
Discurso de la sierva de Dios María Esperanza de Bianchini
Lowell Memorial Auditorium
Sábado, 24 de abril de 1993 3:40 p.m.
Buenas tardes a todos, vamos a orar a Nuestra Madre las tres Avemarías.
En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
El Ángelus.
Gloria.
Reverendos sacerdotes y hermanas religiosas con todo este Pueblo de Dios, un pueblo que canta a la Madre Santa llevando su mensaje de amor como esperanza a todos cuantos necesiten la asistencia de esa Madre Bendita, refugio de todos los cristianos del mundo y de todos aquellos que están esperando ante el portal del templo que se abran todas las puertas para entrar todos en adoración a su Señor, a Jesús Sacramentado, Jesús nuestro alimento diario, Jesús que se dio en esa Cruz para salvarnos, redimirnos, santificarnos con su santa Sangre, bendita y amada de quienes lo sentimos y lo deseamos cada día recibir para sentirnos felices como los niños inocentes que corren al lado de sus padres buscando abrigo y protección.
¡Oh, pueblo de Boston! ¡Oh, pueblo de América del Norte! ¡Oh, pueblo bendito llamado a llevar a sus hermanos todos a la conversión! No hayan ricos ni pobres, ni feos ni bonitos, ni blancos ni negros, ni de ninguna otra religión, todos tienen que llegar al aprisco del Señor a beber de esa fuente, de esas aguas santas de una Madre que nos llamó a Lourdes, que nos está llamando a Betania de las aguas santas y se ha hecho sentir en Medjugorje con tanto amor haciendo que sus hijos brotasen de su corazón la llama prendida de Jesús en su corazón para ir de un lugar a otro llevando la Palabra del: “Amaos los unos a los otros.”
Es por ello que es necesario que todos nos preparemos porque se avecinan momentos difíciles y es necesario convertirnos de corazón, una conversión en la cual los hermanos separados, al verlo así, al ver que nosotros estamos dando lo mejor de nuestro corazón ellos sientan el aliento divino de Jesús, de esa Madre, soplando el Espíritu Santo sobre de sus almas para que así sean llevados ante el Señor Jesús que los está esperando.
Jesús está en todas partes, en todas las Iglesias del mundo esperando a sus hijos, que no quede uno siquiera que reste en el mundo que no le siga porque Él es el Hijo de Dios, el protector de toda la humanidad. Se dio, se sigue dando para todos aquellos que le busquen, que vengan humildemente con sencillez, con donación personal, con sacrificio, con el santo temor de Dios, no es el temor de Dios que nos pueda castigar, no, por nuestros pecados, no, sino para no herirlo, para no hacerlo sufrir porque Él desea que todos realmente, cumplamos con los mandamientos suyos, especialmente ese gran mandamiento, como dijera el Señor: “Amaos los unos a los otros como Yo os he amado.” ¡Qué palabras hermosas, las de mi Divino Señor Jesús!
Entonces, vamos todos a unirnos en esta tarde llena de sol y de luz, todos alegres, felices, contentos de que hemos estado reunidos todos en un solo corazón latiendo en el Corazón de Jesús, en el Corazón Inmaculado de María, Nuestra Madre que viene a salvar, que nos viene a preparar, que nos viene a ayudar para que nosotros realmente podamos llevar la Palabra de Jesús.
“Venid a Mí todos los que estáis sufriendo, los que tengáis penas o quebrantos. Yo estoy aquí como Pastor de Almas para seguirlos pastoreando y darles mi alimento.”
Hermanos, amados míos de mi corazón por el Corazón de mi Madre, estoy tan agradecida con todos vosotros, pero mi Madre, la Sister Margaret, qué alma especial tienen ustedes, como el Padre que ha venido de Medjugorje, qué alma especial, qué corazón gigante, qué alma dedicada a Jesús. Tenía que ser Franciscano, ¡cómo amo a los Franciscanos yo!
Yo soy de la tercera orden, a los 14 años me consagré a mi Seráfico Padre San Francisco y realmente yo entré a la Congregación Franciscana en Mérida, pero el Señor me quiso en el mundo y me llevó a Roma y allí realmente, me dijo: “Hija mía, ha llegado el momento, tienes que ser fuerte, el mundo te espera, irás por el mundo dando la palabra de amor, amor a manos llenas, amor a raudales. No te detenga nada, hija mía.”
