Discurso de la sierva de Dios María Esperanza de Bianchini
Saint Martin’s College Pavilion
Sábado, 22 de octubre de 1994 10:30 a.m.
- El Ángelus.
- Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a vos.
- Gloria.
Buenos días a todos. Doy gracias a nuestro Arzobispo de su presencia entre nosotros ayudándonos para poder vivir en cónsona con nuestra Iglesia católica, apostólica, universal. Es la Iglesia romana donde tantos seres dieron sus vidas por Jesús, por la fe que llevaban dentro y en estos momentos nuestra Iglesia Santa y toda la comunidad cristiana está de pie y firme para seguir el camino que nos conduce a Sion.
Es la hora del despertar; el despertar de un Pueblo de Dios que anhela justicia social, amor, preparación y cultura. Tenemos nosotros que aprender de nuestros pastores, especialmente de nuestro Vicario, el Santo Padre, Papa de Roma, Juan Pablo II. ¡Qué gran Papa tenemos nosotros! Que está dando su vida, que nos está llamando a todos, que nos está indiciando el sendero mejor para encontrarnos todos unidos en un solo corazón. Cuánto está haciendo de un lugar a otro para ganar las almas, enternecer los corazones y hacerles comprender cuán grande es el amor de Jesús que dio su Preciosísima Sangre para salvarnos y hacernos mejores en la vida cumpliendo con nuestros deberes como cristianos; y de María la Madre del Señor, Nuestra Madre Bendita, la pureza, la más pura de todas las mujeres, María de Nazaret, la Flor del Carmelo, la Violeta Silvestre de Nazaret.
¡Oh María, oh azucena blanca, inmaculada! Cuánto te amo, mi Madre y cuánto deseo que todos tus hijos te sientan y vayan en pos de tus pisadas sublimes, como diría yo, porque te vamos siguiendo y tú vas subiendo toda coronada de majestad sencilla y sublime. Bendita entre todas las mujeres.
¡Oh María!, miras este pueblo, este pueblo que clama amor, fidelidad y aprendizaje; y tú nos vienes a enseñar con Jesús. Es Jesús, el Maestro de los maestros, el Abogado, el Defensor, el Cristo Resucitado que nos ha bañado con su Sangre y después a los tres días se levantó del sepulcro para subir a los cielos dejando una estela de luz y de conocimiento al hombre para que viviesen vida real, una vida sencilla y una vida honesta; y digo sencilla porque realmente tenemos que vivir una vida en cónsona con Ellos en Nazaret.
Es por ello, que yo os quiero decirles una cosa. No es lo que se ve por fuera, es lo que va por dentro; cómo vivimos en nuestros hogares, con nuestras familias, unidos, compartiendo el pan en la mesa todos sentados con el padre, con la madre al frente. Es la familia, la familia de Dios, la familia universal, la familia que se mueve y que camina, los hijos que van a la universidad, a sus colegios los pequeños y en fin, una familia que crece para encontrar su verdad, la verdad de un Jesús, de una Madre y de un Patriarca San José, protector de las familias, para dar enseñanzas de que la familia es la familia real de Jesucristo y su Madre. Son Ellos los personeros que nos indican a seguir adelante viviendo el Evangelio.
Estos tiempos claman: ¡Evangelización! Tenemos que prepararnos y aunar fuerzas todos para vivir el Evangelio, no importa cómo lleguen las personas, de donde vengan, cómo están, no; lo importante es tenderles las manos y ayudarlos con la carga. Todos tenemos nuestras cargas, nuestros problemas, nuestras preocupaciones, nuestras enfermedades, nuestras angustias de la vida diaria cuando las familias especialmente son grandes, una familia con muchos seres, con muchas personas, pero tenemos que reponernos de todas esas inquietudes familiares y de los problemas naturales de cada persona para poder asimilar la bondad de la Sagrada Familia en ayudarnos y enseñarnos lo que significa el valor de un amor suyo, ese amor que nos están dando para poder concebir realmente en nuestros corazones la llama y el fuego de Cristo Jesús.
Es Jesús, aquel niño que un día su Madre y José encontraran en el Templo hablando con los Doctores de la Ley. Estaban por las calles de Jerusalén y cuál es Su sorpresa: el Niño desaparece. María… su Corazón… “Oh, Señor, qué dolor, mi Hijo, ¿dónde está?” Ve a José: “Ay, José, ¿qué se ha hecho el Niño, dónde está?
