que han dejado en mi corazón la esencia de tu amor divino.
Gracias, Señor, y gracias a ellos que te sostuvieron en sus manos, en lo alto exhalando un suspiro grandioso que llegó a todos los corazones para aliviar todas nuestras cargas o debilidades que tengamos, para salir adelante firmemente convencidos que Vos, Señor Jesús, convives entre nosotros con tu Santísima Madre María, Virgen y Madre de la Iglesia, Madre nuestra, Madre de toda la humanidad. Te estás dando en estos tiempos como Madre Reconciliadora de todos los Pueblos y Naciones para llamar a todos tus hijos a la Reconciliación que es la base primordial de todo cristiano, de todo ser que desea, realmente, cumplir con los preceptos de la Santa Madre la Iglesia, nuestra Iglesia Santa. Una Iglesia que yo amo tanto, una Iglesia que fortalece a todos sus hijos presidiendo allí, en San Pietro, en su cátedra grande, fuerte, poderosa con cimientes profundos a toda la cristiandad.
Comienzo por decirles: Pidamos por nuestro Santo Padre, Juan Pablo II que se está dando en todos los lugares de la Tierra, recorriéndola todos estos años de su papado reinante para ir en busca de todos sus hijos para salvarlos, para ayudarlos a caminar mejor en la vida, llevando su palabra espontánea, natural y milagrosa, diría yo, porque él toca los corazones, renueva la fe y con su humildad conquista todos nuestros corazones.
Les digo pidamos por él porque necesita vida sobrenatural para seguir adelante conduciendo la barca de Pietro. Es una barca donde todos podemos caber, donde a todos se les acoge para que se levanten y desde allí sigan llamando a todos sus hermanos para que todos entren conducidos por el Papa de estos tiempos de los tiempos tan difíciles para todos nosotros del Pueblo de Dios.
¡Oh Pueblo de Dios, pueblo bendito que vienes en busca de tu Señor, sigue adelante, no te canses! Vengan todos, que todos tienen derecho a entrar a la casa del Santo Padre, el Papa. Es la casa de todos donde todos podremos prepararnos y vivir el Evangelio porque los tiempos requieren la evangelización, ir en pos del hermano, ir en pos de los pequeños niños inocentes, de los pobres que muchas veces no tienen un pedazo de pan para llevarlo a su boca. ¡Cuántas criaturas inocentes se pierden! Cuántas almas están sufriendo todo el día un desajuste espiritual del alma porque la sociedad se está contaminando con una serie de cosas desagradables para el corazón de los hijos de Dios, de los que sienten a su Dios, de los que aman a su Dios y siguen las normas de esa doctrina grandiosa que nos legara Jesús.
Hermanos, respetables sacerdotes, qué hermosa es la vida del sacerdote, qué grande es Señor, no hay descanso: la Eucaristía y una meditación continua desde el amanecer con el rosario en mano. He allí, la labor grandiosa y profunda; ¿y nuestras religiosas? ¡Qué hermoso es ser una religiosa! Yo quería seguir a mi Seráfico Padre San Francisco. ¡Oh franciscanos!, y todas las congregaciones del mundo que se dan en cuerpo y en alma a Jesús en todos los sagrarios de la Tierra, allí pidiendo misericordia para todos.
He venido aquí porque mi Señor me ha traído, porque mi Madre lo ha deseado, porque ella desea la reconciliación entre pueblos y naciones para que cesen las guerras y no se siga contaminando este mundo de los mundos, contaminado por un mundo de pecado que casi lo tenemos a los pies. Hay que detenerlo con nuestra oración, con nuestra meditación, con nuestra penitencia, con nuestra Eucaristía a manos llenas a algún pobre, a los hospitales, a los necesitados, a los que más lo desean. Cuántas madres esperan que alguien toque a su puerta para alimentar a su hijo. En los hospitales, cuántas siervas del Señor atienden a los ancianos.
¡Qué bello son los ancianos! Yo amo tanto a los ancianos porque amé tanto a mi madre que me dio la vida, que Dios me la tenga en el cielo porque me enseñó a amar a la Virgen Santísima bajo la advocación del Carmelo. Cuántas cosas en mi crecimiento, cuando me fui haciendo mujer, cuántas cosas pasaron, pero siempre estuve al lado de mi madre, después me case para cumplir con la voluntad del Señor y atender a su llamado.
