Discurso de la sierva de Dios María Esperanza de Bianchini
Saint Martin’s College Pavilion
Domingo, 23 de octubre de 1994
Buenos días a todos, oremos el Ángelus:
- En el Nombre del Padre…
- El Ángelus.
- Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a vos.
- Gloria.
Respetado clero de Lacey y todas las comunidades cristianas reunidas en este lugar, un lugar de oración, de meditación, de penitencia y Eucaristía. La Eucaristía es la base primordial de nuestra vida, recibir al Señor en nuestro corazón para alimentarnos, vivificar nuestras almas y hacernos buenos cristianos. Un cristiano que ama y que siente a su Maestro, nuestro Maestro, el Maestro de todos sus discípulos y pequeños que nos levantamos a servir y a sentir en nuestro corazón el clamor de un pueblo que ama a su Señor, lo siente y que desea servir allí en la mesa Eucarística. ¿Y quiénes son quienes sirven? Nuestros sacerdotes, nuestros pastores y quienes le rodean sirviendo al Pueblo de Dios.
¡Qué hermoso es elevar al Señor en las manos pidiendo misericordia para el mundo, ello es el sacerdote! Ello es la dádiva divina que Jesús nos legara como patrimonio y ayuda a su pueblo.
¡Oh Pueblo de Dios, levántate, camina y sigue al Salvador del Mundo que te está esperando con los brazos abiertos para que te reconcilies y sientas en tu corazón la llama y el fuego de su amor! ¡Oh amor maravilloso el vuestro, mi Señor! Un amor infinito que no se cansa de darse en continuación. ¡Oh Señor, cuántas vidas deseara tener para ofrecértelas! Cuánto, Señor, desearía volverme así como un niño inocente que de puerta en puerta va a llevar la Eucaristía a sus hermanos que no pueden caminar ni levantarse de la cama porque están enfermos; unos enfermos del cuerpo humano, otros enfermos del alma.
Entre el cuerpo humano enfermo y el alma, hay distinción. Sí, porque el cuerpo puede resistir hasta un cierto límite la enfermedad acorazado con la fe y con el amor por Cristo, pero aquel enfermo del alma es difícil levantarse porque yace confundido en medio de las tinieblas que no le dejan ver la verdad que tiene frente a él, a un Señor de los señores que sólo nos viene a salvar a todos.
¡Hermanos, qué hermosa es la Eucaristía! Vuelvo a la Eucaristía porque todos tenemos que recibirla para alimentarnos y crecer espiritualmente motivados por ese Cuerpo Místico que se está dando incondicionalmente. No nos pide nada Jesús, nada, simplemente: “Aquí estoy, aquí estoy, hijos, aquí estoy. Vengo en busca vuestra para alimentarlos para que sean mejores en la vida. Ello es mi pedido, ello es lo único que puedo ofrecerles: Mi Cuerpo y mi Sangre derramada en el madero de la Cruz que mis sacerdotes amados elevan al cielo para ser derramada a todos mis hijos de la Tierra.”
Es por ello, ha llegado el tiempo de los tiempos. Es el tiempo de la salvación, de la reconciliación, de la paz, del amor. El amor vivido de cada día, un amor que se da, que no te pide el vuelto, no, él mismo se da y recibe de las fuentes vivas de las aguas maternas de mi Madre de Lourdes, de Betania de las Aguas Santas y de tantos lugares del mundo donde ella ha venido para aliviar sus cargas y hacerlos generosos y compasivos con todos sus hermanos que se avecinan a vosotros a pedirles una oración, una mirada, un apretón de manos, una caricia. Es el cariño, es el amor, un amor que se da.
¿Qué importa que no nos amen, que nos rechacen, que nos desprecien? Lo importante es darse en continuación y recibir a todos… ¿Cómo llegan, de dónde vienen? No importa, pero recibirlos y protegerlos para que así no se pierdan, no se sigan perdiendo porque la mayoría yace, sí, confundidos, tibios, fríos. Están buscando la verdad: “¿Dónde está mi verdad, cuál es mi verdad? Se dice de equis persona. ¿Quién sabe?, pero, no, yo no siento nada.”
Ay, hijos míos, hermanos míos, mucha humildad, mucha paciencia y mucho temor de Dios para no ofenderlo. No juzguemos a las criaturas nunca, seamos muy generosos. Escuchar, pensar, meditar y recibir los efluvios del Espíritu Santo quien deja a sus hijos el conocimiento y la luz para poder así éstos recibir la gracia Suya del entendimiento. ¡Qué hermoso don es el entendimiento! Entender las cosas que Nuestro Señor quiere que entendamos para asirnos a Él y reconstituirnos con bases firmes y sólidas, esas bases sólidas de nuestra Iglesia, esa piedra y fundamento maravillosa.
