Lowell, Massachusetts, EE.UU.

Discurso de la sierva de Dios María Esperanza de Bianchini
Lowell Memorial Auditorium
Domingo, 25 de abril de 1993

En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Buenas tardes a todos, vamos a orar el Ángelus de nuestra Madre.

El Ángelus.

Gloria.

Ven, Espíritu Santo y envíanos desde el cielo un rayo de tu luz, que el fuego y el amor, la llama viva de Cristo Jesús entre de lleno en nuestros corazones para fortalecernos y podamos así recibir la palabra de la evangelización que Jesús en estos tiempos viene a renovarnos, a fortalecernos y a darnos realmente un conocimiento de poder unirnos y tomados de las manos ir en busca de todos nuestros hermanos separados. Amén.

Hermanos, amigos, hijos muy amados del Corazón de nuestra Madre Celestial María, estamos aquí para encontrarnos todos muy unidos con el corazón abierto para recibir el fuego y la llama de Jesús. Ya se los dije, Jesús quiere entrar de lleno en nuestros corazones porque María, nuestra dulce Madre, la Flor del Carmelo, la violeta silvestre de Nazaret y la humilde mujer del Calvario desea que todos convivamos unidos fraternizando todos pudiendo prepararnos para la evangelización.

Sí, nuestra Iglesia santa, católica, apostólica, romana, universal está trabajando incansablemente. Ya lo veis vosotros sois parte de toda ella y estáis aquí en busca de la luz, en busca de la verdad, vuestra verdad, esa verdad que nosotros deseamos conocer adentro de nuestros corazones: ¿Qué deseamos, Señor? Deseamos tantas cosas, pero hay algo muy importante que nosotros tenemos que saber que para dar, dar y dar tenemos que recibir y esas gracias se reciben del Espíritu Santo, gracias que están soplando sobre de nosotros iluminando nuestra mente, fortaleciendo nuestro corazón y dándonos la palabra de aquel mandamiento grande y hermoso que Jesús nos legara para que todos viviésemos en cónsona con su doctrina: Amaos los unos a los otros como Él nos amase.

Entonces, estamos aquí para comprendernos, para entendernos, para consolidar en todo sentido en ideas de superación espiritual con una gran generosidad en el corazón, llenos de una fe viva concientizando realmente por qué estamos aquí. Sí, concienticemos, veamos realmente por qué está pobre mujer está aquí. Es mi Madre, es ella que me ha impulsado y que me ha dado la fortaleza para venir en busca de vosotros. Vosotros me habéis invitado, la Madre, la Sister, ella, una gran mujer que está dotada de gracias espirituales y dones maravillosos que silenciosamente guarda en su corazón para abrir rutas y caminos a los que vienen en busca del Señor.

Entonces, vamos a prepararnos en este día de manera muy particular pensando en Medjugorje, pensando en la guerra, una guerra que se tiene que acabar, una guerra que tiene que ser completamente eliminada para que vosotros que vais allá a contemplar a la Madre Santa, a encontrarse con ella para sentir los efluvios de su Corazón de Madre, podáis de nuevo ir allá. Sí, hijos míos, podréis y estaréis contentos y felices. Ustedes me preguntarán: “¿Cómo va a finalizar esa guerra, Señora?” Los caminos del Señor son profundos… tanto que hasta allá muchas veces el hombre no puede penetrar. Es tan difícil la mente de un Dios, Padre poderoso, omnipotente, maravilloso.     Entonces, piensen y mediten: Todo será ordenado de acuerdo a la voluntad divina. No les digo que será mañana ni dentro un mes, pero pasado ese mes, y dos y tres en adelante ya veremos qué va a pasar porque Dios en su omnipotencia divina es grandioso, maravilloso, espléndido.

Sí, Señor mío y Dios mío, qué bueno eres, cómo llamas a tus criaturas a la reflexión, cómo Tú entras de lleno para saber quién está en orden de ideas y quién no está; entonces, nos llamas y nos haces comprender muchas cosas, cosas que solamente Vos como Padre puedes hacerles conocer a tus hijos para que ellos se incorporen realmente a esa Iglesia santa de Cristo Jesús que desea que todos se amen, como dije ayer, se soporten, se ayude el uno al otro, no hay diferencias ni de razas ni de religiones.