Entonces, es por ello que me tienen aquí y deseo que vosotros todos penséis que vosotros también estáis llamados a llevar esa palabra, especialmente la juventud que crece, que está creciendo, que anhela su verdad, esa verdad, hijos míos, búsquenla en Jesús, en Jesús y su Madre. Es María la Madre Santa, la mujer buena, honesta, generosa, la más purísima de las madres, la única Madre Pura y Santa que nos viene a reconciliar con la paz de los justos.
Es paz lo que Jesús nos pide. Paz en nuestras familias, paz en nuestros hogares, paz a donde vayamos… con mucha paz y especialmente muy alegres. Estemos siempre contentos porque la Madre Santa se pone muy alegre cuando nos ve y nosotros la agradamos, llevando nuestras cargas con serenidad y con un deseo de aquilatar la fe de nuestros hermanos.
Bueno, el Señor convive entre nosotros y su Madre Santísima, Virgen María y Madre de la Iglesia, Madre de la Paz, Madre Reconciliadora de los Pueblos, una misma Madre con distintas advocaciones, pero es la Madre de Dios a quien tenemos que seguir para recibir sus consejos y más que todo seguir sus huellas de María de Nazaret, la humilde violeta silvestre, la rosa blanca de los jardines del cielo y María, Madre del Carmelo.
¡Oh Madre mía, aquí está tu pueblo que clama justicia, misericordia y más que todo, comprensión! Es la comprensión lo que nosotros tenemos que pensar porque si la damos a nuestros hermanos nosotros la vamos a recibir también.
Aún más, nuestra Madre nos está pidiendo que nos unamos como se unen las olas del mar cuando van llegando a la playa, a la arena, allí a descansar. Así nos quiere nuestra Madre, todos unidos en todos los mares del mundo, en todas las tierras de todo ese mundo entero, ese mundo entero que se va a salvar de una guerra que podría estallar de un momento a otro y con nuestra oración, con nuestra plegaria, con nuestros deseos de dar de nosotros lo mejor.
Ese mejor que Dios nos ha dado porque ello es lo bueno que Él nos da, quizás no lo pensemos, pero Él nos da lo mejor para darlo a manos llenas a nuestros hermanos y poder así convivir entre unos y otros avivando la fe, es la fe viva de cada día, es la esperanza de la ilusión de días mejores y es la caridad ardiente por el amor de Jesús, Jesús que con su Corazón se dio y se sigue dando a todos sus hijos.
Y en estos tiempos nos presenta de nuevo a su Madre y nos dice: “Aquí está mi Madre, ella los viene a reconciliar, que se amen, que se soporten, que se ayude un hermano a otro hermano y en fin, que vivan vida de armonía y de reconciliación porque es la reconciliación la que tiene que ayudarnos a todos en realidad a vivir el Evangelio.” Vivamos el Evangelio con toda aquella gracia que el Señor está en estos momentos derramando sobre de nosotros aquí.
Y ahora, realmente quiero invitarlos a Betania. Es una aldea, una pequeña aldea pobre donde viven personas de pocos recursos, pero hay amor, hay humildad en ese pueblo. Yo vivo en Caracas, sí, es verdad, pero voy semanalmente. Quisiera vivir allí, transformar mi vida en una vida completamente entregada en los brazos de mi Madre para ayudar a tantos tristes y desvalidos que cruzan por allí.
Yo los invito a que vayan a Betania porque realmente es una enseñanza cómo se comienza y cómo se sigue la labor. Ya lo veis vosotros en Medjugorje, cuánto han hecho por Medjugorje, cuántas cosas bellas porque mi Madre lo ha querido así, la Madre Santa de la Paz, de la orientación para sus hijos, del amor, de incalculable valor para todos vosotros para sus sacerdotes, para sus religiosas, para esos niños, esos jóvenes que la vieron con los cuales ella se ha comunicado.
Muchas veces por las noches pienso en Medjugorje y le digo a mi Madre: ¿Hasta cuándo podrán sufrir esas criaturas, ese pueblo?, pero tú lo vas a hacer. Va a suceder algo muy especial de un momento a otro que ustedes mismos se van a sorprender, pero estoy segura que de esta reunión de este día las campanas repiquetearán en todo el Oriente, en todo el Occidente porque Medjugorje será liberado. He aquí, por qué me veis aquí.
Y les prometo que muy pronto, yo también voy a ir allí, no importa la guerra. El Señor es tan grande y misericordioso que Él ha de poner fin a este momento en que se van a decidir muchas cosas para el bien, no solamente de Medjugorje, pero de tantas otras naciones que viven en guerras y donde la miseria los está arrastrando al verdugo del mal porque es el enemigo, aquel enemigo infiel que pretende ganarse los corazones débiles y flacos.