¡Cómo amo yo a mi Iglesia, hermanos! Cómo desearía que ustedes, muchos de vosotros, sintieran a esa Iglesia de Cristo donde el Papa reinante en estos momentos está sufriendo tanto, Oh Dios. Hay que acompañarlo con la oración continua para darle el valor suficiente para enfrentar las luchas a que está expuesto en estos momentos tan difíciles cuando el hombre todo lo quiere hacer él, y que se cree señor y dueño del mundo porque tiene ciertas maneras para hacer cosas. No señor, son los humildes como ese Papa reinante. Llegó allí humildemente, sencillamente para llamarnos a todos a vivir el Evangelio.
El Evangelio es la forma más hermosa, más pura y edificante para un alma. Ayer lo dije y hoy lo repito: Hay que leer los Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, allí está un compendio de vida sobrenatural, un compendio de vida nueva, un compendio de la esperanza prometida de un Jesús: “Vendré entre vosotros, retornaré”. Vamos a esperarlo, esperemos a Jesús. Yo me he preguntado muchas veces: Señor, pero ya Tú viniste, resucitaste y permaneces entre nosotros esperándonos a todos en la Eucaristía. Pero una respuesta llega a mi corazón: “Sí, vine, pero no se han cumplido debidamente con las obligaciones que les he dado. Se mata por un puñado de oro, se roba, se calumnia, se comenten graves cosas que no son justas, y especialmente se matan y se mutilan a los niños que han de nacer; no, es una vida que tiene que venir, tiene que llegar esa criatura a cumplir su misión.”
“Entonces, todo ello me tiene aquí entre vosotros, observándoles a todos desde el sagrario, en el Sacramento, allí… Yo estoy expuesto, me dirijo a todos vuestros hogares, a todas vuestras casas para invitarlos al festín de ángeles en mi gran mesa Eucarística para que se alimenten todos y no haya hambre ni sed, porque allí está mi Cuerpo que los va a alimentar, mi Sangre que van a beber para iluminarles por dentro y sigan vuestro peregrinar por la Tierra.”
Hermanos, me emociono cuando hablo del Señor y qué diría yo, lo más grande; mi Madre; Él, mi Señor; y mi Madre porque mi Madre es la hermosa Madre del Calvario… allí mirando a su Hijo expuesto en esa Cruz. Vemos a Juan allí humilde (recordando ese pasaje), y Él agonizando, brotando esa Sangre de sus manos benditas que se extendieron para hacer el bien bendiciendo a multitudes, dando de sí todo aquel raudal de amor infinito, tierno y generoso. Entones, me quedo mirando a mi Madre al pie de la Cruz. ¡Cómo lloraba María! No había ya lágrimas, sus ojos se estaban secando de dolor inmenso y Jesús; cuando aquella frase suya, de las siete palabras escojo una: “Sed tengo.” Era la sed de almas, sed de vida nueva entre todos los hombres. Y María con aquella humildad, cuando llega aquel momento de la Muerte de mi Señor; ya está exhalando sus últimos suspiros, y cuando dice a Juan, a María primero: “Mujer, he allí a tu hijo; hijo, he allí a tu Madre.” Nos legaba a María, nuestra Madre verdadera por su Cuerpo y por su Sangre, y a Juan nuestro hermano, el aliciente de María en aquellos días de gran dolor en su vida. Y así María dolorosa y humilde, al pie de esa Cruz acurrucada diciendo: “Dios mío, qué decir al Señor, internamente, Señor, sino cúmplase en mí tu santa voluntad. Desde hoy en adelante dame el valor necesario para poder resistir esta espada que ha sido clavada en mi seno materno.”
Hermanos, tenemos que vivir todas esas horas con Ellos para acrecentar nuestra fe y para sentirnos que somos verdaderamente cristianos, porque seguir a Cristo no es decir yo soy católico, a mí me bautizaron, me confirmaron, yo hice mi Primera Comunión, yo me casé por la Iglesia. No, es sentirlo que te llena, que tú te sientes realmente feliz y que transmites esa felicidad para que todos sientan a Jesús, el Rey de reyes, el Salvador del Mundo, el Pastor de Almas que nos viene a pastorear y quien le dijo a su Madre: “Toma el cetro, Madre, y ayúdame a salvar almas. Necesitamos muchas almas, miles de almas, millones de almas, tantas almas para que sirvan a nuestra Iglesia piedra y fundamento del hombre de estos tiempos como nunca.”
Porque saben, hermanos, estamos viviendo momentos sumamente delicados, quizás, uno de los más delicados después de las guerra mundiales y tenemos que salvarnos a como dé lugar y es con la oración continua y mucha humildad, sin humildad no hay alma que pueda salvarse. En la humildad residen todas las gracias, absolutamente todas las gracias de mi Señor que son derramadas con infinita ternura.
Entonces, yo deseaba que todos vosotros en esta mañana, en este mediodía, pudieran pensar: ¿Qué es eso que se dice que estamos viviendo en esos momentos delicados. Qué es esto, estamos expuestos a qué, a una guerra, a un terremoto, a qué, Señor? Estamos rodeados de todo ello, pero lo vamos a evitar con nuestra voluntad férrea, con nuestra generosidad de corazón y con nuestra esperanza combativa que combate contra el mal que está rodeando para que perdamos la fe y la confianza en Nuestro Salvador Jesucristo. Es necesario no complicarnos la vida, es necesario evitar guerrillas entre hermanos con otras naciones, debemos evitarlas a como dé lugar, defender nuestros derechos, aquilatar nuestra fe y nuestro conocimiento que el Señor nos legara, asimilando el Evangelio. Con el Evangelio cuántas cosas podríamos hacer todos unidos en un solo corazón, en el Corazón de Jesús y en el Corazón Inmaculado de María.