¡Oh momento doloroso de mi Madre! Yo creo que ese es uno de los dolores más grandes de María. Créanlo porque un niño infante que se le pierde a uno, ¡ay qué dolor tan grande! Y luego Ellos lo buscaron por aquí, por allá cuando lo encontraron hablando con los Doctores de la Ley. ¡Oh Jesús, qué sublime, qué Niño inteligente, qué maravilla! Ellos se quedaron sorprendidos. Aquel Niño suyo era un Dador de Vida. Comprendieron la majestad suprema del Padre en aquella Criatura inocente que estaba revelando a los Doctores la belleza, la grandeza de la evangelización. Jesús en ese momento comenzó a evangelizar, comenzó a ganar corazones, comenzó a tocar las almas y aquellos grandes maestros, sacerdotes de esos tiempos.
Entonces, tenemos que meditar sobre la vida de Jesús, desde su nacimiento, su edad de doce años, su crecimiento. Seguirlo pasito a pasito, cada día. ¡Qué bellos son los Evangelios! Son un hermoso recuento de maravillas que llegan al corazón: San Juan, San Marcos, San Lucas y San Mateo. Es la belleza del Evangelio, las cosas que pasó el Señor. Cuántas cosas pasó Jesús en la vida y así sucesivamente, aquel pasaje hermoso, triste al mismo tiempo que yo recuerdo y que vivo cuando le dijo a su Madre: “Tenemos que separarnos. Mi Madre, tengo que ir en busca de quienes me están esperando para llevar el Evangelio, para llevar mi Palabra, Madre. Siento tener que dejarte, mi Corazón sufre. Ay, Madre, qué dolor! Yo no quería separarme de Ti, pero ha llegado el momento porque debo preparar a aquellos que me han de seguir para llevar al mundo la salvación de todas las familias del mundo, de todos aquellos que desean servir a su Señor, al Padre mío.”
Y qué despedida. Hay que pensar en ello también. Son pasajes que hay que recordarlos de la vida íntima, familiar. Son esas cosas cuando tenemos que separarnos de nuestros hijos; como por ejemplo, en este momento cuando vine aquí se tuvo que quedar mi hijo y otra hija, mi amada Esperancita que me ha ayudado con la carga, por los hijos, el colegio y también porque una de las niñas había sufrido hace poco una gravedad. Fue un gran milagro de mi Señor y de mi Madre. Sentí en el corazón cuando venía: Ay Señor, dejarlos, que la niña esté bien, que no me le pase nada, Señor. Parece una cosa tan tonta como esa, diríamos así, pero no es tonta porque gracias a Dios está mejor.
Es el desprendimiento de tener que olvidarse de ello, por el pensamiento de llevar el Corazón de mi Madre a todos sus hijos como ella me lo ha pedido en Betania el 25 de marzo de 1.976, diciéndome: “Hijita mía, mi Corazón os di, mi Corazón os doy y mi Corazón os seguiré dándoos para siempre. Hijita, levántate y camina, no te detengas. Piensas en tus años, no hija, no, podrás hacerlo. Yo te daré fuerzas para ir de un lugar a otro a llevar mi mensaje de reconciliación para que todos los hijos de la Tierra, nuestro planeta amado que el Padre escogiese, sea salvado. Sí, hijita, en estos tiempos de grandes calamidades hay que ir. Todas aquellas almas que se levanten también, los que puedan acompañarte. Será una hora difícil la que se avecina: guerras entre hermanos, situaciones difíciles, incomprensiones, enfermedades incurables por las pasiones malsanas y tantas cosas tan tristes.”
“No te importe, no piensas en la preparación, no, hijita, no. Es necesario una persona prepararse hasta un cierto punto. La cultura es muy hermosa, pero yo me valdré de ti. No importa hijita, sigue mi voz, sé humilde, sé sencilla, abre tu corazón a tus hermanos. No importa lo que puedan pensar, lo importante es que algunos reciban la Gracia, y esos algunos se conviertan en todos y esos todos en un solo pensamiento: ‘Tenemos que salvarnos a como dé lugar.’”
Es por ello que yo deseo, hermanos, hablar con vosotros. Tenemos que unirnos, tenemos que perdonarnos, tenemos que soportarnos y tenemos que realmente tomar decisiones fuertes y firmes en estos momentos. Yo siento a Estados Unidos en mi corazón. Lo siento porque me han tendido las manos para ayudarme con la carga y para ayudarme a que yo viniese aquí y a tantos lugares donde he ido ya hace algún tiempo.
