Lacey, Washington, EE.UU.

Discurso de la sierva de Dios María Esperanza de Bianchini a los adolescentes
Saint Martin’s College Pavilion
Sábado, 22 de octubre de 1994 2:40 p.m.

Buenas tardes a todos. Vamos a orar el Ángelus.

  • El Ángelus.

Hermanos, estamos aquí en el Nombre de Jesús, el Corazón vivo de Jesús y el Corazón Inmaculado de María que son los Corazones que dirigen nuestras vidas y que nos enseñan a caminar lentamente, sencillamente como hijos de Dios porque todos lo somos, pero estoy aquí en este salón por esta juventud jubilosa que está creciendo, que poco a poco está captando realmente lo que significa vivir el Evangelio… evangelización.

Mi Madre María en estos tiempos con su Divino Hijo Jesús, muy juntos van por un sendero luminoso y de Él escapan luces refulgentes que nos bañan, que nos purifican, que nos limpian y que nos depuran para poder así cumplir nuestra labor, nuestra misión y a vosotros, juventud jubilosa, a enseñarlos verdaderamente a ser mejores en la vida, viviendo con la sencillez y la humildad del niño inocente. Sí, imitar a los pequeños que apenas comienzan el balbuceo de una palabra, cuando principian a decir: papá, mami.

He aquí, pues, qué dulce es María que nos viene a enseñar, a reeducar a nosotros y a las personas mayores porque todavía nos falta mucho que aprender y a vosotros comienza ella a educarlos, a hacerse sentir en sus hogares, en sus familias, en sus planteles de educación y así sucesivamente. Por ello, estoy aquí; yo no soy nada, soy una mujer, una pobre mujer que sólo ama y siente a su Madre, que la ama en una forma tan grande que quisiera tener alas para volar de un lugar a otro todos los días llevando su mensaje de amor, de reconciliación para traer paz al mundo y la serenidad de la criatura humana y que todas las naciones, todos los pueblos se levanten a trabajar con una fraternidad ejemplar que vaya uniendo a todos cuantos son llamados a vivir vida realmente cristiana.

Nosotros somos católicos y tenemos que trabajar en la viña del Señor. Él está preparándola en estos días, sí, de una manera muy particular para que todos trabajemos allí edificando nuestras vidas con nuestro comportamiento justo y digno de un hijo de Dios, porque somos todos nosotros hijos de Dios, para levantar nuestras tiendas y allí con nuestras familias unidos orar.

Porque la base primordial es la oración, el santo rosario meditarlo pensando en aquella vida hermosa de Jesús y de María cuando pasaron por la Tierra dejando una estela de luz, de amor y de la verdad de un conocimiento de que el hombre tendría que realmente convertirse y ¿sabéis?, tenemos que convertirnos todos.

Creemos que estamos haciendo mucho. ¡Falta mucho que pasar! El Señor nos está llamando, y yo diría a gritos: “Hijos míos, levantaos, apresuraos vuestros pasos, no perdáis tiempo. Es la hora de la reconciliación; mi Madre les trae un gran regalo: La paz, porque sin reconciliación no puede llegarse a la paz en el mundo y es paz lo que necesita el mundo. Por ello, reconciliaos, uníos, vivid vida evangélica.”

Y digo yo ahora: evangélica porque es la evangelización lo que les va a tocar en estos tiempos, llevar el mensaje de Jesús en su divina misericordia, la misericordia del Señor en el mundo para que todos tengamos misericordia entre unos y otros; nuestros hermanos amarlos, perdonarlos, aliviar sus cargas como hermanos que somos por la Sangre Preciosísima de Jesús derramada en la Cruz, nos bañó, trató de limpiarnos y purificarnos. Lo hizo con tanto amor, pero es el caso que en estos tiempos el hombre está cometiendo adulteraciones en la fe, y digo ello, porque no se puede servir a dos señores. Un solo Señor, Nuestro Padre que nos creara a imagen y semejanza Suya mandando a Jesús, el Hijo de sus Complacencias para salvarnos y redimirnos para que fuésemos aliviados de todos nuestros pecados.

Y es por ello, el Pueblo de Dios clama renovación. Renovad vuestras células, la sangre, los huesos y vuestra mente, y despierten a la gracia del Espíritu Santo.