Todos somos uno en Dios. Hay que romper ese hielo, esa frialdad y ese mutismo que hay dentro del hombre con su egoísmo. No, el Señor no nos quiere así. El Señor nos quiere plácidos, comprensivos, humanos, amando, dando de sí lo mejor porque ese mejor viene de Él y nos ayuda en este peregrinaje de la vida, una vida que nos dio, una vida hermosa, bella, llena de gracias.

Vamos a aprovechar esos momentos, de esa gracia que estamos recibiendo todos pensando en María la Madre Santa, María Virgen y Madre de la Iglesia a quien amo tanto, María Madre de la Iglesia, María Virgen y Madre Reconciliadora de los Pueblos, María Virgen y Madre de la Paz.

Necesitamos la paz para nuestras familias, paz para nuestros hogares, y paz para el mundo entero.

Entonces, vamos a recogernos un segundo.

Bueno, mi Madre me inspira y me dice: “Hijitos míos, mi Corazón os di, mi Corazón os doy y mi Corazón os seguiré dándoos por siempre. Hijos míos, apresurad el paso no os detengáis en el medio del camino hay abrojos que pueden pinchar sus pasos, sus pies y no deseo que ningún elemento pueda dañarlos. Antes, por el contrario, seguid llenos de fe viva con la ilusión de un encuentro con esta Madre, un encuentro lleno de gracia del Padre, del Espíritu Santo y todo ello con mi Divino Hijo Jesús que les ama, Jesús que les viene de nuevo a buscar, a renovar las conciencias de todos los hombres, Jesús que va a entrar a todos vuestros hogares, a vuestras casas. Lo sentiréis… está cerca su llegada, preparaos, haced un ejército, convertíos todos a una gran realidad de esta Madre que los viene a recoger, a aliviarles de sus enfermedades, de sus tribulaciones, de sus angustias, de sus penas, de sus quebrantos.

”Vengo, hijitos, con mi cetro en mano, el cetro de la luz de un Hijo de Dios que fue a una Cruz para ayudarles, salvándoles y pudiendo entregarles a esta Madre diciéndoles: Venid, mis pequeños, todos cabréis en mi Corazón, entrad que Yo os vengo a aliviar la carga vuestra, vengo a consolarles y vengo aún más a decirles a todos mis hijos rebeldes que confíen en una Madre que se da y se sigue dando al pie de la Cruz para aliviar vuestros dolores y quitar vuestras tristezas.

”No temáis a lo que pueda sentir esta tierra. No os preocupéis que todo será sistemado, todo, hijitos. Todos sois mis hijos y todos recibiréis la gracia del Espíritu Santo reafirmando que las Palabras de mi Divino Hijo no pasarán nunca.

”Sí, hijitos, esas Palabras tratad vosotros de reflexionarlas… ‘Mis Palabras no pasarán nunca porque estaré conviviendo con vosotros eternamente con mi Padre, con mi Madre y con los apóstoles que me siguieron.’

”He aquí, pues, el Maestro de los maestros afianzaos con Él, con su báculo como Pastor de Almas. Seguidlo y afianzaos en su Corazón y en mi Corazón.

”Os guardo, mis pequeños, os guardo. Restad aquí conmigo.”

Bueno, hermanos, muchas veces me da mucha pena tener que hablar en esta forma porque no sé la mente humana qué podrá pensar; sin embargo, yo me digo: Señor yo hago lo que Tú quieres que haga, voy donde Tú me lleves para lo que Tú me quieras. Eres Tú, dispón de mí; eres Tú, Señor, yo no soy nada; eres tú, Madre. Yo soy una pequeña hija con ansias de llevar la verdad al corazón de los hombres, esa verdad única es el amor, el amor. Sin amor cómo pueden levantarse las obras, cómo pueden trabajar los hombres sin amor, si no hay amor. Si hay egoísmo, si hay traición, si hay soberbia no puede el hombre mejorar su actitud frente a la vida, tiene que realmente entrar de lleno a conocerse a sí mismo y limpiar todo aquello que perjudique para poder recibir la gracia del Espíritu Santo.