Entonces, yo los invito a algo más grande: a la oración, a la meditación, la penitencia, la Eucaristía. La Eucaristía es mi alimento diario desde los 7 años cuando recibí mi Primera Comunión. Todos los días de mi vida, ¡oh, Señor Jesús!, y en mis gravedades cuando los doctores decían que ya no viviría yo pedía la Comunión. ¡Ay, qué refrigerio, qué alimento hermoso, que manjar maravilloso!
Ay, Jesús, yo quiero que nunca me faltes. Llenas todos los vacíos de mi corazón y me los has llenado ahora mucho más con mi familia. Quería dedicarte mi vida, Señor, siendo religiosa. Temía al mundo, tenía miedo a todo. Ay, Señor, y sin embargo he tenido que enfrentarlo, hacerle frente. Tener que vestirme, tener que arreglarme y tener que seguir adelante queriendo muchas veces estar oculta vestida de blanco. Ay, como mi Madre, como la veo yo siempre a ella… luminosa, con una soberanía de reina, con la humildad de la niña inocente que ama a sus hijos y quien los viene a buscar para consolarlos y aliviarlos, para enseñarles que nada está perdido en la vida mientras tengamos un hálito de vida. Esto va para los enfermos, los tristes, los perseguidos, los encarcelados y a los que no tienen un pedazo de pan.
Cuántas noches vienes y me dices: “Vamos, hijita, vamos a los hospitales, vamos hijita, a las cárceles, vamos hijita, hay tantas personas que están necesitando: la juventud para que no caiga en el pecado, vamos a recuperarlos.” Son noches hermosas vividas con María, quién podría creerlo, pero yo no sé, quizás, yo no lo merezca, pero ella lo ha querido así y yo me dejo llevar como una niña que no sabe nada. Yo no sé nada, Ella es la que sabe, y Ella es la que hace de mí un instrumento.
Yo sé que aquí hay muchas almas santas, muchas personas buenas, almas verdaderamente ejemplos que están trabajando en el seno de nuestra Iglesia, almitas pías que se entregan con decisión a esa Iglesia para trabajar, modelando sus vidas y entregándose completamente a la labor de misioneros del amor; y digo misioneros, porque me he encontrado con muchas personas en los lugares a donde he ido naturales, vestidos como cualquier otra persona y están haciendo una labor bella, hermosa tratando de ganar los corazones, dándoles aliento, dándoles la Palabra de Dios.
¡Qué hermosa es la Palabra del Señor! Qué hermoso es sentir que Él viene a nosotros!, y que nos dice: “Hijitos míos, haced de vuestros corazones un raudal de vida sobrenatural y todo ello por el amor que os ofrezco. Es llama, es fuego que arde para que viváis aquí en este Jesús de todos los tiempos.”
Entonces, hermanos, vivamos una vida sencilla en cónsona con nuestra Iglesia, con el Papa, sí, el Santo Padre. Dirán: “Es un palacio donde el Papa.” No, es la humildad, no lo que tú tengas, lo que te rodea, no, no; es tu vida interior, es tu vida que llevas de acuerdo a lo que el Señor quiere que seamos, pendiente de nuestros hermanos, de los que sufren, de los que populan por las calles.
En las noches cuando en Nueva York, ahora, vi a esa pobre gente, Dios mío, qué dolor: darles una cobija para que se arropen del frío; del hambre, darles un pan. Hay que evitar la delincuencia, hay que evitarla a toda costa. ¿Cómo? Ayudando a esa pobre gente y levantarlos, llevándolos a una casa antes de que se acostumbren a vivir esa vida triste de deformación moral y espiritual porque se van entregando, desvarían y cometen cosas que no son las justas. Vamos a recuperarlos a todos, por eso oremos por todas esas personas.
Y es por ello que tenemos que unir nuestras familias en un puño, todos unidos, con un amor infinito, soportándonos, amándonos, ayudándonos, colaborando la familia. Uno hace una cosa, otro hace otra, en fin, toda la familia: uno pone la mesa, lavar los platos, a vivir. No esas separaciones. Aquél es abogado, pero como el otro no es un abogado, no, no; hay que tomarlo en cuenta, tiene que aprender, tiene que ir adelante. Ello es lo que tenemos que hacer los padres.
La familia debe ser un espejo de la familia de Nazaret, una imitación compartiendo los alimentos con sobriedad, sin abusos; también tratar por todos los medios de darles las enseñanzas desde pequeños de lo que significa Jesús, el Niño en el pesebre con su Madre y San José al nacer, también cuando en Jerusalén salían de paseo a dar una vuelta a visitar a Isabel, la prima de María, y cuando con Juan el Bautista daban sus carreras de niños jugando, permitiéndoles que jugasen.