Muchachos, jóvenes, mis niños, los más pequeños, ¡cómo amo yo a los niños! Soy una madre y abuela de 14 nietos y ¡cómo los amo! Cuando enferman, creo que voy a morir, que voy a desfallecer. Qué hermosa es la criatura, el niño inocente, como también la juventud cuando comienza a darse cuenta en su escuela de los deberes contraídos para ser educados, enseñados por sus profesores. Qué hermoso es todo ello, llegar a nuestro hogar, o sea nosotros, y allí ponerse a hacer sus tareas sin perder tiempo. Por supuesto, que tendrán sus horas libres en sus deportes, en la música, en la lectura, el teatro. Hay tantas cosas bellas que hacer. No podemos perder tiempo. Ustedes tienen que trabajar, pero un ejercicio, desarrollar sus aptitudes frente a la vida, frente a los suyos, frente a su profesor.

Mi Madre Santísima desea hacer de cada familia nuestra un paraíso cuando se ora unidos, cuando cada uno presenta sus tareas a sus padres, cuando habla de sus profesores, cuando habla del deporte que practica, cuando se acercan los exámenes y todo el mundo está apurado porque no se sabe cómo va a pasar el examen. Es por ello, que nuestro hogar, o sea, la familia tiene que estar muy unida al liceo, a sus escuelas, a la universidad porque allí están sus hijos educándose, allí están esos hijos creciendo y viviendo todas aquellas cosas nuevas que renuevan sus almas al contacto con todos sus maestros, hermanos de clases, sus amigos y las personas que están cerca contribuyendo a su crecimiento, desarrollo espiritual y educativo, por supuesto.

Pero yo voy a tratar una cosa muy importante en este momento; ya dije: desarrollo espiritual. El desarrollo espiritual de un alma, de un ser humano es la base primordial para poder vivir con Cristo, con Jesús porque Jesús fue un Hijo obediente, a quien sus padres le enseñaron a vivir en familia. Así vosotros tenéis que aprender a vivir en familia, la familia de su hogar, de su casa y la familia de su plantel, de su escuela, de su instituto, de su universidad.

Son dos cosas que deben amarse muchísimo dirigidos por nuestra Iglesia, nuestra parroquia. Amemos nuestra parroquia, a la que pertenecemos; amemos sus sacerdotes, nuestros pastores que nos enseñan, que desean lo mejor para nosotros; y digo nosotros porque en este momento realmente estoy viviendo en el puesto de vosotros, porque vivo y siento aunque parezca algo así que está en las nubes. No. Vivo lo vuestro porque siento a los niños, a los jóvenes en mi alma porque son portadores de esperanzas a la humanidad, son el futuro nuevo y se convertirán en hijos de la luz.

Todos somos hijos de la luz, sólo que algunos no siguen, no son constantes. Hay que ser firmes, decididos, contribuyendo así a ser mejores en la vida, dando a los demás, a aquellos más pequeños que vosotros, dándoles, ayudándoles cuando les necesiten. Cuando alguien les pregunte a ustedes: “¿Qué clase tocó, yo estuve enfermo? ¡Ayuda a tu hermano! Ayuda a ese niño porque ese niño te necesita.

Entonces, unámonos todos en esta tarde hermosa por la belleza y delicadeza de mi Madre María, María de la Paz de Medugorje.

  • Oh, Madre María, da la paz a Medugorje, Madre María.
  • Nuestra Señora de Lourdes, que sus aguas bañen, limpien y purifiquen todo este ambiente, este sector para que todos trabajemos juntos, todos se amen, se den las manos, se den fuerza uno al otro y si alguien tiene una necesidad se le tienda la mano.

No podemos dejarlos solos, es necesario ayudar de acuerdo a lo que podamos. ¿Y saben qué es ello? La ayuda más grande especialmente en la incertidumbre o cuando se está triste, se tiene una pena o un quebranto lo más importante es una mirada, un apretón de manos, una sonrisa, una palabra a tiempo. No dejemos a las almas solas. Cuántas almas pueden salvarse, cuántos niños pueden echar adelante. Si no tienen una mente desarrollada, inteligente, hay que tener mucha paciencia con las personas y mucha serenidad y una gran humildad. No es la humildad de vestirse de harapos, no; es la humildad de un sentimiento humano creciente en nosotros cada día para darlo a otros que lo necesitan.

¡Cuántas personas se sienten tan solas! ¡Cuántos niños huérfanos, cuántos que no tienen a sus padres, que carecen de amor!