Bueno, hijos, la Iglesia es como un árbol con sus ramas fuertes, con hojas verdes de esperanza que llenan el corazón de juventud en ese árbol, tomando los frutos porque sus padres los están enseñando, les están prodigando y dando amor, los están educando y enseñándoles la doctrina de Jesucristo, mi Señor Amadísimo que tanto desea que seamos realmente católicos, cristianos como es debido, cumpliendo con los mandamientos de la Ley de Dios, cumpliendo con las reglas instituidas como la gran Familia de Dios, la familia cristiana de todos los tiempos y que sigue audazmente adelante, sin perder tiempo, tratando de llegar a los corazones de aquellos que no tienen fe.
Justamente, es a ellos a quienes hay que tocar: a los fríos, a los tibios hay que rescatarlos, hay que darles amor, amor solidario, ese amor cristiano, ese amor que es la ley de un Jesús Redentor de Almas, Salvador del Mundo, vida nueva para todos sus hijos, o sea, hermanos menores porque nosotros todos somos hermanos menores de Jesús, aún siendo un Gran Señor, Hijo del Padre quien lo escogiese para salvarnos a todos derramando su Sangre en la Cruz, aún así cada viernes de la semana Jesús se ofrece incondicionalmente derramando su Sangre para bañar y purificar nuestras almas, las almas de sus hijos, hermanos menores. Somos como hermanos menores de Jesús y Él nos enseña que debemos reconciliarnos, darnos las manos. No bastan grandes cosas, son pequeñas cosas de la vida diaria, una mirada a alguien que veamos triste, un apretón de manos, una sonrisa, una palabra: “Ven, hermano, ¿qué tienes?, ven a mí, yo voy a hacer un poquito por ti.” Ello es lo que el Señor nos está pidiendo: La familia cristiana, la familia de Dios, una familia identificada con esa Iglesia Santa, esa Iglesia completamente maravillosa, grandiosa, única en la historia del hombre. Cristo con su Iglesia, Cristo aceptando a todos los hermanos separados para que nos unamos.
En estos tiempos, justamente es cuando comenzamos a darnos las manos. Ya los veis, el Santo Padre el Papa, el Vicario en la Cátedra de Pietro, con Cristo, mi Señor, él está dando las manos a quienes lo negaron, a Israel. Qué gesto tan hermoso, qué gesto… hay que pensarlo. Y pensar que negaron al Señor y él con humildad les ha abierto las puertas de su Iglesia para que ellos entren definitivamente a encontrarse con Jesús. Ello es un paso gigantesco que envuelve a toda la cristiandad en un solo corazón con la responsabilidad de que todos unidos podremos quitar las barreras que nos separan de aquellos que despreciaron a mi Señor Jesús.
Esto es algo que todos nosotros debemos pensar, esto ha sido un salto mortal con la ejecución de una gracia grandiosa del cielo para determinar que Cristo Jesús es el Salvador del Mundo y quien lo acepte a Él será lleno de gozo espiritual, de esperanzas de un futuro mejor y de una condición humana con un corazón que seguirá las inspiraciones del Señor, o sea, que va entrar a un mundo donde no existen ni ricos ni pobres, ni feos ni bonitos, ni negros ni blancos, todos por igual.
Jesús quiere que nos unamos todos y se está valiendo de Juan Pablo II, nuestro Pontífice que está barriendo con todo aquello que ha podido detener la marcha de la unidad. Esa unidad será la base de que todas las otras religiones se conviertan, por supuesto, cada uno en lo suyo, pero aceptando a Jesús como Hijo de Dios, el Prometido, el Señor de los señores, el fuerte, el noble, el Pastor de almas que nos viene a pastorear en estos tiempos y que se vale de su Madre, María Virgen y Madre de la Iglesia para presentarse en varias naciones. Ya lo ven vosotros en cuántas partes se está presentando la Virgen como por ejemplo: Medugorje. Es un hecho en Medugorje que mi Madre vino allí. ¡Oh María, Madre de la Paz!; y así otras naciones. Se está presentando.