El niño necesita jugar, necesita desahogarse, no los podemos retener, como quien dice una dictadura, no. Darles un poco, pero al mismo tiempo recogidos con mucho cariño, con un gran esfuerzo en el cual ellos comprendan que los padres somos sus compañeros, no solamente para enseñarles el respeto humano, sino también en sus juegos con ellos para que se sientan felices. Sí, con sus hermanos y con sus amigos, pero nosotros también jugando con ellos. Que les demos alegría, que se sientan tomados en consideración. Son pequeños detalles, pequeñas pinceladas de la vida espiritual de la familia.
Aún más, hay algo importante, he visto aquí mucha unión, mucha unión en el grupo que me invitara aquí. Y los felicito, esas almas especiales, diría yo, que han esperado todo este tiempo a ver qué decía yo y yo decía: Quiero ir, Señor, si es tu voluntad. Los médicos me decían: “Usted no se puede mover, usted está delicada, de un momento a otro el corazón… Pues, me hicieron un cateterismo, pero yo digo: Señor, voy a morir de pie y firme como los soldados a tu servicio, no me voy a detener.
Yo no soy nada. No esperéis de mí conversaciones o palabras rebuscadas, no. En mí encontrarán una mujer como cualquiera de vosotras: sencilla, pero que en su corazón hay amor, amor porque mi Madre lo ha tocado, la humildad de María me ha tocado profundamente. Ella que es tan delicada, tan suave, tan dulce. su ternura, sus ojos qué hermosos son.
Cuando la vi en Betania; y cuántas veces ha venido, son tantas veces; pero aquel día, el primer día se me presentó de una manera grandiosa. Ella venía como una niña de 14, 16 años, toda vestida de blanco, con su pelo que le caía sobre los hombros, sus ojos color miel, eran bellísimos, e irradiaba luces refulgentes que salían de sus manos. Así vino mi Madre con sus manitas así… y su Corazón, allí estaba ese Corazón latiendo inmensamente porque venía a traer la reconciliación de los pueblos y naciones para que podamos obtener la paz del mundo, la paz de Medugorje, la paz de esos niños, de tantas almas que han esperado confiados en que todo va a pasar. Y tiene que pasar y todo volverá a su justo puesto para obtener las cosas del Señor. Porque si mi Madre de la Paz vino a Medugorje debe ser porque ellos lo merecían, esos niños inocentes, todo el pueblo de Medugorje, todos los Estados Unidos, todos los que han seguido desde lejos y aquéllos de cerca han podido ir hasta allá.
Va a verificarse el milagro, un gran milagro de amor que yo confío sea muy pronto. Siempre lo pido a mi Señor porque la aparición de mi Madre en Medugorje ha sido una de las más grandiosas; la pureza de María irradiando paz al mundo. Pero el Señor la ha enviado también a Betania de las Aguas Santas aceptando a María en su lugar de su aparición escogido como María, Virgen y Madre Reconciliadora de todos los Pueblos y Naciones para reconciliarnos y para que llegue la paz al mundo y va a llegar.
Por los momentos, estos años son muy fuertes, sí, mucho dolor, muchas cosas que desajustan los jóvenes especialmente; pero al mismo tiempo, yo diría que la juventud, esa juventud fresca y lozana, juventud jubilosa, esa juventud está encontrando su verdad. Ha encontrado su verdad para poder trabajar en las obras de apostolado y hacer de sus naciones, de sus ciudades puntales de luz para vivir vida digna y cristiana como deben de ser los hijos de Dios.
Bueno, me he extendido un poco y quiero finalizar diciéndoles: Mi Señor y mi Madre los aman a todos vosotros de manera muy especial. Está creciendo la fe, está desarrollándose en el corazón de los jóvenes, especialmente deseos de servicio. Qué hermoso es servir y no ser servido; y qué grande es sentir en ese servicio que se está haciendo que es Jesús, el Hijo de Dios que está actuando en cada uno de nosotros. Ello es algo y ese algo es mucho y ese mucho es Dios que vibra con todo el pueblo Suyo. El Padre en su Divino Hijo y el Espíritu Santo derramando sus luces y gracias dando la Palabra a los hombres, a los jóvenes, adultos hasta a los niños inocentes han sido inspirados a hablar de una manera que me he quedado impactada, con preguntas y también con respuestas muy hermosas. Entonces, el Espíritu Santo está dándonos el conocimiento, nos está preparando para afianzarnos en nuestra fe y especialmente nos está dando una gracia: la caridad para colaborar con todos nuestros hermanos.