¡Es amor lo que viene mi Madre a dar, es amor lo que estamos pidiéndonos cada día! Caridad a manos llenas, repartiéndola. No seamos egoístas, no guardemos las cosas que aprendamos; denlas, démoslas porque así crecerán y se expandirán ganando almas que estén en medio de la oscuridad, de las tinieblas porque no tienen a nadie que les diga: “Mira, hijo, levántate y camina. Vamos a tomar esta vía que está mucho mejor que aquella porque allí hay peligro y aquí no existe el peligro.”

Es por ello, en esta tarde, a los jóvenes, a los niños que están creciendo que es el momento más difícil, pues, el muchacho se está preguntando: “¿Y qué quiero, qué voy a hacer yo, cómo debo comportarme frente a mis profesores, con mis padres, con mis amigos?”, poco a poco se va aprendiendo, ello sí, ustedes tienen que detenerse a mirar dentro, muy dentro de vosotros y a la vez de cumplir diciendo: “Puedo aprender y puedo también enseñar a mi amigo o a mi hermano.”

Entonces, estamos todos para aprender, nunca terminamos de aprender, cada día tú conoces algo nuevo, algo que no esperabas, algo que ni siquiera lo pensabas.

Para mí ha sido una enseñanza más el venir aquí; enseñanzas necesarias para poder realmente vivir el Evangelio, enseñanzas de amor y de caridad, y digo caridad porque he visto muchas personas buenas, caritativas. En principio, esta mañana cuando estaba allí sentada que bajé, me pusieron una muchacha muy enferma, un milagro de amor de mi Madre solamente… y vi aquella humildad en los que la acompañaban y otra persona también y después me dijeron: “No es su madre, son unas amigas que se apresuraron a ayudarla, son otras personas que la han acompañado”, ello es caridad, ello es amor, es un sentir de Dios, de las cosas nobles, de la generosidad de María, de la bondad de María.

Es por ello, nosotros no vamos a pensar en nuestros problemas, pensemos en los que sufren más. Pensemos que hay que orar, la oración del santo rosario, la coronilla de la divina misericordia y así sucesivamente, la hora de adoración ante mi Señor, ante el Cuerpo Místico del Señor Jesucristo. Ello es una de las cosas más hermosas, la devoción más grande: la hora de adoración a Jesús Eucarístico. Yo les ruego a vosotros que lo hagan los jueves Eucarísticos. El Padre Pío nos enseñó que las almas Eucarísticas son almas que es difícil que se pierdan, no se perderán jamás porque Jesús convivirá con ellos continuamente… almas Hostias. Necesitamos almas dispuestas, almas que estén ante el tabernáculo si es posible de día y de noche porque templa el corazón de la criatura humana, lo enciende del fuego y del amor de Jesús, lo ayuda a definir los perfiles de una vida más cónsona con nuestra Iglesia católica, apostólica, universal.

Entonces, gracias de esta invitación, gracias a todos vosotros. Gracias, gracias, muchas gracias, son las gracias de una madre, una madre que siente a su Madre del cielo porque es ella; yo no soy nada, es ella la que cura, es ella la que alivia, es Jesús quien curaba a los enfermos y sigue curándolos, aliviándolos, fortaleciéndolos para que seamos mejores en la vida y podamos ser útiles a los que nos necesitan.

Bueno, muchachos, sus cosas, sus cosas muy íntimas… sus padres, no le nieguen nada a sus padres, una pregunta a veces… los niños, los jóvenes 10, 12, 14 años se preguntan, se va creciendo, se va sintiendo. Somos carne, somos sentido, tenemos sangre por las venas, tenemos algo, algo nuevo que va despertando y eso hay que controlarlo con mucha inteligencia. No tratar de pensar en ello, tratar de orar, tratar de hacer un trabajo: pintar. Una de las cosas más grandes que yo quiero mucho es la pintura, pintar hace tanto bien, no te deja pensar en las pasiones, te frena; y por ello, tienen que hablar con sus papás, el padre y la madre que están de acuerdo. Decirles las cosas, no se les puede ocultar, para que se salven, para que no caigan en las faltas.