Ya veis cuánto está sufriendo Medugorje, cuánto están pasando los niños que se han convertido en jóvenes crecidos. Cuántas cosas han pasado. Los sacerdotes que allí estaban, unos están todavía viendo que se extiende la guerra. Unas monjas que yo conozco allí están, viviendo con su pueblo el dolor y el llanto de aquel desastre tan grande que se está sucediendo todavía. Pidamos por Medugorje, pidamos por esa obra bendita que Dios ha concedido especialmente a Estados Unidos porque aquí se movilizaron y fueron al llamado, al encuentro del llamado de nuestra Madre, y pidamos por todas aquellas almas que están trabajando para ayudar a los que sufren en el lugar del combate.
Hermanos, todos aquellos presentes aquí, no esperen de mí nada de aquello que pueda decirse: Qué ilustrada la Sra. María; no. Es una pobre mujer que ama y siente a su Señor, que ama y siente a su Madre; y, que ama a todos sus hermanos de la Tierra sin condición alguna. Es amor, y es amor lo que me tiene aquí agradeciendo infinitamente a Sister Carol y a todos vosotros que estáis aquí, que han contribuido realmente con la Casa de Dios, la casa de mi Madre amplia, llenos de luz y de verdor, y todo ello produce en mi alma deseos de cambiar, de mejorar mi vida interior, cada día más entrega, ello es lo importante, tratar de mejorar y de seguir adelante con los deseos de servir, de servir, servicio continuo sin cansarse, sin cansancio alguno; aunque estemos cansados no decir no nunca. No se pueden despreciar a las personas. Con una mirada, un toque de mano, una palabra, cuántas almas podrían salvarse, cuántos seres podrían reverdecer como reverdece la primavera con sus flores bellas y hermosas, porque las almas necesitan vida nueva y esa vida nueva se obtiene con un espíritu solidario, con la esperanza, con la confianza del justo porque son los justos los que realmente tienen el derecho de reverdecer.
Es muy hermosa la cultura, la preparación siempre y cuando somos genuinos, como somos. Abran y sientan el fuego maravilloso de Cristo, Él con su Corazón abierto para que todos podamos entrar.
Hermanos, yo sé que hay enfermos; yo no soy nada, pero hay una Madre, hay un Hijo Divino, ese Hijo Divino Jesús sana a los enfermos, los ciegos, los leprosos. Jesús todavía, como les dije al principio, convive entre nosotros; no podemos desaprovecharlo porque se está dando, Él se está ocupando de aquella época a estos días.
Esta es la hora en que Jesús levanta su mano derecha y le dice a su Madre: “Levántate, Madre, vamos en busca de mis hermanos y tus hijos, Madre, hay que curar, hay que seguir aliviando, hay que seguir dando, Madre, para que mis hijos se levanten, mis hijos católicos de mi Iglesia santa amada, donde puse mis fundamentos con Pietro.
Todos los que han venido de corazón, se van a aliviar, van a sentirse bien, no solamente por el cambio espiritual que es la base primordial de un católico. Digo católico porque nosotros somos católicos y debemos ser muy correctos y muy amantes de esa Iglesia que sana, donde todos sus hijos van en busca del aliento, de la fuerza, del amor, de la condición del hombre o mujer que necesita de la energía divina para trabajar con sus parroquias, con sus Iglesias, con los seminarios y jóvenes.
Cuántos seminarios están sufriendo, tantos jóvenes sin saber qué hacer. El Señor viene a rescatarnos de los corazones negativos e incrédulos que están dañando a tantos jóvenes. Y he aquí, el porqué las familias, muchas familias se están desintegrando.
Es por ello que el Santo Padre en estos momentos está lanzando la familia; y digo a la familia porque él quiere que la familia sea reajustada. Es necesario seguir a los hijos, no dejarlos solos, es ayudarlos a crecer con las condiciones de un verdadero hijo de Dios, de un hijo de María de Nazaret, de un hijo de esa Iglesia para que no sigan otras comunidades que han surgido por la falta de fe, de confianza y falta de amor.
Tenemos que dar mucho amor; sin amor las obras no pueden seguir adelante, es amor, es consideración, es el respeto a cada uno, respetarse todos y ayudarse como se pueda, uno al otro. Es por ello que yo deseo que ustedes puedan comprender que no hay nada más grande que la familia, nuestro hogar, nuestros hijos, nuestros seres queridos… con la abuela, con los nietos. No sabemos qué día vamos a partir…