Doy gracias a todos y a esa gran mujer que me presentara. Ya veo que hay personas que tienen una gran sensibilidad y un gran corazón, como todas las almas que me han atendido. Quizás, no me acuerde de sus nombres, pero los recuerdo, los he sentido en el alma y los llevaré aquí en mi corazón para siempre.
Y ahora, a todos los padres aquí, comenzando por nuestro Señor Arzobispo, todos los sacerdotes, pastores, religiosas que las veo, habló con vosotras: hijas, qué hermoso es ser religiosa..! Fue mi sueño. Dios me quiso en el mundo combatiendo con el hombre, en fin, pero ustedes van llevando una vida entregadas, es una entrega total renunciando al mundo, a los placeres y a todo aquello que pueda hacerlas sufrir, diría yo. En el mundo se sufre mucho, no es tan fácil adaptarse a las corrientes negativas de los hombres. Yo las felicito, sigan adelante amando a Jesús y amando a María, siguiéndolos, especialmente por los niños que crecen para enseñarlos, para ayudar a sus padres y a su congregación para que así florezcan las rosas más hermosas del jardín de mi Madre Inmaculada.
Bueno, y ahora vamos a recogernos un poquito y vamos a pensar que desde hoy va a haber un gran cambio en nuestras vidas, en todas las vidas de cada uno de vosotros porque la presencia de mi Señor se hará sentir en sus hogares con el incienso místico de los altares de su Iglesia y mi Madre Santísima con las rosas de su amor, sus suaves olores; y el Espíritu Santo con una brisa muy suave que los va a acompañar.
Yo no sé quien lo sienta primero en sus hogares o en sus casas, en sus Conventos, pero pueden estar seguros: el amor de Madre, el amor de Jesús es tan grande que Él desearía de nuevo dejarse crucificar para salvar este siglo que agoniza, para hacerse sentir en todos los corazones para que haya amor, fe vivida de cada día y una caridad constante al servicio de quienes nos necesitan.
Y ahora, pongan en las manos del Señor y de su Madre todas sus intenciones, su salud, sus trabajos, sus problemas familiares, sus angustias, cualquier problema psicológico que puedan tener en su familia, cualquier cosa que se sientan perseguidos, tengan alguna cosa que los está ahogando, que los está abrumando de mortificaciones. Deseo que llegue a ustedes su gracia, su amor, su bendición, la esperanza de días mejores.
“En el Nombre de mi Padre, Yo los bendigo, hijos míos;
en el nombre de mi Madre, Yo los curo en el cuerpo y en el alma,
y les guardo aquí en mi Corazón, les guardaré, les guardaré, aquí en mi Corazón desde hoy y para siempre.”
Que la paz sea con vosotros y que la luz del Espíritu Santo ilumine sus almas. Están en paz y en armonía con el mundo entero.
Gracias, Su Excelencia, Monseñor, gracias a todos los sacerdotes, religiosas, toda la comunidad que me ha invitado y todo este pueblo bendito que el Señor ama y siente, y que están llamados a vivir vida evangélica; evangelización para que se extiendan las manos, los brazos a este lugar bendito de los Benedictinos. Yo los amo tanto y los siento en mi corazón porque mi primer confesor fue un Benedictino: el Padre Emerano en Caracas de San José del Ávila, después murió. Entonces, tuve que cambiar y todos los que me fueron tocando fueron bellísimos hasta llegar a los brazos de Padre Pío y el Padre Felice Capello que fue una esperanza en la vida. Cuando con estas cosas que me pasaban yo no sabía cómo hacer fueron quienes me ayudaron a seguir adelante, y aquí estoy una pobre mujer que ama y que siente a sus hermanos en pleno corazón.
Que Dios los bendiga a todos y bendíganme ustedes también porque necesito mucha fuerza y vida sobrenatural para seguir adelante por Jesús, por María, por el Padre que es Padre bueno y consolador de todos sus hijos pudiendo obrar el Espíritu Santo.
Gracias a todos, los amo a todos. Los llevo aquí… me voy con ustedes y donde vaya habrá una luz votiva en mi corazón para iluminar este sector, toda esta ciudad, todos estos contornos para que así se refresquen las mentes y los corazones se abran a la humildad para seguir a Jesús con la Cruz, nuestra cruz, amar la cruz. ¡Cómo amo yo la cruz, Señor! Es mi cruz, nuestra cruz, todos cargando con nuestras cruces llenos de alegría juventud, dándose a quien nos necesite. Gracias a todos, gracias a todos.
Dios los guarde.