Entonces, hermanos, gracias de estar escuchándome porque quizás cada cual tenga su pensar, su vivir diario a su manera y el Señor quiere expresarles y su Madre que ha llegado la hora de la rectificación. Rectificar por todos los medios de vivir realmente el Evangelio, el apostolado de la oración, de la evangelización, de un darse en continuación sin cansarse de que nos molesten.

Desde la mañana a la noche debemos estar de pie y firmes como los soldados de Cristo, como aquellos apóstoles que se dieron, como San Pedro apóstol que lo siguió… tuvo su momento de debilidad, pero luego se recuperó y ofreció su vida en Roma, y tan es así que en “Quo Vadis”, en Roma, allí el Señor se valió de un niño para decirle, cuando Pedro tuvo una debilidad de nuevo de huir, que lo condenaran, que lo mataran, dijo Jesús por aquel niño, en aquel carruaje: “Vuelvo a Roma para dejarme crucificar.” Y Pedro reaccionó inmediatamente y volvió a Roma y se dejó crucificar, pero con su cabeza por tierra y sus pies en alto probando así la fe que su Maestro había dejado en su corazón, fe de un Cristo Resucitado, Salvador del Mundo, vida nueva para todas las criaturas de la Tierra.

Estos son los grandes días, estos días en que Jesús con su Madre unidos los dos se están haciendo sentir en todos los corazones de la Tierra.

La Tierra se estremecerá, sabedlo bien, sufriremos, pero nos recuperaremos. Son pequeños toques de amor del Señor para llamar a sus hijos, son esos toquecitos que nos duelen, pero que a la vez nos recuperamos cuando vemos que es una lección de amor para hacernos comprender que quizás no estamos del todo bien, estamos fallando debilitados por el mundo de pecado, por el mundo ansioso de poder y de mando y de riquezas. El poder de poder sobresalir, no, no Señor. Yo quisiera esconderme, Señor, en la gruta de mi Madre en Betania y olvidarme del mundo, pero me traes aquí y qué debo hacer, sólo Tú lo sabes. A veces pienso que no tengo mucho tiempo y quisiera de una vez y para siempre cumplir con todo lo que me has encargado desde que era muy niña.

Muchos me han dicho: “¿Por qué no hablas de ti? El Señor no habló de Él, el Señor fue tan sencillo, tan noble, tan generoso, tan compasivo y extremadamente maravilloso y digo maravilloso porque fue Él el gran Hijo de Dios, Padre Eterno del cielo a quien escogió para que nos salvara a todos y estamos en la era de la salvación.

Este siglo está agonizando, pero este siglo está ganando almas, muchas almas. Algunos se pierden, hay tantas cosas por aquí: los hombres en busca de la verdad, en busca de cosas, ellos no saben lo que están buscando, pero siguen en su busca, llegará el día en que van a encontrar su verdad… a Jesús, Jesús el Maestro, Jesús el gran profeta de todos los tiempos, Jesús el Maestro, el Gran Maestro de todas las eras que han existido y existirán hasta el fin de los días, de todos los días, para siempre.

Bueno, hermanos, yo deseo que vosotros en este día se complazcan en las pequeñas palabras que mi Madre quiso hacerles saber, comunicándoles qué es lo que ella desea de todos vosotros.

Y ahora, creo… quizás… aunque no lo deseaba porque yo creo que una persona hablar de sí misma, me da miedo, pero yo voy a contarles algo muy hermoso cuando yo tenía cinco añitos mi madre había quedado viuda con cinco hijos pequeñitos. Yo tenía dos años cuando él murió y a los cinco años ella tenía, pues, que salir a Trinidad, Puerto España porque teníamos negocios en esa isla, traían y llevaban cosas de ventas, pues, y ella se tenía que movilizar mucho en las tierras de Guayana y del Orinoco y esa vez cuando iba a Trinidad a despedirla que iba a tomar el barco, yo estaba con toda mi familia despidiéndola, me parece un sueño aquello. Entonces, yo me aparté un poquito así… yo era muy temerosa de la gente, me cuidaba mucho, pero me retiré un poquito. Mi hermanita comenzó a gritar: “¿Ay, por qué te vas, mamá?”