He aquí, pues: ¡Ya basta Satanás, atrás! Este pueblo de Estados Unidos es fuerte, robusto, firme, decidido y cuando toma sus posiciones son realmente como soldados de Cristo porque son soldados de Cristo que vienen a liberar al mundo.
Su Santidad, Juan Pablo II es tan preciado para nosotros, ha hecho tanto de un lugar a otro llevando la Palabra del Señor con tanta humildad, con esa humildad del pastor que ama sus ovejas, que no las quiere perder, que las quiere ganar todas para Cristo, para María porque él ama a María, siente a María como la sentimos muchos de nosotros aquí. Pidamos por él, una prórroga más de vida porque lo necesitamos.
Nuestra Iglesia es la Iglesia donde el Señor puso sus bases firmes, profundas para que todos nosotros nos apoyáramos allí. Vamos a defender a esa Iglesia, vamos a amar a nuestros sacerdotes, vamos a amar a nuestras religiosas, vamos a amar a nuestras familias, vamos a amar a nuestros amigos, vamos a amar a nuestros enemigos, vamos a amar a todos y perdonemos de corazón a todos para comenzar una vida nueva, libre para conquistar el cielo.
Es tan difícil ir al cielo, pero con pequeñas cositas de la vida diaria en nuestras casas nosotras las madres, nuestros maridos en su trabajo, nuestros niños educándose en su colegio, aprendiendo costumbres, esas pequeñas cosas de la vida.
¡Qué hermosa es la familia de Dios! Somos familia de Dios, somos familias que amamos y sentimos el calor de la Madre María de Nazaret, de María Madre, María de la Misericordia, María Corazón de oro, María Corazón humilde, María la sencilla Madre de Jesús y Madre nuestra.
Y ahora a todos, yo deseo que cuando regresen a sus hogares sientan la presencia de mi Madre con sus rosas, con sus suaves olores perfumados, con la caricia y soplo del Espíritu Santo iluminándoles. Es una brisa suave que llega a nosotros y sentimos deseos de volar, de volar y de ir por el mundo diciendo: Señor, convives entre nosotros con tu Madre. ¿Qué más queremos, Señor? Si estás aquí, Te sentimos en las flores, en un niño inocente, en las aguas, en los ríos, en los valles, en las montañas. Estás en todas partes y allí en el sagrario esperando por nosotros.
¿Entonces, qué más queremos, hermanos, qué más deseamos si Él está con nosotros porque nuestro Padre Celestial lo quiere así? No lo vemos, pero yo sé que muchas almas, sí lo sentimos hondamente, profundamente. Depende de nuestra fe, depende de nuestra vida que hemos llevado y muchas otras cosas, es por ello que no debemos perseguir a los que van por mal camino. Vamos a ayudarlos con nuestra presencia para ayudarlos a salir de esa vida que no es una vida justa, vamos a orar por ellos, especialmente por los jóvenes en la droga, aquéllos también que están viviendo una vida doble, pobres hijos míos, pobres que Dios los ayude.
Es por ello que los padres tenemos que tener carácter. Mucho amor a los hijos, pero carácter al mismo tiempo para que el hijo no tome el camino que lo lleve al mal. Hay que ayudarlos con nuestra presencia detrás. No los dejemos solos. Hay que seguirlos, hay que controlarlos para que así esos hijos crezcan como crecen las plantas reverdeciendo y haya muchas flores, flores ofrecidas a María Madre con su Hijo Jesús en el Padre por el Espíritu Santo, gloria de la Santísima Trinidad.
Doy gracias de nuevo a la Hermana Margaret porque realmente me ha hecho feliz. Yo nunca pensé por ahora presentarme en un gran público como éste, bello, hermoso, iluminado con gracias y carismas del Espíritu Santo porque aquí hay mucho carisma, muchas almas especiales, muchos seres buenos, muchos seres generosos, muchos seres comprensivos y es por ello que los felicito porque han tenido paciencia con esta pobre mujer que ha venido a este pueblo a traerles las rosas de una Madre, una Madre que les abre la puerta y les dice: “Entrad, hijitos. ¿Desean un refrigerio? Tomadlo, tenedlo, que aquí estoy Yo.”