Hay tantas cosas que hacer, pero para todo ello tenemos que ocuparnos de nuestra familia. Vuelvo a la familia como ayer porque es nuestra familia la combinación más hermosa y grande para poder todos unidos salvar de un salto mortal toda esa avalancha que está llegando a las naciones para derribar nuestra fe y nuestra confianza en nuestra piedra de Pietro. Entonces, vamos a unirnos.
Yo estoy aquí porque fue mi Madre, fue ella, quien me dijo: “Ve, hijita, ve.” Y yo le dije: “Pero, Madre, si yo no sé nada.” “No te importe, hija, ve y háblales con humildad, con paciencia. Es la paciencia, es ella, la hermana buena que logra la unión entre las personas que se conocen.”
Entonces, yo diría, vamos a orar muchísimo, vamos a meditar. ¡Qué hermosa es la meditación en el silencio! Cuando nos encontramos en el silencio con nuestra oración mental, elevando nuestra plegaria al Señor que nos escucha… son nuestras súplicas. Entonces, meditemos, pero antes la oración debe ser nuestro puntal de luz que ha de iluminar a todas las almas para poder aquilatar la virtud de la fe, la esperanza y la caridad. Tres virtudes teologales que ayudan tanto a los seres humanos a discernir realmente lo que significa ser un hijo que desea complacer a su padre, a su madre, a Jesús… cómo obedeció a su padre y a María como su Madre. Él fue un Hijo ejemplar. Entonces, yo deseo que ustedes mediten todos estos tres días, han sido días hermosos: ayer la Santa Misa, muy hermosa, ayer, anteayer, viernes, sábado y domingo, todos han sido… todos aquí recogidos.
Me siento muy feliz con todos vosotros y les voy a decir algo… pero después lo voy a pasar para dejárselos. Anoche mi Madre se me presentó y me dijo: “Escribe, hijita, escribe y déjales a ellos éstas, mis palabras del amor que siento porque ha habido mucho sacrificio y mucho trabajo en este lugar donde todos se han levantado para ayudar a una causa del amaos los unos a los otros, y cuando existe el amaos, allí está Jesús con ellos, con todos y con ésta, vuestra Madre.” Entonces, voy a pasarlo y se los voy a dejar para que lo guarden, lo tengan con vosotros, que cuando se sientan tristes lean allí lo que significa ser un buen cristiano, o sea, ella nos señala lo que significa el alimento diario, es Jesús, y el cumplimiento con los deberes de nuestra Iglesia que hemos contraído como católicos y otras pequeñas cosas más muy hermosas.
Y ahora, ya se acerca la Santa Misa y quiero despedirme y decirles a los jóvenes: Adelante, muchachos, adelante y a vencer dificultades con un corazón lleno de amor a todo lo que contiene vida de Cristo Jesús; a mis niños inocentes, a mis bebés pequeños y a los que van creciendo les pido: Una sonrisa para sus padres y de ser obedientes, mis niños, para que puedan entenderles; a los adultos: Una gran comprensión para esa juventud que se levanta, hay que evitarle el peligro, hay que ayudarles a como dé lugar; y a los ancianos que ya pasamos los sesenta: Mucha prudencia con los que crecen, con los que se acercan a nosotros, tenemos que tener una gran comprensión, tenemos que tener mucho amor. Necesitamos de todos porque vamos ya decayendo, nos creemos fuertes, pero los años son los años, no los podemos negar; tenemos que llevarlos con mucha confianza en el Señor, diríamos con un gran amor, un amor como nunca lo hemos dado en estos tiempos de nuestra vejez; porque todas nosotras las abuelas, yo soy abuela también, estamos como un puntal, en silencio detrás de nuestros nietos, mirando qué hacen nuestros nietos tan pequeños.
¡Qué bello es ser abuela y ser madre es hermosísimo! Qué gritan, qué se comportan así… es tan bello, es lo que hace crecer el corazón con una dulzura inefable que nos hace compartir con María la vida espiritual que le estamos ofreciendo como Madre de Cristo, Redentor del Mundo.
Bueno y ahora, gracias al Señor Arzobispo que ofreció el otro día la Santa Misa, a todos los pastores que han venido a hablar aquí y personas también que han venido de todas partes, que se han movilizado, que con mucho amor han venido a hablar con este público. Especialmente doy gracias a aquellos que me invitasen, que me acompañasen, que estuviesen a mi lado compartiendo. Muchísimas gracias a todos. Gracias.
Bendito sea Jesús, bendita sea María y benditos sean todos vosotros que han despertado a la luz del Nuevo Amanecer de Jesús que se está avecinando.
Gracias a todos. Gracias.