Yo me quedé mirando el Orinoco, mi gran Orinoco, a quien amo, un río hermoso, hermosísimo que llega al corazón. Las tardes son bellísimas cuando se oculta el sol y vemos la grandiosa y maravillosa obra de Dios, en todo su esplendor. Y yo me quedé viendo las marejadas del río que hacían así… yo lo veía y de momento, yo era muy devota de Santa Teresita del Niño Jesús, yo la amaba tanto y a mi Madre del Carmelo, cuando la veo salir de las aguas. ¡Ay, Señor!, con una rosa y me la tiró cuando yo la vi, yo traté de tomar la rosa y me cayó así… la recogí… la pude así… recoger del suelo y se sonrió conmigo. No me dijo nada, sólo aquella rosa y yo tomé la rosa y fui a donde mi mamita y le dije: Mamita, Santa Teresita me trajo esta rosa. Me dijo: “Hijita, porque tú eres una niña muy buena.”

Esas son las cosas que a veces no se pueden ni hablar porque cómo pudieran comprender estas cosas y esa rosa nos ha acompañado por tantos años.

Entonces, qué decirles, una pobre niña que comienza a abrir los ojos, desde pequeñita y tiene que pasar por esas experiencias y tantas otras cosas bellas, hermosas que confortan el corazón, pero que al mismo tiempo crean desde la niñez una gran responsabilidad con las almas que le rodean.

Entonces, yo en mi casa con mis hermanos, con mis primos, con mi familia fui creciendo con un amor. Es amor lo que siento aquí en este momento para vosotros, como si toda la vida los hubiese conocido porque mi Madre lo ha querido así, es ella María, yo no soy nada, soy una pobre mujer con defectos, muchos defectos, pero también hay cualidades, la cualidad de amar y de servir con tanto cariño a todos. Esa es mi Madre, no soy yo, no soy yo.

Y le pido cada día: Señor, humildad, humildad, dame humildad. Muchas veces que me tengo que vestir, que me tengo que arreglar, que tengo que salir y digo: Señor, dirán que a esta mujer le gusta arreglarse, no. Yo quisiera estar con una túnica, solamente blanca, con un velo blanco y unas sandalias escondida, oculta del mundo, Señor, para amarte, para venerarte, para adorarte y hacer que todos tus hijos te amen, te reconozcan: el Cristo Rey, Salvador del mundo, Hijo de Dios y de María, Virgen y Madre de la Iglesia, la Madre de Dios y la Madre de toda la humanidad.

Así es que yo os amo a todos.

Y ahora, algún día seguiremos hablando, son tantas cosas que he pasado… a los doce años una gravedad tan grande que yo le ofrecí allí al Señor: Te ofrezco mi vida Señor, que yo alivie, en qué forma, no sé, pero Tú sabrás qué hacer conmigo, tómame de la mano, yo lo quiero Jesús. Son cosas muy grandes.

Y cuando yo fui a las monjas, quise tantas cosas, y después me dijo: “No, hija, no es tu camino.” Vino Santa Teresita y allí pasó algo hermosísimo, grandioso, algo que es tan largo de contar. Luego conocí a mi esposo, ya me lo había dicho San Giovanni Bosco cuatro años antes, me dice: “Jesús Sacramentado me dice de decirte esto…” y me dio el día, la fecha… todo. Y así… mi esposo, mi novio, pues en esa época me decía: “¿Tú te quieres casar?, si tú no me amas, tú no me das un baci”, pero yo le decía: No, no puedo, no sé solamente Dios lo sabe y aquél que me conoce. Es fuerte tener un amor tan grande por Dios y también compartirlo con un esposo, con los hijos y con todos los que van llegando.