Por ello, yo llamo a las madres, los padres, especialmente a la mamá que debe estar pendiente todo el día porque el padre se va a trabajar y a veces no tiene tiempo en la casa: Vigilen sus hijos y no los dejen en manos de nadie; hay que cuidarlos, hay que seguirlos. De tal manera que yo les ruego como madre que soy, sigan a sus hijos, síganlos continuamente, hablen con ellos, como dos hermanos. Sí, es la madre, sí, pero tu hijo es como tu hermano para que te pueda entender porque el niño le da vergüenza a veces preguntar o decir ciertas cosas. Hay que espolear sus almas para encontrar a ese hijo y poder así recibir la gracia del Espíritu Santo porque el Espíritu Santo da las luces necesarias para que puedan obrar con dignidad cristiana.

Hay que pedirle mucho al Espíritu Santo el don del entendimiento para entender qué quiere Dios de cada uno de nosotros; dónde quiere situarnos; dónde quiere que ustedes estudien, en qué colegio, en qué liceo; dónde debemos estar; cómo nos vamos a sentir allí cuando lleguen a adaptarse al ambiente sólo con la voluntad, todos necesitamos voluntad, sin voluntad las palabras no pueden realizarse en la vida.

Entonces, gracias de todo, de este día hermoso, de esta mañana en la Santa Misa oficiada por el Obispo con todas las almas presentes y de esta tarde aquí con vosotros para afianzar y reforzar vuestra fe, muchachos, pensando que María vive entre nosotros, Jesús convive entre nosotros; no lo vemos, pero lo palpamos y lo sentimos que está cerca de nosotros y que María se está ocupando con su ternura y suavidad de irnos preparando el camino, ayudándonos en todo momento.

Y ahora para finalizar, deseo que nos recojamos un poquito, que elevemos nuestros ojos al cielo y pidamos al Señor Jesús misericordia. Es la misericordia Suya que nos viene a salvar, que nos viene a donar la gracia del don del entendimiento, como antes dije, para entender qué quiere de cada uno de nosotros; con la sabiduría realizarse cada uno de nosotros; con el buen consejo; con la piedad, con la oración, con el santo temor de Dios para no ofenderlo; no con el temor de que nos va a castigar, nuestro Señor no es un Dios castigador, es un Padre Benefactor que nos ama; y así sucesivamente todos los dones los reciban.

Y ahora, vamos a rezar:

  • En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
  • Ven, Espíritu Santo, y envíame desde el cielo un rayo de tu luz. Ven, embriáganos con el don de la sabiduría, alúmbranos con el don del entendimiento, dadnos el buen consejo, confírmanos con el don del temor de Dios. Ven, Espíritu Santo, ven a nosotros, une nuestras almas, únenos a todos en un solo bloque consistente, en un solo corazón. Ven, Espíritu Santo, ven a nosotros. Amén.
  • Ven, Espíritu Santo, ven y envíanos un rayo de tu luz, un rayo de tu luz, un rayo de tu luz. Ven, Espíritu Santo, ven; ven, Señor; ven, Señor; ven, Señor.

“En el Nombre de mi Padre, Yo los bendigo, Hijos míos,

en el Nombre de mi Madre, Yo los curo del cuerpo y del alma

y los guardo, aquí en mi Corazón, los guardaré, los guardaré, los guardaré.”

Que la paz sea con vosotros y que la luz del Espíritu Santo ilumine sus almas. Están en paz y en armonía con el mundo entero, en armonía con el mundo entero. Que la paz sea con vosotros.

Los enfermos serán curados, otros tendrán que esperar un poquito más, pero especialmente los que estén tristes o enfermos del alma, o que tengan algo que les haga daño, todo ello irá desapareciendo. ¿Qué es lo que no puede hacer su Señor? El Señor lo puede todo, todo lo puede el Señor.

Entonces, vamos a encontrarnos con nuestras manos levantadas diciendo:

  • María, Madre, aquí estamos para ser preparados para los tiempos de gran calamidad que se están avecinando, pero tú con tu generosidad y compasión del hombre que se pierde, ten compasión de nosotros también para evitar las guerras, las enfermedades que contaminan al mundo y todo aquello que hace daño al cuerpo y al alma. Ven, María, tú eres María, la Flor del Carmelo, tú bendita Madre de Jesús. Jesús te ha dado el cetro para ayudarnos a encender nuestra luz. Somos hijos de la luz, somos hijos de la luz, somos hijos de la luz porque queremos seguir siendo hijos de María, la Madre de Dios. Somos tus hijos, Madre, aquí estamos, aquí estamos.

Gracias, María, por esta tarde que nos has dado.

Gracias a todos, que Dios los bendiga.