Entonces, mi amadísimo público, no esperen de mí grandes discursos o preparados, no. Yo no podría hacerlo. Soy como soy, como mi Madre quiere que sea, libre de prejuicios, libre de cosas que no me dejen… no. Yo amo, amo por ella, amo todo lo que contenga vida de Dios, amo a las criaturas, amo a las rosas, las flores, los lirios, los enfermos en los hospitales donde están tantos sufriendo, en las cárceles. Hay que ayudar tanto, hay que hacer tanto, pero se necesita dedicación, oración, meditación, penitencia, Eucaristía.
Es la Eucaristía nuestro alimento, debe ser nuestro alimento, no solamente los domingos sino también todos los días, siempre que podamos. Tengan un poquito para el Señor porque ese Señor en el sagrario está esperando que lo recibamos para alimentarnos y hacernos más sumisos a la gracia.
Bueno, yo creo que por hoy ya basta, tienen sus cosas ustedes, el encuentro con sus familias en sus hogares aquellos que están afuera también.
¿Qué les puedo decir más? Yo les podría decir: Oren. La oración es el pilar que nos ayuda a recostarnos suavemente para afianzarnos de que ese pilar, de que esa oración nos va a ayudar continuamente sin tener que sufrir porque muchas veces creemos que por una pena, sea una enfermedad, sea una tribulación que tengamos… la pérdida de un trabajo o una persecución de alguien, tantas cosas, que ya no tenemos valor para resistir, pero si acudimos a esa oración siendo nuestro fuerte, nuestro pilar podremos apoyarnos. Nada ni nadie podrá contra nosotros porque la oración alivia, consuela y nos hace felices porque allí está Jesús con nosotros, allí está María; son ellos los que nos llaman a la oración. Escuchemos su voz, escuchemos esa voz y digamos respondiendo: Aquí estamos, Señor. Yo quiero seguir orando y quiero seguir perseverando en el camino de la fe, de la confianza ilimitada en tu Sagrado Corazón y más que otra cosa en vivir vida Eucarística.
Y hablo sobre de la Eucaristía porque yo creo que es lo más importante en la vida de un ser humano, de un católico verdadero que cumple con las reglas; es el Cuerpo de Jesús. El sacerdote cuando llega allí es algo… se transforma, es Jesús que está allí, es su Cuerpo que ofrece, es su vida que nos está dando, es vida sobrenatural, vida auténtica, vida vivida de amor de conocimiento divino.
Bueno, ahora sí va a ser. Que Dios los guarde. Que Dios los bendiga, que fortalezca sus hogares, sus familias, que los enfermos que estén aquí sean curados, curados completamente, curados, fortalecidos, llenos de amor. Es el amor, es la entrega y especialmente la humildad. Es la humildad lo que necesitamos, crecer en la humildad, vivir en la humildad pensando que el Señor fue tan humilde, nuestra Madre María, la Mujer del Calvario cuánto sufrió y su humildad fue la esperanza de todos nosotros.
Y ahora recojámonos unos minutos y pensemos que el Señor con María, nuestra Madre, Madre de la Iglesia, Madre de la Paz, Madre Reconciliadora de los Pueblos y Naciones están aquí. Vamos a dejarles nuestros pensamientos, todas nuestras necesidades, nuestras intenciones, todo lo que llevamos dentro.
Bueno, estamos en paz y en armonía con el mundo entero, estamos viviendo un encuentro con el Señor. Esta mañana lo vivimos con el Padre, lo vivimos también con la niña que tocó la guitarra, qué bello tocaba, qué bello cantaba… que cantaba y lo vivimos con el convertido que de protestante a predicador: “Debo predicar a nuestra Iglesia católica, apostólica, romana, universal.” ¿Qué más queremos nosotros? Ello es hermoso.
El silencio reafirma nuestra fe y aquilata los corazones para vivir en armonía con Dios, nuestro Señor y nuestros hermanos; aquilatemos esa fe, confiando que Jesús y María van a responder por nosotros si realmente vivimos en cónsona con los mandamientos de la Ley de Dios.
Gracias, hermanos. Que el Señor les bendiga, que el Señor los guarde, los proteja y los guarde en su Corazón.
En el Nombre de mi Padre, Yo los bendigo, hijos míos,
en el nombre de mi Madre, Yo los curo del cuerpo y del alma
y los guardo aquí, en mi Corazón, les guardaré, les guardaré
aquí en mi Corazón desde hoy y para siempre.
Que la paz sea con vosotros y que la luz del Espíritu Santo los ilumine. Están en paz y en armonía con el mundo entero. Que Dios nos guarde a todos.