No crean es fuerte y me da mucha pena hablar de estas cosas, pero yo tenía que decirlo. Algún día ya sabrán todas las cosas, especialmente de Betania, como me la ofreció el Señor y me dijo: “Vendrá la Tierra Prometida, hija mía, te la pondrán en las manos. La adquiriréis con dos personas que voy a ponerte.” Y llegó ese día, me ofrecieron la tierra, firmamos los papeles y nos tuvimos que ir a Roma porque la mamá de Geo estaba delicada de salud. Y entonces estuve dos años viviendo en Roma sin ir a Venezuela, me desesperaba haber dejado todas las cosas así en manos de los demás. Después, cuando pasó el tiempo, me dijo la Virgen: “Hija mía, vuelve a Venezuela. La viejita está mejor, la nonna, y te digo esto porque la tierra que has comprado, es la Tierra Prometida, te dije caña de azúcar, te dije frutos, muchos frutos de todo lo que te dije. Bueno, ahora te digo: Es la Tierra, prepárate que para el 25 de marzo (o sea, de 1976, como ya lo saben vosotros) Yo vendré. Me haré ver de ti y para los más pequeños verán el sol resplandeciente de mi Divino Hijo.

Todos caerán de rodillas para mirar luz tan grande y maravillosa y Yo saldré de la gruta, del follaje envuelta en blanco que es la pureza de la mujer, la candidez de la niña joven para hacerme conocer tal como soy, una niña porque Yo sigo siendo niña en lo alto del cielo. Y es por ello que casi siempre me presento jovencita.”

Y las palabras que me dijo fueron: “Ved estas manos con luces y destellos luminosos es la luz que le ofrezco a mis hijos para que todos puedan venir aquí a mis brazos a descansar, pero orad el rosario. Es la oración el convid amoroso que les ofrece esta Madre.” Fue algo bellísimo antes de ir a Betania ese día a las 4:00 de la mañana me dio un mensaje bellísimo, hermoso y todo se ha ido cumpliendo. Todo lo que ha pasado: guerras, terremotos, llantos, aflicción de tanta gente en África. Y me dijo que ella iba a venir allá y me dijo que en Corea también; y me dijo tantas cosas bellas. Y me dijo que Estados Unidos era el fuerte de todas las naciones. No debería decirlo, pero fue así… Y yo confío.

A mí me han invitado por todas partes y no creí hacerlo hasta que yo no viniese aquí, aún amando tanto a Italia porque yo le debo tanto a Roma, amo a ese lugar como si fuera mi patria porque allí conocí a mi esposo, un hombre bueno y fiel, un padre de familia excelente. Yo se lo agradezco tanto, que hubiese tenido paciencia conmigo para mirar en mí, la esposa, sí, la madre de sus hijos, pero otra cosa más espiritual y me ha visto también esa parte espiritual y por ello ha habido el amor y la comprensión de verdad.

Gracias de escucharme, gracias a todos.

Y les voy a decir otra cosa: Oren, oren mucho, oren por los niños, por los inocentes, por la juventud que se levanta porque ellos son los encargados de llevar el mensaje de una Madre. Es el mensaje de María en todas las naciones de la Tierra por ello ella se está apareciendo para templar el corazón de sus hijos y abrigarlos con su manto cubriéndolos, enseñándolos a caminar, a caminar, a caminar sin cansarnos, sin detenernos; tomamos un poquito de agua, solamente agua y adelante. Vamos a hacer mucha oración, meditación y penitencia, penitencia, penitencia porque la penitencia restablece el orden del organismo humano, fortalece el corazón, da la luz y la inteligencia a la mente, da la paz, da la seguridad, da la energía, da la vida sobrenatural.

Yo cada día le pido a mi Señor: Dame vida sobrenatural, Señor, porque cómo podría vivir, cómo podría hacer tantas cosas a un mismo tiempo: la familia, los hijos, los enfermos, los tristes; tantas cosas a un mismo tiempo, que a veces me digo: ¿Soy yo, puedo hacer yo esto a un mismo tiempo? Yo no soy nada y mi Madre me dice: “La confianza ilimitada en el Corazón de mi Divino Hijo es la base primordial de todas las bellezas luminarias del cielo eternal de Nuestro Padre Celestial.”

Bueno, gracias. Estoy emocionada, quizás hoy me pasé de emoción, quizás hablé demasiado, pero tenía que desahogar mi corazón porque yo sé que muchos quizás no me comprendan, no pueden entender esto: Servir al mundo en toda la extensión del hemisferio, sí, silenciosamente, y también en medio del ruido, en medio de la calle, en medio de los hospitales. Son tantas cosas, tantos enfermos, tantos niños inocentes, tantas madres y los hogares que se vienen abajo, la familia, el matrimonio, el divorcio, Señor. Apaga la sed, Señor, del hombre y de la mujer y dales la estabilidad, dales el amor en sus corazones, únelos, Señor, que se soporten, que se amen, que se quieran, que disfruten de las gracias y de las maravillas que nos ofrecen cada día al amanecer.

Y cuando digo amanecer deseo que en este momento me sigan en una oración que el Señor me diera. El Padre nuestro que está en los cielos, nos escuchará. Voy a comenzar la oración:

En el Nombre de Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Padre alzo mis ojos al cielo y no hago otra cosa que mirarte y sentir tu presencia; en este nuevo día de tu amanecer nos consagramos a Jesús, María y José de Nazaret. Gloria a la Trinidad del cielo, Padre, Hijo y Espíritu Santo consolador vela de tu gran familia, la humanidad del hombre, la mujer y el niño. Bendícenos. Amén.

Y ahora, debo de despedirme. Me voy con el corazón lleno de fe, mi fe ha aumentado, mi fe sigue firme, mi fe me ha dado el calor y esa llama que Jesús había prendido con su Madre en mi corazón está ardiendo en una lamparita votiva que no se apagará nunca porque Estados Unidos, Sister Margaret quiso con su humildad, con su amor y su destreza de mujer honesta y digna invitarme para darle gloria a nuestra Madre Celestial María, Madre, María de la Paz de Medjugorje, Madre María Reconciliadora de los Pueblos, María, Madre de Coromoto y todas las Madres Marías de las naciones, la Virgen, Madre de Dios y Madre nuestra.

Gracias hermanos. Que Dios les guarde a todos.

A los enfermos, a los tristes, a los desesperados, a los que no tienen fe, a los que están ambulantes por las calles… todas esas almas vamos a recogerlas hoy para que no sufran, para que se sientan en su casa con paz, que encuentren un apoyo, una mano que se les extienda, alguien que vele de ellos, no los dejen solos. Caridad, caridad a manos llenas, no importa, cuando tú das tienes derecho a recibir cada día una mirada, un abrazo fraternal, un tocar de manos, pero es dar, es dar continuamente sin cansarse, como ya les dije, de que nos molesten, no, no es molestia, no puede haber molestia para tú tratar de ganar un hermano a Dios, de ganar un hermano a la Virgen, de ganar un hijo, un hijo para Dios, un hijo para María, un hijo más. Todos vamos a ganarlos, todos.

Bueno, y les voy a decir algo que creo importante: Todos vamos a una misma fuente en distintos recipientes, pero vamos a Dios. Es Dios quien nos llama, es Dios quien nos ama, es Dios que viene. Cada uno tiene que respetar lo suyo, por supuesto, Jesús es el Hijo de Dios y a Él hay que reconocerlo, pero no despreciemos a los demás. Vamos a ayudarlos para que lleguen al aprisco de Jesús donde están las aguas, las fuentes, esas fuentes maravillosas, ese verdor, esa esperanza, ¡Qué lindo, Señor, allí! Alimentaos con sus pastos, con sus aguas, refrescad sus almas y sed felices con nuestra Madre, Os amo. Es amor lo que siento en mi corazón, es un amor impulsado por algo muy hermoso, por una dulce Madre, María, nuestra Madre.

Vamos a unirnos, vamos a confortarnos y a reafirmar nuestra fe, esa fe que Jesús transmitió a sus apóstoles y nos sigue transmitiendo continuamente en todas las eras de la humanidad.

Jesús en estos tiempos y especialmente en estos cinco años nos dará una gran enseñanza para que sepamos que Él sigue conviviendo con nosotros en el sagrario esperándonos a todos, pero que al mismo tiempo, Él como hombre en su pueblo se hará sentir en cada criatura, en cada ser humano con una chispa divina, con una luz resplandeciente, algo nuevo. El hombre necesita algo que toque la fibra de su corazón, que encienda ese corazón con calor, con alegría, mucha alegría, mucha fe, mucha confianza, mucha serenidad, mucha paz.

La paz… ¡Qué hermosa es la Paz de María de Medjugorje! Ella, el día antes de yo venir, me habló. Tengo una foto en mi cuarto, tan bella que tomó un sacerdote en Betania y me la envió, es un secreto que he tenido guardado, es tan bella… y cuando la vi yo dije: La de Medjugorje cómo va a estar en Betania y muy en secreto me dijo… no sé por qué lo digo… y bueno, la he tenido estos años en silencio, hace tres años que me la mandó, me la envió. Entonces, yo estaba en mi cuarto y le dije: ¿Madre, cuándo es que tú vas a hacer el gran milagro de renovar las almas a fin de que estos hombres que están en contra de tu Tierra Bendita puedan desocuparla y dejen a tus hijos, a tus niños, tus jóvenes que elegiste para que llevaran el mensaje, tus sacerdotes

Un Padre… me hablaban de un Padre que era muy bueno y es el Padre que ayer he conocido aquí con su humildad, con su ternura, con su modo de hablar, realmente tiene carismas especiales. Me ha conmovido. Me habían hablado así, porque me llevan muchos libros, pero mi vida es una vida de hogar, son catorce nietos, son siete hijos, son siete yernos y todos los ahijados. Ya podrán ustedes ver no me da tiempo.

Y entonces le digo Madre: Yo no sé si iré, Madre, ha habido tanto obstáculo ahorita para ir: Que se nos está muriendo, que el otro está enfermo, que si se muere y yo me voy. Se murió un General muy amigo nuestro, el General Tarre Murzi; él se portó tan bien. Él dio su palabra, pues, fue al Obispo, su testimonio al Obispo… todos la vimos, fuimos ciento ocho personas que vimos a la Virgen. Y entonces, yo digo: Pobrecito, se acaba de morir. Su viuda se quería venir, Margarita, pero después no fue posible.

Entonces, pues, le dije esto a mi Madre, cuando estaba hablando con ella: Bueno, entonces, ¿cómo hago? Me dice ella: “Tienes que ir, hija, ha sido una invitación con mucho amor y Yo lo que deseo es que Medjugorje crezca y que Betania crezca, que todos estén unidos; no quiero separatismo, nada de ello, hijita. Ve muy humilde, generosamente y llévales mi mensaje que muy pronto será libre ese país y así podrán cantar: Gloria a Dios.”

La Santísima Virgen es una sola Madre, es María, lo que pasa es que cada uno nos acostumbramos a nuestra Virgen. Yo pequeñita a la Virgen del Carmen, Monte Carmelo y tan es así que mi sueño era ir a Jerusalén y Dios me lo concedió. He ido nueve veces a Jerusalén, mis siete barrigas, en estado, cuando yo estaba en cinta yo estaba allá. Dios me dio esa gracia tan grande. No, no tengo cómo darle las gracias a mi Jesús.

Y así silenciosamente he ido a todas las naciones, todos estos años conociendo al pueblo. Aquí en Nueva York vine cuando era jovencita, tenía 17, 18 años. Y así fui viniendo a Boston hace tres años porque estaba mi hija aquí en Boston, estaban estudiando y después en Nueva York también otros hijos otro año que pasaron, fui con ellos.

En fin, estoy viendo las personas y he visto que aquí hay sensibilidad, hay humanidad de corazón, hay fe y confianza. Muchas veces dicen que son indiferentes y fríos, no, hay calidad humana y por esa calidad humana de amor de Dios en sus corazones es que yo estoy aquí para servirles, para amarles y hacerles reconocer de todos los pueblos y naciones de que Estados Unidos es un lugar llamado.

Gracias. Dios los guarde, que Dios nos bendiga a todos.

Muchas veces el silencio dice mucho.

Gracias a todos. Bendito sean Dios y mi Madre y bendita sea Sister Margaret sé que va a luchar mucho.